Cuando miras algo fijamente, se mueve por una ilusión de movimiento; pero aquella vez no te moviste. Ni un parpadeo. Ni un débil temblor. Ni un aleteo de libélula. Tus ojos se cerraron a la luz como un fortín de sombras, y ya no pude vertebrar el silencio con palabras ni abrir las esclusas de la soledad para dejar pasar el mar de mi tristeza. La muerte me arañó la espalda y me dejé arrastrar por la resaca del tiempo, como un marinero sin brújula ni estrellas, sin otra carta náutica que el beso, abocado al naufragio y perdido en el sextante de la luna.
Ya son dos años sin ti, y no diré que han pasado rápido. Casi no reconozco al hombre que fui en aquel tiempo; tan lejano se me ofrece a la vista, y tan densa es la niebla, que apenas distingo su vaga silueta; o no me reconozco ahora si me comparo con el que era entonces, tanto he cambiado por dentro o ha cambiado el mundo que me oprime y me rodea. Sólo una cosa ha permanecido inmutable: la poesía, tu poesía, la única roca a la que me puedo asir cuando siento que me precipito por este acantilado escarpado que es la vida sin tu vida, el mar sin tu amar, el Faro sin tu luz indeclinable.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
Ya son dos años sin ti, y no diré que han pasado rápido. Casi no reconozco al hombre que fui en aquel tiempo; tan lejano se me ofrece a la vista, y tan densa es la niebla, que apenas distingo su vaga silueta; o no me reconozco ahora si me comparo con el que era entonces, tanto he cambiado por dentro o ha cambiado el mundo que me oprime y me rodea. Sólo una cosa ha permanecido inmutable: la poesía, tu poesía, la única roca a la que me puedo asir cuando siento que me precipito por este acantilado escarpado que es la vida sin tu vida, el mar sin tu amar, el Faro sin tu luz indeclinable.
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