Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

miércoles, 30 de noviembre de 2011















*Trapecista by Sidiuss

no fluye el mar en la garganta
ni hace presa el orgasmo

tiemblas como un sol epiléptico
con el cardumen ansioso de gándaras
                   y la voz asomada al cuello

el tren apaga la sed de fuego del raíl
donde la noche es un hombro lastimoso

                –es inútil descalzarse de féretros los labios–

lágrimas como polvo de ángel
en los bajíos de la tristeza
tierra en los ojos cenizas de un osario

sombras que caminan sin zapatos
                                     contrabajo
sombras despellejadas          arrastrando infamias

despiece de versos
                  diáspora de mariposas
                         crespones a luz de gas
                  sangre moteada de sangre

                        el vuelo del trapecista

     parece que va a nevar,
                                       musitan los pájaros derretidos
     en la linde de los bosques

desovillas un esqueleto en la tramoya de tus manos
   –desierto rojo sílice–
y tus manos rozan la ataraxia de mi libertad

el éxtasis de la begonia
fulgura coruscante
sin tiznes ni birretes

y en la cascada cloquea la voz del oráculo
diáfana como el agua
                                 acaso primigenia

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 25 de noviembre de 2011












Imagina un mar que ciñe las olas
con su hebilla de plata y su miriñaque
de aljófar. Imagina una tierra que prensa
los ritos oceánicos de iniciación, o el ojo
crudo del pez fuera del agua, elíptico como
un zigurat desahuciado de pájaros. Imagina
un sol efebo con bardas de niebla y cinchas
de ajonjolí, o el aire erial de la tormenta. Aliña
el añil a la alheña. Imagina un arpa con rayos
de luna que al puntear estremezca al cigoto
en su matriz. Imagina un mar cauterizado de
lágrimas, o al asterisco preso en su corchete.
Imagina una soledad asolada de dédalos o
la oda del aedo. Imagina el sueño añil de la
ballena y el cuerno helicoidal del unicornio.
Imagínalo y entonces podrás decir que eres
vate en Tebas, Marsias, Apolo o Heliogábalo.

Nada sabe mejor al poeta ateo que
unos besos con versos y a bocados.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 22 de noviembre de 2011












Tus labios.
Cuando me hablas son
un ballet de rosas, la
etopeya elocuente del compás.
Si callas se dobla el viento
y el abrazo zozobra.

Una bruma cinérea amortaja las luciérnagas
como el ciego pestañeo de un caballo
de ojos negros y opacos
que lleva el beso infinito de la muerte
impreso en las costillas.

Bebo la noche como un vaso sin fondo,
.......desenvaino de la espada el tahalí.

–la noche es un llanto cristalino,
el refugio doloso de la luz–

Algún día mis palabras,
puestas una encima de otra,
alcanzarán la luna
y viajarán por las estrellas
como un corcel
enjaezado de versos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 18 de noviembre de 2011









Hay bujías en la noche
y cárceles de dedos.
Hay más luces en el cielo que luceros.
Hay más heridas en tu pecho
de las que mis dedos pueden contar.

Las raíces de tu árbol
se expanden por mi tierra
desmembrada
como un grito en el universo.

Un día serás consciente de tu mortalidad
y amarás cada partícula de luz
que halague tu sombra,
cada rayo de sol que queme tus labios
con mi nombre en tu boca.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.


miércoles, 16 de noviembre de 2011












Incluso los relojes parados dan dos veces al día la hora exacta.
Proverbio

Ahora que las luces han muerto de ayuno
y la oscuridad es tan sólo una bombilla ciega
o un filamento roto, un fleco indefinido
e indefinible del sueño,
presiento una voz avezada al otro lado
del espejo que alienta tu nombre.

Tú me miras en el 13;
yo te miro en el 31,
y ¡carambola!
Nuestras miradas chocan
como bolas de billar
en la tronera.

Y me dirás:
No hay más vida en estos ojos
que un diluvio de versos.

Y te diré:
Cómo olvidar el tacto amable de sus muslos,
su húmido gineceo,
sus ojos lacustres,
su cabello meduseo,
el rebalaje de su lengua
–aquel ir y venir incesante de besos–
y su boca de sirope de fresa.

La tristeza tiene voz de alcancía
o hucha rota, de semáforo
intermitente o lluvia ambarina.

Somos dos líneas paralelas
que siempre van juntas
y nunca se tocan.
Somos dos círculos concéntricos
anillados a un mismo tronco,
la raíz cuadrada de un bolero.

No tiene pies el tiempo para echarme una carrera.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 14 de noviembre de 2011












A veces pienso en los poemas que podría componer
con todas las palabras que nunca te dije,
con todos esos mensajes que nunca te escribí
–o que escribí en mi cabeza, pero no me atreví
a enviarte por miedo, orgullo o vergüenza–.
Son los hijos engendrados en la oscuridad,
los que nunca vieron el sol,
los que murieron sin alzar la voz
en un silencio claudicante.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 9 de noviembre de 2011












Desde anoche no ha dejado de llover. Tras los cristales
llueve como el sueño intranquilo y porfiado de un cíclope.
Nadie conoce el misterio insondable de la lluvia, por qué
cae de lado si sopla el viento o se hace lábil pájaro en las
manos. Es noche cerrada, llueve y no me canso de mirar,
mientras la luna, esa efélide blancuzca en la danza macabra
de la noche, hilvana, cual Cloto, los hilos de agua que penden
ojizarcos.

.......................Tu amor es lluvia que no moja, párpado cerrado;
.............mi amor es un relámpago que perdió la luz,
......el temible cometa ensangrentado.

Y pienso que ya no nos hablamos, que la voz
es fugitiva, como tu lluvia o mi noche; y que
la memoria es un lodazal, jirones de recuerdos o
miríadas de gotas pegadas, como insectos, al cristal.
La voz desteje la palabra en charcos de metal fundido.
Ya no compartimos el fuego insomne de la palabra.
Ya no bebemos del mismo grial.
Algún día moriremos y nunca lo sabremos.
Después de todo, quizá sea mejor así.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 7 de noviembre de 2011











Amor es la inflorescencia en umbela de los labios
que se llueven sinalefas, el manglar opíparo de la nuez,
la sílaba pegada al paladar, tu voz de gramínea, las lenguas
zangolotinas que se aguijonean como abejas denodadas,
besos de racimo, amor de cáliz y corola, dedos en la espalda
que se explayan como dendritas o vulturnos, fluido que mana
ubérrimo, gemido de rosa cortada, clímax seminal, estambre
cotidiano, picadura de cascabel, polen para los alérgicos.

