Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

lunes, 23 de septiembre de 2013










¿Crees que podrás conjugar mis lágrimas con tu amado verbo?
¿Crees que podré hacer callar los labios de esta herida
sulfurosa si tengo el silencio cosido a mi piel?

Arrastro el pálpito herido de todos los pájaros
que se empaparon las alas en la pez,
y me enquisto en tu debacle. Te miro
como un pasado pisado por un tropel
de niños ruidosos, y me siento en la frontera
del tiempo a ver cómo se nos hunden los barcos.

–y al hundirte, yo me aferro más a ti–

Despierta ahora y corre,
que del corazón sólo queda ya el vómito
y la náusea es infinita.

El amor es ese calor residual que atesoran las sábanas
cuando su cuerpo ya no está y la piel añora su cercanía,
esa proximidad desubicada que sólo otorgan los vestigios
de una civilización fronteriza ya sepultada bajo capas
de tiempo y arena; el amor fosilizado de todo oasis yacente.
Nuestro amor es ese arrullo que no paga aranceles, la aduana
de las manos que se tornan sombras quebradizas, allí, justo
allí donde el palomar es de un recio añil y el aliento amenaza
lluvia, allí donde los labios despluman un cáliz de versos, besos
que litigian con el sol y que marean como un giroscopio, besos
que ululan en el crepúsculo como una puesta de sol a orillas
del Bósforo o una diáspora de mariposas en su infatigable
búsqueda de color.

No nací para hacer historia,
ni seré recordado en los días venideros,
mi nombre desaparecerá como tantos otros
en las negras aguas del Leteo,
pero la poesía que tú me has dado, esa poesía,
tu poesía, trascenderá cualquier espacio,
lugar o tiempo.

Porque tú me sabrás el coribante de tus sueños
cuando retumben los tambores y la lluvia
penetre por todos los recovecos y se explaye
por nuestros poros con su espléndida munificencia.

Y al morir no habrá nada más que esto
–poemas sobre cráneos y cuencas vacías de versos–,
pues hasta para morir hay que saber hacerlo bien.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 12 de septiembre de 2013













La vida es una herida que sólo curar puede la muerte.
¿Eres tú el círculo que cierra todas mis heridas?
¿Eres tú la poesía que restalla en mi cabeza?
Los faros se ciñen a la luna, y al abrazarte
sé que somos un bosque desnudo, un pie apenas
insinuado a la lluvia. Lo sé y no me preguntes cómo.
Mi verdad es absoluta. Mi verdad es un templo sumergido
en oleadas de espuma. Presto oídos al rumor de tu decir
–y tú sabes decirme como nadie–. Oigo el callar de tu mirada.
Su profecía fragorosa. Tus ojos son un espejo de silencio
–espejo glauco y nepente donde al dormir lavo mis heridas–.
Tus ojos son un espejo de silencio y en ellos me adivino.
Tus ojos amortiguan mi llamada cuando al llamar te nombro
disoluta. ¿Qué fugitiva llamarada es ésa que enciende
tus mejillas y repuebla todos mis cendales?
Haces bien en silenciarte, pues en tu callar está en mi derrota.
Amar es creer que todo puede ir bien cuando sabes que todo irá mal.
La vida te enseña a creer que el amor, este amor, es un engaño
necesario, pero ¿qué hay de necesario para un hombre tan superfluo?
¿Qué hay más necesario que desengañarse para morir bien?

Y morir en el espacio con una bonita vista de la Tierra. Tan azul,
tan ingrávida. Como una de esas canicas de colores
con las que jugábamos de niños. La pubertad cercana a las Pléyades.
El universo en una canica. Empieza la secuencia infinita,
la repetición de lo que algún día es y será. No dejas un solo número
al azar. ¿Qué cálculos harás para devolverme la noche?
Me dejo seducir por el mecanismo imperfecto de tu corazón,
por su arritmia dionisíaca. Me dejo atravesar por tu lanza de luz.
Me falta el aire. Enséñame, Dios, tus matemáticas inmorales.
Enséñame el bautismo de los soles. Enséñame a brillar
en la oscuridad como una tumba de luciérnagas.
Enséñame cómo haces para estar en todas y en ninguna parte
y yo te adoraré sin bajar la vista del cielo. Te adoraré, sí,
sin misericordia, y seré, te lo prometo, tu siervo más devoto.

El viento que un día agitó tus cabellos,
ese viento nunca más volverá a silbar en mis oídos.
Descansa en mí o muere, yo te imploro.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.