Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

viernes, 31 de diciembre de 2010



¿Recuerdas aquella uva que se te extravió
cuando daban las doce campanadas
en la ya lejana Nochevieja de 2008?
Sólo pudiste comer once –once bocados en agraz–;
la otra, uva pasa, se fugó por la tráquea de la vida.
Pensaste que te la había robado un duende díscolo y travieso
escondido debajo de la mesa –u oculto, tal vez, en el vuelo de tu falda–,
un pequeño glotón preocupado de que no te atragantaras con la veloz ingesta;
pero en realidad te la robó alguien más zorro que el del cuento.

Fui yo.

Esta Nochevieja,
cuando el reloj de la Puerta del Sol toque las doce campanadas,
comeré trece uvas:
doce por los años que por mí han pasado desde que te fuiste;
una por la uva vida que se te escapó.

Y así se restaurará el equilibrio en el universo
y la paz en mi corazón.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 29 de diciembre de 2010




Amanece la rivera de tus muslos investida de violetas,
perfumada de rosas, corolario de zarcillos y azucenas,
y al albur de mi saeta
cimbreas tu cintura de mariposas como un hula hoop,
con la a-levosa levedad de la libélula.

¿Cómo podría rielar versos en la pálida mejilla de la luna
sin sublevar su trémula anatomía de luciérnaga?

No aprendí a desnudar los aspavientos de tu sol-edad
con labios ciegos, pero puedo hacer un bestiario de unicornios
de una lágrima cristalina y refulgente.

No preciso de campanillas para tintinear requiebros en tu oído
con la apostura del ciervo
si el amor ausculta nidos en el horizonte
y los pájaros sobrevuelan por tu océano de musgo
sin faro ni baliza.

Somos la esencia insondable del bucle,
el anillo del mar, la estrella binaria,
la tautología del cero y el uno,
el infinito en un verso,
la rosa espumosa del vino.

Somos agua y tenemos sed.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 27 de diciembre de 2010


Hay una nube fabril
en el celaje taciturno de tus ojos,
un silo de lágrimas y un motín de arreboles.

..................–y te fuiste como un beso ensombrecido de distancia
..................en la afonía claudicante de la tarde
..................con la muerte silenciosa de los girasoles–


Adiós, mi lluvia enamorada.
Adiós, mi frágil luz de invierno.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 24 de diciembre de 2010


Hoy vi Somiedo en la televisión.
Estaban hablando de las fuertes nevadas caídas en los pueblos norteños,
como es tradición en vísperas de Navidad.
Mi corazón dio un vuelco cuando oí aquel nombre tan querido y familiar.
Al instante mi mirada, antes distraída, se dirigió a la televisión,
donde un reportero con los pies hundidos en una espesa alfombra de nieve,
micrófono en mano, relataba los remedios de los lugareños para combatir la ola de frío.
Seguro que tú conoces bien ese grimorio de sabiduría popular,
que tus abuelos te lo enseñaron, como te enseñaron a amar la Naturaleza
y la poesía.

Hoy vi el pueblo donde naciste y creciste,
y algo –una voz de hielo, una tormenta de granizo–
nació y creció en mi interior con el ruido ensordecedor de un alud,
arrasándome los ojos de nieve.

¡Ya viene el alud que adula la nieve!,
¡ya la nieve lauda al laúd!

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 20 de diciembre de 2010



como pinceladas en las esquinas de los atardeceres
'Aun cuando la realidad me aleja percibo toques', Sara Álvarez

Te miro,
y veo trinos bordados en las esquinas de tus ojos
como pájaros empenachados de oro que chapalean en un humedal
en los purpúreos estertores de la tarde;
te beso,
y saboreo estrellas salobres
en la vagarosa laguna de tus labios,
allí donde el otoño se hace sinfonía de lluvia y granizo
y las ánimas se coagulan en un aqueronte de sangre.

Cuando rielas lágrimas de cielo,
los copos que se precipitan por los acantilados de tus ojos
amerizan en mi boca de lluvia con un débil temblor.

–un temblor de rocío hialino, de párpado escarchado,
de ciervo inmóvil y atrapado en un mar de hielo

que espera pacientemente la muerte–

Y las cuitas nadan por el cálido flujo del esperma
hacia el estuario amanecido de los labios
con el lábil aleteo de un caballito de mar;
y las burbujas en los hoyuelos anuncian más lluvia,
una galerna de rosas o un aguacero febril;
y semillas de suspiros escapan de tu boca dehiscente.

Sólo en tus ojos las lágrimas pueden cantar.
Sólo tu mirada cristaliza mi tristeza en una canción de hielo
con su íntimo gorgoteo de alondras.

Eres como la pluma cobriza que danza sobre el agua
y navega por un piélago de besos
alabeada por el frío sol de invierno:

.......................................ingrávida

...etérea

.................enhiesta flecha de noviembre.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 17 de diciembre de 2010


En un sueño de fractales,
¿qué número serías?
El 73,
que es el número primo número 21.
Su espejo, el 37, es el duodécimo,
y el espejo de éste, el 21,
es el producto de multiplicar 7 y 3.

¿Qué puede haber más perfecto que un número cuya suma de múltiplos da 10?
Sólo tú:

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

*Idea sacada de un capítulo de la serie The Big Bang Theory.

miércoles, 15 de diciembre de 2010


A esa hora en que los muertos pueden bailar
un rondón patibulario
tu nombre incendia mi boca
con la espoleta del beso
que atrona mis oídos
en una lengua alófona.

Cuando los cuervos desatan el corpiño de la luna,
su negro pecho se desparrama por todo mi cuarto
llenándolo de sombras.

Los relojes laten sin pulso, quedamente, sincopados,
en la silente trápala del conticinio,
y las horas enferman de espanto,
expoliadas de su monótono tictac,
preñadas de lúgubres tañidos.

¿Te robó la palabra el soplo tahúr de la muerte?
¿Recortaste mis ojos en la cartulina del sueño?
¿Leíste naufragios en los afluentes de mis manos?

Tanit se pinta los labios con una bala más roja que mi sangre.
Por eso sus besos estallan con el sabor acre de la pólvora.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 13 de diciembre de 2010


Caminas bajo la lluvia
sin paraguas ni capuz
saltando charcos
como si pintaras un crucigrama en el arco iris.

Patinas sobre azulejos de nubes,
te ovillas en espirales de musgo,
cabalgas sobre delfines con aletas de espuma,
recortas tu perfil de grulla contra la luna
y desapareces entre jirones de niebla
en bosques de coníferas
donde el sol reverbera
en las hojas pecioladas
con ese rocío ambarino
tan parecido a la miel.

Dime,
¿acaso los sueños no son las lágrimas escritas en las hojas susurrantes del viento
cuando abres la boca y bebes agua de lluvia?

Nunca te dije que los días de lluvia eran la excusa perfecta para perdernos en la estrechez del paraguas, pero tú igualmente lo sabías y te abrazabas a mí.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 10 de diciembre de 2010


Danzo, en Gathas tribalita me ofrezco a ti:
"estrella que resplandece en el horizonte"
'Danzo', Sara Álvarez

Despiertas siempre a mi lado
blanca y fría como la escarcha,
confusa como una presencia intuida al trasluz de las persianas
o el bostezo indolente de las sábanas
cuando un rayo de luz baila en el alféizar
con el canto broncíneo del ruiseñor.

