Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

lunes, 26 de octubre de 2009


En tu voz sosegada me hago hiedra abierta y racimosa.
En tu voz salvaje verdeo cuando me tientas al sexo.
'Tu voz', Sara Álvarez


Cuando duermo
despiertas en la cara insomne de mis ojos
con albricias en las alas,
bostezas un rayo de luna en el trópico del lóbulo
y tejes mis sueños con hilos de plata.

Yo me dejo enredar por el pálpito arbóreo de tu voz
cuando eclosiona en susurros de hiedra
por la escala métrica de mi nuez,
que, al vaivén de las olas,
en vaharadas de cálido aliento,
sube y baja como la marea
en un estrecho margen de piel,
y, ya sin sílabas ni versos que hinchen las velas,
me hago alga en la pleamar de tus besos.

Entonces me soplas purpurina de estrellas
en la cenefa floral de los párpados
y viajo galaxias sobre la palma de tu mano.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 23 de octubre de 2009


Ha vuelto el frío,
como cuando te conocí,
sólo que ahora es un frío árido y seco
que agarrota las articulaciones del espíritu
y las hace crujir.

… y no estás tú.

Ha vuelto el frío,
como si el invierno tuviera prisa por llegar,
pero las hogueras ya no arden en las manos al frotarse como leños,
y el olor a castañas asadas no atiza las ascuas de mi pecho.

… y no estás tú.

Ha vuelto el frío,
como en aquel mes de diciembre en que me enamoré de ti,
pero ahora es octubre y hace frío,
y no estás tú.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 21 de octubre de 2009


Se cuenta que el sol salía puntual cada mañana en sus pestañas con un leve estremecimiento de libélulas, y que en cada parpadeo del ocelo rutilante, trinaba en sus ojos la alondra y cintilaba la luciérnaga.

Se cuenta que, con los primeros rayos del alba, se bañaba desnuda en el río, y que al introducir los pies en el agua –muy despacito, para asegurarse de que no estuviera fría–, los peces, de común huidizos, acudían a su llamada y se arracimaban acariciándole los deditos; y entonces no podía evitar que una risa cristalina aflorase a sus labios al recorrerle el cuerpo un escalofrío.

Se cuenta que, recostada sobre un lecho de trigo, reposaba los cansados párpados al arrullo del colibrí y su veloz bisbiseo, y que mientras dormía, tan plácida y serena que ni la brisa matutina podía perturbar los tules del sueño, las hadas entretejían guirnaldas en sus cabellos, los árboles (a)batían las ramas para abanicar su sonrisa risueña, y las alegres abejas danzaban Gimnopedias en círculos cromáticos polinizando de odoríferas flores sus sueños.

Se cuenta –y yo lo creo– que en los equinoccios auscultaba el vientre de la tierra abrazándola con el pecho abierto y aplicando la oreja, y que oía cómo germinaba en sus entrañas la semilla de la primavera.

Se cuenta también que el musgo le caracoleaba en graciosos bucles por la frente formando una diadema, y que cuando lloraba –tan flébil era su lamento que el bosque entero suspiraba hojas muertas–, en el lugar donde rodaban sus lágrimas brotaban manantiales y arroyuelos, y que los ciervos se acercaban confiados a beber de ellos.

También se cuenta que cuando murió, un torbellino de agua emergió del mar para ascender al Cielo, y yo, yo lo creo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 18 de octubre de 2009


Parecía bailar como una ola arremolinada que se rompiera, espumeante, en un bajío.
'Los hermanos Tanner', Robert Walser


Cuando el mascarón de proa pierde su hechura humana
en cantos de sirena
y la vida amenaza delirio o naufragio,
tú emerges victoriosa de la espuma,
encaramada a un delfín
y arrebujada por las olas,
con la piel taraceada en nácar,
espléndida de salinidad
e irisada de perlas y corales,
y broncínea,
como un mar aquietado por las ondas que el sol ensortija con sus próvidas saetas,
desnuda e infinita como la mordedura encarnada del horizonte
en la garganta del océano,
cual si el ocaso osara pintar de cinabrio el azul índigo del cielo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 16 de octubre de 2009


Tu poesía poseía el aroma de la siega del verso espontáneo,
la hemorragia del numen enardecido en sarmientos de poemas,
la caricia peciolada de la hiedra que trepa rumorosa por la corteza de la rima,
el prístino verdor del musgo enjaezado en acantilados de metáforas,
la blancura inmaculada del muslo cincelado en vandálica apostasía,
la fragilidad invertebrada de la mariposa que gobierna el timón del viento con alas de seda,
la falárica omnisciencia del Faro que se alza imponente sobre las olas, arrostrando un mar embravecido,
la bondad lumínica del rayo que horada la fronda de las hayas y se hace claro en lo más umbrío del bosque,
la ingenua sensualidad de la ninfa que chapotea con el pie en el arroyo,
inconsciente de su eterna juventud,
pura como una gota de rocío.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 15 de octubre de 2009


Acércame una tea
a estos labios lívidos,
que el frío resquebraja el talud de los latidos
y mi cueva necesita de la antorcha de tus besos.

Acompasa el baile de tu llama a mi lluvia de granizo,
y que una fina capa de nieve tapice los helechos.

Esquilma de nostalgia el bancal de mis recuerdos,
e inflama la resina del poeta
con la propedéutica del verso.

