En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.
Como el baile de la muerte
de dos estrellas muy próximas
en un sistema binario,
desde el principio nuestro amor fue
una huida hacia la luz
y un colapso gravitatorio
que sólo puede acabar
con dos galaxias
fundiéndose en una.
Es el ciclo de la vida –ouroboros–,
cataclismos, reacciones nucleares,
nubes de polvo y gas, supernovas,
y el nacimiento de una nueva estrella
allí donde murió otra.
En esta tarde
de amarillos recovecos
el sol me mira
con la luz inhóspita de un muerto
y el mar afila sus aristas blancas
incrustándose en las rocas
como un parásito de sal.
Las nubes de tu frente
son peces y uñas de azúcar que la tarde parcela,
y en su mecánica de fluidos
los amantes se lamen los poliedros
con el envés de las lenguas. Soy el arañazo
feroz en la carrera delictiva de una media
que la prisa no repara si el calor fuerte no aprieta.
Aquí, en el bulevar de los mártires apuestos,
yo me arrimo a la imposible geodesia de tus vértebras
para flotar como un flagelo azul
en la cadencia exacta de su rala melodía
y tiemblo como un mar de jade en tu orilla afrutada
y blanquísima y tu boca
hiere mi piel como una espada silenciosa
y nuestros gemidos se los lleva lejos –a otro universo,
a otra isla, a alguna remota piel broncínea–
la marea que ya sube.
Tu nombre será el último sabor que mi lengua guarde
cuando la memoria sea ya un pecio en el océano
y el olvido libere su nepente.
Nunca nada fue ni será
donde el viento aúlla su locura
a los cachorros.
Siempre, detrás de mí, unos pasos.
A veces son rápidos,
como los menudos pies de una muchacha
que llega tarde a su cita
y el maquillaje se le corre
por la lluvia y el sofoco.
Otras veces, en cambio,
son profundos y graves y amenazadores,
como el asesino que esconde
su rumor tumultuoso
tras la pacífica protesta del gentío
o el zapato que apaga, mezquino,
la colilla.
Siempre, detrás de mí, una sombra.
Podría ser mi sombra
o tu sombra, pero es algo más líquido,
más agraz, como una araña viscosa
que arrastrara su vientre disforme
por un universo mínimo.
Todos tenemos un doble
que nos afrenta la mirada
como un buitre jactancioso.
Y su piel palideció bajo la roja certidumbre del beso.
Parece que te fuiste,
y sin embargo, nunca estuviste más cerca.
Como esa luz fósil
del astro que perdió su llamarada
en la aventura del tiempo y la materia,
el eco de tu piel, su arrullo místico
y su mística pavesa, aún inflama mi piel
arañando nebulosas de estrellas muertas
con la nostalgia de la luz.
Cómo puede ser, a menudo me pregunto,
que lo que ya no esté
siga siendo, que la luz que se extinguió
en otro espacio, en otro tiempo,
brille nueva en mundos nuevos,
o cómo de la más fría oscuridad
puede surgir una bola de fuego.
En este universo nuestro tan desconocido aún,
tan por explorar, tan antiquísimo e inmenso,
hay fenómenos difíciles de explicar –los colores,
la luz, el océano, la vida con sus muchos reinos–,
antes magia que ciencia para los legos,
pero que sabemos que existen con certeza.
Y ahora yo te pregunto:
el ciego que nunca vio,
¿cree acaso en lo que a oscuras palpa
y despierto sueña con los ojos abiertos?
¿No reside su fe en aquello mismo que ve sin verlo?
Como un mar insólito
que naciera del cráter
de unos ojos lluvianos
o una boca embaucada
por su húmedo oficio
o un novísimo altar
en la lengua derrelicta.
A veces tu tristeza se me muestra
y me señala y pisotea
como un perro caminando bajo la lluvia,
tristeza húmeda y resbaladiza
en una mañana de un domingo cualquiera,
por siempre jamás olvidada.
Mírame ahora.
Soy la persona que nunca quisiste que fuera;
soy el poeta que nunca quiso ser.
Y sin embargo, soy.
Desperté y estaba solo
–enésimo arrebato místico–.
Esta noche no es una noche cualquiera,
susurraste, enigmática,
mientras la luna ungía de besos tus luengos cabellos
con su luz cenicienta. Hoy morirás
como un ciervo arrodillado frente a los faros de un coche.
Yo dibujaba ciervos en las voces altas de los árboles
y al volver la espalda las sombras me gritaban.
Es muy tarde y el futuro canta
en otros labios.
Hoy tu tristeza eterna me sonríe
como un sol extinto y sin encías
o una espiral silenciosa
que ilumina los bisontes dibujados
de la infancia. Deambulo
descalzo por tu orilla proscrita
como el mar que entierra
el último presagio de humanidad
en su innúmera voz de adormidera,
en sus azules atalajes,
en su ríspida idiosincrasia
que todos los faros en escorzo
veneran, y cielo arriba, como ocelos
o girándulas o granos de café,
lueñes estrellas me prometen
un nuevo amanecer
lejos de ti.
