Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

viernes, 31 de julio de 2009


Surges de la tierra con el encanto fértil de la hiedra
que retoña el horizonte de promesas.
Te confundes con el musgo que trepa por tus piernas,
por tus muslos,
por tus senos,
envolviéndote en sus hebras,
y en tu esplendor de telúrica belleza eres Gaia,
nuestra madre Naturaleza.

Recortas el cielo con el oblicuo perfil de tus pestañas,
y vuelas alondra cuando la mano del viento teje tus cabellos,
salvajemente despeinados,
y son tus labios crisantemos.

Sentada sobre la hierba
me soplas un verso
–y en cada beso aletea, ínsito, un deseo–,
y un piélago de mariposas de vivos colores
danza un minueto en la palma de tu mano.
Raudas las falenas acudirán a mi encuentro
aturdiéndome con su alegre revoloteo.

No puedo tocarte,
pero no he dejado de estudiar cada rincón oculto de tu cuerpo,
cada poro donde se agita, sediciosa, la sustancia venerada de tu sexo,
ni de besar el silencio abstruso de tus párpados cerrados,
donde no volverá a penetrar la luz del día.

Aunque la oscuridad te abrió las puertas de su reino,
aquí fuiste lucero
y nunca dejarás de serlo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 30 de julio de 2009


Los rescoldos humeantes de la noche
se inflaman
cuando atiza el fuelle la nostalgia,
y las cenizas vuelan por los aires
como cometas sin cordel
embadurnándome la cara
de cal blanca.

El aire es una masa sanguinolenta
que tapona los agujeros de la nariz
obstruyendo la respiración.

He despabilado la última vela
que proyectaba una tenue luz
sobre las regiones en penumbra de tu cara,
pero no encenderé este fósforo
para ver cómo arden tus pupilas
bajo el halo oscuro de las pestañas.

Un abanico de silencio
tapa tu boca
ocultando
una sonrisa maliciosa.

Ahora eres una sombra
con ajorcas de luna
que tintinea en la noche
con alba locura.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 29 de julio de 2009


Apenas había empezado a hablar,
cuando sentí un fuerte picor en la garganta
rayano en la afonía.
Tiré de la lengua
y saqué un anzuelo
del que colgaba un hi(e)lo de voz,
tu voz,
que boqueaba como pez fuera del agua.
La estiré y la ovillé en mis manos,
tejiendo con ella un foulard de fonemas,
y luego me la anudé al cuello
para que me diera su calor.

Desde entonces,
siempre que hablo escucho tu voz.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 28 de julio de 2009


Tenías tanto miedo de perderme,
que te perdiste,
y ahora que no te veo
lucho por encontrarte,
y dudo si doblar la esquina
o si seguir todo recto hacia delante.

Dime,
¿por qué no te perdiste conmigo,
por qué no me esperaste?

Me dejaste solo,
y sin ti este bosque se me hace demasiado grande.

Aunque estás conmigo y me sigues a todas partes,
no es lo mismo tu compañía que esta soledad acompañada,
que es el cruel designio del errante.

Tendré que buscar dentro de mí
para rescatar los últimos ecos de tu voz
y entrelazarlos en un cesto de mimbre
que te resguarde,
pero tengo todo el tiempo que a ti te falta
para dedicártelo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 27 de julio de 2009


El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve.
Antonio Machado


Mirarte a los ojos es viajar al infinito
en una cápsula del tiempo,
empaparse de líquido amniótico
para regresar al útero del universo,
donde todo comenzó
en una lechosa y cálida oscuridad.

Fuiste la chispa que prendió la vida
en la noche primigenia,
el caldo primitivo que hizo del Caos
la Armonía.

Alimentaste
con tu leche materna
la boca hambrienta
de las estrellas,
y encendiste
las bujías del cosmos
como una luminaria.

Mirarte es perderse en los molares del tiempo,
entre una argamasa de informes recuerdos.

Nuestros sueños de inmortalidad
fueron tatuados en una mariposa
a la que arrancaron las alas.

Hay una sonrisa perenne
que aflora a tus labios
–esos labios de lluvia que ya no beberé–,
y las horas siguen dibujando arabescos
sobre la pátina simiente
en su interminable caída
al olvido.

Me duele verte estática,
con la inamovilidad de un recuerdo en sepia,
y me siento como una foto fuera del marco,
desplazado,
y sangro
como un ojo pinchado por un tenedor
que no quiere irse a la boca.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

La nada.
La materia.
El cosmos.
La gran explosión.

El universo.
Las estrellas.
La Vía Láctea.
La Tierra.

La vida.
Siglos de evolución.
El hombre.
El tiempo.

El Amor.
Tú y yo.

