Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

viernes, 30 de julio de 2010


No tiene hojas el pubis del otoño.
Noviembre desfloró su veste inocencia con una ternura virginal.
Los días se volvieron juglares y harapientos, mendigos de caricias,
inhóspitos perros callejeros.

Hacía frío
y el tiempo se deslizaba como una lágrima pintada en la cara de un payaso.
Sólo su presencia me tranquilizaba,
calmada, cautelosa, casi inaudible.
Monótona como el chorro de una fuente.
Cadenciosa como la respiración de un bebé.

Hacía frío
cuando en brumario abolíamos el silencio congelado de los pájaros
con el flagelo de los labios
y en invierno nos buscábamos las alas para alentarnos el calor.

A lo lejos los besos parpadeaban como hologramas,
tan tiernos, tan salvajes,
sibaritas de espuma,
y las nubes, desvaídas, tiritaban
como el traje cubista de un arlequín.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 27 de julio de 2010


como un girasol con niebla
Sara Álvarez


Hay veces en que me descubro descalzo de metáforas,
sin tinta en la piel ni canto en la palabra,
afónico como un acordeón sin aire,
impotente como una tirita que no pega,
y es entonces cuando me sumerjo en la alberca de tu poesía
para refrescarme la voz y las vocales.

Hay veces, sí, en que desearía limpiarme este sudor de la frente
con la brisa del mar
y desabrochar cada pétalo de nostalgia.

.............Sólo así podría desasirme de tu tristeza.

Hay veces –y no te diré cuántas–
en que moriría por cegarme en la beldad de tus poemas
y emborracharme de falacias e ilusiones
para rodar desorientado por tus labios
como un girasol en la niebla.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 23 de julio de 2010


el sigilo que acurruca mi piel para hacerla tálamo
'Te llamaré Desnudez', Sara Álvarez


Cuando leo tus cartas
me abrazo como si fueras tú quien me abrazara
aunque no pueda abarcar los contornos ausentes de tu espalda.
Quiero acariciarte, pero, como Lavinia,
siento que tengo las manos cortadas.

Mi beso se posó en tu hombro como una mariposa monarca
desnudando la primavera de tus alas con una albricia de pudor.
¿Ves aquel eclipse que escribe epigramas en el nimbo del sol?
Es mi lengua que arrulla tu piel como un relámpago ciego y obediente.

Aprenderé a circunnavegar tus pupilas en el solsticio de verano
como un velero de arena y sol. Te amaneceré en cada latido del viento.
Con el pulso del agua cimbrearé el aro de tu cintura
y emergerás con el porte mayestático de los barcos sacrificados a la mar.
Beberé del rocío salino de tus ojos en el dédalo del sueño
y rodearé la flor de tu nuca con mis húmidos cabellos.

Incluso cuando callo, te hablo,
y cuando duermo te escucho con los ojos cerrados.
Tu voz es la nana que acuna mi piel para hacerla tálamo.
Eres susurro de lluvia en piel mojada.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 21 de julio de 2010


Ya está aquí la noche con su giralda de fuegos.
Ésta es la hora en la que el sol se oculta tras una cortina rosicler
y las pesadillas cabalgan en mesnada.
Los últimos rayos agonizan a dentelladas de oscuridad
y la noche sangra como un vampiro al que le hubieran arrancado los colmillos.
Sin culpa. Sin pecado. Sin remisión.

Qué bella es la sangre cuando llueve al sesgo en la nieve y a la tímida luz de las farolas
los árboles ululan como fantasmas sin techo. En las calles sólo pasean sombras,
jinetes sin cabeza y animales errabundos, famélicos, cojos. Todos muertos.
Fieles adoradores de un dios nictálope.

¿Quién te enseñó a tocar ese silbato de nostalgia?
¿Quién, en su delirio, te trajo hasta mí?

Te fuiste con el primer latido de la mañana,
cuando la ciudad aún dormía como un feto, arrebujada en su placenta de silencio.
En el paisaje de mi piel adormecida el amor dibujaba flores y versos
arropado por la epidermis del sueño.
Te fuiste como las aves que abandonan el nido dejando de las alas el calor.
Te fuiste y no volviste. Y entonces llegaron el frío y las piedras
con su canto de río sin peces.

Me dejaste a solas con esta réproba tristeza en la noche concubina.
Y me perdí en la absenta de las hadas,
en la posología de los instantes vacíos,
entre sinapsis y temblores,
en el burdel de las luciérnagas,
en la migración de los colores
que la luna prostituyó con su lengua meretriz.