Danzan mis sueños en la falda de tus acantilados
un himno de nenúfares y ranas
con fuerte oleaje de estrellas y espuma de nácar,
y en los ojos un mar glauco de algas
acuna las falúas que titilan como llamas.

No me canso de boyar en el río anchuroso de tus labios
el velero bolero de la palabra amada –Sara–
cuando silabeas la lluvia tempranera de mi nombre
entre pájaros de sol y almíbar.

Una ráfaga de viento atempera tus alas,
otra arrulla tus rayos,
una miríada de hojas se posa en tus cabellos,
despeinándolos,
y arqueas las cejas nefelibatas
como una flecha lanzada al cielo austral.

Eres la estrella que resplandece en el horizonte
cuando el muérdago besa la nieve
y la noche se transfigura en relente
entre briznas de fuego y sed.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 7 de diciembre de 2010


Tiemblan los vagones
en una contradanza de agujas
como las vías del tren que se bifurcan
al embocar el claustrofóbico túnel
que conduce al tiempo pasado,
a semejanza de una lengua bífida
agitada por un serpenteo de rieles
–retorcida maraña de vigas y hierros–,
hasta que un farol amarillo decapita la noche
con su chispeante vapor de estrellas.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 5 de diciembre de 2010


Cuando llueve te deslizas como una gota fría por mi espalda
arrancándome un temblor de párpado,
un gemido apagado,
y recorriéndome el espinazo, en interminable procesión de hormigas,
un escalofrío.

Siento cómo la flor de mi poesía se marchita sin tu soplo,
sin el rocío asperjado de tus lágrimas, sin tu próvido aliento
–unas veces feble y quedo, otras veces inflamado y enardecido–.
Lentamente mi plectro se deshace en polvo y cenizas
como un cadáver embalsamado de silencio
y de palabras inanes, vacuas, muertas.

Mis versos,
como las flores de diciembre
que crecen bajo el suelo,
brotan en la oscuridad,
ocultos, ignorados,
a resguardo de la luz
que socava los misterios.

Siempre queda un hoyo en el alma
al arrancar las raíces de la tierra.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 2 de diciembre de 2010


El Poeta es semejante al príncipe del cielo,
que puede huir las flechas y el rayo frecuentar

'El albatros', Baudelaire


Cómo se abarquilla el mar en la costa
en cuanto las aguas retroceden intimidadas
por el reflujo de la marea,
devolviendo la arena a los pies.
El sol riza la playa de mechones de espuma y plata,
de trenzas de algas y conchas rosáceas,
y no hay nubes en el cielo glabro.
Sólo un albatros relampaguea en la prístina albura del litoral
apostatando del viento y de la lluvia,
como una lágrima que peregrina por la tersa mejilla de la aurora
sin mácula en el plumón.

Es inútil izar besos al atardecer
o abanderar cangrejas desveladas.
Cuando oscurece,
el sínodo de tus labios murmura en tropel
un silabario de nostalgia
como el mástil arrumbado por la tormenta.
Otoño cruje como un rasguño de licor,
sin oro en la péndola,
y la soledad anega los pecios
con la tisana del olvido.

A tu lado,
las horas se fugan lentamente del reloj,

..........para nunca volver.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 28 de noviembre de 2010




Hoy he aprendido que "te amo" en coreano
se pronuncia casi como tu nombre:
"Saranghae".
Qué sabios son los coreanos.
Algo tan precioso como el amor
sólo podía sonar a ti.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 26 de noviembre de 2010


Feliz cumpleaños, Sara.

Qué contradicción tan grande, ¿verdad? Desearte feliz cumpleaños cuando no puedes cumplir años, cuando el que no puedas cumplirlos es flébil (sí, como el derrame de la luna), no feliz. Pero para mí, en mi particular calendario, los sigues cumpliendo, porque habitas mi memoria y en mi memoria estás viva. Nunca dejaste de estarlo. Nunca dejarás de estarlo. Siempre te recuerdo, y te recuerdo como tú querías que te recordara, en los mejores momentos. Que hubo muchos.

La brecha en el tiempo se hace más grande. Mientras yo sumo años y envejezco, tú sigues teniendo la misma edad. Eres eternamente joven. El tiempo que nos separa es el mismo que nos acerca. El tiempo es un río profundo y negro que corre en dos direcciones. El río Leteo. Al final, todos desembocaremos en el mismo mar, un mar muerto. Allí nos encontraremos como dos veleros solitarios.

Cuántas veces me he sentido un dios atrapado en un cuerpo humano, con un espíritu demasiado elevado para esta cárcel de carne y huesos; y sin embargo, ¿qué dios no es capaz de sanar el ala herida de una alondra? Mi poesía no debe de ser tan bella cuando no te pudo curar. Quiero volar hacia ti, pero yo no tengo alas de libélula, y si las tengo, no sé usarlas. Las que yo te di eran tan frágiles que las rompió el viento.

Si al menos pudiera soñar contigo, mas tendré que resignarme con pensarte, el único consuelo que le queda a la mente lúcida y despierta, demasiado consciente de su propia existencia y de su tristeza de papel.

No te olvido. Te quiero.

P.D.: Raquel ya te habrá enseñado que algún día devolveremos la materia al otro lado del agua.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 22 de noviembre de 2010




Allí donde el lenguaje se revela insuficiente
y las palabras boquean como peces en un río seco,
estás tú para guiar mi mano e hilar los más finos versos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 19 de noviembre de 2010




¿Por qué las luciérnagas viven tan poco?,
le pregunta Setsuko a Seita en 'La tumba de las luciérnagas'

La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo. Y tú has brillado con mucha intensidad -
Tyrell a Roy Batty en 'Blade Runner'

Desde que eres cielo y mar
ondeas caricias en la piel cerúlea del tiempo
y oscilas espigas de trigo en campos dorados
con el suave murmullo de tus besos.

Eres el espíritu de la lluvia en primavera,
el vientre fértil de la tierra,
el eco de mi voz acompasada,
el agua que brota de la fuente
y la llama firme que se eleva.

Ahora descansas en mis brazos,
hermosa y pura, núbil y eterna,
descalza y presurosa como el sol en la mañana,
rutilante como un ángel en su tumba de luciérnagas.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 16 de noviembre de 2010




La luna se estira como un apósito de luz
por la piel afiebrada de la noche.
Parece una oblea flotando en un charco de brea
con ese borbolloneo de aspirina efervescente.
El silencio cauteriza las cicatrices del ocaso
en el cielo casquivano y ceniciento
como una densa y opaca nube de hollín
traspasada por un hilillo de sangre.
El lagrimeo de la lluvia en los escaparates
exuda letras de neón y un alfabeto de cenizas
se posa en los bolardos.
El brillo ambarino en los ojos de los gatos
no lame furtivas heridas,
ni la sal quema la carne.

Mi iris se expande como un mar de jade
por el proceloso curso de tu soledad.
Tiemblas con la abstinencia de aire de la mariposa
clavada a un alfiler. Un río carmesí desaparece en las riberas del otoño
y las hojas caducas se empapan con la menstruación de las amapolas.
Las flores enmudecen por el estupro de las vírgenes
en los claros de luna y esconden pudorosamente su perfume
y sus pétalos al doncel de la noche.