Amor es adelantarse con el pensamiento a la palabra,
pensar en eucaliptos y decir koala.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 3 de noviembre de 2011













Sólo tú eres capaz de modular la frecuencia del universo en un poema,
contraerlo en tus entrañas y luego botarlo como un barco a la mar.
Desnudo. Sin la retórica de la nieve. Revestido por la arquitectura efímera
de la piel. El llanto perentorio que ondula en la garganta. Umbral de vida
y muerte, postigo membranoso, eterno himeneo, zaguán de la inocencia.
¿Cómo haces para fraguar un cielo de una chispa de color?
¿En qué alambique destilas la vida? ¿Cuál es el secreto de tu orificio
angosto, ese crisol de lenguas, Babilonia prolífica y feraz? Muchos te han
escrutado, pero nadie ha penetrado aún en tus misterios eleusinos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 31 de octubre de 2011














Cuando la luna de tu hombro
se tercie en una alondra
y la escarcha procure
el vuelo de la paloma,
no habrá cantos de sirena
ni cera en los oídos.

Cuando caigan las estrellas
en el sayal de los sauces
y manteen al alba su luz tornasolada,
nadie bramará más que esta pavana.

Vendrás a mí llorando –Andrómaca desconsolada–;
los ojos arrasados como templos de Ilión.

................–gloria a los caídos–

El mar te arropará en un catafalco de lirios blancos,
y te dejarás arrastrar por la corriente, hoja bonancible.

¿Qué es este amor sino un universo desdoblado,
un parche descosido o una lágrima deshilachada
en la madeja del océano?

................el amor, todo locura;
................al cuerdo cordura,
................y al loco lo cura.

Los maniquíes nos miran con ojos púnicos, de verde berilo;
sus besos son salados como las ruinas de Cartago.
Tienen tu nombre fruncido en la frente y les baila una ceja.

Soy Empédocles en el Etna y desafío la ascesis de tu fuego.
Soy el río de Heráclito que ha dejado de fluir.
Soy el barco de Teseo, el ojo de Melkart, la luna de Tanit.
Soy tantos yos que ya no sé quién soy.
Tendré que construirme de nuevo.

Sabes que mi corazón es una vasija humilde,
una talla primitiva, la bitácora sin navío.

Te aguardo con la sindéresis del samurái
que perdió el honor en la batalla,
el vientre abierto de golondrinas
y la sangre en el filo de la lengua.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 29 de octubre de 2011












Y en sus ojos titilaba la llama azulada de mi nombre
como un sinuoso relámpago que alumbra el fractal de la memoria.

De sus labios, trémulos y coriáceos, colgaba un beso centelleante,
una promesa seronda y rediviva; era el credo de mi amor, el dogma
de su fe. La voz aterciopelada del sufí.

El horizonte se ensanchaba en un manípulo de nubes pecioladas,
y el bosque, hirsuto, musitaba extrañas letanías. Los molinos
contenían a duras penas la respiración, mientras el agua rezongaba
en la piedra y la campana, a lo lejos, martilleaba penas ya olvidadas;
lágrimas de tan grises, desvaídas.

Al calendario le volaban ya las páginas, y los números danzaban
en una sinfonía crepuscular. El otoño veraneaba como un sol sin
arandelas o el infanticidio de un árbol.

..........Sus muslos, remolino fragoroso donde hago cumbre.
..........Sus pechos, broqueles inauditos.

La noche nos contempla con toda su avaricia de luz.
La noche es un recodo inextricable de la memoria,
una oda leporina, la paja más larga.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 26 de octubre de 2011












Tu voz duerme debajo de mi lengua
como un lobo agazapado en la nieve
o un francotirador que apunta a la cabeza,
esperando el resorte de un chillido
–pull the trigger–
para saltar como un suicida.

En el amor todo cabe,
la noche insepulta y el sol inguinal,
el beso yuxtapuesto y el beso disyuntivo,
el beso de Chagall o los amantes de Magritte.

–el beso es un sintagma de bocas desbocadas,
una sinéresis sublingual, un hemistiquio superlativo–

..............Se puede amar la piel que nunca se ha tocado,
..............y se puede aborrecer lo que se toca y no se siente.

El amor es ése que se aleja con ruido de pisadas en el portal;
unas veces bullicioso, otras veces subrepticio;
luz al anochecer siempre apuñalada.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 24 de octubre de 2011














Cuando me falte todo
y hasta el aire me falte,
siempre me quedará tu poesía
parar respirar en abundancia.

–tu poesía, escafandra espacial,
máscara de belleza–

Todos estamos hechos de estrellas,
pero tú brillabas más que nadie,
como un púlsar en la oscura materia.

Nunca eres la primera en llegar,
pero siempre apareces cuando más te necesito.

La poesía es un anzuelo de luz
en la marea negra del olvido.
La humanidad es el débil eco de un trueno
que retumba en la distancia, un lamento apagado
en las uñas melladas de la soledad.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 12 de octubre de 2011









Apolo besó a Dafne florecida,
que ya en mil hojas verdeaba,
y vertió sus lágrimas marchitas
sobre el vergel que a sus pies
fértil le brotaba.

Me despierto con el hechizo concupiscente de tu aliento
–membrillo tempranero–, y las sábanas bullen sin pleito
en el conticinio de los pies.

Las bocas arrecian políglotas
y los labios se buscan a pares.

–tu boca, jícara de besos, amapola alquitarada,
lene colibrí suspendido, como pluma, en un suspiro,
libélula que el sol tornea, halo esplendente,
brisa estival, berrete de chocolate–

Y me dices:
en tus aspas el cielo gira en un vértigo de colores,
con tu luz vivaz sahúmas el maleficio de mi niebla,
con tu sonrisa cortas el pábilo a mi tristeza
y nuestras lenguas titilan como estrellas gemelas.

–el amor es una ínsula prodigiosa,
un diptongo de labios, un istmo de lenguas–

Y te digo:
soy relámpago azul en tus ojos de noche lluviosa,
soluble tempestad que a tu nube encanta
y caballo de Troya en tus manos amuralladas de tacto,
siempre dadivosas.

–pero también soy el susurro del árbol que agita tus frutos,
remero de besos, ave nómada, telúrico gemido, raíz umbilical,
y en el otoño visto mis hojas de verde veronés, rojo bermellón
y amarillo cadmio–

Me enroco en tus pupilas de negro jaez
como un rey diacrítico; tu cuerpo es mi tablero,
y mi sed es infinita.

Somos el aljibe y la aljaba,
la espada en el agua,
el temible catafracto,
la locura sin estribos.

Y llamé a la simetría de tus pechos Luperca;
y a tus pezones enhiestos, Rea Silvia; y tú llamaste
a mis labios ávidos de caricias Rómulo y Remo;
y juntos fundamos un imperio en el Parnaso.

Adoro la codicia de tu voz
cuando glaseas mi humor glauco y taciturno
en adarves de azúcar.
Adoro, sí, el serrallo de tus muslos,
esa voz calinosa que me llama a maitines
y tu cintura procelosa de odalisca.