Y entonces supe que después de una despedida siempre queda
la marca inconfundible de un cadáver en el suelo
o el corte transversal de una naranja.

El verano siempre acaba con esta canción.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 19 de julio de 2010


No quise moverme
por si este silencio destemplado
sulfuraba las aspas de mi tristeza.

Esta quietud patibularia asusta.
Asusta la lasitud del sueño,
la molicie de las estrellas,
los pasos a medianoche,
la acedía de las horas sustraídas al reloj.

Me voy con el oráculo de la flecha en la diana.
Me fui con el estruendo de la lágrima que se partió en dos ríos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 17 de julio de 2010


No he visto mi futuro en el espejo del agua.
Sólo divisé unas manchas negras que sobrevolaban mi cabeza
como un vendaval de cuervos
..............–maldito test de Rorschach–

¿Renaceré como el águila que se abandona a la soledad de la montaña
parar renovar sus alas vencidas y rotas
..................................................................por el viento?

Cayó el último pájaro de las cenizas de la tarde,
y la fuente rompió a llorar como una nube atravesada por un relámpago.

Cultivaré azucenas en el jardín de tus nieves perpetuas,
porque blanco es el sabor de la inocencia.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 15 de julio de 2010


La más desesperada lucha del hombre es querer dar sentido a algo que no lo tiene; y de todas las cosas que no tienen sentido, la vida es la primera y mayor. Todo en la vida está supeditado a esta orfandad de criatura perdida que busca respuestas y no encuentra a su creador.

¿Cómo se originó la vida? Fue algo azaroso, imprevisto. Un error. La irrepetible combinación de una serie de variables que desafió toda lógica y predicción. La fullería de un tahúr que trucó los dados alterando así el curso natural de los acontecimientos, desarbolando las leyes elementales de la física.

Y sin embargo, fruto de ese error ontológico naciste tú, la criatura más perfecta de la creación (sé que te burlarías de mí al leer esto y me llamarías grandilocuente, no sin rubor). Hija de una madre que nunca te quiso, tú tampoco te querías, pero yo te quiero por los dos. En ti veo a la amante, a la amiga, a la poeta, a la hija, a la madre. Al Amor. Eres todas las mujeres en una. Toda vida nace y muere en ti. Eres el río donde desembocan mis sueños, el sínodo de mis labios cuando entono una canción. Eres lo que yo entiendo por Dios, y son tus poemas mi religión.

El universo es caótico y despiadado. Allá arriba, en la bóveda celeste, las estrellas parecen girándulas. Todo es fuego, llamaradas y explosiones. Un espectáculo pirotécnico que asombra y emociona visto desde lejos, pero que asusta y quema si te acercas demasiado. El universo no estaba preparado para acoger en su seno una forma de vida como la nuestra, con sensibilidad, inteligencia y consciencia. No hay nada más cruel que ser consciente de tu finitud y contemplar en tu cuerpo la decadencia a que nos aboca el tiempo. Ni siquiera las estrellas son inmortales. Ninguna luz brilla para siempre. Todo lo apaga el soplo del tiempo. Paradójicamente, lo efímero de la vida es lo que nos hace vivir más intensamente, porque, aunque breves, nuestras vidas están siempre expuestas a la amenaza del tedio, y ese hastío o cansancio vital conduce en la mayoría de los casos a la aniquilación del individuo, al suicidio. De ahí que sea tan importante mantener la cabeza ocupada en asuntos triviales, dividir el tiempo entre el trabajo y el ocio, sin dejar apenas espacio para la reflexión, buscando compañía para no quedarnos solos. Antes que homo sapiens somos homo ludens.

Este amargo despertar, que nos sobreviene y nos lacera como una fatal premonición en el amanecer de la consciencia y que se nos impone como una certeza indubitable al final de nuestros días, es tan angustioso que nos impele a fantasear con la idea de una vida más allá de la muerte. La fantasía surgió para intentar explicar lo inexplicable, y a menudo la imaginación es tan poderosa que reescribe con bella caligrafía los gruesos trazos de la realidad. Así nació la fe; así también se crearon las religiones. Nadie discute que en su origen tuvieran un propósito encomiable, como es el de aliviar el sufrimiento humano ante la sinrazón de la enfermedad, el dolor y la muerte, pero el miedo es un arma tan poderosa que con ella se pueden gobernar y someter pueblos enteros y civilizaciones.