Y de pronto,
un pez alado bordea las pestañas del sol con rumor de agua y nieve,
salpicando de plata la húmeda hierba.
La alondra levanta el vuelo
y el día rompe su cáscara pruna,
exultante, renacido.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 11 de noviembre de 2010




En una fotografía hay una historia escrita y otras muchas por escribir.
O.B.P.


Miro tus fotografías y me pregunto
qué pensabas en aquel momento,
mientras la cámara inmortalizaba tu sonrisa, tu mirada, tus gestos,
si sonreías porque estabas contenta
o sólo por cortesía,
como quien claudica a la volubilidad de un deseo.

En una es una cinta en el pelo,
en otra son unas horquillas, un chal o un collar con piedras de colores;
cada detalle abre nuevos interrogantes.
¿Qué íntimos anhelos estremecían tu frágil corazón?,
¿qué pensamientos turbaban la paz de tu espíritu?
¿Qué ojos te veían a través de la lente cuando el flash disparaba su tinta blanca sobre la negra piel del tiempo?
¿Era melancolía lo que había en tu mirada cuando tenías la vista fija en el mar,
con la mano izquierda apoyada en la baranda y la derecha doblada en la cintura?
Y tu nariz graciosamente fruncida por el esfuerzo de abrir una tapa, ¿qué perfumes olía?
Y el viento que te despeinaba, la brisa que te mecía, ¿qué salinos rumores traía?
Nunca lo sabré, nunca podré escribir la historia de esa fotografía,
la verdadera historia, la que sólo tú conocías y te llevaste contigo,
–como la de todos esos momentos que viviste y naufragaron en un mar de silencio,
“como lágrimas en la lluvia”–
,
pero sí puedo reescribir muchas otras historias con tus imágenes,
tantas como interpretaciones se me ocurran.

A veces, sin darme cuenta, mi memoria viste la realidad de fantasía,
y te adorno con prendas que nunca existieron
más que en mi imaginación febril y desaforada
como un jayán que deviene en molino de viento;
y entonces comprendo la paramnesia de los replicantes,
su desamparo, su mistificación, su atormentada vanidad de ángeles caídos
en la orfandad del recuerdo.

Y no obstante, ¿acaso no eras tan fantástica que ninguna fantasía podrá jamás superarte?

Sí, ahora entiendo por qué algunas tribus africanas aún creen que las fotos les roban el alma.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 6 de noviembre de 2010




Recuerdo el sincretismo de nuestras lenguas cuando nos azorábamos en el rizoma del beso. Las manos se nos enredaban, díscolas, por los arcanos de la piel como dendritas o hiedra sarmentosa, y se agavillaban en una urdimbre de lisonjas donde a cada dedo que se entronizaba en los vergeles de la carne le nacían nuevos brotes, como pétalos de una corona violácea. A nuestra espalda balbuceaba la cellisca en una lengua misteriosa, extraña, lejanamente ascética, y al apretar el paso nos crujían los corazones como ramas astilladas.

Y entonces se alzaba de la espesura del bosque el murmullo quejumbroso de un viento galopante que agitaba el follaje como un bandoneón de murciélagos, y entre las hojas de abedul asomaban unos ojillos vagarosos y centelleantes como bellotas de neón, luciérnagas o pequeñas máculas incandescentes que rasgaban con su prontuario de luz el denso plumaje de la oscuridad invernal.

La nieve amortiguaba nuestras fatigosas pisadas entre chasquidos de cáscaras y nueces y tus ajorcas bailaban y resplandecían con la mágica claridad de los glifos iluminados fugazmente por un rayo de luna. Los copos, como párpados pesados, caían parsimoniosamente arrastrados por el deliquio del sueño. Las azaleas, rasuradas de pétalos, lubricaban la helada campiña con su acre aroma a sexo. Al vapor delicuescente de un rayo de luna los matorrales reverberaban en un fiero lobo de hirsuto y grisáceo pelaje, erizado de zarpas. La luz macilenta apaisaba el tornadizo vientre del río en pliegues adiposos y mudaba los balaústres en fantasmagorías, de suerte que el muelle parecía, de pronto, un xilófono zarandeado por la baqueta de un niño pez. En el cielo enviscado de un endrino gelatinoso las estrellas tiritaban ebrias de éter, como azucarillos que se disuelven en una taza de café. A lo lejos, en el ribazo, el Faro orillaba una lágrima angosta como un esquife en los pontones claveteados sobre la bruma, a escasamente un palmo del agua. El frío era tan atroz que contristaba nuestros huesos, y nos estremecíamos como un sauce doblado y aterido que se sacude el abultado sayón de la nieve adventicia y busca el calor en lo más hondo de sus raíces. Sólo mi resuello zahería el silencio escarchado de la noche, y tu aliento, nube cálida, estallaba, al traspasar la boca, en sibilantes flechas de cristal, un enjambre de danzantes y puntiagudos alfileres que prendían el negro dedal del crepúsculo. En cada beso campanilleaban, como horas esquivas y lastimeras, tus pendientes de aguamarina, y a través de la hendidura del lóbulo podía columbrar el brillo lívido, tenue, casi espectral de la luna escarchada y ahora abierta como una raja de melón o la amoratada vulva de una amapola. Tus pupilas titilaban ingrávidas, flotantes, como abrasadas en un fuego divino, y despedían un resplandor rojizo y ondulante donde crepitaban los orgasmos del universo. La aurora rosicler hacía girar las aspas de su molinillo y una brisa helada y ruborosa fecundaba el valle de rocío hialino y dientes de león. El relente caía sobre nuestros pies adormecidos con un hormigueo de barro y lluvia. Rodeados por un talud de niebla, empapados en la mucilaginosa savia de la eternidad, nos atrincheramos en un nido de luz e hicimos fuego con el caudal infinito de nuestros besos.

Así espantamos al demonio de la noche.

Hoy somos dos hojas de una misma rama, dos ramas de un mismo árbol, dos árboles de un mismo bosque perdido en la bruma del tiempo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 1 de noviembre de 2010




arden y abaten como las pavesas...
Cunnilingus’, Sara Álvarez

...creando compases de arroyos cálidos
Tu voz’, Sara Álvarez

I
Tu piel es una
con la luna que arrulla
el agua fresca
de la alfaguara asaz
que brota de mi pecho.

II
¡Oh, luna amada
que acunas los deseos
de los juglares!
¿Por qué menguas así cual
una alcancía rota?

III
Sólo la noche
y el rocío humedecen
mis ojos secos
cuando el llanto enmudece
la escarcha del silencio.

IV
El mar bravío
brama su incontinencia
contra las rocas
del acantilado que,
firme, escupe las olas.

V
Con los primeros
rayos de sol, la luna
guarda el violín
en su estuche de plata
y abate las pavesas.

VI
Late en su boca
un pálpito de grullas,
un batir de alas
quebradas y hojas mustias
y una voz membranosa.

VII
Un rosáceo
arrebol colorea
el óvalo de
tu cara, como una flor
prensada en alquitara.

VIII
La luna cose
con hilo plateado el
dobladillo del
agua, y los peces saltan
como estrellas fugaces.

