Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

lunes, 31 de octubre de 2011














Cuando la luna de tu hombro
se tercie en una alondra
y la escarcha procure
el vuelo de la paloma,
no habrá cantos de sirena
ni cera en los oídos.

Cuando caigan las estrellas
en el sayal de los sauces
y manteen al alba su luz tornasolada,
nadie bramará más que esta pavana.

Vendrás a mí llorando –Andrómaca desconsolada–;
los ojos arrasados como templos de Ilión.

................–gloria a los caídos–

El mar te arropará en un catafalco de lirios blancos,
y te dejarás arrastrar por la corriente, hoja bonancible.

¿Qué es este amor sino un universo desdoblado,
un parche descosido o una lágrima deshilachada
en la madeja del océano?

................el amor, todo locura;
................al cuerdo cordura,
................y al loco lo cura.

Los maniquíes nos miran con ojos púnicos, de verde berilo;
sus besos son salados como las ruinas de Cartago.
Tienen tu nombre fruncido en la frente y les baila una ceja.

Soy Empédocles en el Etna y desafío la ascesis de tu fuego.
Soy el río de Heráclito que ha dejado de fluir.
Soy el barco de Teseo, el ojo de Melkart, la luna de Tanit.
Soy tantos yos que ya no sé quién soy.
Tendré que construirme de nuevo.

Sabes que mi corazón es una vasija humilde,
una talla primitiva, la bitácora sin navío.

Te aguardo con la sindéresis del samurái
que perdió el honor en la batalla,
el vientre abierto de golondrinas
y la sangre en el filo de la lengua.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 29 de octubre de 2011












Y en sus ojos titilaba la llama azulada de mi nombre
como un sinuoso relámpago que alumbra el fractal de la memoria.

De sus labios, trémulos y coriáceos, colgaba un beso centelleante,
una promesa seronda y rediviva; era el credo de mi amor, el dogma
de su fe. La voz aterciopelada del sufí.

El horizonte se ensanchaba en un manípulo de nubes pecioladas,
y el bosque, hirsuto, musitaba extrañas letanías. Los molinos
contenían a duras penas la respiración, mientras el agua rezongaba
en la piedra y la campana, a lo lejos, martilleaba penas ya olvidadas;
lágrimas de tan grises, desvaídas.

Al calendario le volaban ya las páginas, y los números danzaban
en una sinfonía crepuscular. El otoño veraneaba como un sol sin
arandelas o el infanticidio de un árbol.

..........Sus muslos, remolino fragoroso donde hago cumbre.
..........Sus pechos, broqueles inauditos.

La noche nos contempla con toda su avaricia de luz.
La noche es un recodo inextricable de la memoria,
una oda leporina, la paja más larga.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 26 de octubre de 2011












Tu voz duerme debajo de mi lengua
como un lobo agazapado en la nieve
o un francotirador que apunta a la cabeza,
esperando el resorte de un chillido
–pull the trigger–
para saltar como un suicida.

En el amor todo cabe,
la noche insepulta y el sol inguinal,
el beso yuxtapuesto y el beso disyuntivo,
el beso de Chagall o los amantes de Magritte.

–el beso es un sintagma de bocas desbocadas,
una sinéresis sublingual, un hemistiquio superlativo–

..............Se puede amar la piel que nunca se ha tocado,
..............y se puede aborrecer lo que se toca y no se siente.

El amor es ése que se aleja con ruido de pisadas en el portal;
unas veces bullicioso, otras veces subrepticio;
luz al anochecer siempre apuñalada.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 24 de octubre de 2011














Cuando me falte todo
y hasta el aire me falte,
siempre me quedará tu poesía
parar respirar en abundancia.

–tu poesía, escafandra espacial,
máscara de belleza–

Todos estamos hechos de estrellas,
pero tú brillabas más que nadie,
como un púlsar en la oscura materia.

Nunca eres la primera en llegar,
pero siempre apareces cuando más te necesito.

La poesía es un anzuelo de luz
en la marea negra del olvido.
La humanidad es el débil eco de un trueno
que retumba en la distancia, un lamento apagado
en las uñas melladas de la soledad.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 12 de octubre de 2011









Apolo besó a Dafne florecida,
que ya en mil hojas verdeaba,
y vertió sus lágrimas marchitas
sobre el vergel que a sus pies
fértil le brotaba.