–¡qué sol no podrás eclipsar tú, mi pequeña alondra,
qué luna o astro rampante, que la misma Belleza te mira
inquisitiva y celosa, como a Friné ante el Areópago!–

Nos tocamos el laúd de las pestañas,
y un beso sobrevuela nuestros labios
como un áspid porfiado en su zambra.
Pronto llegará el orgasmo, y con él, las alas.
Yo soy un espeleólogo temerario, algo bronco y pendenciero,
y tu lengua es el dragón que custodia mi tesoro.

Y me hallo en tu cuarzo goma arábiga,
pletina de león y suelo ajedrezado.

Aprendimos a amarnos en silencio
para no despertar a la palabra.
Florecimos en el umbral de la piel
como una trémula flor de invernadero.
Fuimos la núbil promesa de un cristal.

–los amantes que están unidos por el ombligo
jamás se desesperan, aunque les separe
un bosque de lanzas–

Se desliza una lágrima por el verano indolente de tu ausencia
como el beso descalzo que se pierde en la orilla del mar
o la girándula de fuego.

–no hay esfinge sin nariz en el desierto
ni corazón que resista al efugio de la lágrima–

He recorrido un largo camino para llegar hasta aquí,
y no pienso irme sin ti.
No te preocupes si me ves triste, doliente o afligido;
puede llover, mas nunca nieva a ras de mar.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.


lunes, 10 de octubre de 2011











Veo un mundo de agua detrás de mis ojos,
un mundo sin diques ni paradigmas
que se agrieta a cada pestañeo,
un mundo turbio, deforme y la-grimoso
como un gran escaparate de muertos.

Veo boca abajo lo que más cerca tengo,
y no tengo miedo.

No nos gusta ver la sangre porque nos asusta mirarnos por dentro.
No nos gusta derramarnos, pero nos corremos.

Qué visceral es el puño ensangrentado que sostiene la balanza,
la quincalla derruida y esa copa de ron añejo
que te pinta un graffiti allí donde debía estar el corazón,
o lo que queda de él, trasunto o alfeñique.

–te vacía y te deja un gran agujero en la cabeza,
y se traga tu silencio y bebe tus lágrimas a borbotones–

Tiramos piedras a las ventanas para espantar a los cuervos
y escupimos a la cara de la puta vida.

–dímelo tú, si no merece menos–

Nos rajamos las venas
–venáticos, nosotros, venáticos y lerdos–
y sonreímos.
Como idiotas.
Mirando a la cámara.
Adulamos la efigie de un dios caído.
Salivamos como perros a los rayos catódicos.
A Camus y a La Náusea.
Al Ser y a la Nada.

Y aun hay quien se pinta la cara de blanco
y lleva una calavera colgando del llavero.

La muerte es un chorro de semen lanzado al techo
y un árbol partido por un rayo;
la muerte es la finitud del beso.

El dedo que apunta a la sien
eyacula chasquidos de ideas incendiarias.
El dedo, cañón humeante y sin tapujos.
Qué macabro es este juego del cazador y la ruleta,
como esa inscripción en la lápida de Lovecraft
que reza: “Yo soy Providence”.

Ya lo dijo Travis Bickle:
“Un día de éstos caerá una gran lluvia
y lavará toda la escoria de las calles”.

Algún día, sí, nuestras cabezas explotarán como calabazas
y todos aplaudiremos satisfechos a la orden del regidor.

¿Who needs a gun when you have a loaded fucking sick mind?

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 7 de octubre de 2011











Algún día todo lo que conocemos morirá.
Morirá Betelgeuse,
la más grande estrella roja,
y morirá también el sol, nuestro sol,
el mar, el cielo y todos los colores
que embellecen la tierra.

–morirán, sí, como tú has muerto–

Todo desaparecerá en una sima de fuego
–incandescente lágrima del Vesubio–,
y nadie conocerá nuestra historia
ni habrá un destino esperándonos.

Lo que somos, lo que fuimos...
¿Qué importará ya todo eso
cuando retornemos al principio
–que es el fin de la memoria,
principio y final de todos los tiempos–,
al embrión de nuestro ser,
donde la oscuridad se expande
como un universo recién nacido?

Recuerda esto:
ni siquiera los dioses sobreviven al olvido.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 5 de octubre de 2011














Y las cenizas se elevaron de la tierra
como hombres sin fe.

Renunciaría al silencio por verte en la palabra,
quemaría todos mis poemas
para encender una fogata en tus labios
y arder como la paja en el fuego.

Nos besamos a espaldas del viento,
con el mar rugiendo en nuestros oídos
–¿o era el galopar de nuestros corazones?–,
mientras el otoño despeinaba las hojas de los árboles
con su rastrillo carmesí.

¿Cuándo volveré a contemplar otro amanecer
en la miscelánea pudorosa de tus ojos
desnudo como un médano?

El amor es un gameto pagado de sí mismo,
la venustez de la perla en el ombligo
o una astilla de luz que se te clava en la nostalgia.

–el amor es también, a veces, una habitación silenciosa de Hammershoi–

Te doy el mar en una lágrima.
Te doy en un beso el olvido.
Bébela,
bésame
y seré tuyo
para siempre.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.


lunes, 3 de octubre de 2011











Tu voz es un suspiro de lluvia y pétalos,
un bancal de alondras perfumadas,
la probidad del primer beso, 
el árbol más alto que el cielo jamás contempló,
un solitario paseo otoñal donde los amantes se besan 
envueltos en un capote carmesí.

En la medianoche de nuestros labios
los besos emergen de una bruma delirante
como dragones sedientos o lunas sin buriel.

–tus labios tienen la hechura del beso acontecido–

Me apego al cielo de tu boca
como el sebo a la vela o la mosca a la miel,
como la crema se pega a la tapa del yogur,
y luego lo lame la lengua.

–delicioso mantecado el de las lenguas
que se relamen de lujuria–

Rebañamos el canope de saliva
con la avidez de la palabra
para embalsamar aún calientes
las vísceras de la pasión
y fosilizar en ámbar
el magma brioso de nuestro amor.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 29 de septiembre de 2011












Perfilo mi silueta contra el sol 
y recorto del horizonte glabro
retales de índigo cielo
mientras el sol enhebra un eclipse
por los ojos de la tijera
y la aguja cose, nerviosa,
la herida filosa de la luz.

Camino por la comisura de los recuerdos
como un apóstata de la luz
o un animal nictálope
que se reúne con su sombra
en el sínodo de la noche,
como una estrella feraz
que dibuja sus vértices
en la geometría del agua
sin preguntarse si aprendió a nadar.

Camino hacia el sur,
hacia la apoteosis del agua,
hacia el suicidio de las olas,
como un verso vagaroso de Alfonsina Storni
–Oh mar, dame tu cólera tremenda–
o un marinero emancipado de tierra.

