Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Y el universo se inició
como en el oratorio de Haydn.
Cántico cósmico’, Ernesto Cardenal

Le llovían estrellas mordidas del pelo
como luciérnagas de un metal raro y celeste,
con vetas incandescentes que ardían fuego
en los élitros calcáreos –de la misma textura
que el azul oleoso y coralino de los cielos–,
o cuantos de antimateria.

Este pulgar de homínido creó el cielo
y los cohetes de chorro a propulsión
como un paraíso fosilizado
aferrado al árbol de su cola prensil,
y qué pequeños éramos entonces,
y qué grises y descoloridos nos veíamos
bajo la luz procrastinada de las estrellas,
sólo un poco más jóvenes que ahora.

¿Pero qué es el tiempo y qué representa para un homínido?
Los arquetipos alargaron su silueta de espagueti
–masa crítica– en la paradoja del abuelo y así fuiste
rotando como un toroide en su disco de acrecimiento,
bien conservado el momento angular. El tiempo
sigue discurriendo inexorable para mí, como una lluvia
nunca satisfecha de su permeabilidad, pero tú, amada mía,
has detenido todos los relojes en el segundero, como si te hubieras
subido a ese tren (EPR) que viaja casi tan rápido como la luz.

–¿pero adónde viaja la luz, y por qué viaja, así, tan rápido, que nada
ni nadie puede alcanzarla?, ¿adónde irá la luz con tanta prisa?–
Zenón, Aquiles y la tortuga. Masa igual a energía.
Yo moriré, y tú seguirás brillando. Con la luz
seguirás. Brillando. Eterna amante brillarás.

¿Podrá desintegrar el tiempo
este entrelazamiento cuántico
o seguiremos moviéndonos en la incertidumbre
como dos corpúsculos
unidos por un mismo azar
con la inviolabilidad latente de una ley física?

El bebé nació al tiempo
como un nuevo y primero Big Bang.
La vida empieza con cada vida que nace;
en cada vida, el tiempo vuelve su contador a cero
y el universo y el espacio se crean de la nada
expandiéndose hacia la nada más algente.

Te lo confieso.
Qué bien me hace este estar lejos de mí,
de lo que soy, de lo que fui,
de la escarcha insoluble de la vida,
así, tan breve que no puedo recordarme,
tan breve que ya he pasado –y tú no me has visto pasar–,
con el corazón henchido de gándaras
–tan zurdo que nadie ha conseguido nunca adiestrar–
y el crisol opaco del profeta.

¿Qué es este vacío sublunar que tanto me llena,
esta dulzura de ser el todo y la nada y flotar
como un astronauta exiguo en el espacio
sin ningún punto de anclaje o fuerza centrípeta
que me ate a lo terreno?

Lo sé.
Son tus ojos, que se cierran
como música callada al colapso
de mi estrella. En tus ojos
la luz viaja sin curvaturas, como
la elipse de un planeta crudelísimo
o el embrión en su urgencia de ser.

Es la levadiza piel de la materia
que se abre, tumultuosa, a tu iris
–¿y acaso no es tu iris una canica irisada,
pequeño y fiel universo
inmenso
como cualquier otra gestación del cosmos
que esta existencia mortal mía
tan insignificante, tan inerme, tan efímera
nunca se verá saciada
en su inagotable necesidad de conocer?–
como una pulpa silenciosa
y palpitante, superficie estremecida
por la fuerza de marea y el tirón
gravitatorio de este agujero negro

supermasivo
al que hemos llamado, ingenuamente, muerte.

                              –pero la muerte no existe, la muerte eres tú
                                                                   y tú eres mi combustión nuclear,
                                                                   mi singularidad,
                                                                   mi metal conductor,
                                                                   mi nebulosa coloidal
                                                                   y mi todo más vacío,
                                                                   un espacio desierto entre dos mundos,
                                                                   electrón y protón,
                                                                   positivo y negativo al fin unidos
                                                                   en un mismo y sólido núcleo
                                                                   por el canon de un órgano tubular–

Tu amor es un halo verde que esplende la atmósfera
de partículas divinas, como el viento solar
cuando golpea el campo electromagnético
de la Tierra, y los polos
son imanes que se atraen los opuestos
girándose el tótem, mutuamente,
hasta el borde más estéril del tiempo.

Ella siempre será ese número primo
en la música armoniosa de los átomos
que danzan su esférico compás binario,
y su amor –ese amor que es onda
y es partícula, que es caos y entropía,
anomalía gravitatoria, horizonte
de sucesos, constante cosmológica,
dimensión incierta y desconocida–
resonará en la fría eternidad
como radiación cósmica
o estática de radio, principio
sin principio, final inverso y revertido.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 6 de agosto de 2015

Como un exiliado de su propia sangre
o una canción remendada.
                                    Yo amo mi sed,
su canje de sombras,
sus gárgaras de luces lácteas,
                           esta báscula femoral
donde los líquenes raspan.

                              Recuesto mi llanto
en tu regazo de praliné
para domarte las vértebras
y los bufones de las rocas.

Yo te amaba sin amarte,
como un alfabeto ciego
que rebosa el croché de la boca
hasta el último tango.

Aquí acaba el círculo
                                con su ave fría
y su tierna voz de alambre.

Lo que venga a continuación
ya no será mío.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 1 de agosto de 2015

Cuántas piedras dejó la sed
en la boca sucia de los peces.
Cuántas ampollas reventaron
por estos ríos negligentes
                  sin émbolos o rodetes.

Tu tristeza me              perfora
las arandelas de la piel
como una fauna autóctona
          difícilmente gobernable
o una nube encarnizada
       en su aliento de mimbre.

                     Eventualmente
te disfrazas en mi nuez
con números ordinarios
y un genitivo muy disperso
a la espera de algún mordisco
            más blando que el mar.

                                Este pie
tiene una orilla gemela
donde rezan los hidalgos
                  al filo del verdín
y un escorzo de hormigas
y un manantial decomisado
de halógenos.

Saborea la ternilla
                             ahora que el dilema
aguanta la presión
                             y la goma reseca
los órganos superlativos.

Se me impone,
                        una vez más,
tu tacto invisible, tu luz
              detenida de cenotes
como una refriega esquimal
o una pared idiomática.

Qué próximo está a vivir,
       me digo, al fin,
esta podredumbre sin tierra.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.