IX
Un tapiz de hojas
bordado con más lágrimas
que cicatrices;
ése es el paisaje de
este adusto noviembre.

X
La noche cabe
en esta partitura
de arroyos cálidos;
ondea el crepúsculo en
un alfiler de luz.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 28 de octubre de 2010



En el estanque
las hojas lanceoladas
bruman la niebla;
la suave brisa anuncia
el preludio de un beso.

El sol asoma
en lontananza con un
brillo cegador
que espejea las fuentes
y reverbera en el mar.

El viento silba
en el bosque umbrío con
murmullo de hojas
secas y un remolino
riza la lluvia fina.

Las manos en la
hoguera buscan calor
y atizan brasas,
que el frío y la nieve son
lebreles de la muerte.

Ya la nieve con
su capa de armiño y sus
mitones blancos
abandona el roquedal
y brota verde el musgo.

*El tanka (poema corto) o waka (nombre con el que se conoce la poesía japonesa desde el Kokinwakashu) es una composición de 31 sílabas divididas en 5 medidas (ku) de 5-7-5-7-7, sin rima. Estas medidas no se corresponden con lo que en español llamamos verso, pues la prosodia del waka es puramente cuantitativa. Al no coincidir la pausa versal con la pausa morfosintáctica, el encabalgamiento es la regla, y no la excepción, en la poesía japonesa, donde no existe la sinalefa.

La temática del waka es, invariablemente, el carácter transitorio y cíclico de las estaciones, y, en este sentido, hay varios tópicos estacionales: la flor del cerezo y el ruiseñor (primavera), el pájaro cuco y la flor del naranjo (verano), la hoja carmesí y el ciervo (otoño), y la nieve (invierno).

Los más popularizados haikai, o haiku, son una variante de los waka (comparten las tres primeras medidas), e inicialmente recibían este nombre los poemas considerados excéntricos.

El título del poema, así como la imagen, están tomadas de la película homónima de Kim Ki-duk. La música pertenece a la banda sonora de 'Oldboy', de Park Chan-wook ('The Last Waltz').

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 26 de octubre de 2010


Nuestros dedos se buscan a través del cristal de la ventana
guiados por un mismo impulso, alentados por un solo corazón,
ávidos de caricias, trémulos de emoción,
con la fiebre que muerde las esquinas de los labios,
y atraídos por las yemas, como imán, se rozan sin pendiente ni estuario
mientras afuera la lluvia tañe lágrimas de amor en fuga
hasta que una mariposa otoñal se yuxtapone, finalmente,
en la coordenada del beso, allí donde el cielo se hace espuma, ola y mar
y los días caen al desgaire como ampos copos de nieve.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 24 de octubre de 2010


Era 2009.
Aquel año febrero tenía 28 días,
y tú, 27 años.

Esta mañana he estado empaquetando el material de la oficina.
Como bien sabes, estoy de mudanza.
Junto a la peana del ordenador encontré aquel calendario de 2009
que recibí de la imprenta. Goya, sí, como el pintor aragonés.
He soplado la capa de polvo que lo cubría y me he quedado contemplándolo fijamente, pensativo.
En este calendario, ¿recuerdas?, marcamos el itinerario de nuestros sueños.
Tiene el año impreso en bajorrelieve y los meses en mayúscula, centrados dentro
de rectángulos negros. Los días festivos están resaltados en un rojo cálido –PANTONE WARM RED, apostaría mi tristeza, lo único que me queda–
y los números están demasiado apretados. No respiran. Les falta sangría.
Quizá, también, aumentar un poco el cuerpo de letra. No es bonito –te lo digo yo,
que algo sé de esto–, pero no lo he tirado porque me recuerda de ti.
Mirarlo es como mirarse en un espejo roto: se me clavan cristales en la piel.
Pero cada vez que lo miro veo una parte de nosotros en él.
Es esa parte que el tiempo nunca podrá arrebatarnos, porque nos pertenece.
Lo bueno de no poder volver atrás es que nada ni nadie podrá cambiar
jamás lo que vivimos. Ni alterarlo un ápice. Y vivimos momentos muy felices.
Tú lo sabes. Yo lo sé.

Era 2009.
Aquel año febrero sólo tenía 28 días,
y tú no cumpliste 28 años.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 21 de octubre de 2010


La sangre florece espuria en los burdeles de la carne,
en la genealogía de las metáforas
que cuelgan, podridas, del membrillero.

La noche es un remanso de anatemas,
un lóbrego jardín de langostas,
una constelación de fementidas luciérnagas.

No urde el sol tu palabra de hielo
ni el viernes mitiga la luz de las ausencias.

Siempre vienes tarde a nuestro encuentro,
cuando las noches sufragan estrellas
y mis esquejes se estiran por el litoral de tu sueño.

¡Cuán disímil es el giro de la peonza
sobre mi mano,
y estos ojos que danzan sin órbita ni compás
en la elipsis del verbo!

Me miras sediciosa,
con la mirada atrapada en la telaraña del tiempo,
tejiendo versos y lágrimas,
ausente e impenetrable en tu mismidad.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 19 de octubre de 2010



¿He visto el amor o una película?

Este film, que tiene uno de los inicios más bellos y románticos que yo recuerde, se titula 'A Moment to Remember', y está dirigido por el cineasta surcoreano John H. Lee. Los intérpretes son Woo-sung Jung y Ye-jin Son. El bolero que se escucha -y que causa un efecto embriagador en el marco de la historia- es 'La Paloma', en la voz de Shin Yona.

Para amantes del cine y de la poesía. ¡Qué diablos! Para cualquiera que ame.

domingo, 17 de octubre de 2010


Hay una tristeza apátrida incrustada en el óbito de tu silencio,
un relente de amapolas,
el granizo de una tormenta.

Tus dedos juegan en mi boca
a la rayuela, saltando de beso en beso
como abejas en el escote de una colmena.

Te soplo con voz de adormidera
porque eres el aire donde hago girar mis molinillos de viento,
el mar donde se corta la lluvia
en finas capas de niebla.

El humo asciende al dintel de los ojos
mientras los sueños traquetean, sonámbulos,
por los rieles de la noche.

De día giramos como aspas de una cometa
y de noche dormimos con los meñiques abrazados
para encadenarnos a un mismo sueño: tu vida.

Me callo
porque mis labios ya no conocen la nomenclatura del beso
y la vida se me escapó por la boca
con el último metro.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 14 de octubre de 2010




Él se llamaba Amor, y Ella, Poesía. Poesía escribía poemas a Amor cuando Amor aún no había llegado a su vida. Amor escribía poesía sin saber que Poesía existía.

Por creer en Amor, a Poesía la tildaban de soñadora, loca, ilusa, alma perdida… pero Ella sabía que, en algún lugar, más cerca de su corazón de lo que su razón le decía, Él existía. Y confiaba en que, antes o después, le encontraría.

Amor nunca pensó que la poesía pudiera transformarse en materia viva. Siempre la había imaginado abstracta, etérea, incorpórea, como un mágico destello que obnubila la mirada del artista.

Poesía tenía una amiga inseparable llamada Eterna Tristeza. A Amor aquella Tristeza no le era del todo desconocida. A menudo le abría su pecho y disfrutaba en soledad de su compañía. Tristeza era temida por muchos y repudiada por todos, pero ellos la aceptaban sin reservas y la trataban con regalo y cortesía.