Camino sin pies en la distancia,
sin medios, sin miedo, sin remedio,
como un eremita de su carne,
un astillero de nubios
o la luz de un faro enclavado en la noche,
eterna secuela de un paso,
siempre agonizante.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 27 de septiembre de 2011




¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?
Házmelo saber, si tienes inteligencia.
¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes?
¿O quién extendió sobre ella cordel?
¿Sobre qué están fundadas sus bases?
¿O quién puso su piedra angular,
Cuando alababan todas las estrellas del alba,
Y se regocijaban todos los hijos de Dios?
Libro de Job

Regresas siempre, tú, melancolía,
Oh dulzura del alma solitaria.
Hasta el fin se consuma un día dorado.

Humilde, con paciencia, ante el dolor se pliega,
Sonando de armonías y de dulce locura.
¡Mira! ¡Ya se hace de noche!

Vuelve otra vez la noche, un mortal gime
Y otro comparte su dolor.

Temblando bajo estrellas otoñales,
Cada año más se inclina la cabeza.
En un viejo álbum, Georg Trakl

La medida del amor es amar sin medida.
San Agustín


Si me preguntaran quién es para mí el mejor poeta de todos los tiempos, respondería sin dudarlo: Terrence Malick. Y si me preguntaran de quién he aprendido más poesía, respondería asimismo: Terrence Malick. Si quieren saber por qué, vean estas imágenes del cosmos rodadas con cámaras Phantom de alta velocidad. Enanas blancas, supernovas, nebulosas, quásares, púlsares, explosiones, erupciones... La vida se crea con el abono de la muerte. La semilla de la Belleza es la violencia, una violencia estroboscópica, una mitosis de fuegos y colores. 

The Tree of Life es la última obra de arte de este hombre sabio, y sería una pieza de museo si no fuera porque las obras que se exponen en un museo están muertas, mientras que el árbol de la vida está y siempre estará vivo. 

El ser en el tiempo y los tiempos del ser (DaseinHeidegger). El milagro de la creación. El origen de la vida y del universo. La crueldad y la belleza de la Naturaleza. La piedad. Un diálogo con Dios, una súplica fervorosa, eso es la poesía (pero poesía también es el milagro de lo cotidiano). Y no me entiendan mal, Dios está en ese rayo de sol que juguetea entre las hojas verduscas de un árbol, en el rocío que empapa la hierba o en una bandada de pájaros; un Dios panteísta que todo lo abraza y todo lo comprende, un Dios holístico o un ateísmo místico.

La música que se escucha en la secuencia de El árbol de la vida es el Réquiem de Zbigniew Preisner, Lacrimosa. Una experiencia que trasciende los límites del lenguaje cinematográfico para convertirse en paz del espíritu y remanso de bondad. Trascendente. Conmovedor.

La poesía coral de Malick es mi Shangri-La.

sábado, 24 de septiembre de 2011



Ésta es una de mis escenas favoritas de cine. Está sacada de la película The Fountain, de Darren Aronofsky. En ella hay más belleza y poesía de la que yo soy capaz de transmitir. No he visto ni leído mejor poema sobre la muerte. En esta escena están reflejadas todas las fases del duelo: desde la negación a la aceptación. Amor, dolor, inmortalidad, trascendencia y misticismo. Xibalbá, el inframundo de los mayas, la nebulosa de una estrella muerta, donde las almas de los muertos viajan para reencarnarse. Después de todo, como dijo Lavoisier: "La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma". Qué conmovedor cuando Tom musita "I'm gonna die", e Izzy le sonríe. Cuánta profundidad en esas pocas palabras, cuánta tristeza. Simplemente desgarrador. Se siente como propia.

A Sara también le fascinaba esta película, y su importancia es tal, que en parte fue gracias a ella que nos conocimos. Aún crece el árbol de la vida, como demuestra el gran Terrence Malick.

I loved you like the darkness loves the brightness of a dying star. Together we will live forever.

No me gusta hacer publicidad de mí mismo o de mis obras, pero quien esté interesado en profundizar en esta maravillosa película puede leer el análisis que escribí en El Parnasillohttp://www.el-parnasillo.com/lafuentedelavida.htm.

jueves, 22 de septiembre de 2011











Tu poesía es una invitación al beso,
una orgía de colores,
un deleite de los sentidos,
y al leerte yo me siento como Tántalo
o el tonel de las danaides,
impotente, frustrado, vacío;
es como estar rodeado de agua
y no poder beber,
o no encontrar mejor abrigo para el frío
que el frío de tu piel.

Me engañó el sofisma del reloj
con su tictac renuente
y la onomatopeya de un beso.

Desperté de un sueño tangente
como un iracundo dios de los truenos
golpeado por una descarga eléctrica.

Todo ha muerto:
el acrobático despertar del sol tras la montaña,
la quiromancia de las gotas de agua en el alféizar,
la prestidigitación de tu último beso en mi mejilla,
el súcubo de la carne que tremola.

Ya no escucho la música lenta de tus manos
galopar por mi cuello con un sifón de caricias,
ni el tumulto de los labios que destejen la bruma
como hélices granates.

¿Recuerdas cuando me arropabas en la finta
de tus muslos con la piel de cabritilla para que salteara
pingües besos con el ardid de mi lengua?

Todo ha muerto,
y la nieve lo cubre todo,
desde el arco de las cejas
hasta el blanco de los ojos.

Todo ha muerto,
y mi corazón es un sofá en el desierto
–desubicado, baldío, árido, roto, seco–,
pues el amor no mata si no muere
y pensarte es como hablar off the record.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.


martes, 20 de septiembre de 2011














Hay un conato de rubor en tu mirada,
como el rabillo irascible de una manzana
o un anzuelo granate.

Hay una filigrana de luz
que pespuntea tus pestañas
como un zarcillo ufano de sol,
un rizo pertinaz
o una serpentina jacarandosa,
y tus pendientes tintinean
como juglares o badajos
semovientes.

¡Mi amor, cómo me sobrecoge
este deshielo de los ojos
en tu siempre primavera!

Quiero acristalar la noche de tu invierno
con un crisol de luciérnagas
para desleír la escarcha del silencio
y que el musgo nunca duerma.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 16 de septiembre de 2011














Como el aliento misterioso de una loba, te amo.
En tus lunares, Sara Álvarez

Puedo verme reflejado
en la luz omnisciente de tus ojos
como un párpado de fuego
o la araña de un pulgar.

Atravesamos cuerpos celestes
y escalamos lágrimas de éter
en flácida caída.
Nos lanzamos a la barbarie del azar
como un beso en unas escaleras mecánicas
o un chapuzón en una piscina de Hockney.

¿Lo oyes?
El silencio rechina los dientes.
Es el reo en el cadalso.
En el corredor de la muerte no se corre;
se arrastran los pies encadenados.
El viento resopla su quemazón
a la lujuria de la mandrágora.

Miro hacia atrás
y se me desliza tu mano
como un billete falso
o un credo falaz;
venal soborno el de las lágrimas
–Orfeo y los ciclistas siempre miran hacia atrás
cuando van a cruzar la línea de meta–

Somos instantes vacíos,
latidos de lluvia y barro,
jirones de una bolsa de plástico
desgarrada en un alambre de espino.