La vida.
La perfección.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 24 de julio de 2009



En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazón: espera.
'El limonero lánguido suspende...', Antonio Machado


Era una noche tibia y serena,
y en el aire flotaba un delicioso aroma a espliego,
y en el observatorio de tus ojos,
entre máculas incandescentes,
brillaban los misterios ignotos del universo.

Agitaste las alas
tensando el ábaco del viento,
y en la estrechez del beso
quise calcular la edad de las estrellas,
pero me deslumbró una luz cegadora
de fotónica presciencia.

Era la supernova
de una estrella moribunda;
Xibalbá,
el inframundo maya,
donde van las almas
al liberarse de sus cuerpos
para reencarnarse en otras vidas
y perpetuar así el ciclo eterno.

Sentí el vuelo de una libélula
acariciándome la oreja
como la brisa vespertina
que trae el olor a salitre de la playa,
y vi cómo se posaba sobre un acantilado de musgo.

No pude reprimir un escalofrío,
como si aún tuviera en la nuca el frío aliento del espacio,
y te envolví en mis brazos
como una nebulosa envuelve en su capa de protones
a una estrella muerta.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Esta sequía pertinaz que ha agrietado el suelo virgen donde crecía la flor de la esperanza,
amenaza ahora también con agostar la vid del amor,
que tanto regocija el espíritu con su mirífica visión.

¿Permitiremos que la sequía arañe con sus dedos filosos la corteza de nuestro bosque de ensueño
y que la filoxera se extienda como una plaga por estos campos de viñedos en sazón?

Dime que no, mi Amor.

Puedo ver cómo la procesionaria te sube por el pecho
como una lenta enfermedad que inficiona tu savia
con su hormigueo de gangrena.

¿No es, acaso, la desesperanza el tósigo que emponzoña tu vida,
ese humor maligno incrustado en el ventrículo del corazón
que irriga de angustia tu voz de olivo?

Muerde ya la herida y escupe el veneno de la víbora
para que el gusano salga de la manzana
y se pudra en el yermo paraje de su soledad.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 23 de julio de 2009


Un mes,
y todo ha cambiado.

Un mes,
y todo está perdido.

Mi frente arde y mis sueños son pasto de las llamas,
como bosques incendiados por la mano de un desalmado –¿de quién, de Dios?–.
Nada se ha salvado de su ira,
ni los sauces llorones,
ni los helechos vigorosos,
ni las alondras canoras.
Nada ha escapado a su fuego destructor.

Este mes no ha llovido,
y mis lágrimas se han secado
como ramas carbonizadas
por una ola de calor
–nada quema más que tu ausencia de calor–.

Este mes no ha llovido porque dejaste de llorar,
y a la humedad boscosa del beso
le ha sucedido este clima árido, desértico,
casi lunar,
de buitres que picotean carroña en el muladar.

El sol es un vientre abotargado
por una fístula hepática
donde ranas famélicas croan rapsodias fúnebres
cuando se extingue el albor,
y si lo pinchas,
estalla como un globo –de helio–
expeliendo un dedo acusador.

Todo cambia, todo muere.
No hay más verdad que ésa.
La vida son migajas de resignación.

Pero aún nos queda el Amor,
porque el fuego no mata al fuego;
lo reaviva,
y la hierba crece con más fuerza sobre los restos del incendio.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 22 de julio de 2009


Se detiene la voz,
y las palabras hienden alambre en las sienes
como pespuntes que coronan suspiros.

Te hablo,
y me crecen espinas en la boca;
te hablo,
y me sangran las vocales
–con su abecedario completo de dolor–;
te hablo a voz en cuello,
te grito,
y no me oyes,
porque la frecuencia del dolor es inaudible
para otros oídos que no sean los nuestros.

Arrastro las sílabas de tu nombre por el paladar
para lijar mi aliento circunflejo
(r â s a),
y así te pronuncio,
mudo de agonía.

Sospecho que hay una púa que rasga mis cuerdas vocales
buscando el diapasón.

No puedo verte, Amor,
porque el sol me da de plano en la cara
y con mis dedos hago un eclipse lunar.

Hoy el aire vomita espirales de fuego,
y el tórrido calor me acaricia, untuoso, con acentos de jengibre.
La oscuridad diurna es más blanca que la locura
–siempre lo he sabido–,
y me guillotina con su negro sayón.
¿Me habré quedado ciego de tanto mirar al sol?

Pero te veo, sí, ahora te veo silábica,
acentuando un sintagma de amapolas en el fondo de mi retina.

Eres ese halo único que resplandece en mi mundo de sombras.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Cada vez que abres los ojos
y me acaricias la cara
con el suave rumor de tus pestañas,
sueño con fugaces parpadeos
que adormecen mi conciencia
con su rápido aleteo.