Son tus ojos lentos y sinceros,
oblongos como un cálamo,
los que, con su escaramuza
de peces y colores, me incitan
pronto al beso. Es el silencio
desarmado de tus labios
el que apresa mi sangre
en cárcavas rosas y cientos
de esquejes y resuelve el amor
en una flor tibia.
A esa hora exacta del conticinio
en que caminan desleídos los fantasmas
del recuerdo arrastrando falsos grilletes
y conchas también falsas, el sueño se apodera
del coral de mis lágrimas con un chapoteo germinal
como de limo, alga o renacuajo, y el canto sonámbulo
del grillo tu locura suicida recrudece.
Aquí, en mi país postrero, ya es
ávida la noche, y yo rápido me hurto
al fuego en la magia bebediza de tu piel
como una caricia extravagante
que no paga aranceles a la osadía
ni recita contraseñas en aduanas fronterizas.
Porque tu piel es esa ínsula prodigiosa
sin bordes ni franjas ni aristas
donde mis esquifes hacen amor de cabotaje
y mis vilanos forrajean en pastos intonsos
y musgos de alcor forastero, oh infinito
desembarco de prístina luz, oh rayo indemne o simiente
dadora de vida que fecundas de kril los anchos piélagos,
como el universo que se expande sin límites abrasando
el vacío de la existencia en un calor feraz y galopante
–universo cada vez más frío a medida que crezco y me alejo de tu ombligo–
o el horizonte que emancipa las crines otoñales
con las más vivas vestes.
Debes saberlo:
serás el último amor que arda en mí
cuando ya no me quede nada más que amar-te-amo
y la vida huya de mis pies como un océano blanco
de espuma, océano espumoso y
blanco, blanquísimo, blanco.
Este blog está dedicado a la memoria de Sara Álvarez, quien lo ha sido Todo para mí y siempre lo será: la mujer a la que amo y la poeta a la que admiro. Mi poesía, tal como es, no existiría sin ella.
Sara dejó una huella imborrable en los foros de poesía en los que participó, foros donde se reconoció su enorme talento y calidad poética, y son muchos los que la recuerdan por alguno de sus pseudónimos más utilizados: Eterna Tristeza y SaraInés.
El nombre de este blog se corresponde con el título del libro de poemas que le dediqué: 'La luz de tu Faro'. No es posible pensar en Sara sin imaginarla subida al Faro, contemplando con nostalgia el vaivén de las olas de su querido mar Cantábrico.
Como diría Hölderlin, Sara es Uno fundido en el Todo viviente, ya ha emprendido el camino a la divinidad, y yo habré de seguirla, pero antes tengo una misión que cumplir: inmortalizarla en el arte, hacer que su nombre suene a poesía.
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¿Acaso no me pertenecía, hermanas del destino, acaso no me pertenecía? Llamo como testigos a las puras fuentes y a los bosques exentos de culpa que nos escucharon, y a la luz del día y al éter. ¿Acaso no me pertenecía? ¿Cada nota que tañe la vida no la unía a mí?
'Hiperión o El eremita en Grecia', Hölderlin
¡Oh miserable hado! ¡Oh tela delicada, antes de tiempo dada a los agudos filos de la muerte! Más convenible fuera aquesta suerte a los cansados años de mi vida, que es más que el hierro fuerte, pues no la ha quebrantado tu partida.
'Égloga I - Nemoroso', Garcilaso de la Vega
A Dafne ya los brazos le crecían y en luengos ramos vueltos se mostraban; en verdes hojas vi que se tornaban los cabellos que el oro escurecían;
de áspera corteza se cubrían los tiernos miembros que aún bullendo estaban; los blancos pies en tierra se hincaban y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño, a fuerza de llorar, crecer hacía este árbol, que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño, que con llorarla crezca cada día la causa y la razón por que lloraba!
Garcilaso de la Vega
Pobre barquilla mía, entre peñascos rota, sin velas desvelada, y entre las olas sola;
...
Pasaron ya los tiempos, cuando lamiendo rosas el céfiro bullía y suspiraba aromas.
Ya fieros huracanes tan arrogantes soplan, que, salpicando estrellas, del Sol la frente mojan.
...
Esposo me llamaba, yo la llamaba esposa, parándose de envidia la celestial antorcha.
Sin pleito, sin disgusto, la muerte nos divorcia: ¡ay de la pobre barca que en lágrimas se ahoga!
...
Mi honesto amor te obligue; que no es digna vitoria para quejas humanas ser las deidades sordas.
Mas ¡ay, que no me escuchas! Pero la vida es corta; viviendo, todo falta; muriendo, todo sobra.
Con la belleza se sufre de placer. Intentar retenerla es como querer asir el tallo de una rosa con espinas; cuanto más la aprietas, más adentro se te clava.