Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

martes, 24 de julio de 2012












Hace un año estuve en esta misma playa y escribí tu nombre con mi dedo sobre la arena; ya sabes, eso que hacemos los enamorados cuando sentimos nostalgia. Tu nombre ya no está aquí, como tampoco estás tú. Nada perdura; es una lección que aprendes muy joven. Miro al cielo y veo el mismo sol, ese sol que parece infinito pero que algún día dejará de brillar, y  no calienta lo mismo –not even stars shine forever, como dejé escrito en algún lugar–. Ni siquiera está en las mismas coordenadas donde lo vi por última vez. Sus rayos casi no tocan mi piel. Está frío, agostado, seco. Es la misma playa, pero no es la misma arena. Es el mismo mar, pero no es la misma agua. Todo está en continuo cambio. Se renueva. Perpetuum mobile.

Tu ausencia está poblada de recuerdos. Ya no estás –no imagino más triste certeza–, pero sigues estando. Incluso la ausencia ocupa un espacio, un lugar, ese mismo lugar que deja. Somos partículas elementales. Partículas de Dios. Interactuamos. Y luego queda un remanente. Un vacío inalienable. Como la humedad que deja un beso en los párpados. Nadie desaparece del todo, y menos tú, que eres inmensa, porque el vacío no es la nada.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 13 de julio de 2012















Pájaros, ilustración de Rubén Martínez

Cuando muriese, no sería su fin. Sería el fin del mundo.
Cosmópolis, Don DeLillo


¿Sabías que un lápiz puede dibujar una línea recta de hasta 56 km?
Imagínate un poema que enfile desde mi puerta a tu casa,
como esas líneas que muestran el camino de salida del laberinto
–el ovillo de Ariadna–
o la llave que abre las siete puertas de Tebas.
Asfaltaría una nube con tu nombre y te cobraría una sonrisa
por todo peaje. No me digas, no, que soy tan avaro como Caronte.

Para cada persona hay una canción.
La tuya es una lluvia invertebrada,
el rímel de pétalos que descorren mil lágrimas,
la levadura inmarcesible del sol; la mía,
la mía es una flora antojadiza,
una lluvia estacionaria, la anatomía
del poliedro, la coda disoluta del caimán.

Nunca estuviste aquí,
pero yo te veo en todas partes:
en cada brizna de sol,
en cada pliegue del agua,
en cada cenefa de espuma,
en la brisa salobre que rocía mi cara,
en las rocas salientes,
en las islas brumosas,
en las hojas marchitas,
en las barcas varadas,
en los dedos del viento
que con tanta prestancia
rastrillan mis cabellos.

El mundo no acabó contigo,
pero mi mundo acaba en ti.
Finisterre.

Lo sé.
Siempre lo supe.
Tú eres el cielo enjalbegado de nubes,
el mar estarcido de estrellas,
la punta del iceberg donde naufragan todos mis versos.

–y mis palabras caen a chorro
como aldabas afónicas
o rayos inertes de un sol cianótico,
y mis pies se mueven
y la Tierra se mueve con mis pies
cada vez que tus hombros pestañean–

Te amaré en los raigones de la carne,
en los médanos del sexo,
en el bisbiseo disoluto de los labios
y en el mar coagulado de esperma.

Te amaré allí donde rechina el silencio
y crascita el orgasmo como la sombra
de un pájaro ciego.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.