Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

martes, 29 de abril de 2014










El que rápido se entrega, rápido se evade y nunca se completa.

Hoy ha amanecido turbio el aire.
El sol se escondía en algún abecedario nocturno
o frágil cenotafio.
Tu mirada no se posaba ya sobre mi alféizar,
nuca o epitelio, como cada mañana al despertar.
No había luz ni escarcha tras la ventana,
pero tiritaban los pájaros sobre las ramas
enjalbegadas de nieve
con el frío aleteado en un costado
y el viento espolvoreando copos y gemidos por igual.
El amor era una palabra escrita en otro idioma,
un barbarismo,
un ideograma que nadie me enseñó a leer.
Incólume te abrías las venas
y yo suspiraba de placer
mientras te veía morir
desangrada
a mis pies.

No hice nada por evitarlo;
al contrario, en tu agonía me regocijé.

Hoy ha amanecido turbio el aire,
turbio y comatoso, avergonzado
de su propia desnudez.
El sol se escondía de mí
para no mirarme a los ojos –de asesino–
ni darme la espalda –a la traición–.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 18 de abril de 2014













Tú me enseñaste que hay muchos más tipos de luz
de los que el ojo humano puede ver, como ese reflejo
mortecino que, incipiente, se subleva al lamento de tu
ausencia cuando la oscuridad es ser vil y los labios
son fanales.

Hubo un tiempo en que fuimos rehenes de la luz,
fotones de un prófugo sol en un océano de sombras
quiescentes, luciérnagas solitarias que cintilaban
en la noche como un rayo abuhardillado en el epitafio
de una lápida que sólo ha conocido el polvo
del olvido y el sordo clamor del silencio.
¿Recuerdas cómo nos amábamos bajo los árboles
sin miedo a la tormenta? La epifanía del beso
en la nuca, el restallar del mar en los oídos,
esa espiral de caracola en las caricias conturbadas
y su eco, ¡oh, su eco!, de tronco partido por el rayo,
ese amarse en cavidades horadadas, entre médulas
y médanos, ser de la luna sonajeros,
como el resplandor que precede al trueno, aquél
que iluminaba fugazmente nuestras caras lívidas
de sexo en dendritas y ramajes eléctricos, cuando
el suelo retumbaba bajo nuestros pies y podíamos
sentir el peso de cada gota de lluvia al evaporarse
y enredarnos en su eterno rizoma y el cielo
tremolaba y sucumbía bajo su palio dorado
y se desgarraba como un odre de vino
sin techumbre. Entonces éramos ciegos,
dos perros lazarillos que lamen la mano
de su amo, y aun así, nos amábamos.
Amábamos con tacto el contacto
de los párpados silentes, el vendaje
empapado en su negra alquimia, la ceguera
desbrozada, y era el palpar de la noche
nuestro sol más cercano.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 4 de abril de 2014











El tiempo es un río que nunca supe remontar.

Contemplo el universo y es una ciudad fantasma,
un cementerio, una avenida sin recodos, glorietas o tilos,
un álbum de fotos ajadas bordeado de nostalgia. El pasado
escrito en relieve. Voces lejanas que siguen hablándonos
en susurros a través del tiempo y el espacio. Rescoldos
de un fuego que nunca se apaga. Luces distantes que
vemos mucho tiempo después de morir, cuando no existía
nada más real que tu ausencia. Recortes de un periódico
doblado en dos. Todo es una ilusión, una falacia.
Como el sol que sale por el horizonte –¿y acaso existe
ese horizonte?, ¿y el sol acaso sale?– que nunca está
ni estuvo ahí. ¿Por qué se curva la luz del sol cuando
está tan cerca de mi esfera que casi puedo tocarla?
Ocho minutos me separan de ti. Sé que te parecerá
poco, más o menos lo que me ha llevado escribirte
este poema, pero es el tiempo que tarda en llegarme
tu luz. Y yo adoro tu luz. Crezco en tu luz. Lo sabes.

Y en el centro de mi galaxia estás tú, como un agujero
negro supermasivo o un púlsar coruscante. Todo gira
alrededor de ti. Lo que hago, lo que pienso, mis recuerdos.
Todo. Nada escapa a tu gravedad. Todo es atraído
a tu bocana como una nave sin timón ni remos.

Dicen que el fin del espacio es el principio del tiempo.
Allí estás tú, más allá de todo rastro visible, onda
anfractuosa que brilla desde el origen de los tiempos
como una nebulosa que a la oscuridad no teme
o un faro envuelto en llamas.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.