Te acercas lentamente. Oyes su respiración, sus latidos, su aliento entrecortado. Y esa arteria que palpita –bum, bum– en el cuello, tan fuerte que parece que va a salírsele el corazón por la boca. Nunca has oído una melodía más delicada y, al mismo tiempo, atronadora. A este lado del río el deseo lo oscurece todo. ¿Acaso es amor? Embriaguez. No hay más de una palabra de separación entre vosotros. No hay aire que separe vuestros cuerpos. Utopía. Qué estrechez la de estas pieles zurcidas de deseo, la de estos pechos torneados por el sol. Qué angostura la de saberse pluma y céfiro. Y los vellos sin estirpe que se erizan en el antebrazo y debajo del ombligo se atraen como cenizas encantadas que quieren volver a hacerse cuerpo. Traes la sed del vampiro. Ha llegado tu momento. Ahora el amor es un desfiladero anchuroso, el palo más alto de un velero. Cierras los ojos. Sientes la humedad de sus labios en tus labios. Su caricia lasciva. Fuego frío. Muerdes la manzana. Una dentellada de acíbar. Un poso de dolor. Gotitas lúbricas que se deslizan por las comisuras como un delta resacoso y ofuscado en su inquietud. Ya empiezan los temblores. Pequeñas sacudidas como descargas eléctricas y mares luminosos. En las bocas, un rumor de oleaje que tapona los oídos. Algo lacustre y oleoso. Grutas marinas. Carúnculas y pedúnculos carnosos. Anguilas de un océano carmesí. Ondulan los sépalos y los zarcillos verdes en inmensas plantaciones de té, y la luna se refleja, coruscante, en un cuenco de arroz. Rielan las perlas en sus ostras opalinas. Escozor. El salitre que se adhiere a la piel después de un chapuzón escuece. Cuánto sudor. Y piensas que no hay rodillas que aguanten este peso. El silencio es musical. Nunca imaginaste que el silencio pudiera ser tan denso. Y tan hermoso. Este silencio es de una hermosura incomparable, como pasear en góndola por el Gran Canal. Mi Serenísima. Pero todo se acaba, y el mundo lejos de ti es un ruido anómalo. Te pitan los oídos. Abres los ojos. Ella ya no está. Se ha ido. Como el sueño al despertar, se ha ido. Y hasta que no vuelvas a quedarte dormido no volverá.
Si es que vuelve.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.