Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

viernes, 30 de abril de 2010


Me miras con el silencio cojo
de los ojos que perdieron su bastón.

Eres ventura solitaria,
descalza peregrina,
arena en la sandalia.

El alumbrado navideño no bastaría
para apaciguar esta noche despabilada de besos.
Pues dime, ¿cómo hacer membresía del beso que a dos bocas separó?

Recuerdo la alegría montaraz de tus ojos,
que a la luz del sol parecían de almíbar,
y abarquillo mi sonrisa en una lágrima
que da a morir en el mar de tus tristezas.

Quiero tocarte,
porque estás tan cerca como la lluvia que golpea la ventana.
Te toco,
pero estás tan lejos como las gotas que resbalan al otro lado del cristal,
tan distantes como las lágrimas que empañan este lado de mi rostro.
¿Qué separa la vida de la muerte,
qué te separa de mí
sino un estrecho panel de vidrio, un espejo de dos caras que no se ven?

¡Oh, artera muerte!
¡Oh, tiempo carcelario!
El fámulo silencio es cómplice de tus iniquidades;
y el recuerdo, tu sicario.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 28 de abril de 2010


Todo se ve borroso en la niebla delusoria.
Es como mirar a través de una lente deformada
o de un ojo de pez.
Las vías de tren se ensanchan,
los árboles se inclinan a los lados
–ebrios de sueño, escorzados de otoño–
y la avenida apaisada ofrece un paisaje de sombras, hojas muertas y ahorcados.

No sé descifrar la punción del ocaso en la médula del alba,
el zigzagueo de la lluvia en la ventana
o el algoritmo de tu ausencia.

Y es que para escapar de ti no basta con remendar besos
con parches de lujuria
o destilar lágrimas en el alambique de la soledad.

Me paseo sobre la corriente eléctrica de un cable
sin miedo al rayo o al vacío,
y así, suspendido en la pérgola del viento,
te observo cual cuervo que grazna versos sobre un poste de telégrafo,
tan inaccesible como el agua de los cactus.

Te hablo,
y las nubes callan con el estruendo silencioso de la pluma
en el despertar de las libélulas.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 26 de abril de 2010


El sol florece en la miel de tus ojos
cuando la prim–ave–ra extiende sus alas
por el ópalo incandescente del ocaso.

Me besas,
y avisto luciérnagas en el cónclave de las estrellas.
Me besas,
y acuno amapolas en tu vientre sahumado.

¿Cómo elucidar el parvo misterio de las golondrinas,
si hiciste tu nido en la elipse de mis brazos?

Si tú me lo pidieras, sería pecado
procrastinar un beso en la abadía de tus labios.

El cielo sangra
y los sueños se dispersan como nubes descastadas
al caer muerta la noche
por el puñal de la madrugada.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 24 de abril de 2010


He ungido tu nombre con el barniz de la memoria
para que siempre luzca en esplendor.

Ábreme las venas y verás
el caudal relicto de tus versos,
tu numen inmarcesible
–mi eterna fuente de inspiración–,
la flama perenne de tu amor.

Hoy te lloraré con la impía certeza
de no volver a encontrarme con el solaz de tus ojos
en la turbulencia de la vida,
pero mañana me limpiaré de lágrimas las mejillas
para inventarte en mis versos.

Mi patrimonio es tu alma;
mi herencia es tu poesía.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 22 de abril de 2010


Los días se desprenden lentamente de la comisura de tu boca
atacados de pánico y fiebre.
La ventisca del olvido arranca la fronda del calendario,
las hojas y los números desaparecen como un año bisiesto,
y te adhieres a mí con el oficio de la hiedra,
como un beso amanecido, en suspensión.

Tus lágrimas coruscan como centellas en la noche solitaria,
y a la luz del crepúsculo simulan estrellas sin dueño.

Vuelan los sueños coribantes
por un cielo anestesiado de luces
cuando el sol esconde su rubor en el miriñaque de la luna.

