Surges de la tierra con el encanto fértil de la hiedra
que retoña el horizonte de promesas.
Te confundes con el musgo que trepa por tus piernas,
por tus muslos,
por tus senos,
envolviéndote en sus hebras,
y en tu esplendor de telúrica belleza eres Gaia,
nuestra madre Naturaleza.
Recortas el cielo con el oblicuo perfil de tus pestañas,
y vuelas alondra cuando la mano del viento teje tus cabellos,
salvajemente despeinados,
y son tus labios crisantemos.
Sentada sobre la hierba
me soplas un verso
–y en cada beso aletea, ínsito, un deseo–,
y un piélago de mariposas de vivos colores
danza un minueto en la palma de tu mano.
Raudas las falenas acudirán a mi encuentro
aturdiéndome con su alegre revoloteo.
No puedo tocarte,
pero no he dejado de estudiar cada rincón oculto de tu cuerpo,
cada poro donde se agita, sediciosa, la sustancia venerada de tu sexo,
ni de besar el silencio abstruso de tus párpados cerrados,
donde no volverá a penetrar la luz del día.
Aunque la oscuridad te abrió las puertas de su reino,
aquí fuiste lucero
y nunca dejarás de serlo.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.