Nos enseñan que con la muerte todo acaba,
que al morir no hay dolor, risa o llanto,
que no hay más realidad que la que vemos
ni más ojos que los que ven, pero yo no estoy cojo y sé
que una pierna amputada duele cuando hace frío,
igual que duele el alma destemplada.
Nadie nos dice que los fantasmas también lloran,
como los vivos, acurrucados en esquinas solitarias,
en sótanos umbríos de umbríos caserones
donde el musgo crece como la soledad, desesperados
por no tener una voz que puedan escuchar nuestros oídos.

¿Dónde quedó el fémur del menhir?
¿Dónde el doblón de la vestal?

Al final todos estamos solos con nuestra voz.

El tiempo es un paso a nivel,
un grillete oxidado, un dado trucado,
un tren veloz y enfurecido,
una cometa roja perdida en el regazo del mar.
El tiempo no es más real que mi locura.

¡Ah, del exilio del poeta!
¡Ah, del fangal de la conciencia!

Ya no dormimos bajo las estrellas
ni escuchamos el murmullo de las fuentes
porque la hierba crece alta en los bancos de piedra
y las verjas de esta celda nos impiden ver.

Abro la mano y gime una luz herida por el pájaro del ocaso
–mi luz tiene grietas como la arena arcillosa del desierto–.
Cuántos mundos hay en una gota de agua,
más de los que nunca podremos ver,
más de los que nunca podríamos imaginar.
Murámonos.
Ardamos en el infierno de los condenados.
Arranquémonos la lengua como un yakuza de Miike.
Bajemos estas escaleras que conducen al agua,
en silencio, siempre en silencio,
al mismo mar donde mueren las cariátides.
Entreguemos las armas,
ofrezcamos nuestras cabezas como trofeo,
capitulemos un adiós definitivo,
pues ya no quedan Troyas por las que luchar
ni rapsodas que canten a la épica.
Todo está dicho entre nosotros.
Perdimos la mano y la partida.

Me dices: déjame,
con esa voz que duele como la escarcha,
pero no puedo dejarte ir porque nunca te fuiste;
y si no estás, alguien tiene que cuidar de ti.

Nuestro amor es el humo en una película de Wong Kar-wai,
una lata de piñas caducada, el secreto musitado al agujero del árbol,
el tren que viaja a 2046 y un bolero de Nat King Cole.

A veces no sabemos por qué hacemos lo que hacemos,
pero lo hacemos. Sólo sabemos que tenemos que hacerlo.
Es nuestro sentido del deber. Con eso es suficiente.

Otras veces el silencio se te clava en las costillas
como un puñal, y no puedes respirar sin esputar un charco de sangre.
Y cuando crees que has muerto,
mueres un poco más.
Pero para un vampiro la muerte es el principio.

Entonces me doy cuenta de que si no fuera por el dolor,
por la angustia, por ese miedo atroz a perderte,
nunca te habría amado tanto.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.


martes, 13 de septiembre de 2011














Esta tarde vi en un paragüero
un autorretrato de Vigée-Lebrun,
aquél tan famoso del sombrero de paja,
que tú me enseñaste, y pensé:
¡Dios mío, cómo se parece a ti!
Tiene tus mismos ojos, tus mismos labios,
tu mismo pelo, y esa sonrisa fruncida
en un pícaro mohín, como si un dedo corriera
la tinta y la difuminara en un sfumato.
Y deseé besarte y sentarte en mis rodillas.
¿Sería por la luz onírica de aquel pub irlandés
o por la segunda Murphy's que acababa de tomarme?
No lo sé. Sólo sé que de pronto apareciste tú
con tu boca de nenúfar y tu piel de bergamota
ovillándote en mis labios con una nube traviesa,
sin celaje, y la noche cayó de mis hombros
enviscada en besos y caricias
como un reloj de arena
o un diente de leche.

Ayer vi un paragüero y no llovía.
El verano se acababa y me acordé de ti.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 11 de septiembre de 2011














Que no puedas perder lo que perdiste
no da tranquilidad, sino vacío.
Noche de nieve, Luis García Montero

Tu Faro se alza sobre un islote
tragado por la inmensa boca del océano
como una lágrima del mar,
como un dedo en la roca que señala al cielo índigo,
ribeteado de franjas púrpuras y malvas,
o una perla berberisca.

Tu silencio es el blando sostén de mis sueños,
la piel del cazador, el dado del tahúr,
la lluvia en el zaguán, el charco que salpica,
la máscara de dos caras.

Lo único que me queda de tu alma
es esta luz afónica
y una esquirla de voz
que roe mi lengua
ávida de sangre;
y en el vórtice del silencio,
un ojo despeinado de lágrimas.


© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 8 de septiembre de 2011



Un día, mientras leía una antología de relatos de Stefan Zweig, encontró una pestaña suya entre las páginas, como un ex libris orgánico o un diminuto punto de lectura. Aquello tenía para él mucho más valor que una dedicatoria manuscrita o una flor prensada; era un milagro, una aparición, un yacimiento arqueológico, un copo de nieve en la seca garganta del desierto. Un impulso irracional y, a la par, supersticioso se apoderó de él, y sintió que la pestaña había estado allí esperándole durante todo ese tiempo, esperando su roce y sus caricias. La sostuvo en la yema del dedo índice, la examinó de cerca y, finalmente, volvió a depositarla donde estaba, delicadamente, como a una mariposa a la que no se le quiere hacer daño ni sacar de su hábitat, o a un volátil diente de león mecido por el beso del céfiro. Le gustó saber que sus manos habían recorrido antes aquellas páginas, impregnadas del recuerdo de su tacto, de su memoria dactilar, y que sus ojos se habían posado sobre las mismas letras que ahora él leía palpándolas como un ciego una cara conocida. Hay algo totémico en nuestros efectos personales, meditó. Y pensó también en que siempre dejamos un rastro de nuestra aura en los objetos que tocamos, tamo de algodón enganchado al pomo de una puerta o retales del espíritu, y a veces, al acariciar ese objeto inanimado, nos sobresaltamos como si hubiéramos oído la sutil vibración de un triángulo. Llevado por un delirio fetichista, deseó con todas sus esfuerzas que existiese una tecnología biogenética capaz de clonar aquel sucinto pelo para traerla de vuelta a la vida. Pero, suponiendo que ello fuera posible, ¿sería la misma mujer que él conoció? Con toda seguridad, no. Tendría su mismo aspecto físico, sí, pero un carácter impredecible. En lo más hondo, en el núcleo de su ser, no se parecería en nada a ella, y, lo que es peor, no le amaría; porque el amor no se puede clonar. Ni siquiera dos monedas que salen del mismo troquel son exactamente iguales. ¿O es que acaso pensaba que sería posible remedar el talento del escritor vienés desentrañando la caligrafía de un simple borrador?