Me acaricias el pelo con el fulgor del ocaso engatusado
en la barcarola de los dedos,
y yo duermo alondras en tu pecho
con la inmanencia del beso en la nuca.

Nada puede frenar este goteo de días concupiscentes,
esta gangrena de sangre sin miel.

Lloras el destino con la muerte enquistada en los labios.
Te acostumbraste a absorber el dolor como esponja de silencio,
como brizna de soledad,
y ahora que la niebla te circunda, te dejas caer en liviandad.
Has motejado a la noche con un anatema de luciérnagas,
pero nada es suficiente para levantar su faldón.

La virtud está en la luz de tu Faro que funge sol.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 20 de abril de 2010


Esta noche los ojos de la virgen exudan sangre
y la cicatriz de nuestras bocas
se cose con ...... de pasión.

Si me convocas, sacrificaré amapolas en el altar de tu pubis
e inmolaré mi apóstrofe en su cárdena sonrisa
cuando tus labios apelen a la verticalidad de mi nombre.

La noche es alba en la cuña de los muslos
y se yergue elata sobre el sagrario de Venus,
los párpados caen rendidos por el sueño,
la piel resuella exánime, conteniendo el pálpito,
y las flores entonan su íntimo adiós
a los pétalos que nunca se abrieron,
al perfume que nunca eclosionó.

No hay apósito que restañe la hemorragia incontenible de este beso, mi Amor.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 18 de abril de 2010


Esta casa está sorda de pisadas,
ahíta de silencios
–el bastardo silencio de las sábanas que perdieron su calor–,
y hasta la luz parece haberse escondido debajo de la cama.

La oruga del pasado devora el árbol caducifolio de mis días
mientras se me pudren los veranos en la necrosis del sueño.

Hay una salamandra en tu boca de fuego
que hace hoguera de las palabras que robé al tiempo
antes de su fundación.

He golpeado a la noche en la cara
y ahora me mira con ese temblor de párpado hinchado
que apenas disimula su rencor.

La luna es el vientre de alquiler en el que los poetas malditos
inseminan sus versos etílicos, enfermos de amor.

¿Hasta cuándo podré alimentar a las palomas con el famélico pan de los muertos?
No hay migajas para la resignación.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 16 de abril de 2010


Si fuera un sueño, dime, ¿cómo puedes vivir en mis ojos?
'Tú eres luz', Sara Álvarez

Escuece la herida sin gato,
el clavo en la lengua,
su muda aflicción.

A veces me miro y no me reconozco,
pero siempre reconozco mi mirada.

Y es que, ¿cómo ver con otros ojos,
si nadie me enseñó a mirar fuera de mí,
ni lo creo posible?

No hay principio para este final de ojos sin cejas,
de sueños sin sueño,
de labios sin sed.

La boca se frunce con la agonía del pez en la tierra
y los deseos se desvanecen como sombras sin sol.

Algún día buscaremos la calidez humana en un trozo de metal.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 14 de abril de 2010


Ver el Universo en un grano de arena
y el Paraíso en una flor silvestre,
atrapar el Infinito en la palma de la mano
y la Eternidad en una hora.
William Blake


Hoy no te hablaré del nacimiento del universo
en las líneas fugitivas de tu mano,
ni de los pétalos inmarcesibles en el gradiente de la luna
o de los grilletes de mi soledad.

Hoy te abrazaré como si no hubiera más tiempo que tus ojos,
como si tu muerte fuera a mi vida
lo que mi vida es a tu amor,
inmortal.

He hallado el infinito
en la apnea de la mariposa que baña sus alas
en el venero del sol.
En su efímera belleza he auscultado el transido pálpito de tu corazón
en su tránsito hacia la luz,
y ahora tú y yo latimos al unísono, como un violín sin cuerdas,
como una vieja canción.

La eternidad es una mancha de carmín en una taza de café.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 12 de abril de 2010


Mis labios diletantes agasajan tu vientre esmerilado
con la sevicia del beso.
Con esmerado puntillismo
acomodo mi saliva en la azarosa composición de tus lunares
y extraigo gemas del yacimiento mineral de tus muslos.