Cuando cierras los ojos
y se hace la noche,
un murmullo de luciérnagas
quebranta la calma de la oscuridad
sembrando un campo de trigo
donde antes sólo había un erial.

Es entonces cuando veo claro
que no hay oscuridad tan grande
que alcance a cerrar tus párpados,
porque tus ojos son de miel y luz,
y tu luz es miel para mis labios,
ávidos de tus encantos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Podríamos cazar atardeceres
en una red de muselina
lanzándola al aire
para atrapar al vuelo
el calor del mediodía.

Así el día sería más largo,
y la noche menos fría.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Pensaste que el llanto te había enmudecido
llevándose consigo la poesía a tierras lejanas
–en una jaula de lágrimas cautiva y prisionera–,
pero la poesía es una parte irrenunciable de ti,
de tu naturaleza prístina,
y por más que quieras,
no puedes desembarazarte de ella
–sería como arrancar de tu jardín la más bella azucena–.

La poesía es tu eterna compañera,
más fiel aún que la tristeza
–tu sombra en días de sol y tu sol en días de sombra–.

La poesía está en tus ojos cuando miras;
está en tu piel cuando sientes;
está en tu boca cuando amas;
siempre presente; siempre presta.

La poesía está en tu vida cada vez que miras, sientes y amas.
Toda tú eres poesía, desde la raíz hasta las ramas.

A quien ama como tú,
la poesía es una ramificación de su ser,
la prolongación anatómica del amor,
y el amor es su fiebre y su analgésico
–lo que da sed al sediento y hambre al hambriento–.

El día que de tus labios no salga poesía
será porque te estoy besando, amada mía.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 21 de julio de 2009


La vida es una ilusión que huye despavorida cuando no estás conmigo.

La alegría se desvanece,
todo se cae,
incluso el telón de la noche;
y las estrellas,
que se deshacen como terrones de azúcar en la leche,
ya no me guían con su pálido fulgor.

Aquí no hay paredes que tapen mi desnudez,
ni aliento que me quite el frío.

Y tengo los pies entumecidos,
como si me hundiera en una ciénaga
a cada paso que doy,
tembloroso y vacilante,
sobre el barro de los días,
sin poder siquiera asirme al cordón de tu ombligo.

Muero de ausencia
mientras mi mirada se alza,
férvida e implorante,
hacia el disco lunar,
que me baña con su luz argéntea,
una luz mórbida y delusoria
que oscurece más que ilumina
la incierta senda del ánima.

Sobre el crujido de una rama,
noctua ulula como un faraute de desgracias,
extinguiendo la llama de Vesta.

Frente a mí,
tus pupilas dilatadas rielan como dos fuegos fatuos en un camposanto,
y un estremecimiento involuntario me sacude todo el cuerpo.

Y en mi nerviosismo
–no puedo evitarlo–,
tamborileo sobre el cráneo de Yorick.

La noche es un territorio demasiado hostil
para atravesarlo solo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Ella se cortó el cabello
y lo trenzó para obtener una cuerda.
Luego se amputó el pecho derecho
para tensar mejor el arco
y disparar una flecha
al ojo del sol.

El sol se quedó ciego,
y la luna le guiñó su ojo ciclópeo,
sonriendo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Quise vivir en la sima de tus ojos
creyendo que podría hilar tus lágrimas
en una cuenta de perlas,
pero tu tristeza es un nudo corredizo
que te ahoga
cuanto más lo aprietas.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 20 de julio de 2009


Cuando los élitros de la noche rezongan lúgubres salmodias,
tu nombre se abate en mi pecho
como una pavesa,
y la tristeza elonga sus alas de silencio
sobre el pretil insomne de la soledad,
desde donde se exhalan los suspiros.
El mal de los grillos amamanta retoños nictálopes,
y la oscuridad se atusa su negro plastrón.
Cada sombra te llama,
y todas te nombran;
son polimorfas,
como un báratro sin piastras.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Ella se cortó las muñecas,
y le sangraban pétalos de rosa,
y la bañera era una crátera de vino,
y en el vino flotaba un libro de poemas.

Yo me lo bebí,
hasta el último verso empapado en su sangre,
y me embriagué de su dolor hasta hacerlo mi poema.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.


"A voice from down the ages
so in haunting in its song
these ancient stones will tell us
our love must make us strong"
'Beneath a Phrygian Sky', Loreena McKennitt


Bajo este cielo frigio que nos contempla con ojos azogados,
la arena del desierto quema los pies descalzos del peregrino
y la mancha solar es un palio cárdeno
que hiere los párpados de espejismos temulentos,
como un dardo fulmíneo que atraviesa de sangre el horizonte
borrando a su paso las débiles huellas del tiempo.

Una sola más de tus lágrimas persas,
y el lago Ginebra ahogará en alcohol sus penas.