Tras una larga ensoñación, cerró el libro, se retrepó en la butaca y cayó en una profunda somnolencia. El relato donde descansaba la pestaña se titulaba Angustia.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 5 de septiembre de 2011












Adoro el beso infinito del sol en su mirada
y esa luz intensa que se enreda en nuestros labios
como follaje crujiente entreabriéndolos
en un atardecer impostergable.

¿Dónde aprendiste la balística del beso,
si tus labios, cuando me besas,
corren como la pólvora?

Besarte era como pintar de rojo un sol de abril,
asilvestrado, una oleada de púrpura en las sienes,
una zambullida de sangre, un vahído de color,
la alacridad del sol cuando amanece
y el vestido vaporoso de las nubes
que tapan la redondez de la luna.

Cada beso,
cada puesta de sol parece la misma,
pero todas las olas son diferentes.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 3 de septiembre de 2011














¿Cómo sería una vida sin poesía?
¿Cómo sería una vida sin ti?
No sería vida, sería... otra cosa.
Una noche sin estrellas,
una margarita sin pétalos,
un ojo sin pestañas,
un corazón que ha dejado de latir.
¿Cómo puede sostenerse el árbol sin raíces?
¿Cómo puede el pez vivir fuera del agua?
¿Cómo puede existir la belleza lejos de ti?
Sólo sé que en una vida así yo no querría vivir.

Pero vivo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 1 de septiembre de 2011













…y me decías que las mariposas
eran flores de colores
que el viento anima a volar;
pero las mariposas son efímeras;
los colores, eternos;
y las rosas falsas duran para siempre.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 29 de agosto de 2011


La vi pasar como un rayo verde,
fugaz y cegadora,
la difracción de un rayo de sol
en la arista undosa del mar
cuando la playa bate al ocaso.
No lucía dudas ni volantes.
Vestía un sari
y llevaba un tilak en la frente.
Gravitaba por mi cabeza
como un pañuelo mojado
o un sueño pesado
del que no puedes despertar.
Me acarició las puntas del cabello
con su boca de benjuí, y yo decliné
mi sonrisa en su garganta torvisca.
Luego despertó los pájaros
de mis muñecas con un torniquete de fuego
y desplegó sus cicatrices a contraluz,
para que no me encrucijara en aquella poesía
de la derrota. Para entonces la noche
ya espejeaba con ojos de grisalla
en la claridad azulina de un rayo de luna,
que hacía escorzos imposibles en el lucernario.
De pronto desmayó sus labios en los míos
–unos labios de sándalo rojo, húmedos de rocío,
surtidores de susurros y hechizos–
y me dijo muy quedo al oído:
“El corazón no se puede desviar
de la trayectoria de una bala,
ni la bala puede partir un grano de arroz”.
Un escalofrío de hiedra trepó por mi balaustrada.
No supe qué significaba aquello,
pero entendí que era cálido por el tono de su voz.
Todo ocurrió tan rápido como un astro-saeta
o una mirada ilíaca. Desperté dormido
y con la sensación de haber soñado
con un aquelarre de lenguas, canciones melanesias
y acertijos de carey, allende el mar azul,
en el país de Tusitala.

Yo no sé quién era o cómo se llamaba,
pero una palabra me vino a la boca
y ya no conseguí pronunciar otra:
Amor.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.


jueves, 25 de agosto de 2011


No fue el viento ni el azar
ni el embeleco del peyote.
Ni el crepitar de las horas llanas
en el alféizar de la nuca.
No fue, tampoco, un batiente de lobos
ni una jauría de lágrimas.
Todo se consumió en un puerperio de colores.
El cielo se acuclilló como una luna sin calafate
o un bibelot oriental.
La pupila se adensó en una lubricidad compacta y febril,
dura como el lapislázuli.
Los dedos se ramificaron por el arco de la espalda
en dendritas de estramonio, ondulantes crines de caballo
en un violín de hielo.
Las nubes dibujaron una aleta azul de ultramar
en su piel de faquir, y la lluvia borró los números
escritos en la mano y los tatuajes de dragones japoneses.
Los matices del negro se atornillaron entre sí,
como una lazada estéril o un tragaluz carnoso.
El alfil bajó la cremallera de la duna y la lengua
chasqueó como un buril o un lagarto en el terrario,
estirando su cola larga y prensil, de un verde cilíndrico.
Los fuegos repoblaron las mejillas, tan pálidas
y oleosas que resbalaban por la médula,
y luego vibró una pesquisa en el órgano
con la travesura del clarín.

La rosa se desenroscó las falanges, una a una,
y luego abrió su flor de caramelo al beso candente,
acariciador y disoluto que la acuchillaba –más, más adentro–,
y por ahí entraron a borbotones rayos y dédalos,
esquifes y canoas, con el amago esmeralda del agua,
estallando, por fin, en una colación,
todo mar y todo vida.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 19 de agosto de 2011


Ayer vi un gato tendido sobre el asfalto; no estaba dormido, estaba muerto. Lo vi y pasé de largo; seguí caminando como si aquello no fuera conmigo, como si fuese basura o detrito, o quizá una mancha de aceite o alquitrán en la calzada; estampas cotidianas del paisaje urbano –una china en mi zapato–. Pero su sola imagen bastó para remover mi conciencia, y me persiguió toda la tarde amonestándome con esa voz sibilante, de avispero, que te recuerda los agravios y los crímenes infligidos y no resueltos; como Orestes y las Furias. ¿Por qué me sentí culpable? Estaba muerto. No podía hacer nada por él. ¿Es que pensaba que se merecía un entierro decoroso? Repasé en mi mente lo que había visto, cada pormenor, cada matiz, cada detalle –y es increíble la cantidad de detalles que se pueden percibir en una sola ojeada y que luego afloran en retrospectiva–. Era un gatito, pequeño, famélico, apenas una cría de gato, de pelaje gris ceniciento, con toda seguridad un gato callejero, y estaba echado del tal forma en el suelo, cerca de la acera, que parecía dormido al sol o aparcado en doble fila, sin miedo a que se lo llevara la grúa. No se le veían manchas de sangre. No estaba aplastado contra el pavimento como una argamasa de carne, sangre y pelo. Lo único que delataba su condición de muerto –y descartaba al mismo tiempo que fuese un muñeco de peluche– era esa horrible inmovilidad, y la morbidez hierática, y las fauces abiertas, crispadas en una mueca espeluznante, en un grito de profunda angustia que le nacía de dentro, donde ya no alentaba un corazón; la máscara del dolor. Qué fea es la muerte, y en qué espantoso rictus deforma nuestras facciones, recuerdo que pensé. Me quedé turbado en su contemplación, como aquella vez que vi una paloma ensangrentada, con las alas rotas y el cuello torcido, debatiéndose entre espasmos y estertores, irremisiblemente condenada, ya casi muerta, atrapada bajo las ruedas de un coche; del coche que momentos antes la había atropellado. Entonces tampoco hice nada. Aparté la mirada y me alejé de allí como si hubiera contemplado mi propia muerte –y es que no podemos soportar que nos recuerden que la muerte es un hecho seguro y consumado–. El gato probablemente no había sufrido tan larga agonía. Debió de morir mientras cruzaba la carretera, temerario como sólo lo son los de su especie, creyendo, quizá, que aún no había agotado su reserva de vidas. Recibió un brutal impacto y murió en el acto. Y allí se quedó, como un tapacubos sobre el asfalto, durmiendo al sol. El coche que lo atropelló no se paró, y yo tampoco lo hice. Seguramente nadie se paró a cubrir su maltrecho cuerpo o a darle un último adiós. O a dejarlo apartado sobre la acera, para evitar que algún vehículo pasara por encima y lo machacase aún más –los organismos, en cuanto se vacían de vida, se descomponen tan rápido…; son como globos sin helio, trajes sin percha o vainas sin semilla–. Por un instante dudé en volver, pero no volví. Dicen que la omisión de socorro es un delito. Si es así, lo confieso: yo delinquí.