Por eso, por esta escapista necesidad de huir de nuestra burda realidad imaginando mundos mejores, a menudo confundimos lo que creemos con lo que queremos creer, porque es más fácil, para nuestro sosiego, creer en intuiciones que en certezas (quizá, después de todo, el hombre sólo sea una ficción, o, como decía Heine, “el sueño de un dios ebrio”). Y eso, en el fondo, es saludable. Se llama higiene mental. Porque quien sólo cree en lo que ve, está ciego de verdad; y lo que es peor, cuerdo. Sin una pizca de locura que la endulce, la vida sería un trago demasiado amargo para nuestro delicado paladar, y tomada en grandes dosis, podría ser mortal. La locura es, pues, el mejor antídoto contra ese veneno que inficiona nuestras vidas: la rutina.

Nadie ha ganado todavía esta partida de ajedrez. El tiempo es un enemigo invencible. Esta batalla se perdió antes de librada. Es posible que al morir nada quede de nosotros. Tal vez no exista un espíritu, o un alma, ni siquiera un residuo de energía de lo que fuimos que se transforme en otra sustancia o materia, pero mientras haya alguien que nos recuerde, nuestra existencia no habrá sido en vano, y al morir no habremos muerto del todo.

Hay varias formas de conseguir la inmortalidad, o lo más parecido a la inmortalidad: la propagación de nuestros genes, la perpetuación de nuestro nombre por medio de la fama, y la transmisión de nuestros pensamientos. Eso no nos libra del fin inevitable, pero al menos hace que la vida sea más llevadera. Si tu nombre pasa a la Historia, tu existencia habrá tenido un propósito, y eso es cuando menos consolador. Porque aunque todo final es siempre triste por definición (eso de final feliz es un oxímoron elevado a la categoría de falacia), lo es un poco menos si llegar a la meta tiene recompensa.

La palabra que más tememos es fracaso. Fracaso a no haber hecho nada reseñable, nada que concite y acapare la estima ajena. Fracaso a no haber hecho nada por lo que seamos recordados. Es como si por el hecho de estar vivos tuviéramos el deber de hacer algo útil con nuestras vidas. O más que útil. Antológico, memorable. Perdurable. Sí, ésa es la palabra. Algo que dure para siempre, aunque sepamos que este sueño de inmortalidad es el delirio de un loco. Convivir con la noción de muerte hace que valoremos más la vida, porque frente a la nada, cualquier cosa, por insignificante que sea, parece mejor. Y al estar vivos es como si tuviéramos que pedir perdón a los que ya no lo están, y demostrarles, para compensar su desgracia, que haremos algo provechoso con este privilegio que se nos ha concedido, y que a ellos tan injustamente les fue arrebatado.

La mayoría de la gente vive demasiado preocupada por el dinero como para darse cuenta de que lo verdaderamente importante es hacer con tu vida algo que le dé sentido. Y ciertamente el dinero no lo da. Nunca es un fin en sí mismo. A lo sumo puede ser un medio para alcanzar tus fines.

El amor es lo único que da sentido a lo que en verdad no lo tiene. ¡Ah, ebrio encanto de una noche de verano! Qué no daría yo por volver a clavarme en el pecho el puñal de tu pupila. Aun después de muerta, me sigue llegando el brillo de tu estrella dormida. Y así será por cientos de miles de años, tanto tiempo como viva. Eres fanal en la oscuridad, Faro, vigía y luciérnaga. Esta galaxia es demasiado joven para acunar nuestros sueños de amor.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 13 de julio de 2010


Ah, tu carne traslúcida
besaba como dos alas tibias
Vicente Aleixandre


Despierta,
el sol espejea horizontes de musgo en tus pupilas
y el mar presume de azul.
No hay labios amoratados para este postre de fresas.
Vuelo a tu boca sin alas,
y con un aleteo de labios
bordamos pájaros en el tapiz del beso.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 10 de julio de 2010


Este verano no trae calor a mi pecho,
es de escarcha su aliento tumulario
y me carcome el frío de tus huesos.

Quiero eternizarte en cada pausa de mi poesía,
en cada silencio amante,
en los márgenes de la voz,
en la acotación de nuestros pálpitos,
en los escolios de los suspiros que escribí sobre tu espalda.

No hay versos suficientes
ni suficientemente hermosos
para devolverte todo lo que me diste.

Se descarriló tu corazón por las estrechas vías de la vida
y el cielo se desplomó como un latido en catenaria.