Cuando te beso la mejilla
después de haberla humedecido con la sedeña de mi boca,
somos como dos ríos que calman su sed en un océano hialino:
mis labios son Alfeo,
y tus lágrimas, Aretusa.

Semíramis,
babilónica princesa de lunas colgantes,
no dejaré que los jardines de la amargura crezcan sobre tu roca Tarpeya.

Aunque los cristales de tu mutismo me hayan escarificado todo el cuerpo,
ningún corte es tan profundo que me impida alimentarte con mi suero.

Si se rompiera la urna de tu corazón al caerse al suelo,
yo recogería diligentemente cada pedacito para recomponerla.

Pero respira aliviada,
no te vas a caer.
Aún sigues en mis brazos,
y aquí eres una conmigo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 19 de julio de 2009


Es tu voz
el cometa que ilumina fugazmente mi cielo nocturno
como una lengua de fuego que lame la oscuridad de mi nombre.

Es tu voz
el cosquilleo de la pluma que eriza el alfabeto de mi piel
inventando letras donde nunca fueron escritas.

Es tu voz
el zureo de la paloma en el cortejo nupcial,
el arrullo del arroyo y el ritual de apareamiento.

Es tu voz
la hiedra rumorosa que trepa por mi pecho
ascendiendo peldaños en la escalera de caracol que da a la balaustrada del deseo,
donde los amantes se besan sin vértigo.

Es tu voz
el vientre núbil de las olas que embisten los acantilados de tus muslos,
salpicándolos de lágrimas de éter.

Es tu voz
el chorro de agua cristalina que mana del querubín
y que baña la fuente de la vida con la espuma de Cronos,
eternizando el momento y haciendo elásticos nuestros besos.

Tú me hablas,
y yo te miro como un gato que ve llover tras los cristales empañados,
donde escribo tu nombre con mi dedo:


© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.


"Entonces la mujer de Lot miró atrás, a espaldas de él, y se volvió estatua de sal"
(Génesis 19:26)


Me pides que no te escriba,
me pides que no te ame,
¿pero cómo dejar de escribirte
cuando no puedo olvidarte?

Dime, ¿cómo quieres que te olvide
si te llevo dentro de la piel bullendo en mi sangre?

Lo siento, mi Amor, pero por más que me insistas,
éste será el único deseo que no te conceda,
porque te tiene ofuscada una gran pena,
y el dolor se ha adueñado de tu voz
para poner en tu boca palabras
que ni sientes ni en el fondo deseas.

¿No entiendes que entraste en mi vida para inmortalizarte en escultura de amor, como Galatea?

No eres estatua de sal que se lleve el céfiro,
ni mujer de arena que barra la marea, no.

Y no miraré atrás para ver cómo te arrastra la corriente del río,
entre lirios y nomeolvides,
a su orilla negra,
donde aún flotan las guirnaldas de Ofelia.

Así me fulmines con tu mirada de adamante,
no te dejaré salir en busca de la muerte;
antes tendrás que pasar por encima de mi cadáver.

Aunque tú te odies,
yo te amo;
tantas heridas como te inflijas,
tantas heridas te habré curado.

Aunque me muera,
aunque me mates,
por Dios juro que,
aunque me deje la vida en el empeño,
saldrás adelante.

Jamás abandonaré al caído,
pues el caído también es un ángel,
un ángel enfermo y desvalido
que necesita de una mano amiga que le ayude a levantarse.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Hay un rayo de luz
que juguetea en el iris de tus ojos
moteando el cristalino
con imágenes caleidoscópicas
de un tiovivo
y un caballito que galopa
espoleado por tu amor.

Por fin el sol ha hecho su nido
en el cuenco de tus manos de barca,
de esas manos que criban el oro
en aguas salobres.

Hoy el sol ya no es aquella ave migratoria
que te quemaba con su aliento de fuego;
ahora es la caricia bonancible
donde sestean las horas
los gatos
sobre los tejados picudos.

Hubo un tiempo en que las penas pendían en catarata
por el desnivel sinuoso de tus mejillas,
muriendo en el salto del ángel.

Otrora,
las alegrías,
arracimadas en bancos de peces,
quedaron enredadas en la almadraba de la tristeza,
y no supieron cómo zafarse de sus dientes de plata,
que apresaban el cardumen con saña.

Pero la tristeza se perdió en el mar de tus lágrimas
como una carta de amor tragada por las aguas.

Y ahora es sólo papel húmedo y tinta mojada.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Cállame los labios con un beso,
para que mis reproches duerman
en el cielo raso de tu boca.

–Y que la tibieza de tu lengua derrita el hielo de la afrenta–

Silénciame,
y no permitas que el insolente rumor de las palabras
ensordezca
la música de nuestros cuerpos
al frotar las esferas del universo.