Exploro las galerías del placer subterráneo,
analizo la formación geológica de tus espasmos
a la luz del rocío
y me acurruco, ovillado, en la tibia oquedad de tu ombligo.

Te toco, y vuelan mariposas de mis dedos.
Me tocas, y cantan alondras en tu pelo.

Te hundes en mi boca
con la torsión de las lenguas
en la hélice del verbo.

Nuestro amor es la tempestad seminal que remeje las mareas,
el oleaje de la aurora,
la espuma del cantón.

Serigrafíame tu nombre en la espalda,
para que siempre que me acueste
sean tus labios mi canción.

Con tus besos atizas las ascuas en el brasero de mi pecho,
y al sellar mi boca con el metal candente de tus labios
me quemas la piel como el sueño incandescente de una luciérnaga
en el sofisma de la noche.

Abrazarte es como comprimir el universo en una cáscara de nuez;
un paseo clandestino por la falda de la luna.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 9 de abril de 2010


Hoy el día ha amanecido ebrio, resacoso,
como si el sol se hubiera bebido la noche de un trago
y vomitara un enjambre de murciélagos.

Nunca sale el sol en tu ventana.
La tristeza es el vaho que empaña el canto del alba.

En mi piélago de ausencias
no hay más mar que tu ensenada,
y cuando por ti lloro los ojos me estallan
en la perfecta ecuación de una lágrima.

Esta noche no descorcharé estrellas en la vaguada de la luna,
ni bautizaré con champaña el mascarón de tu barco de papel.
Los vientres hinchados de los muertos flotan en el agua
como corchos sin botella
y Caronte surca la Estigia en balsa amada
sin óbolo ni dracma.

Al mudar de piel las serpientes se embozan con la casulla del pecado
e inficionan el río de ratas.

Tienes la boca amurallada de gritos
y esa mirada de nostalgia que madura temprano
en los corazones desgajados de realidad.

Las columnas de tu dolor forman un arco más grande que las vértebras de la jirafa.

Tu sombra camina conmigo por el pantalán del olvido
hacia un océano sin estrellas ni estribos.

Las tijeras de la noche recortan en el cielo los retales de mis sueños,
y las nubes suben por la cañada como ovejas trasquiladas
que se deshilachan en jirones de lágrimas,
abrigándome con el vellocino de su tristeza secular.

A la llamada de tu nombre, mi mano tiembla
en la empuñadura celeste del verso que desenvaina recuerdos,
como los espasmos de la mosca en el telar de la memoria.

La soledad no tiene ojos, pero llora.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 6 de abril de 2010


Le contaron que aquella terrible noche en que se apagó la última luciérnaga que cintilaba en su pecho su voz clamó desde las oscuras profundidades de la tierra llamándole de un modo perentorio, desesperado, como el telúrico grito de un bosque devorado por las llamas.[...]

[...]Quería llamarle y oír su voz por última vez, antes de que el silencio sofocase el cada vez más débil y amortiguado latido de la vida. De algún modo, en aquellos agónicos instantes ella supo, con la clarividencia que sólo dan la proximidad y la consciencia de la muerte, que su vida se consumía tan rápido como el pábilo de una vela, que toda su cera se había derretido y que a su llama titilante le había llegado el soplo final.[...]

[...]Por doloroso que fuera, sus ojos debieron oír las cuerdas rotas de su canto, para nunca olvidar aquel silencio de acordeón. Porque hasta el acerbo resabio de la última gota de su vida era un trago más dulce que el más dulce néctar que su boca pudiera paladear. Un elixir como ése nunca más lo volvería a probar.[...] Qué triste, mi Amor, cuando la lasitud de la muerte separa las manos anudadas de los amantes.[...]

[...]Y ahora todos esos sueños tan queridos se habían desmoronado como un castillo de naipes por la cruel baraja del tahúr destino, y permanecerían enterrados para siempre en el limbo de los sueños rotos, amputados de realidad, entre las cartas marcadas de la muerte.[...]