Me despierto con el hechizo concupiscente de tu aliento
–membrillo tempranero–, y las sábanas bullen sin pleito
en el conticinio de los pies.

Las bocas arrecian políglotas
y los labios se buscan a pares.

–tu boca, jícara de besos, amapola alquitarada,
lene colibrí suspendido, como pluma, en un suspiro,
libélula que el sol tornea, halo esplendente,
brisa estival, berrete de chocolate–

Y me dices:
en tus aspas el cielo gira en un vértigo de colores,
con tu luz vivaz sahúmas el maleficio de mi niebla,
con tu sonrisa cortas el pábilo a mi tristeza
y nuestras lenguas titilan como estrellas gemelas.

–el amor es una ínsula prodigiosa,
un diptongo de labios, un istmo de lenguas–

Y te digo:
soy relámpago azul en tus ojos de noche lluviosa,
soluble tempestad que a tu nube encanta
y caballo de Troya en tus manos amuralladas de tacto,
siempre dadivosas.

–pero también soy el susurro del árbol que agita tus frutos,
remero de besos, ave nómada, telúrico gemido, raíz umbilical,
y en el otoño visto mis hojas de verde veronés, rojo bermellón
y amarillo cadmio–

Me enroco en tus pupilas de negro jaez
como un rey diacrítico; tu cuerpo es mi tablero,
y mi sed es infinita.

Somos el aljibe y la aljaba,
la espada en el agua,
el temible catafracto,
la locura sin estribos.

Y llamé a la simetría de tus pechos Luperca;
y a tus pezones enhiestos, Rea Silvia; y tú llamaste
a mis labios ávidos de caricias Rómulo y Remo;
y juntos fundamos un imperio en el Parnaso.

Adoro la codicia de tu voz
cuando glaseas mi humor glauco y taciturno
en adarves de azúcar.
Adoro, sí, el serrallo de tus muslos,
esa voz calinosa que me llama a maitines
y tu cintura procelosa de odalisca.

–¡qué sol no podrás eclipsar tú, mi pequeña alondra,
qué luna o astro rampante, que la misma Belleza te mira
inquisitiva y celosa, como a Friné ante el Areópago!–

Nos tocamos el laúd de las pestañas,
y un beso sobrevuela nuestros labios
como un áspid porfiado en su zambra.
Pronto llegará el orgasmo, y con él, las alas.
Yo soy un espeleólogo temerario, algo bronco y pendenciero,
y tu lengua es el dragón que custodia mi tesoro.

Y me hallo en tu cuarzo goma arábiga,
pletina de león y suelo ajedrezado.

Aprendimos a amarnos en silencio
para no despertar a la palabra.
Florecimos en el umbral de la piel
como una trémula flor de invernadero.
Fuimos la núbil promesa de un cristal.

–los amantes que están unidos por el ombligo
jamás se desesperan, aunque les separe
un bosque de lanzas–

Se desliza una lágrima por el verano indolente de tu ausencia
como el beso descalzo que se pierde en la orilla del mar
o la girándula de fuego.

–no hay esfinge sin nariz en el desierto
ni corazón que resista al efugio de la lágrima–

He recorrido un largo camino para llegar hasta aquí,
y no pienso irme sin ti.
No te preocupes si me ves triste, doliente o afligido;
puede llover, mas nunca nieva a ras de mar.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.


lunes, 10 de octubre de 2011











Veo un mundo de agua detrás de mis ojos,
un mundo sin diques ni paradigmas
que se agrieta a cada pestañeo,
un mundo turbio, deforme y la-grimoso
como un gran escaparate de muertos.

Veo boca abajo lo que más cerca tengo,
y no tengo miedo.

No nos gusta ver la sangre porque nos asusta mirarnos por dentro.
No nos gusta derramarnos, pero nos corremos.

Qué visceral es el puño ensangrentado que sostiene la balanza,
la quincalla derruida y esa copa de ron añejo
que te pinta un graffiti allí donde debía estar el corazón,
o lo que queda de él, trasunto o alfeñique.