Tu cuerpo es una caracola
donde el eco de la playa
lame la orilla de las olas
en su cresta espumosa.

–No he perdido el compás de tus labios,
ni su lenguaje de abeja–


La voz es ruido
cuando es tu piel la que me habla,
desnuda de artificios,
al oído.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

El infinito es tu cuerpo desnudo
–decúbito supino–,
una línea continua en el espacio,
dos curvas paralelas que se tocan en el tiempo
y un dibujo con tres puntos de fuga:
ojos, labios y nuca.

Geometría euclidiana,
fractales
–caracolas espumosas son tus pechos–,
patrones
–helechos revoltosos son tus cabellos–
y series de Fibonacci
–esponjas de mar son tus dedos–,
las matemáticas se conjuraron
para hacer de tu cuerpo
la helicoidal del deseo,
el número áureo del cielo.

De todas las formas geométricas que hay en la naturaleza,
la tuya es sin duda la más perfecta,
porque la Naturaleza antes que sabia es madre,
y al crearte sabía que tú serías su hija predilecta,
y así te bañó con su savia bendecida,
como Tetis, la nereida, a su hijo el Pélida.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

La milicia de tu vello se subleva
cada vez que mis manos se aprestan a lanzar un ataque
sobre la posición defendida por tus senos.

–Y es que cada escaramuza en tu cuerpo termina siendo un casus belli–

Los barracones de tus muslos se amotinan
y llaman a la insurgencia
cuando te acaricio manu militari.

Al amanecer
examino el campo de batalla con mi quinto regimiento de húsares,
y ráfagas de placer arquean tu espalda
cuando los cascos de los caballos hostigan tu vientre,
y en su ímpetu los cosacos te alancean
cuando se abalanzan sobre su montura
lanzándose a la carga,
espada en alto,
por la tersa planicie de tu abdomen.

Suenan pífanos y clarines en el frente,
y hay ruido de sables en tu espalda.

Mi caballería te rodea por los flancos en un movimiento envolvente
cortándote la huida;
entonces tocas retreta
y tus piernas se baten en retirada.

La batalla decisiva se está librando en este momento
en el contorno glabro de tu morada,
donde, entre humedales,
se atrincheran todas tus ansias.

Penetro en tus líneas con mi escuadrón de coraceros
vulnerando el perímetro indómito de tus caderas,
a salto la alambrada de tu piel
y me hago fuerte en tu fortaleza.

Amor, te prometo que esta noche te haré la guerra

...y no habrá rehenes.

Vive l'Empereur!

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 18 de julio de 2009


La araña,
incansable como la Parca,
teje la tela que late
en el fondo de mi alma.

Con los primeros rayos de sol,
cae el rocío de la mañana
acompañado de un aire fresco
que perla de aljófar las ramas.

La tela de araña,
tejida sobre una hoja
de ciprés alargada,
espejea tu mirada
con reflejos opalinos
irisándome de amor y calma.

La bruma se levanta
corriendo una cortina de lágrimas,
pero yo te veo acercarte nítida y clara
tamizada por las gotas de agua:

el cabello de azabache ondeando al viento,
encrespado como la crin de un caballo,
enhiesto como el pendón de un caballero;

las pupilas cristalinas que titilan de alegría
y que danzan como estrellas fugaces
en una noche de paz y armonía;

el arrebol que da color a la cara
como rosa sonrosada
del jardín de las Hespérides cortada;

la sonrisa más hermosa
que un hombre jamás contemplara;

y unos labios que me esperan,
deseosos de pasión,
pasionales de deseo,
embebiéndome en su aliento,
alentándome a depositar en ellos un beso...

¡Por fin,
ya estás aquí,
mi íntimo anhelo!

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
Será que tu mirada puede
atravesar mi alma cada vez que tus ojos
recorren, presurosos y acariciadores, la línea
azul índigo de mi horizonte.

Amanezco en tu ombligo cada mañana
liviano como un beso de buenas noches y
volátil, con esa voz tuya tan tersa que
acuna mis sueños y me
resguarda de todo mal, puerta
entornada en el
zaguán de mi vigilia.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Hoy me he propuesto ser cartógrafo de tu cuerpo.

Con el mapa de tus lunares
trazaré la hoja de ruta de mis besos.

Con el delfín plateado como compañero,
me daré un chapuzón en el lago de tu ombligo
–diana para mi lengua,
eje gravitacional y núcleo magnético de tu planeta,
centro de mi universo–.

Como Leandro, atravesaré a nado el estrecho de tus senos,
braceando despacio para contemplar la belleza insólita de tus picos nevados.

En el océano de tus ojos podré ver mi reflejo,
pero resistiré la tentación de atrapar mi imagen
para no morir ahogado en ellos
–será como asomarme a tu ojival espejo–.

