Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

jueves, 29 de septiembre de 2011












Perfilo mi silueta contra el sol 
y recorto del horizonte glabro
retales de índigo cielo
mientras el sol enhebra un eclipse
por los ojos de la tijera
y la aguja cose, nerviosa,
la herida filosa de la luz.

Camino por la comisura de los recuerdos
como un apóstata de la luz
o un animal nictálope
que se reúne con su sombra
en el sínodo de la noche,
como una estrella feraz
que dibuja sus vértices
en la geometría del agua
sin preguntarse si aprendió a nadar.

Camino hacia el sur,
hacia la apoteosis del agua,
hacia el suicidio de las olas,
como un verso vagaroso de Alfonsina Storni
–Oh mar, dame tu cólera tremenda–
o un marinero emancipado de tierra.

Camino sin pies en la distancia,
sin medios, sin miedo, sin remedio,
como un eremita de su carne,
un astillero de nubios
o la luz de un faro enclavado en la noche,
eterna secuela de un paso,
siempre agonizante.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 27 de septiembre de 2011




¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?
Házmelo saber, si tienes inteligencia.
¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes?
¿O quién extendió sobre ella cordel?
¿Sobre qué están fundadas sus bases?
¿O quién puso su piedra angular,
Cuando alababan todas las estrellas del alba,
Y se regocijaban todos los hijos de Dios?
Libro de Job

Regresas siempre, tú, melancolía,
Oh dulzura del alma solitaria.
Hasta el fin se consuma un día dorado.

Humilde, con paciencia, ante el dolor se pliega,
Sonando de armonías y de dulce locura.
¡Mira! ¡Ya se hace de noche!

Vuelve otra vez la noche, un mortal gime
Y otro comparte su dolor.

Temblando bajo estrellas otoñales,
Cada año más se inclina la cabeza.
En un viejo álbum, Georg Trakl

La medida del amor es amar sin medida.
San Agustín


Si me preguntaran quién es para mí el mejor poeta de todos los tiempos, respondería sin dudarlo: Terrence Malick. Y si me preguntaran de quién he aprendido más poesía, respondería asimismo: Terrence Malick. Si quieren saber por qué, vean estas imágenes del cosmos rodadas con cámaras Phantom de alta velocidad. Enanas blancas, supernovas, nebulosas, quásares, púlsares, explosiones, erupciones... La vida se crea con el abono de la muerte. La semilla de la Belleza es la violencia, una violencia estroboscópica, una mitosis de fuegos y colores. 

The Tree of Life es la última obra de arte de este hombre sabio, y sería una pieza de museo si no fuera porque las obras que se exponen en un museo están muertas, mientras que el árbol de la vida está y siempre estará vivo. 

El ser en el tiempo y los tiempos del ser (DaseinHeidegger). El milagro de la creación. El origen de la vida y del universo. La crueldad y la belleza de la Naturaleza. La piedad. Un diálogo con Dios, una súplica fervorosa, eso es la poesía (pero poesía también es el milagro de lo cotidiano). Y no me entiendan mal, Dios está en ese rayo de sol que juguetea entre las hojas verduscas de un árbol, en el rocío que empapa la hierba o en una bandada de pájaros; un Dios panteísta que todo lo abraza y todo lo comprende, un Dios holístico o un ateísmo místico.

La música que se escucha en la secuencia de El árbol de la vida es el Réquiem de Zbigniew Preisner, Lacrimosa. Una experiencia que trasciende los límites del lenguaje cinematográfico para convertirse en paz del espíritu y remanso de bondad. Trascendente. Conmovedor.

La poesía coral de Malick es mi Shangri-La.

sábado, 24 de septiembre de 2011



Ésta es una de mis escenas favoritas de cine. Está sacada de la película The Fountain, de Darren Aronofsky. En ella hay más belleza y poesía de la que yo soy capaz de transmitir. No he visto ni leído mejor poema sobre la muerte. En esta escena están reflejadas todas las fases del duelo: desde la negación a la aceptación. Amor, dolor, inmortalidad, trascendencia y misticismo. Xibalbá, el inframundo de los mayas, la nebulosa de una estrella muerta, donde las almas de los muertos viajan para reencarnarse. Después de todo, como dijo Lavoisier: "La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma". Qué conmovedor cuando Tom musita "I'm gonna die", e Izzy le sonríe. Cuánta profundidad en esas pocas palabras, cuánta tristeza. Simplemente desgarrador. Se siente como propia.