La vida pasa por encima de todos nosotros, arrollándonos.
La vida no ofrece su mano al caído.
Todos somos animales muertos en la carretera,
una piedra al borde del camino.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 15 de agosto de 2011


Mariposa chupaleches (Iphiclides Podalirius)


La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo, y tú has brillado mucho.
Blade Runner


Estaba yo absorto
contemplando la vasta herida del océano,
de un azul prístino que lacera el corazón por su indómita belleza,
y como hipnotizado por el oráculo del sol
que hierve el agua de nuncios y bruñe las olas de aljófar,
cuando una mariposa vestida de colores otoñales
–gran ocelo azul veteado de rojo, amarillo y negro–,
pasó junto a mí como una saeta estival
–¡oh, milagro cotidiano!, ¡oh, accidente feliz!–
agitando juguetonamente su graciosa cola de golondrina
para posarse sobre una flor de hinojo,
a los pies del faro.

Mientras ella libaba tranquilamente
el néctar de las umbelas,
por completo ajena a mi presencia,
y como llamado a recordar para siempre aquel momento,
saqué la cámara e inmortalicé lo efímero
–¿qué hay más efímero, más fugaz y más bello,
qué representa mejor el cambio en la naturaleza
que una mariposa?–
y aprehendí el cambio en pleno vuelo.

Y si no me acerqué más
fue por temor a espantarla
con mis torpes movimientos,
pues la belleza,
siempre frágil y huidiza, como la felicidad,
se admira de lejos.
–y lo que no alcanza la mirada, póngalo la imaginación–
Así pues, mientras buscaba el encuadre,
contuve el aliento.

Luego de unos segundos –segundos eternos–,
en los que pareció posar para mí,
indolente, liviana, ufana
como quien se sabe hermosa y admirada,
sin siquiera batir las alas en un trémulo aleteo,
como congelada en el tiempo,
la mariposa levantó el vuelo
– y quién sabe hacia qué reinos de vida vegetal,
cromática y luminosa voló,
para finalmente inmolarse en un ágape de colores,
para perpetuar el sacrificio de todo lo bello–
.

Y pensé:
¡Ay, mariposa, cuán bella y rozagante eres!,
tan bella como breve es el placer de disfrutarte;
duras lo que dura una estación,
vives desde que sale hasta que se pone el sol,
un día en la vida de un hombre, no más;
y si fueras más longeva,
acaso no te adornarían tantos colores,
y serías monocroma,
como nosotros, los hombres.

Y a continuación me pregunté, intrigado:
¿No serás la misma mariposa todos los veranos,
todas las estaciones?

Y con esta reflexión proseguí mi camino,
descendiendo por la ruta pedregosa
que conduce a la playa de Rodas.

El verano ya ha pasado para los dos,
me digo ahora.
Algún día nos encontraremos
en la senda de lo bello.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 12 de agosto de 2011


Vista desde las islas Cíes.

El mar me habla de tristezas infinitas,
de batallas y naufragios,
de faros que polinizan la noche,
de amores que zarpan hacia puertos lejanos.
–Y ocasos, largos ocasos de índigo y cinabrio–
El mar me habla como una caracola al oído, quedamente,
y yo no escucho más que su monótona cadencia de ola
que arrastra algas y ceibas.

¿Qué sabes tú, mar, de mis tormentos?
¿Sabes que ondeo en su piel de esparto como un sol angosto
y sin bitácora, alevoso de teoremas?
¿Sabes que mis manos tiemblan en su empuñadura de hierro
con un movimiento feral?

Ella te amaba como a una madre casta y dadivosa.
Ella tendía puentes a la lluvia.
Ella te dio su melodía impar para que cantaras Posidonias.
–Y en lugar de eso, echaste cenizas a la maceta–

Mar adentro el pensamiento es un silencio azul,
un hogar al mismo tiempo cálido y frío,
un laberinto de la infancia, febril y claustrofóbico,
la voz de lo propio y de lo ajeno.
Me rodea el agua hasta el cuello,
y me siento como un extraño en mi casa
o un desconocido en mi cuerpo;
y de pronto me sobresalto, atemorizado,
como cuando me extraño de oír mi voz
tras un prolongado silencio
y sólo me reconozco en el movimiento de los labios
y en esa sequedad de la boca que antecede a las palabras.

Es inútil respirar.
Bajo el agua no hay voz ni pensamiento; todo es silencio,
un silencio calmo y omnímodo como las branquias del océano.

A veces la oscuridad acontece como un relámpago
o una piedra rodada que da saltos en el agua
–la oscuridad, ¿yermo o yerro?–,
pero yo sé que este viento díscolo que me alborota el cabello
y me cierra los párpados son tus besos.

¿Acaso no es el corazón el que con sus suspiros
agita las ramas de los árboles?

Sí. Ahora ya sé lo que es.
Tu nombre es un visado de sueño,
la patada del feto en el útero,
esa punzada de luz que nos arroja a la vida
cuando lloramos por querer volver al vientre materno.
–Nadar en la nada, volver al no tiempo–

Nos cortamos el cordón umbilical para bailar más sueltos.
La muerte es un fundido a blanco, nieve de televisión,
ruido blanco, carta de ajuste, ópalo de fuego.
Mañana es hoy. Seremos lo que fuimos.
El mar es el pródromo de la tierra,
su prólogo y su epílogo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 7 de agosto de 2011


Vista de Baiona.

Hay viajes más largos que una noche, y enigmas de otros mundos.
Hay barcos hundidos donde peces y colores se amalgaman
en arrecifes de coral, como un caleidoscopio de vida.
Oteo este mar indivisible, prolijo de espuma, y en la voz de los acantilados
resuena tu nombre como un velero en duermevela, como un barco sin puerto
arrebolado a un remolino, siempre a la deriva –tu voz, áncora de tempestades–.
Podrías ser una mariposa monarca, la niebla que oculta el faro
en lo alto del peñasco o un acertijo engastado en el nácar de esta concha;
pero no, definitivamente eres una sirena varada en la cenefa de las olas
–anarquía en el celofán–.

