Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

martes, 6 de agosto de 2013










Te acercas lentamente. Oyes su respiración, sus latidos, su aliento entrecortado. Y esa arteria que palpita –bum, bum– en el cuello, tan fuerte que parece que va a salírsele el corazón por la boca. Nunca has oído una melodía más delicada y, al mismo tiempo, atronadora. A este lado del río el deseo lo oscurece todo. ¿Acaso es amor? Embriaguez. No hay más de una palabra de separación entre vosotros. No hay aire que separe vuestros cuerpos. Utopía. Qué estrechez la de estas pieles zurcidas de deseo, la de estos pechos torneados por el sol. Qué angostura la de saberse pluma y céfiro. Y los vellos sin estirpe que se erizan en el antebrazo y debajo del ombligo se atraen como cenizas encantadas que quieren volver a hacerse cuerpo. Traes la sed del vampiro. Ha llegado tu momento. Ahora el amor es un desfiladero anchuroso, el palo más alto de un velero. Cierras los ojos. Sientes la humedad de sus labios en tus labios. Su caricia lasciva. Fuego frío. Muerdes la manzana. Una dentellada de acíbar. Un poso de dolor. Gotitas lúbricas que se deslizan por las comisuras como un delta resacoso y ofuscado en su inquietud. Ya empiezan los temblores. Pequeñas sacudidas como descargas eléctricas y mares luminosos. En las bocas, un rumor de oleaje que tapona los oídos. Algo lacustre y oleoso. Grutas marinas. Carúnculas y pedúnculos carnosos. Anguilas de un océano carmesí. Ondulan los sépalos y los zarcillos verdes en inmensas plantaciones de té, y la luna se refleja, coruscante, en un cuenco de arroz. Rielan las perlas en sus ostras opalinas. Escozor. El salitre que se adhiere a la piel después de un chapuzón escuece. Cuánto sudor. Y piensas que no hay rodillas que aguanten este peso. El silencio es musical. Nunca imaginaste que el silencio pudiera ser tan denso. Y tan hermoso. Este silencio es de una hermosura incomparable, como pasear en góndola por el Gran Canal. Mi Serenísima. Pero todo se acaba, y el mundo lejos de ti es un ruido anómalo. Te pitan los oídos. Abres los ojos. Ella ya no está. Se ha ido. Como el sueño al despertar, se ha ido. Y hasta que no vuelvas a quedarte dormido no volverá.

Si es que vuelve.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 1 de agosto de 2013










Para alguien que ha muerto tantas veces sobre el escenario, ¿qué representa una muerte más? Despidámonos disfrazados de payasos, como Edward Hopper y Josephine, y deroguemos de una vez por todas esta Commedia dell'Arte. Y que su aplauso caiga sobre nuestra conciencia. Tú lo sabes. Soy más loco que Pierrot.

Podía haber estado allí, pero no estuve. Podía haberme pasado a mí, pero no me pasó. Porque yo no estuve en ese tren, y sin embargo, estuve en un tren que hizo casi el mismo recorrido, que pasó casi por las mismas estaciones y que atravesó, a menor velocidad, las mismas vías. A veces la diferencia entre vivir o morir está en saltarse un bache del camino o en cerrar los ojos al entrar en un túnel.

Pienso en esas maletas abandonadas, sucias y golpeadas y no se me ocurre mejor imagen de la soledad. Somos el equipaje sin facturar, el asa que perdió a su maleta, el nombre desvaído en la etiqueta, la lluvia ilegible de una misiva extraviada en quién sabe qué anaquel. Leemos y no nos cansamos de llorar.

Miro por la ventanilla y me entretengo dándole forma a las nubes. Aquel cirro parece un escorpión con el aguijón levantado, dispuesto a asestar el mortal picotazo. Aquella otra nube de contornos pálidos y difusos y como pulidos por un buril de luz es un centauro sujetando el timón de una nave. Y aquel cumulonimbo es un zorro con las garras afiladas que rasga el cielo índigo. Las nubes más bajas, las que casi se funden con la nieve derretida de las montañas, tienen una textura vaporosa de acuarela. Allí se pueden atisbar tortugas, peces y extrañas criaturas de oblongos tentáculos. Hay, incluso, gigantes que sostienen en las manos sus cabezas amputadas. ¿Quién no ha jugado a adivinar criaturas en el vaivén de una nube?

Si aquellos seis meses de angustia y espera hubieran servido para luego pasar contigo el resto de mi vida, habrían valido la pena. Y hasta un año que hubiera esperado carcomido por las dudas, sin saber si mi esperanza tendría recompensa, lo habría merecido; no habría sido ninguna merma, quebranto o desdicha. El tiempo no es un sacrificio demasiado grande cuando la ilusión lo supera. Y te diré que incluso ahora que estoy sin ti, con todo cuanto he sufrido en estos años aciagos que han sucedido a tu pérdida, pienso que valió la pena; y si pudiera volver atrás, haría exactamente lo mismo: enamorarme de ti. Porque era feliz en mi tristeza, y nada elevaba más espíritu, y nada avivaba más mi poesía que el deseo de estar junto a ti.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.