A Sara también le fascinaba esta película, y su importancia es tal, que en parte fue gracias a ella que nos conocimos. Aún crece el árbol de la vida, como demuestra el gran Terrence Malick.

I loved you like the darkness loves the brightness of a dying star. Together we will live forever.

No me gusta hacer publicidad de mí mismo o de mis obras, pero quien esté interesado en profundizar en esta maravillosa película puede leer el análisis que escribí en El Parnasillohttp://www.el-parnasillo.com/lafuentedelavida.htm.

jueves, 22 de septiembre de 2011











Tu poesía es una invitación al beso,
una orgía de colores,
un deleite de los sentidos,
y al leerte yo me siento como Tántalo
o el tonel de las danaides,
impotente, frustrado, vacío;
es como estar rodeado de agua
y no poder beber,
o no encontrar mejor abrigo para el frío
que el frío de tu piel.

Me engañó el sofisma del reloj
con su tictac renuente
y la onomatopeya de un beso.

Desperté de un sueño tangente
como un iracundo dios de los truenos
golpeado por una descarga eléctrica.

Todo ha muerto:
el acrobático despertar del sol tras la montaña,
la quiromancia de las gotas de agua en el alféizar,
la prestidigitación de tu último beso en mi mejilla,
el súcubo de la carne que tremola.

Ya no escucho la música lenta de tus manos
galopar por mi cuello con un sifón de caricias,
ni el tumulto de los labios que destejen la bruma
como hélices granates.

¿Recuerdas cuando me arropabas en la finta
de tus muslos con la piel de cabritilla para que salteara
pingües besos con el ardid de mi lengua?

Todo ha muerto,
y la nieve lo cubre todo,
desde el arco de las cejas
hasta el blanco de los ojos.

Todo ha muerto,
y mi corazón es un sofá en el desierto
–desubicado, baldío, árido, roto, seco–,
pues el amor no mata si no muere
y pensarte es como hablar off the record.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.


martes, 20 de septiembre de 2011














Hay un conato de rubor en tu mirada,
como el rabillo irascible de una manzana
o un anzuelo granate.

Hay una filigrana de luz
que pespuntea tus pestañas
como un zarcillo ufano de sol,
un rizo pertinaz
o una serpentina jacarandosa,
y tus pendientes tintinean
como juglares o badajos
semovientes.

¡Mi amor, cómo me sobrecoge
este deshielo de los ojos
en tu siempre primavera!

Quiero acristalar la noche de tu invierno
con un crisol de luciérnagas
para desleír la escarcha del silencio
y que el musgo nunca duerma.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 16 de septiembre de 2011














Como el aliento misterioso de una loba, te amo.
En tus lunares, Sara Álvarez

Puedo verme reflejado
en la luz omnisciente de tus ojos
como un párpado de fuego
o la araña de un pulgar.

Atravesamos cuerpos celestes
y escalamos lágrimas de éter
en flácida caída.
Nos lanzamos a la barbarie del azar
como un beso en unas escaleras mecánicas
o un chapuzón en una piscina de Hockney.

¿Lo oyes?
El silencio rechina los dientes.
Es el reo en el cadalso.
En el corredor de la muerte no se corre;
se arrastran los pies encadenados.
El viento resopla su quemazón
a la lujuria de la mandrágora.

Miro hacia atrás
y se me desliza tu mano
como un billete falso
o un credo falaz;
venal soborno el de las lágrimas
–Orfeo y los ciclistas siempre miran hacia atrás
cuando van a cruzar la línea de meta–

Somos instantes vacíos,
latidos de lluvia y barro,
jirones de una bolsa de plástico
desgarrada en un alambre de espino.