Agradecida por su dadivosidad, Tristeza creó para ellos Mundo Poesía, y allí se conocieron, entre ripios y rimas. Poesía reconoció a Amor como el Árbol de la Vida. Amor vio en Poesía la metáfora espontánea y creativa. Al principio chocaron como dos átomos cargados de energía positiva y negativa, pero entre ellos no tardó en surgir la chispa.

Y así, un cálido día de invierno se enamoraron Amor y Poesía, y les nacieron cientos de poemas, que eran de muchos la envidia. Fue el comienzo de la Alegría.

Durante meses Poesía escribió versos a Amor y Amor a Poesía, pero Tristeza, aquella misma Tristeza que les había unido, se sintió abandonada y llamó a la Muerte para que acabara con su antagonista, la Alegría. Amor sobrevivió a aquel duro golpe, que no resistió, empero, la más frágil e inocente Poesía.

Un frío día de verano Poesía murió de Tristeza, pero Amor siguió escribiendo poesía como si Poesía siguiera viva. Aunque sabía que era inútil, quería resucitar a Poesía con su poesía.

Y se sucedieron las estaciones, y llegaron las nieves, y pasó la canícula, pero Amor vivió con Poesía en el reino de Mi Siempre Primavera, donde envejecieron juntos cuidando del árbol de sus promesas.

No tuvieron hijos, pero tuvieron poemas, y los poemas fueron sus hijos.

Su familia aumenta de día en día.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 11 de octubre de 2010


¿Recuerdas cuando cerrábamos los ojos muy fuerte
y al abrirlos veíamos puntitos blancos agitarse
como estrellas titilantes sobre un lienzo negro?
La noche era un avestruz sin cabeza
cuando me vendabas los ojos con tus labios
y yo sólo oía tu silencio
a través de la respiración contenida.

A veces –lo confieso–, mientras nos besábamos
abría los ojos sólo para ver cómo tú los cerrabas,
y entonces escondía mi rubor de amante sorprendido
en tu labio inferior, mordiéndolo suavemente.
Tu aliento encrespaba los estandartes de mi pecho,
y mis dedos desataban tempestades en la abra de tus muslos.

En aquel tiempo de sílabas menguantes
nuestras bocas se encauzaban en todas las lenguas,
sin meandros ni circunloquios,
y el amor era blanco y puro y le poníamos tantos nombres
como los esquimales a la nieve.
Inventamos un lenguaje de libélulas y acantilados
para que el musgo coloreara nuestros ojos.

Luego llegó la ablación de las palabras tardías
y una afasia pertinaz.

Poco a poco se nos mueren los abriles en las manos
y se nos van los días como pestañas al borde del párpado.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 9 de octubre de 2010


Llovía a plomo en la ventana,
y cada gota de agua retumbaba en la falleba de los labios
con un silencio de algodón.
Una luz macilenta resbalaba en la comisura de las puertas
entornando la pereza de las horas vespertinas.
Naufragios de sombras haraganeaban en el zaguán
con su indolencia lasciva,
mientras nuestro regazo olía a sexo y tierra mojada.
Sólo se oía el canto anfractuoso de los grillos
en la noche oscura y soterrada.

Cuando el viento empezó a silbar
tañendo las úvulas de las campanas,
la luna aún titilaba en mi garganta
con su timbre de badajo.

Un rubor carmesí irisaba el hemistiquio de tus ojos
con el baldón de una lágrima.
Los gatos negros disertaban con las pléyades
sobre albores y albricias.

Pronto aprendí que la vida trataba sobre cómo decir adiós
sin conciliar el mañana.

Ni siquiera las estrellas brillan para siempre
–te susurré, sin voz, al cuello–,
pero eres lo más cerca que he estado de Dios,
y si hay una luz que pueda quemar mi piel y arder mi alma,
esa luz –ese fuego perpetuo en el que con gusto me arrojo y me quemo–,
eres Tú.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 7 de octubre de 2010



Puedo ver matices opalinos en el reflejo del agua
cuando los rayos de luna bordean el espectro glamuroso de tus ojos.
La luz trémula incide tangencialmente sobre el estanque de musgo
como una balada glauca, y el relente de la noche perfuma nuestros labios.
La luna nos espía desde su coso de plata,
las azaleas exhalan su veneno en el cáliz de las bocas,
y rodamos como lágrimas de lluvia en un turbión de besos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 4 de octubre de 2010


Sentado en el pantalán de la aurora,
con los pies chapoteando en el agua,
me detuve a contar cada grano de arena de la playa,
cada lágrima salada del mar,
y cuando me cansé,
tumbado entre el ocho y el infinito,
el tiempo me parecía tan irreal como las estrellas.
Sólo existías tú, tan clara y cierta como el cielo
bajo el que luchamos y morimos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 30 de septiembre de 2010


La tristeza es esdrújula
cuando tintinean los acentos
en el ábside de la palabra,
y la lluvia pende oblicua,
torrencial, enamorada,
sobre el faro de los coches
en esta noche brumosa,
oscuramente enjalbegada.

Una serpiente de luz zigzaguea
en el arcén de tus rodillas
con escamas de plata.

Abres los ojos
y revolotean por el arco de tu iris
hipocampos y estrellas,
falúas y falenas,
ríos y estambres de luciérnagas
sobre una clámide otoñal.

Podría ver un canguro en un paso de cebra
o un hombre de rojo pararse ante un semáforo,
que no me asombraría.
Son los partos prematuros de un mal poema,
los suicidios involuntarios de los puentes.

Este amor es inexplicable,
como el bostezo del paracaidista antes de saltar.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 28 de septiembre de 2010


Hoy el sol es frío y ampuloso como una lápida.
El calor huye aquejado de tu piel
y las sombras se asilan en el hospicio de tus lágrimas.
Una tristeza fugitiva duerme escondida
en el balancín de la mirada,
mientras en el zaguán se yergue, escultórica, la hiedra.

¿En qué momento se nos enquistó esta in-dolencia?

Miro a mi alrededor y todo se consume
en un busto escotado, y es fuego y cenizas.
Intento re-componerte poemas
con la dactilografía de los espacios en blanco,
con las sinécdoques de la ubicuidad,
sin hechuras de elegía o epitafio,
pero sólo quedan los tachones de una baldía esperanza.

Incineramos las cedillas de nuestra desnudez
en un crisol de acentos.

La vida se descompone
como una flor cámbrica
o la etiqueta de un cadáver
en el dedo gordo del pie.

Morimos sin nombre;
sin nombre nacemos.
Sólo somos mientras vivimos.
Eternos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 25 de septiembre de 2010


Camino bajo el sol ardiéndote los pasos,
pero a veces tu sombra me parece más larga que mis piernas,
más larga, incluso, que la guadaña de la luna.
Hay veces, sí, en que la sombra que proyectas
se me antoja más real que mi mirada.

Me perderé en la encrucijada de tus muslos
cuando la ciudad sea un cíclope dormido
y la noche parpadee como un fanal ciego
y mi corazón tiemble como una brújula imantada
por la aguja de tus zapatos.