En la falla de tus labios
mi boca confesará un secreto
que guardará celoso el eco de tu voz
cuando el amor predique el verbo.

Con las piernas y los brazos extendidos,
serás la estrella que me señale los puntos cardinales
–estás en un punto indefinido entre el Norte de mis sueños
y el Sur de tus placeres–
cuando mi proa encalle en la tempestad de tus muslos.

Con tu carta de navegación sobre la mesa,
tendré las coordenadas de tus zonas erógenas
–latitud 43º32'00" N; longitud 5º43'30" O;
mis dedos te acarician, ¿los notas?–

En la gruta de los nadadores
seré guardián y espeleólogo de tus misterios.

Al final coronaré tu frente con un laurel
cuando el tropel de mis besos
llame a tus miembros a la lasitud del sueño.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.


"El amor es humo engendrado por el hálito de los suspiros"
William Shakespeare

Emboscado en tus sueños,
me acerco sigiloso a tu lecho
profanando la oscuridad con el silencio
cómplice de la noche,
mi fiel aliado,
para robarte el alma en un suspiro,
y, Dios mediante,
amarte durante ese eterno instante
que dura un beso cuando es tan deseado
que la realidad, dura e implacable,
tantas veces como lo has pedido,
te lo ha negado.

Envuelta en las sedas de la noche
y liviana como la túnica de una princesa,
yaces frágil cual castillo de naipes
reposando en el borde infinito de tus párpados.

Oigo danzar en tu vientre
una nube de mariposas moteadas
que revolotean en espiral ascendente
con batir de alas aleladas.

En su fragor y algarabía,
las mariposas danzantes
suben cada vez más alto
hacia el cielo fulgurante,
en pos del Faro
que derrama sobre mi cara
su luz en tonos verdes
con brillos de diamante.

El rumor de su aleteo llega,
inconfundible,
a mis oídos.

Tu corazón ha hablado;
el mío le ha respondido.

Ahora sí,
la oscuridad se puede doblar en dos pliegues.

Con mis manos en tus manos
y nuestros corazones engastados
en una alianza de oro blanco,
dime, hermosa mía,
¿qué frío habrá que se atreva a traspasar
el umbral de la felicidad que hemos levantado?

Mi aliento será el tacto protector que te cobije
durante las largas noches de invierno
que al alma tanto afligen.

Cuando afuera caiga la nieve en grandes copos
y el viento ulule tras los cristales, quejumbroso,
sacudiendo con estrépito los goznes de la ausencia
y haciendo restallar los postigos herrumbrosos
en los ventanales de una insufrible impotencia,
mi voz se elevará como un canto melodioso
susurrándote tiernas romanzas de épocas pretéritas.

Y cuando amanezca el nuevo día
despertarás, henchida de alegría,
con la sensación de haberte entregado
al hombre que con tanta paciencia has esperado;
y con los labios aún húmedos por un beso imaginario
que en mi deseo y en tu sueño, tan cercanos,
te habré dado
mientras dormías.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Surca mis labios con tus dedos impacientes,
fondea tus naves en mi puerto fluvial,
chasquea dentro de mi boca con el envés de tu lengua
y sájame una vez más con tu piedra de afilar.

Capitula una rendición definitiva con las piernas abiertas
cuando nuestros cuerpos insurrectos yazgan sepultados
bajo un alud de sirenas.

Iníciame en los votos sagrados de tus labios
y penetra en los misterios arcanos
de mi guarida de ladrones
con vocación iconoclasta.

Hazme tu novicio,
nómbrame Pantocrátor,
deifícame en el templo de Éfeso
para luego quemarme en las llamas de Eróstrato.

Úngeme con los santos óleos de tu boca
cuando mi alma pecadora se desprenda de mi cuerpo
ante la inminente llegada del orgasmo.

Esparce al aire las cenizas del placer satisfecho
para que el viento las lleve al corazón de la manzana
y me redima con el triunfal grito del sexo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.


"Incluso cuando el pájaro camina se nota que tiene alas",
Antoine Lemierre


El sol se extingue,
y sus rayos ya no te acarician;
tu piel empalidece,
y la esperanza se te marchita
en la punta de los dedos
como la prímula
cuando el frío invernal
congela las fuentes
en las plazas de los pueblos.

Tus lágrimas son ríos de acíbar
que corren por tus mejillas
y las corroen,
tiznándolas con el color de la ceniza.

Voy a devolverles su prístina lozanía;
para ello las limpiaré con mi saliva
hasta dejarlas arreboladas
como el primer día.

La oscuridad es tan sólo un trozo de tela que te cubre los ojos,
y yo sé cómo cortarla.

¿Ves estas tijeras con dos soles en sus asas?