Nos enseñan que con la muerte todo acaba,
que al morir no hay dolor, risa o llanto,
que no hay más realidad que la que vemos
ni más ojos que los que ven, pero yo no estoy cojo y sé
que una pierna amputada duele cuando hace frío,
igual que duele el alma destemplada.
Nadie nos dice que los fantasmas también lloran,
como los vivos, acurrucados en esquinas solitarias,
en sótanos umbríos de umbríos caserones
donde el musgo crece como la soledad, desesperados
por no tener una voz que puedan escuchar nuestros oídos.

¿Dónde quedó el fémur del menhir?
¿Dónde el doblón de la vestal?

Al final todos estamos solos con nuestra voz.

El tiempo es un paso a nivel,
un grillete oxidado, un dado trucado,
un tren veloz y enfurecido,
una cometa roja perdida en el regazo del mar.
El tiempo no es más real que mi locura.

¡Ah, del exilio del poeta!
¡Ah, del fangal de la conciencia!

Ya no dormimos bajo las estrellas
ni escuchamos el murmullo de las fuentes
porque la hierba crece alta en los bancos de piedra
y las verjas de esta celda nos impiden ver.

Abro la mano y gime una luz herida por el pájaro del ocaso
–mi luz tiene grietas como la arena arcillosa del desierto–.
Cuántos mundos hay en una gota de agua,
más de los que nunca podremos ver,
más de los que nunca podríamos imaginar.
Murámonos.
Ardamos en el infierno de los condenados.
Arranquémonos la lengua como un yakuza de Miike.
Bajemos estas escaleras que conducen al agua,
en silencio, siempre en silencio,
al mismo mar donde mueren las cariátides.
Entreguemos las armas,
ofrezcamos nuestras cabezas como trofeo,
capitulemos un adiós definitivo,
pues ya no quedan Troyas por las que luchar
ni rapsodas que canten a la épica.
Todo está dicho entre nosotros.
Perdimos la mano y la partida.

Me dices: déjame,
con esa voz que duele como la escarcha,
pero no puedo dejarte ir porque nunca te fuiste;
y si no estás, alguien tiene que cuidar de ti.

Nuestro amor es el humo en una película de Wong Kar-wai,
una lata de piñas caducada, el secreto musitado al agujero del árbol,
el tren que viaja a 2046 y un bolero de Nat King Cole.

A veces no sabemos por qué hacemos lo que hacemos,
pero lo hacemos. Sólo sabemos que tenemos que hacerlo.
Es nuestro sentido del deber. Con eso es suficiente.

Otras veces el silencio se te clava en las costillas
como un puñal, y no puedes respirar sin esputar un charco de sangre.
Y cuando crees que has muerto,
mueres un poco más.
Pero para un vampiro la muerte es el principio.

Entonces me doy cuenta de que si no fuera por el dolor,
por la angustia, por ese miedo atroz a perderte,
nunca te habría amado tanto.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.


martes, 13 de septiembre de 2011














Esta tarde vi en un paragüero
un autorretrato de Vigée-Lebrun,
aquél tan famoso del sombrero de paja,
que tú me enseñaste, y pensé:
¡Dios mío, cómo se parece a ti!
Tiene tus mismos ojos, tus mismos labios,
tu mismo pelo, y esa sonrisa fruncida
en un pícaro mohín, como si un dedo corriera
la tinta y la difuminara en un sfumato.
Y deseé besarte y sentarte en mis rodillas.
¿Sería por la luz onírica de aquel pub irlandés
o por la segunda Murphy's que acababa de tomarme?
No lo sé. Sólo sé que de pronto apareciste tú
con tu boca de nenúfar y tu piel de bergamota
ovillándote en mis labios con una nube traviesa,
sin celaje, y la noche cayó de mis hombros
enviscada en besos y caricias
como un reloj de arena
o un diente de leche.

Ayer vi un paragüero y no llovía.
El verano se acababa y me acordé de ti.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 11 de septiembre de 2011














Que no puedas perder lo que perdiste
no da tranquilidad, sino vacío.
Noche de nieve, Luis García Montero

Tu Faro se alza sobre un islote
tragado por la inmensa boca del océano
como una lágrima del mar,
como un dedo en la roca que señala al cielo índigo,
ribeteado de franjas púrpuras y malvas,
o una perla berberisca.