Vigo, ciudad de playas y gaviotas, argolla azulina,
pantalán azul salobre, plétora de tentáculos y ostras,
joyel apaisado de puentes, bateas e islotes, blanco arenal
donde el sol fluye lentamente como un poema de lluvia, en pleamar,
y el cielo, enjalbegado de dioses, declama pestañas en el dedo;
Vigo, galápago añil, (des)mesurado mar insomne.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 23 de junio de 2011


Cuando miras algo fijamente, se mueve por una ilusión de movimiento; pero aquella vez no te moviste. Ni un parpadeo. Ni un débil temblor. Ni un aleteo de libélula. Tus ojos se cerraron a la luz como un fortín de sombras, y ya no pude vertebrar el silencio con palabras ni abrir las esclusas de la soledad para dejar pasar el mar de mi tristeza. La muerte me arañó la espalda y me dejé arrastrar por la resaca del tiempo, como un marinero sin brújula ni estrellas, sin otra carta náutica que el beso, abocado al naufragio y perdido en el sextante de la luna.

Ya son dos años sin ti, y no diré que han pasado rápido. Casi no reconozco al hombre que fui en aquel tiempo; tan lejano se me ofrece a la vista, y tan densa es la niebla, que apenas distingo su vaga silueta; o no me reconozco ahora si me comparo con el que era entonces, tanto he cambiado por dentro o ha cambiado el mundo que me oprime y me rodea. Sólo una cosa ha permanecido inmutable: la poesía, tu poesía, la única roca a la que me puedo asir cuando siento que me precipito por este acantilado escarpado que es la vida sin tu vida, el mar sin tu amar, el Faro sin tu luz indeclinable.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 21 de junio de 2011


Me he acercado al pretil de los sueños sin alfanje, descorazonado como un mes de mayo. He indultado la laca de las uñas pintadas de cuarzo rosa y marfil. He veraneado en el invierno de tu voz y en la ternura de tu abrazo. He acariciado el flúor de tus pupilas como una luna nueva y dilatada. He secuestrado la canción del segundero. He ungido la noche de purpurina, y decían que eran los lunares de la ciudad. He vendado los ojos de la noche y la noche me lo ha devuelto. Me he estrechado en círculos de fuego. He desafiado el principio oscuro de la cámara y el borde palmípedo del dintel. He arrullado cisnes con el viento crispado en la garganta. Pero tu belleza se revela ahora transparente a la codicia de mis ojos. Mi conciencia es la admonición de un pasado y un adminículo de aseo. Tu amor ha conmutado mi pena a la tristeza. Los árboles parecen más grandes cuando el bosque está quieto, adormecido y en silencio, esperando quién sabe qué invierno. El mar es el trasunto azul de tu nostalgia. Me arrimo a ti porque sé que ningún hechizo puede deshacer el paisaje abrupto de la soledad. Me arrimo a ti porque en mi piel acampó el frío y el dolor se erigió en monumento. Muchas veces para que uno viva, otro tiene que morir, pero hay corazones que salvan vidas. Ya no entras descalza en el cuarto de baño, pero tu cepillo de dientes sigue estando aquí, esperándote.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 11 de junio de 2011


¿Qué fue del gameto y del cequí?
¿Dónde un buqué de lilas coronó la trama?
¿Cuándo el ciego devanó la luz con su lazarillo y su alianza?
¿Quién unció el sexo a la cama y el rosario a la madraza?
Nunca pudo la bella despertar al sortilegio del sueño.
Nunca la muerte conjugó dos muslos sin ceñirse antes un liguero.
Nunca un dedo meñique devolvió el equilibrio al océano
ni el juicio a la manzana. (Y el rojo de tus zapatos conjura la sangre
a la otra orilla del véspero, y las arañas destejen su labor en el burdel.)
Nos apresuramos a perdernos en oscuras galerías, en sótanos
y parterres, mientras los gemelos parpadean detrás del mostrador
como ganzúas occipitales. A degüello.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 9 de mayo de 2011


Cegado, tú, vuelves bruma mi pelo.
Sólo tu amor se parece al mío’, Sara Álvarez


Todo empieza con un zureo torcaz
o una caricia levantisca en la orilla de los muslos.
El pulso se acelera, el vientre se contrae,
los ojos cintilan y solfean las pestañas
como golondrinas un domingo de carnaval.
Pronto una soflama enardece la oratoria
de los cuerpos desnudos y abrigados
por la noche celestina. Enhiestas,
las lenguas tiemblan como gelatina
en la arquitectura orgánica del beso,
con la sismología de las pieles
zurcidas de sal y sol.
El cabello se hace bruma, y abruma
su fosca espesura de manglar.
Una tersa brisa perla de rocío
el cuello ambarino del heliotropo.
Un pie se eleva en el aire,
otro se abate, distante,
y pronto el beso deviene remolino de agua,
como la cabriola o la pirueta inverosímil de un

..............l......................o......................v
.......t..........e...........s..........s..........e
o.......................u.......................r

que redime la cadencia del poema.
Entonces, y sólo entonces,
los amantes pueden escandir sílabas
en los ríos de la mano
y domeñar el relámpago de su desnudez.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 25 de abril de 2011


'Eudaimonia', de Naoto Hattori

Custodia una esfinge de hielo
el acertijo inescrutable de su boca,
la canción arrabalera del ombligo
y su celdilla generosa en miel,
como ese halo esplendente que desaparece
.....................–con todas sus lunas y topacios–
en el eclipse de mis labios
cada vez que me besa.

Mírame,
en mi mano ensangrentada sostengo la balanza y el cigoto,

su cenit y su nadir.


¿Me juzgarías capaz de pintar la sombra fugitiva de un jilguero
en los tórridos humedales de la espalda

si el ocaso me regala una tierna balada de abril?


Ella canta boleros en el malecón
con dicción de nube que deletrea relámpagos
en el cielo daltónico, a intervalos de cebra.
Desde este arco ojival, salpicado por la espumosa
salinidad del recuerdo, añoro las geórgicas de sus besos
........................................–aquellos dos crótalos tonantes–
y los epigramas garabateados en mi piel
con su prosodia descuidada de cigüeña.
Añoro, sí, su obelisco lenguaraz.

Han pasado ya tres estaciones
y otros tantos ciclos
desde que desraizara el raigón de su silencio
con voz alta y nemorosa
para desbrozar los abrojos de la soledad.
Desde entonces todos los árboles son ella.

Hallaré una Arcadia feliz
en la sima voluptuosa de su boca
donde reverbere un grito panvocálico:
¡Eudaimonía!

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.