Aún no sé si moriste tú, o si morí yo, o si hemos muerto los dos,
pero aunque mueran los amantes, nunca muere el amor. Los colores
de una pintura no se desvanecen aunque muera el pintor.

Me miraste con el lacónico silencio de los párpados que abdicaron del sol,
y yo cerré los ojos a la alquimia del verso.
No somos inmortales, pero morimos como dioses.
Rodamos como lágrimas de un dios olvidado
por la pronunciada mejilla del universo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 8 de julio de 2010


Te seguiré buscando entre jirones de nubes,
en el agua que murmura acertijos en las fuentes,
en la soledad de los bosques umbríos,
entre piélagos de voces,
en la lluvia vespertina,
en las hojas que revolotean lujuriosas junto al banco,
en el rocío de los pétalos,
en la blanca estela del avión que espolvorea de harina el cielo,
en los trinos de la alondra,
en el resplandor del rayo que ilumina mis noches
y en el tibio donaire de las flores que perfuman mi balcón.

Aunque no te encuentre, te seguiré buscando,
porque sé que estás en algún lugar de mi memoria,
esperándome.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 2 de julio de 2010





Naciste antes de que los árboles cantaran nanas al viento,
cuando noviembre cubría rojizos paseos
y cabrilleaba penachos de espuma en el ríspido mar,
desnuda e infinita como la mordedura encarnada del horizonte.

Hoy los colores tiritan en el albero de tus ojos
como pinceladas en las esquinas de los atardeceres.
Tu nombre, a veces, no me cabe en la tierra
cuando la prim–ave–ra extiende sus alas
para estallar la fragancia del pétalo.

Pueblas los labios míos, centro y latido de agua,
y tejes mis sueños con hilos de plata
creando compases de arroyos cálidos.

Quiero peinar el viento en tus pestañas
para que resumas mi esencia con tus manos de hiedra.

Corre una lágrima apócrifa por la mejilla iridiscente de la luna,
y en un temblor de lluvia, me desnuda
el cosquilleo de la pluma que eriza el alfabeto de mi piel.

Te debates como un rayo de luz en la celosía de mis dedos
y late la noche en mi vientre y es tu misterio
despertando el sortilegio del sueño
en la botánica del lóbulo que alumbra.

Hoy te abrazaré como si no hubiera más tiempo que tus ojos
mientras los párpados danzan su lenguaje universal
y tiemblas como una gota de rocío en mis brazos.

Si tan sólo pudiera tatuar dragones con mi lengua en tu espalda
y parpadear pétalos de amor
en tu nuca de rocío en celo.
Como el aliento misterioso de una loba, te amo.

Tú, Eres:
la fertilidad de mis ojos atrincherados,
el cometa que ilumina fugazmente mi cielo nocturno,
el sigilo que acurruca mi piel para hacerla tálamo,
el canto del arpa que un día fue cisne,
el dragón que siembra albores bajo mi vientre de lluvia.

Abrevo de tu boca fértil,
y vistiéndome los labios de silencio
en la madrugada de tus hombros
una dócil brisa se amotina
con la inmanencia del beso en la nuca.

Somos lo insurrecto de los cuerpos,
el célibe silencio de los ojos
que vierte nidales en la redondez del ombligo.

Ciérrame los ojos con tu noche de luciérnaga en celo
y abre los límites de mi cuerpo
con el arreglo floral de tus pestañas.

Suena una balada trémula.
Tu voz en mi oído desnuda arrabales de fuego.
Todo huele a acacia después del orgasmo.

Renáceme en tu cuerpo infinito,
sé mi péndulo retoñado
en la diáspora de un remolino de viento
donde sueño que me devuelves a la vida;
o acaso transfórmame, hazme sentir cometa.

...........Y la noche entera se abrió como un crisantemo
...........crepitando orgasmos como hojarasca seca de otoño.
...........Y yo quise dormir en su cuello místico,
...........y nos bebíamos como bocas llenas de lluvia,
...........y fui espiga de trigo en el almiar de sus muslos.

No concibo otra victoria que la rendición de tu nombre en mi boca,
avivar este contraluz que te nombra
y ser el temblor que muerda tus miedos y tus labios.

Si fuera un sueño, dime, ¿cómo puedes vivir en mis ojos?

Llevo tu nombre grabado en la corteza de mi soledad
para que tu amor me exista como la vida.
Serás Amado, mi Amador perfecto.

Verde
- voz Sara Álvarez
Azul
- voz Óscar Bartolomé


© Sara Álvarez C. y Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.