Tu silencio es el blando sostén de mis sueños,
la piel del cazador, el dado del tahúr,
la lluvia en el zaguán, el charco que salpica,
la máscara de dos caras.

Lo único que me queda de tu alma
es esta luz afónica
y una esquirla de voz
que roe mi lengua
ávida de sangre;
y en el vórtice del silencio,
un ojo despeinado de lágrimas.


© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 8 de septiembre de 2011



Un día, mientras leía una antología de relatos de Stefan Zweig, encontró una pestaña suya entre las páginas, como un ex libris orgánico o un diminuto punto de lectura. Aquello tenía para él mucho más valor que una dedicatoria manuscrita o una flor prensada; era un milagro, una aparición, un yacimiento arqueológico, un copo de nieve en la seca garganta del desierto. Un impulso irracional y, a la par, supersticioso se apoderó de él, y sintió que la pestaña había estado allí esperándole durante todo ese tiempo, esperando su roce y sus caricias. La sostuvo en la yema del dedo índice, la examinó de cerca y, finalmente, volvió a depositarla donde estaba, delicadamente, como a una mariposa a la que no se le quiere hacer daño ni sacar de su hábitat, o a un volátil diente de león mecido por el beso del céfiro. Le gustó saber que sus manos habían recorrido antes aquellas páginas, impregnadas del recuerdo de su tacto, de su memoria dactilar, y que sus ojos se habían posado sobre las mismas letras que ahora él leía palpándolas como un ciego una cara conocida. Hay algo totémico en nuestros efectos personales, meditó. Y pensó también en que siempre dejamos un rastro de nuestra aura en los objetos que tocamos, tamo de algodón enganchado al pomo de una puerta o retales del espíritu, y a veces, al acariciar ese objeto inanimado, nos sobresaltamos como si hubiéramos oído la sutil vibración de un triángulo. Llevado por un delirio fetichista, deseó con todas sus esfuerzas que existiese una tecnología biogenética capaz de clonar aquel sucinto pelo para traerla de vuelta a la vida. Pero, suponiendo que ello fuera posible, ¿sería la misma mujer que él conoció? Con toda seguridad, no. Tendría su mismo aspecto físico, sí, pero un carácter impredecible. En lo más hondo, en el núcleo de su ser, no se parecería en nada a ella, y, lo que es peor, no le amaría; porque el amor no se puede clonar. Ni siquiera dos monedas que salen del mismo troquel son exactamente iguales. ¿O es que acaso pensaba que sería posible remedar el talento del escritor vienés desentrañando la caligrafía de un simple borrador?

Tras una larga ensoñación, cerró el libro, se retrepó en la butaca y cayó en una profunda somnolencia. El relato donde descansaba la pestaña se titulaba Angustia.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 5 de septiembre de 2011












Adoro el beso infinito del sol en su mirada
y esa luz intensa que se enreda en nuestros labios
como follaje crujiente entreabriéndolos
en un atardecer impostergable.

¿Dónde aprendiste la balística del beso,
si tus labios, cuando me besas,
corren como la pólvora?

Besarte era como pintar de rojo un sol de abril,
asilvestrado, una oleada de púrpura en las sienes,
una zambullida de sangre, un vahído de color,
la alacridad del sol cuando amanece
y el vestido vaporoso de las nubes
que tapan la redondez de la luna.

Cada beso,
cada puesta de sol parece la misma,
pero todas las olas son diferentes.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 3 de septiembre de 2011














¿Cómo sería una vida sin poesía?
¿Cómo sería una vida sin ti?
No sería vida, sería... otra cosa.
Una noche sin estrellas,
una margarita sin pétalos,
un ojo sin pestañas,
un corazón que ha dejado de latir.
¿Cómo puede sostenerse el árbol sin raíces?
¿Cómo puede el pez vivir fuera del agua?
¿Cómo puede existir la belleza lejos de ti?
Sólo sé que en una vida así yo no querría vivir.

Pero vivo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 1 de septiembre de 2011













…y me decías que las mariposas
eran flores de colores
que el viento anima a volar;
pero las mariposas son efímeras;
los colores, eternos;
y las rosas falsas duran para siempre.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.