Ven aquí. Te sigo, te espero.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Te necesito más cerca de mí,
tan cerca que puedas traspasarme la piel,
gorgotear en mi sangre, romperme los huesos.
Te necesito muy adentro, enroscándote
como una serpiente con metástasis.
Ven, acércate más, mucho más,
que no pueda abrir la boca sin besarte,
abrir los ojos sin verte,
que me duela incluso el respirar.
Apodérate de mi voz
y mátame todos los adverbios de tiempo
–ahora, antes, después–,
que la poesía aborte un feto muerto,
nuevo, muerto;
un lenguaje membranoso retoñado del himen
de tus versos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.



*El vídeo pertenece a la serie Six Feet Under. La canción que se escucha es Transatlanticism, de Death Cab For A Cutie.

martes, 21 de septiembre de 2010


Corté el sépalo rozagante
que sobresalía en la floresta de tus labios
con el zarcillo de la lengua,
y libé tu rocío, el alburno y la inocencia
hasta que me sangraron las metáforas,
pletóricas de pífanos y pétalos.

Ascendimos como una espiral
por la caracola del beso,
y nos fundimos en un océano fractal
de purpúreas sinestesias.

Escuché a tu piel clamar mi nombre
en un espejo convexo, olí tu voz en la distancia
y se abrió el mar en miles de cielos.

Todos eran nuestros.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 18 de septiembre de 2010




The bloody spur cannot provoke him on
that sometimes anger thrusts into his hide

William Shakespeare


Gotea en la sangre
como una leyenda sin nombre
la serpiente alada del recuerdo.
....................................Picar espuelas
en la diáspora del verso obliterado;
aunar los proverbios ensimismados
..................................en su desnudez;
hete ahí el destino del poeta.

El corazón se extravía
en la lubricidad de la lluvia
que repica en la ventana
y el aliento emborrona filigranas
con la migración de los sueños
hacia cálidos bancales.

.................................Veo señales
en las bandadas de golondrinas
que circundan el aro del sol
y en el cáliz de pétalos
robados al viento.

Por cada lágrima derramada, un collar de rocío;
por cada lumbre que avives, un beso vertical.

Llueve, y nos arrebujamos
como un ombligo asustado de su redondez,
ínfimos en nuestra prodigalidad;
botón sin ojal que añora asirse a la tierra.

Hay un lugar,
cerca del latido del sol,
donde hasta el silencio habla de ti
.............–tibio suspiro de libélula–,
y las nubes cantan tu nombre como pájaros de agua.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 15 de septiembre de 2010


¿Qué es ese profuso resplandor
que oscila en el cenotafio de los ojos
como una elegía de flores sin cabeza?

¿Será el horizonte de nuestras frentes
agotadas de blasfemias
o acaso el ocaso en tu mirada?

Ni la núbil amapola,
ni el velero de la tarde,
ni la fúlgida caricia de la luna en argénteos estanques
son invulnerables a las asechanzas del tiempo.

La muerte barre el serrín de los cadáveres
con el esmero de un jardinero
que arranca las malas hierbas del tiempo.

Ven, abrígate con mis palabras,
que afuera hace frío y tiritas de nostalgia.
Hoy llueve tanto que hasta las estatuas pueden llorar.
A veces el único refugio para la soledad
es la soledad.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 13 de septiembre de 2010


Estás en mi cabeza cuando quiero dormir y no duermo,
cuando me despierto y no te encuentro.
Son mis ojos de cristal líquido cuando te veo y no te alcanzo;
estás tan lejos como la vida.
Un día es demasiado largo para no pensar en ti.

Soy el inquilino de tu tristeza
en esta cárcel de barro, lluvia y piedra
donde las horas se arrastran como (t)or(t)ugas.
No llueve la edad bajo el paraguas de tu sol.
Por la hierba que pisas nunca pasan las estaciones.
Te construí un palacio. Se llama Soledad.

La vida se resume en la alegoría de una lágrima.
Te amo con el silencio de los labios que sólo se abren para besar.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 10 de septiembre de 2010


La noche está erizada de funámbulos. El camino a casa es un tránsito de odres y mechas de neón. Paseo por la tensa cuerda de cáñamo sin mirar atrás. Avisto paisajes de herrumbre, persianas pintadas de graffiti y dibujos anamórficos. Me llega la voz amortiguada de los gatos. Vagabundos de estrellas. Hay un celaje lisérgico y me caen gotas de lluvia ácida en la lengua. Llueve silencio sobre mi lengua. Me instila nostalgia de ti. La luna riela con un resplandor difuso, como aquel beso en fotomatón. Siempre habrá un túnel de sombras para nuestra madeja. Un bosque de farolas horada la niebla con estrías de lluvia y luz. La ciudad se prostituye al rumor candente de la noche. Sus arterias estallan ebrias de coches y las calles aúllan trapisondas. En la avenida, los chopos ondean las caderas por instinto y las flores estornudan serpentinas de colores. Así la noche es menos noche; y la oscuridad, acaso menos proterva. El otoño se asienta en los bancos dándole la espalda al estío. La lujuria se ovilla en una cajetilla de tabaco. Busco tu voz en los soportales de la memoria. Te pronuncio y la ciudad duerme en mis labios. Sara. Siempre Sara. A contraluz veo el dorso de tu mano recortarse contra el horizonte. Parece una corneja o un pájaro tuerto. El pincel seco del cierzo inflama el aire de mariposas y nubes de clorofila. Llevo vuelto el cuello de mi camisa a un blanco cenicienta. Mientras vacío los bolsillos de piedras, la soledad afloja el nudo de la corbata. Los niños siempre cavan hoyos donde enterrar sus ilusiones. Ya puedes abrir los ojos. Estamos en casa.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 8 de septiembre de 2010


Traía agua de lluvia en la boca y un albor de oleaje
en la mirada. En sus ojos verdemar chispeaban dos albatros.
Su canto era un arpa ceremoniosa. La envolvía un halo de tristeza
que arañaba el liquen de las rocas, pero qué tersa fluía su voz.
Como la vida. Por su cabello mojado resbalaban las estrellas.
En sus manos redivivas se desbordaban los afluentes de mi Nilo.
Sus piernas me apresaban con una caricia abisal, como tentáculos
de espuma. Tan cálidas, tan receptivas. Yo ya era, para entonces,
una anguila eléctrica en el fragor de sus muslos. Nuestra piel
se parcheaba de dientes y lenguas. Lujuriosa. En su vientre perlado
me hacía marea viva. Zigzagueábamos como un banco de peces
por la traslúcida vegetación de los corales y nos explayábamos,
desnudos, con el salitre del beso. El mar amansaba nuestros gritos.
Cielo era su nombre.

La antorcha del sol chisporroteaba gaviotas
sobre la bahía. No había sombras en la espalda.
Una suave brisa arracimaba nuestros labios,
y al hundirnos no nos asustaba la oscuridad.

A mil metros de profundidad siempre es de noche,
me decía.
No sangra la nariz al respirar
si tu luz no transita verdores.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 5 de septiembre de 2010


Soplaba un viento alípede
por los campos yermos de la memoria;
alígero el corazón,
saltó como un resorte
cuando emergiste de las aguas;
y en el lago temblaban las estrellas.

Un estremecimiento se alzó de la bruma
como el árbol de la tierra;
el lobo se prosternó ante la luna
con la genuflexión de los últimos girasoles;
y en el lago temblaban las estrellas.