Árdeme en el pecho con la salacidad del fuego
y derrite mis Glaciares Eternos,
que soy un continente helado
y ansío tu deshielo.

Funde mis polos con tu pira funeraria,
hasta que sólo quede de mí la punta de un iceberg,
donde tal vez pueda calafatear una embarcación sin aparejos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 13 de octubre de 2009


Dicen que el espacio, como la materia, es infinito,
–y que quizá estemos viviendo ahora una vida paralela en otro punto del universo,
o que ésta sea acaso una réplica imperfecta de aquélla, ya vivida–
,
pero todos los planetas alineados en fila de a uno no alcanzarían a medir la distancia de mi pena,
ni todas las estrellas juntas bastarían para iluminar las sombras que se ciñen sobre la mitad de tu rostro,
donde antaño tremolaba una sonrisa perenne.

Desde que tú no estás,
mi habitación se ha hecho inmensa como una noche en vela,
las paredes se han expandido sin control ni medida,
y el techo, de tan alto, se ha vuelto un cielo inalcanzable para la vista,
pero el espacio ha encogido tanto que ahora me cabe en una mano.

Cerraré el puño y apretaré con todas mis fuerzas para desmigajar el universo conocido y comenzar el origen de la vida en un nuevo Big Bang, más perfecto.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 10 de octubre de 2009


Caminas con pies descalzos sobre la hierba,
y en tus cabellos, ornados de flores,
ondea el espíritu de la primavera.

No temes el rasguño de la rosa
ni el filo de la piedra,
pues tu piel sabe de cortes y espinas
y tu alma es un búcaro
donde trepa la madreselva.

Un jardín florece bajo tus pies
salpicando de vida la tierra,
y a cada paso que das,
como un brochazo de color,
el bosque se engalana de ribetes violetas.

Arrebolada doncella que paseas con vaporoso donaire
y prestancia etérea,
la falda plisada por la cítara del viento,
al tejer una guirnalda con dedos hábiles
el Céfiro corona tu frente de festones y diademas
y en tu candor, sonríes con botánica terneza.

En un cesto de mimbre,
colgado del brazo,
recoges los primeros brotes de la floresta.

Flota en el aire un perfume a amor e inocencia.

Como una Ayalga que trenza su larga melena
junto a un arroyo de aguas canoras,
bajas silbando por la ladera;
en los labios, una alegre melodía;
en las manos, las flores más bellas.

Los tallos se ciñen a tus dedos
con un ramillete de promesas,
y las corolas te abren sus pétalos
para que libes su rocío y su néctar.

Excitada y con el pecho rebosante de amor
–tal que pareciera blandirse el follaje de tu corazón en infinitos arabescos–,
te dejas caer sobre un lecho de azucenas,
y en el estambre del sueño,
entre gorjeos sonorosos,
cierras los ojos
y enmudece la corneja.

Una mariposa se te posa en la frente,
pero estás tan dormida que ni aun parpadeas.
Ahora la mariposa es un trébol de cuatro hojas,
una por cada oruga de seda que, en el acimut de la fantasía,
brillará como la crisálida de una estrella.
Lo tomo y lo prendo de tu oreja,
cual presea.

Descansa, mi Reina de Mayo.
Descansa, mi flor más bella.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 7 de octubre de 2009


El viento del desierto no sepultará el relicario de nuestro Amor bajo capas de arena y olvido,
ni la arqueología del beso se hundirá en el costillar de los amantes
con pincel, espátula y paleta.

Seremos esqueletos ovillados en el abrazo fósil de los muertos,
un soplo incontenible de ternura en la médula del tiempo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 5 de octubre de 2009


Amamantas sueños gemelos de vida y muerte
con leche negra,
y tus aullidos de loba capitolina me despiertan en noches lúgubres
como ésta
cuando, sonámbulo, me paseo por el capitel de la luna
con cristales en las plantas de los pies.

Aspiro la niebla como un animal noctívago
–así, dilatando las aletas de la nariz, hasta empaparme de la humedad de la atmósfera–
que persigue a su presa en la encrucijada de la noche.

Soy una bestia herida que olfatea tu sangre –aún fresca– en la tierra
para trazar tus coordenadas en este mapa de estrellas.

Sueño con encontrarte en el fondo del vaso
mientras escondo en la almohada todos mis miedos.

¡Qué impotencia este querer tocarte y hender el aire con el filo de los dedos!
Es tan frustrante como querer abrazar a la Venus de Milo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 3 de octubre de 2009


Como cada día
a las diez de la mañana
repican las campanas
en la Iglesia de San Nicolás.

En la nave central
el órgano solfea una fuga de amor,
y su lamento tubular asciende al Cielo
y estremece a chantres y diáconos.

No hay elegía más triste
para un alma doliente
que los arpegios de esta canción.

Hoy las estrellas desfilan con paso lento y grave,
como en procesión,
formando un cortejo fúnebre que porta sobre sus hombros
el féretro del sol.

Son las nubes plañideras,
con su velo negro y su negro crespón,
y cuando lloran,
llueven lágrimas de arroz.

Éstos son los preparativos para una boda
que nunca se celebró.

El sol está muerto,
¿quién enterrará al sol?

Después de ti no hay nada,
tan sólo un frío soplo que congela los lívidos labios del corazón.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.