Haré con ellas un agujero para que la luz penetre en el bosque umbroso
de tu tristeza,
donde aún crece el musgo entre las breñas,
junto al murmullo del arroyo,
que blanquea en sus aguas tus penas,
y los trinos de la alondra,
que a saltitos avanza sobre un montículo de arena.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Cuando poso mis labios en tu frente
y soplo para apartar a un lado
los mechones de cabello rebeldes,
veo volar a mi alrededor sueños como dientes de león
arremolinándose en dúctiles nubes de algodón.

¡Oh, hermoso prodigio de la imaginación!

Cuando cojo tu mano entre las mías
y me la llevo al pecho
–allí donde habita mi secreto–,
el vello se me eriza
como musgo imantado por las yemas de tus dedos,
dedos de Dios.

Cuando bailas para mí,
desnuda y espumosa como Afrodita en su concha nacarada,
y mueves las caderas al vaivén de las olas
–mágico influjo de la luna en las mareas–,
el universo se rige por tus leyes
–más físicas que la Física–,
la tierra tiembla bajo tus pies
y el árbol de la vida se cimbrea para ofrecerme su copa,
vencida por el peso de sus frutos en sazón.

Cuando leo lo que hay escrito en esta hoja y luego te miro,
ya no me parece tan bello y fino, y pienso al hilo:
“Aún he de escribir mejores versos que éstos;
pues el mejor poema lo escribiré sobre tu piel, con docta grafía;
mi lengua será la pluma;
mi saliva, la tinta;
con mis dedos recorreré las páginas de tu anatomía,
una a una, sin prisa;
y el amor pondrá la firma”
.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Hay un beso que cuelga de mis labios
como gota de rocío
deslizándose perezosamente
por el borde de una hoja de eucalipto.

Cuando oscile en su punta
y amenace con ser lágrima
en el mar de los suspiros,
tus labios se abrirán
para ofrecerme gustosamente su pistilo
y recoger la semilla
que germinará
en nuestro bosque de ensueño.

Tu boca es el ánfora
donde el agua sueña con evaporarse
en una porción de cielo
–amor que, como el cielo, es infinito–.

El rubor de tus mejillas
es un campo de amapolas
donde yazgo embelesado
contemplando
el baile de las nubes
al quebrarse la aurora.

A mi lado,
el Faro musita tu nombre
con su piel de silencio,
y yo sé que te amo
y que eres del roble
la corteza.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

No queda aire dentro de esta bolsa de papel,
y tú achicas el agua en la balsa de la Medusa.

Me duelen los ojos,
como cuando salgo a la calle
en un día soleado
tras haber sorbido azumbres de oscuridad.

Oigo un cañonazo a mi espalda,
y algo pasa a gran velocidad
silbándome el oído.

Desconozco si es el fantástico hombre bala
–que sale disparado del circo–
o el barón de Münchausen
–haciendo equilibrismo–.

En el ombligo te nace una corola
donde se posa mi lengua de mariposa
para libar tu néctar
de estambres de abejas
abiertas en flor.

Llueven falenas sobre mi campo de amatistas,
y los girasoles inclinan sus tórpidas cabezas
en señal de reverencia.

¡Ha llegado el rey!,
exclaman a coro los pétalos.

Cuando el sueño te muerde los párpados,
sientes cómo el cuerpo te abandona
y las esclusas de los ojos se te cierran,
y duermes,
como un hada con alas nuevas,
en la palma de mi mano.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

"Haciendo guardia desde la colina miré hacia Birnam y me pareció ver que el bosque se ponía en movimiento."
'Macbeth', William Shakespeare


Cimbreas el abanico de tus ramas sobre mi pecho
aquietando el peso de la brisa
cuando atrapo en mi boca el silencio fértil de tus besos,
y nuestra saliva es la savia que verdea el ocre de las hojas
que bailan su último otoño
en la diáspora de un remolino de viento.

Me crecen raíces en las yemas de los dedos
cuando quiero tocarte y tú estás lejos,
y de pronto me vuelvo hiedra y me enredo en tus pechos
tapando trepando tu desnudez,
desnudándote por dentro,
enraizándome en tu cuerpo
hasta fundirme con tu sangre
y con tus huesos.

Cuando nos abrazamos
somos como dos árboles que se retuercen
de placer y de dolor
y se anudan
enhiestos
compartiendo sus raíces
y elevando sus copas al cielo
como una plegaria
–íntimamente enlazados;
tú, con mi tronco de roble; yo, con tu fronda de tilo–
;
somos como Baucis y Filemón,
eternamente unidos,
como dos árboles que despegan sus pies del suelo
para hundirse juntos en la tierra,
como un bosque en movimiento.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Si supieras cómo quisiera ser flor
que reviente su polen entre tus manos,
ésas que me hacen volar en el abrazo,
perfecta primavera del deseo.
'Sed de ti', Sara Álvarez
En este bosque del luto
gime el viento entre las ramas
una canción de despedida,
y templa el follaje
los suspiros
con su laúd de nostalgia.
Caen las hojas pajizas
en barcarolas
mecidas por la pena,
y el césped se tapiza
de lágrimas cautivas.