Avancé hacia las aguas y me sumergí en el fuego de los astros.
Un nuevo dios, más grande, nació de mi voz ahogada.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 3 de septiembre de 2010




Te oí cantar en el ajimez de la tarde,
cuando daba un paseo en barca por el lago
y en el cielo coruscaban las últimas pavesas del ocaso.
La cintura del agua cimbreaba ondas que me arrojaban a tus pies.
Estabas apoyada en un sauce, ajena a mi presencia,
y la música que salía de tus labios
era frágil como un palacio de cristal.
Las hojas se estremecían levemente
como alas que despiertan al vuelo,
el árbol henchía su plumón de seda
–enhiesto pájaro de madera–,
y la hiedra caracoleaba graciosamente por tus dedos.
Llevabas una guirnalda de mariposas en el pelo
y no había invierno en tus ojos.
Un sueño vaporoso se apoderó de mí
cuando, arrobado por tu canto,
me sumergí en el eco de tu manantial.

Cuando desperté ya no estabas, y pensé, cuitado:
¿cómo dormir la muerte en una rosa sin robarle la fragancia de los pétalos?

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 1 de septiembre de 2010


Anoche te vi pasar por el puente
sonámbula, ensortijada en el aire,
inmune al terror de las estrellas.
Tu falda tremolaba como una llama volátil,
tus pies desnudos mecían la hierba
y la noche era una bestia fosca y prensil.
No había una tea encendida en el laberinto jardín.
En los agujeros de tu cuello serpenteaba la luna,
y en la fuente de piedra bebían los lobos.
Pensé que darías un paso en falso
y caerías al agua,
pero el sueño tenía pretil.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 24 de agosto de 2010







My love shall in my verse ever live young
William Shakespeare


Era una noche corintia, mística, de arcano sahumerio,
el Helesponto estaba en calma
y sobre la torre bruñida la luna tintineaba como una ajorca de plata,
cuando Leandro erotizado nadaba hacia la luz de tus ojos
para prender de luciérnagas el pebetero de la vida
y ungir con la savia de mi corteza
océanos de miel.

Modelé tu figura con mi aliento
en la antecámara del verso,
y fue mi lengua buril para tu ombligo –moái de ámbar–
cuando mi estro flotaba aletargado en tu matriz.

Juntos nos abrazamos a las raíces del tiempo
para brotar en esquejes de esperanza;
juntos nos ramificaremos en una pasión arborescente
cuando el bosque sea un laberinto umbilical, infinito, ad aeternum.

Yo moriré, como tantos otros,
en la arcillosa ductilidad de la materia
–polvo al viento, osario de estrellas–,
pero tú siempre serás joven en la mayéutica del verso.
Como un nigromante de poemas, te resucitaré
en el latido de cuantos corazones me lean.

Tu vida fue una noche en el sol
–y sin embargo, ¡cuántas vidas se viven en una vida,
cuántas noches en un eclipse de sol!–,
pero nuestro amor se compone de infinitas estrellas, galaxias, planetas,
y brillará, pasados los años, como una estrella muerta.

El mismo tiempo que roba la memoria de los muertos
te honrará con su prez, y así la tinta de mi sangre
te escribirá en caracteres indelebles,
y todos los sueños que no pudimos cumplir
relampaguearán en la oriflama del sol
como mariposas pubescentes.

Bebe del Grial de mis labios, y serás eternamente joven.
Aherroja mi silencio en tu boca,
que en mi cárcel de palabras sólo hay voz para tu nombre.

Me he alimentado tanto tiempo de tu poesía,
que ahora que soy inmortal y oscuro como un vampiro,
la eternidad sin ti me parece un castigo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 19 de agosto de 2010


Llueven versos de tus labios,
maná de una noche de verano;
celestes mariposas son tus dedos
cuando aletean, traviesos, por mi costado.

Cada cosquilla estalla en mi piel como una burbuja de besos.
¿Cómo pueden caber todos los colores del cielo en una pompa de jabón?

Tienes un remolino de agua en el cabello,
y una horquilla que trina como un pájaro
cuando el sol se hace un nido en tu nostalgia.

Vives en la sonrisa de los niños,
lates en el vientre de las mujeres embarazadas,
y en las manos de los amantes
eres el lazo que la muerte no separa.

Te miro, y el sol tiene tu cara,
ovalada y perentoria como una lágrima
que cincela una estela húmeda en la mejilla.
Es hermoso dejarse desnudar por tu luz de aura invernal.

Que la noche sea larga como una llama.
No me dormiré hasta que apague las estrellas de tu pelo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 12 de agosto de 2010


Se había quedado sin lectura, así que aquella mañana estival decidió dar un paseo y acercarse a la librería. Como era un sibarita de la lectura y gustaba de pasar las páginas con el suave roce de sus yemas –como quien sujeta un grano de rapé entre los dedos y se lo lleva a la nariz para aspirarlo–, prefería comprarlos antes que sacarlos de una biblioteca pública, donde quién sabe qué manos –sucias, grasientas, toscas– los habrían profanado. Se le encogía el corazón al mecer entre sus manos un libro violado o mutilado, y casi podía oír sus gemidos de árbol seco al palpar las hojas dobladas, rasgadas, profusamente adornadas de rayones y tachaduras –escolios de un atroz delito–, y la tinta corrida como rimmel de una prostituta que solloza mientras la ultrajan. Sus ojos eran demasiado delicados para contemplar aquella estampa de la ignominia.

Ésa era la principal razón por la que muy rara vez prestaba sus libros. Antes tenía que confiar en las manos que los iban a acoger. Bendecir aquellas manos era parte de los trámites de adopción. Y no todas eran aptas. Las manos callosas, atezadas o nervudas no le transmitían ninguna confianza. Ni qué decir tiene que unas manos sudorosas, con exceso de transpiración o con las uñas melladas o roñosas, las desestimaba en el acto. Eran propias de labriegos y gañanes. Gente que ha perdido la sensibilidad por culpa de una sobreexposición al trabajo físico. Maltratadores en potencia. Podía adivinar el cuidado de una persona con tan sólo mirarle las manos. Sí, podía leer en las manos como en un libro abierto. En su maña, se le hubiera podido confundir fácilmente con un quiromántico.

Los libros tenían que envejecer como las personas. Para nosotros las arrugas representan lo mismo que para ellos las páginas amarillentas. Son los círculos concéntricos de la edad. El tiempo da la medida exacta de las personas, y así también ocurre con los libros. Los buenos libros envejecen como el buen vino; los años sólo mejoran su olor y su aroma. Su esencia. Y ante esa mirífica ensoñación, ¿quién no hubiera dicho que paseaba entre barricas de una bodega? Era una tentación irresistible dejarse embriagar por su espiritosa belleza.

Aunque era el menor de dos hermanos, de niño nunca había aceptado de buen grado ropa, juguetes y libros escolares si ya habían sido usados. ¡Ah, qué recuerdos le traía el olor a plástico, goma y pegamento! Aún podía recordar, como a través de una cortina bañada en luz, aquellas interminables tardes de primeros de septiembre en que, acodado en la mesa del comedor, veía a su madre forrar los libros mientras él se afanaba en borrar de cada página los trazos dejados por su hermano. Pero aunque se aplicara con denuedo en borrarlos y gastara toda la goma en el intento, nunca desaparecía del todo el terco rastro del lápiz. La presión que ejercía la mano sobre la mina de grafito lo convertía en un calco de papel cebolla, y odiaba su huella indeleble. Como las infames manos de lady Macbeth, siempre mancilladas con la sangre del marido, no había esfuerzo o celo, por ímprobo que fuera, capaz de lavar aquella mancha.

