Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

miércoles, 27 de enero de 2016

Me pides lo imposible,
y aunque yo nada más quisiera,
no sé cómo dártelo
sin quebrarme antes los nombres de los huesos
que el miedo me juró que roería
al faltarme tú.

A veces se me pegan las tristezas
como un caramelo en el cielo de la boca,
y la añoranza, esa añoranza pingüe
que embrea los barcos de tierras avistadas
y gaviotas, se abate sobre nuestros hombros
con su instinto polinizador, fecundándonos
los mares de los ojos con un azul intenso
parecido al adiós.

Oteo entonces un beso
en tu islote de silencio,
sin claros ni videncias,
que despierta a la voz intrusa
de su lengua vernácula,
y es tu luz un bastón temulento,
y es mi oscuridad un batallón de castigo
o un bolsillo dado la vuelta.

Tu llanto me taladra los ojos
y me ciega los oídos
con la negligencia de las guerras modernas,
luces sobre un fondo verde,
relámpagos sin trueno
o truenos sin relámpago, tanto da,
un sordo resplandor en lontananza,
una esquirla de negra sangre coagulada,
metralla de pájaros muertos,
girasol despeinado en la noche beligerante
que me colorea los agudos
con los más graves silencios.

Así mis ojos, cuando te en-sueñan,
se mueven a uno y otro lado
bajo los párpados sedeños
como dos pies rápidos e inquietos
que, seducidos por la música,
o su himeneo, buscan hacerse camino
entre partos de lunas cadavéricas
sin saber que su claridad
es el epílogo cruel de la memoria
(me-moría).

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 23 de enero de 2016

Esta noche he soñado contigo, pero tú no querías verme. ¿Cómo puede un sueño mío invocarte y tu rostro, tu amado rostro, no aparecérseme? Todos a mi alrededor te veían, todos excepto yo. Y yo, qué remedio, a solas con mi desazón, tan triste que no sé cómo la tristeza del encantamiento no me despertaba, les preguntaba a ellos por ti, que qué hacías, que cómo estabas, si pensabas alguna vez en mí. Estaba desesperado por verte, por un gesto tuyo, una palabra, una efímera visión. Estaba, en verdad, tan ansioso y desesperado, que cualquier cosa, incluso el más impersonal de los abrazos, me habría hecho feliz. Mas nunca llegaba ese momento, y yo, claro, seguía desesperando. Creo que al final, para ganarme tu atención, te compuse una sinfonía, y en mi sueño, tan vago y nebuloso como todos los sueños, aquella música de cámara sonaba a Schubert, 'La muerte y la doncella'.

sábado, 2 de enero de 2016

He llegado tarde
al fin de la promesa
que yo mismo me hice
tiempo, mucho tiempo atrás,
cuando el azar conculcaba
el principio que separa
las yemas de nuestros dedos
en una lemniscata absidal
y la soledad era un número primo,
impar,
impar imparable y soledad solitaria,
más solitaria, acaso, que aquella flor
que velaba el cadáver insepulto de Robert Walser
en la nieve de Herisau, y el destino
aguardaba, resfriado
e impaciente, en mi zaguán,
enmohecido por la lluvia
de mil noches sin sus lunas.

Y yo
que te amaba como quien dice más mejor
sin pensarlo mejor más, ¿cómo haré
para resucitar el rojo impronunciable de tus labios
malheridos por tantas palabras
que nunca fueron dichas
o escuchadas?

Así contemplo ahora
la luz deshabitada
de esos ojos tuyos
sin aleros ni escarcha ni armiño invernal,
de esos ojos que perdieron
la sed de su floresta
para hacerse cruel basalto.

Dime,
¿por qué te empeñas
en morarme los párpados silentes
con estrellas bondadosas y jilgueros,
si yo, en tu nombre, rasgo y pliego
las hojas al viento abriendo, al sesgo,
el capítulo inmediato de la voz
en bancadas de fútiles pájaros?

Dime,
lo que nunca ocurrió, ¿ocurrirá?

Hagámonos los muertos
ahora que nadie nos ve, que la noche aún
es prematura y ligero el sueño
y los muertos no saben que lo están.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.