Hace un año estuve en esta misma playa y escribí tu nombre con mi dedo sobre la arena; ya sabes, eso que hacemos los enamorados cuando sentimos nostalgia. Tu nombre ya no está aquí, como tampoco estás tú. Nada perdura; es una lección que aprendes muy joven. Miro al cielo y veo el mismo sol, ese sol que parece infinito pero que algún día dejará de brillar, y no calienta lo mismo –not even stars shine forever, como dejé escrito en algún lugar–. Ni siquiera está en las mismas coordenadas donde lo vi por última vez. Sus rayos casi no tocan mi piel. Está frío, agostado, seco. Es la misma playa, pero no es la misma arena. Es el mismo mar, pero no es la misma agua. Todo está en continuo cambio. Se renueva. Perpetuum mobile.
Tu ausencia está poblada de recuerdos. Ya no estás –no imagino más triste certeza–, pero sigues estando. Incluso la ausencia ocupa un espacio, un lugar, ese mismo lugar que deja. Somos partículas elementales. Partículas de Dios. Interactuamos. Y luego queda un remanente. Un vacío inalienable. Como la humedad que deja un beso en los párpados. Nadie desaparece del todo, y menos tú, que eres inmensa, porque el vacío no es la nada.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.