Aquello anunciaba el final del verano y el comienzo del nuevo curso académico. Al contrario que a la mayoría de sus compañeros, que aceptaban con resignación la vuelta al colegio, a él le alegraba volver a la rutina. Ninguna ocasión era mala para aprender, y ningún conocimiento era inútil. Donde hay libros siempre hay un hogar.

Como no cuesta colegir de todo lo dicho, era posesivo, tanto con las personas como con los objetos –y para él los libros casi gozaban del mismo estatus que las personas, pues podía departir con ellos y a menudo tenían más que enseñarle–, y le gustaba estrenarlos, ser el primero en tocar su piel, oler su raro perfume de imprenta, disfrutar de su virginidad.

Pocas cosas le complacían más que recorrer con la mirada las inabarcables filas de libros. En aquellos mágicos momentos se sentía transportado a un campo de batalla, como el coronel que pasa revista a sus tropas y saluda a cada soldado llevándose la mano a la visera, para reconocer, con viva satisfacción y un prurito de orgullo y altanería, a los oficiales al mando de aquellas huestes de papel y tinta impresa. Indefectiblemente, con un golpe seco en el canto, saludaba a cada uno de sus superiores con la efusividad propia del reencuentro. Nada le hacía sentirse más dichoso, pues, que hallarse en presencia de los clásicos imperecederos, los triarios, los eméritos, los curtidos en mil batallas. Semper fidelis. El mundo podía venirse abajo, sus amigos podían darle la espalda como a Timón de Atenas, pero sabía que ellos –su guardia pretoriana– jamás le fallarían.

Con un aire marcial y una camaradería infatigable recorría trincheras y barracones y acariciaba los lomos de aquel imponente ejército de papel, distinguiéndoles con una medalla al valor en combate; porque, no lo negaremos, hace falta mucho coraje para sobrevivir en estos tiempos de incuria y ceguera.

A veces hacía un alto en el camino para contemplar –y reverenciar– un libro de lujosa encuadernación, profusamente ilustrado y con una tipografía gótica similar a la de los códices medievales, y entonces se sentía como un anticuario acunando un incunable. Después de un tiempo de inefable delectación, el embelesamiento terminaba por engañar a la percepción, y creía ver cómo los dibujos cobraban vida y salían de los límites del papel para entablar conversación con él. Y hasta el cuervo de Edgar Allan Poe graznaba y, al regresar a los confines del libro, dejaba una pluma negra revoloteando en el aire como testimonio de su prosopopeya.

Rodeado de libros, su capacidad de asombro, tan infantil, permanecía incólume. Y sabía que siempre sería así, sin importar que los años le encaneciesen el cabello y le arrugasen la frente. El tiempo no existía en compañía de las letras de los grandes autores. El encorvado anciano del reloj no podía sino detenerse en el umbral de la puerta, apoyado en su nudoso bastón, dócil como un perro bien adiestrado. Sólo el aire acondicionado, que destemplaba la estancia con su aliento cuaternario, y algún que otro curioso que invadía su espacio vital y, puesto de puntillas, osaba con leer por encima del hombro, amenazaban con hollar aquel santuario de erudición.

Aquí y allá había taburetes y escalas como escaleras de asedio que los libreros usaban para encaramarse a las fortalezas más altas e inexpugnables, aquéllas construidas sobre la cumbre helada de montañas, riscos, acantilados y otros accidentes geográficos. Tan cerca del cielo que no respiraban el mismo aire que los mortales. ¡Ah, cuántos mundos enclavados en tan poco espacio, cuántos prodigios, cuántos encantos! Más reinos conquistaron plumas que espadas. Desde su posición, en la planicie de los lectores, hubiera jurado que aquellas escaleras subían al Parnaso. Si aguzaba el oído, podía escuchar el eco de Narciso y a Euterpe tañendo la cítara. A veces se le ocurría pensar que si un libro se lanzase desde lo alto del estante podría volar desplegando sus hojas, como un pájaro de papel. Y es que los sueños de un poeta –como Mercurio, el alípede– tienen alas en los pies.

Como no tenía prisa, se entretuvo ojeando los títulos de los libros dispuestos alfabéticamente en las estanterías. Empezó por el anaquel más alto, leyendo de derecha a izquierda: Auster, Austen, Amado, Alighieri... Álvarez, Sara. Algún día tu nombre figurará aquí, junto al de estos ilustres autores, y yo estaré para verlo. Te lo prometo.

Ningún incendio destruirá las páginas vivas de nuestra memoria.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 9 de agosto de 2010


Si mi mano es una jaula
y mis dedos sendas rejas,
dime, ¡oh, dulce alondra!,
¿cómo puedes cantar entre barrotes?

¿Cómo, si eres mi cautiva,
con tu voz me cautivas
y ahuyéntasme las penas?

Más me valiera soltarte, ave canora,
y divisar tu grácil vuelo
en fuga, más allá del horizonte,
alejarse cual fútil parpadeo
a sentir tu pico romo
y tus garras melladas, otrora fieras,
y ese sordo lamento de las alas
que, impedidas de volar,
en presidio quiebran.

¡Ah, qué poco sabemos de los pájaros,
y cuán necios somos los hombres!
Que creyendo que cantan de alegría
para nuestro esparcimiento
ignoramos que es su perdida libertad
la que añoran y penan.

¿Será por eso que no tenemos alas
y que sólo en la celda del sueño,
como al ciego los ojos,
los sueños en alas nos llevan?

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 6 de agosto de 2010


Y nada quedará en desilusión, pues has sido rocío en mi hierba y pájaro en mi vientre.
'Nada es olvido', Sara Álvarez


Llegaste con tierra en los ojos
y barro en la mirada,
con el polvo del desierto y la sal de la nostalgia,
sin tinta en la sangre, la voz apagada,
huérfana como un libro sin nombre,
flotando en la memoria como un poema inacabado.

Te acaricié lentamente las páginas,
y en tus mejillas asomó un pétalo de arrebol
y tu labio inferior se inflamó con un prurito de lascivia.
No recuerdo si lo que mordías era mi nuez o una manzana,
pero tenías un trébol de cuatro hojas dibujado en las pupilas.

Te acuné en mis brazos y te hice letra en mi puño
y fuego en mis entrañas,
pero tú temblabas como gota de lluvia en la ventana
–me arremoliné en tu otoño y apenas se movía una hoja en la hojarasca–,
así que te hice un nido con el mimbre de mis celos
y fuiste pájaro en mis manos
y rayo de luz en mis pestañas.

Entonces yo te dije: sígueme,
y te llevaré a la tierra promisoria de los sueños.
A lo que tú me respondiste:
si no despierto, ¿cómo sabré que es un sueño?
Lo sabrás cuando te bese, porque si no te beso, habré muerto.

Tan sólo recuerda esto: si sabe a láudano, no es un beso.


© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.