[...]Al caerse el telón de los ojos, en el proscenio de su boca, iluminada por las candilejas de la nueva vida que acababa de nacer, tembló y batió las alas una mariposa recién salida de la crisálida. Con ingrávida ligereza, hizo una pirueta en el aire y voló hacia la ventana abierta, atravesando el disco solar y bañándose en su próvida luz, pero ninguno de los allí presentes la vio. En sus alas moteadas tremolaba un lejano resplandor. Su alma se había elevado al cielo y viajaba al infinito, a la nebulosa de una estrella muerta, Xibalbá. Como Psique, había alcanzado la inmortalidad.

Era un 23 de junio, y aquel día, a pesar de que los rayos de sol jugaban alegremente con las lágrimas secas de sus pestañas abatidas, la alondra no cantó. Ahora tengo un año más y dos vidas menos. Mis cabellos han perdido el pigmento del sueño, y mi alma ha envejecido los años que tu cuerpo no vivió.[...]

[...]Jamás olvidaría el desmayado timbre de su voz, ni su llanto de niña abandonada. Aquélla tenía que ser la voz de la Eterna Tristeza. El abrigo de mi voz no te quitó el frío de los labios, ¿verdad, mi Amor? Lo siento tanto.

“Habré de morir para dejar de nombrarte”, dejó ella escrito a modo de epitafio. Pero se equivocaba. La muerte no había apagado el eco de su voz. Él aún podía escucharla en lo más profundo de su piel de silencio, llamándole desde el umbral de la memoria.

Meses después de su partida, él aún seguía llamando a su número o enviándole mensajes en fechas señaladas, como su cumpleaños o Año Nuevo. Una parte de él, la más racional, sabía perfectamente que nunca le respondería –no podía responderle, estaba muerta–, pero otra parte –quizá la parte más fuerte de las dos, la soñadora–, no había dejado de fantasear con la idea de que de pronto volvería a oír su voz al otro lado de la línea. Y con toda seguridad, volvería a oírla sonreír, espléndida de vida. Como el bosque en el deshielo, mi siempre primavera.

[...]¿Cuál no será la grandeza del amor que ni siquiera la muerte logra extinguir sus rescoldos humeantes? Él siempre esperó aquella última llamada, aun a sabiendas de que nunca se produciría, al menos no en los estrechos márgenes de la realidad.

© 'La última llama(da)', Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 3 de abril de 2010


Tras de un amoroso lance,
y no de esperanza falto,
volé tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.
San Juan de la Cruz

Persigo nuestros sueños rotos como el gato persigue a la mariposa,
queriendo alcanzarla pero sabiendo que nunca la alcanzará,
porque por más que corra y salte, nunca podrá volar.

Sólo en mis sueños soy yo.
Sólo en mis sueños eres conmigo.

A falta de más, lo eres todo para mí.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 1 de abril de 2010


Si el hombre llegara a vivir aquí más tiempo, todo lo que hay en él de espíritu se extinguiría.
Nathaniel Hawthorne

Con qué ansia lame el céfiro el rocío hialino de las flores,
como si quisiera deshojar en sus pétalos su mal de amores.
El aroma de las rosas es deletéreo para el frágil corazón de la noche.
Las lágrimas ardientes son la belleza robada del beso.

Cuán rápido se nos va la vida y con qué lentitud viénese la muerte,
que la vida es enojosa por lo breve del deleite,
y hasta la muerte, de morosa, enfurece.

¿Cómo sabríamos que estamos vivos si la muerte no nos lo recordara con su sordo lamento?

Cuando creo que estoy solo,
tu silencio me recuerda que la tristeza me acompaña.

Lo que más siento de morir es que tú mueras conmigo,
porque al morir yo no habrá nadie que te escriba,
y tu recuerdo se perderá junto al mío;
triste e inevitable sino de todo lo que, como el hombre, es finito.

¿Podrán el amor y la poesía impedirlo?

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.