Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

viernes, 25 de mayo de 2012

Sehnsucht (la cometa y el cordel)












Fascinación. La pulsera en el tobillo de Barbra Stanwick. Mortal de necesidad. Necesidad de muerte. Cáustica aflicción. El eterno retorno de lo idéntico. El eco angosto del cincel. Un túnel oculto y clandestino. Diástole de hierro. Chirría. Aquí, en mi mano, una gacela dormida. Mi alma en el silencio azul de un claro de luna. Danza como el diablo. Tu alma ensombrecida de eco y distancia. Se arrebuja plácidamente en la lluvia. Repiqueteo de tacones sobre el pavimento. Rumor de faldas. Pasos que se alejan. Frío y lluvia y granizo. Uñas que arañan el enjuto silencio de un reloj sin maquinaria. Una lágrima estilita mantiene el equilibrio –equilibro de pez fuera del agua– en el vergel del ojo. Su ojo, luna esclerótica moteada de café. La óptica del beso. Gárgola de piedra labrada. Duda si suicidarse. El agua duda en su infinita caída al infinito. Caminos de sirga. Luz blanca y estriada. Una nube calcárea calcina el cielo diletante. Pelos que se retuercen en una espiral agónica en el cuarto de baño, como muñones escamados que piden auxilio. Pelos que se mesan y se arrancan. Sin clemencia. Sin reflujo ni marea. Una araña aplastada. Sangre que se arremolina en el desagüe. Embudo bermellón. Rubor escarlata. El amor. Tu amor era una cometa abandonada en la playa, o el niño que la abandonó; mi amor, copa ofrecida a tus labios secos de arena, grial jaspeado de voz. Cutícula membranosa. La memoria es un fractal o un caleidoscopio. O un traje parcheado de vísceras.

He sobrevivido a la soledad –quimérico
inquilino, jayán aspado y miserable–.
He caminado por la superficie del sol
en una clámide de fuego
y mis pies cosquilleaban en el agua
como alas amputadas.
He atravesado con esta mano
las lentes deformadas
de la nostalgia.

Soy un esquimal de la entropía,
un desierto inoxidable; la ceniza
del ateo. Me poso en ceniceros
porque aprendí que sólo vuela
el que nunca va a quedarse.

–me sobrevienes inerme y fugitiva,
como un olor de la infancia, a lápiz
y goma de borrar, y te digo: que
el corazón se agrande–

Tus ojos de noche cautiva
iluminan el rincón solitario
de mi desnudez, donde
susurran los álamos,
y la luna esculpe las olas
de estirpe maldita y cuello
protuberante con ese brillo
nacarado tan parecido al orgasmo
o a la baba de un caracol.

Eran éstas las manos
que orillaban tu vientre de pérgola
en jinetes proscritos,
cotejando el lieder y el redil.

El sol es una profecía distante
en el glifo de tus labios,
un botín apenas satisfecho,
la sonrisa del tahúr.

Siento el aliento del lobo en la nuca.
Nunca una esquina dobló a la tristeza en un triste papel.
Hace frío allí donde el amor es un ángulo muerto.
Ahora sé que amarte fue la forma más segura de perderte,
como cuando dices adiós y sabes que no habrá una segunda vez,
y te despides con lágrimas en los ojos
y te engañas con promesas baladíes,
y los labios se despegan lentamente
dejando un vacío infranqueable,
como la cometa y el cordel.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

1 comentarios:

Tatiana Aguilera
26 de mayo de 2012, 15:18

Cuando leo algo así, simplemente callo y me deleito. Evito comentar, porque siento que destruyo la creación. Eres un poeta maravilloso Óscar.
Un abrazo.

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