–te vacía y te deja un gran agujero en la cabeza,
y se traga tu silencio y bebe tus lágrimas a borbotones–

Tiramos piedras a las ventanas para espantar a los cuervos
y escupimos a la cara de la puta vida.

–dímelo tú, si no merece menos–

Nos rajamos las venas
–venáticos, nosotros, venáticos y lerdos–
y sonreímos.
Como idiotas.
Mirando a la cámara.
Adulamos la efigie de un dios caído.
Salivamos como perros a los rayos catódicos.
A Camus y a La Náusea.
Al Ser y a la Nada.

Y aun hay quien se pinta la cara de blanco
y lleva una calavera colgando del llavero.

La muerte es un chorro de semen lanzado al techo
y un árbol partido por un rayo;
la muerte es la finitud del beso.

El dedo que apunta a la sien
eyacula chasquidos de ideas incendiarias.
El dedo, cañón humeante y sin tapujos.
Qué macabro es este juego del cazador y la ruleta,
como esa inscripción en la lápida de Lovecraft
que reza: “Yo soy Providence”.

Ya lo dijo Travis Bickle:
“Un día de éstos caerá una gran lluvia
y lavará toda la escoria de las calles”.

Algún día, sí, nuestras cabezas explotarán como calabazas
y todos aplaudiremos satisfechos a la orden del regidor.

¿Who needs a gun when you have a loaded fucking sick mind?

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 7 de octubre de 2011











Algún día todo lo que conocemos morirá.
Morirá Betelgeuse,
la más grande estrella roja,
y morirá también el sol, nuestro sol,
el mar, el cielo y todos los colores
que embellecen la tierra.

–morirán, sí, como tú has muerto–

Todo desaparecerá en una sima de fuego
–incandescente lágrima del Vesubio–,
y nadie conocerá nuestra historia
ni habrá un destino esperándonos.

Lo que somos, lo que fuimos...
¿Qué importará ya todo eso
cuando retornemos al principio
–que es el fin de la memoria,
principio y final de todos los tiempos–,
al embrión de nuestro ser,
donde la oscuridad se expande
como un universo recién nacido?

Recuerda esto:
ni siquiera los dioses sobreviven al olvido.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 5 de octubre de 2011














Y las cenizas se elevaron de la tierra
como hombres sin fe.

Renunciaría al silencio por verte en la palabra,
quemaría todos mis poemas
para encender una fogata en tus labios
y arder como la paja en el fuego.

Nos besamos a espaldas del viento,
con el mar rugiendo en nuestros oídos
–¿o era el galopar de nuestros corazones?–,
mientras el otoño despeinaba las hojas de los árboles
con su rastrillo carmesí.

¿Cuándo volveré a contemplar otro amanecer
en la miscelánea pudorosa de tus ojos
desnudo como un médano?

El amor es un gameto pagado de sí mismo,
la venustez de la perla en el ombligo
o una astilla de luz que se te clava en la nostalgia.

–el amor es también, a veces, una habitación silenciosa de Hammershoi–

Te doy el mar en una lágrima.
Te doy en un beso el olvido.
Bébela,
bésame
y seré tuyo
para siempre.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.


lunes, 3 de octubre de 2011











Tu voz es un suspiro de lluvia y pétalos,
un bancal de alondras perfumadas,
la probidad del primer beso, 
el árbol más alto que el cielo jamás contempló,
un solitario paseo otoñal donde los amantes se besan 
envueltos en un capote carmesí.

En la medianoche de nuestros labios
los besos emergen de una bruma delirante
como dragones sedientos o lunas sin buriel.

–tus labios tienen la hechura del beso acontecido–

Me apego al cielo de tu boca
como el sebo a la vela o la mosca a la miel,
como la crema se pega a la tapa del yogur,
y luego lo lame la lengua.

–delicioso mantecado el de las lenguas
que se relamen de lujuria–

Rebañamos el canope de saliva
con la avidez de la palabra
para embalsamar aún calientes
las vísceras de la pasión
y fosilizar en ámbar
el magma brioso de nuestro amor.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.