Tiemblo hasta las raíces
cada vez que urdes un nuevo combate en mi espalda
con tus manos de carámbano,
pero no hay frío en este mundo
que me aleje de tus brazos.

Cuando me besas con tu instinto de frondosa arboleda
eres hiedra racimosa
que revienta polen en mis labios,
y mi boca se acicala con la fragancia del pétalo recién abierto
por tu lengua de rocío en celo.

Sombría semblanza la de este libro inacabado
en el que no pude completar tu biografía.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 17 de julio de 2009



Quédate siempre,
así,
desnudo,
dispuesto a la derrota de las cerezas entre los labios.
'Zoom', Sara Álvarez

Me caí en la justa de tus labios,
y en la ordalía de un beso
creí hallar el placer supremo.

Heme aquí,
orillado al vértice de tu boca,
ya sin lanza ni caballo,
y con un crespón denegrido en el pecho,
dispuesto a la derrota de las cerezas.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Persiste el silencio en su mutismo de apicultor que clava abejas en cada hexágono de piel:
acupuntura de palabras (aguja)
voz muerta (aguja)
témpora que languidece el aliento (aguijón)

Persiste la lluvia en su fogueo
de escarcha que blanquea la hierba de pólvora mojada,
lluvia que huele a tierra arada
por la azada de un labrador.

Persiste el mar en su bravura
de astado que embiste el farallón;
rotos son los cuernos de espuma
por el escudo de piedra del cantón.

Paseamos por la orilla de la playa
entre un rumor de olas encrespadas
como lenguas de agua que afilan las rocas,
y la brisa amotina oropéndolas
en tu cabello
salvajemente despeinado.

Me sonríes,
y yo te miro dióscuro,
a punto de inmortalizar el momento en una lágrima.

Te extraño como aquel beso errante
que murió en la comisura de unos labios,
labios fruncidos,
antes de ser pronunciado,
antes de hacerse istmo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Cuando te haces río
amanso tus aguas bravas con mis manos de barca,
hago un cuenco y bebo hasta saciarme
del manantial que nace en tu costado;
siguiendo su cauce
vadeo el ombligo,
y con boca de oleaje
me anclo en tus muslos,
donde moras fontana
y tiemblas espuma.

Al pie del arroyo
retozamos desnudos
–descalzos de ortigas
y crecidos de musgo–,
y mascando una brizna
sonreímos impúdicos.

El rocío en la hierba
nos sirve de lecho;
el canto del grillo
siega el silencio
y bosqueja los sueños.

Sobre el verde prado
reclinamos los ojos,
entorchamos los cuerpos
y contemplamos el cielo,
en una noche trashumante de astros.

Al pasar una estrella
soplamos las velas
y cintila la noche luciérnagas.
Con la fertilidad de una mirada
devoramos un pensil de caléndulas.

Mi mano en tu vientre
dora las espigas de la cosecha
y ausculta trinos de alondra
en un nido de mieses.

Acaricio al hijo que nunca tuvimos,
y sueño que vives fuera de este poema,

tal vez en el Cielo,
con tu abuelo, que te cuida…

…y que allí no estás triste.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Este pelo que me corto
no volverá a sentir más tus caricias,
y el cabello que me crezca
nunca sabrá del roce de tus manos.

La felicidad se me escapó
como este mechón de pelo
que al cortarlo las tijeras
cae al suelo
sin remedio,
trasquilado
y despojado de cabeza.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Que nadie me diga que estás muerta.
Sólo duermes,
y aún no has despertado de tu sueño.

Porque sueñas que estamos juntos
y nos amamos en la hierba,
y es tan bonito tu sueño,
que no deseas abrir los ojos.

Que nadie me diga que estás muerta.
Sólo descansas en silencio,
con los ojos cerrados para no ver el cielo,
porque el cielo lo llevas dentro.

No estás muerta;
te haces la dormida
porque temes que al despertar
todo sea un sueño.

Pero yo soy real,
y nuestro Amor es muy cierto.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

He visto cómo adelgazaba el aire
al pasar por la estrechez
de un reloj de arena,
cayendo entre granos de tiempo
a una playa desierta que, dada la vuelta,
tornaba punta de flecha.

He visto, sí, he visto
cómo se fraguaba en las olas
el ósculo del horizonte,
y cómo se enredaban las algas
a tus piernas de pleamar,
con los cabellos ondeando
como tentáculos de medusa
en la superficie añil del agua.

Aunque las olas de tu playa ya no vuelvan a mojar mis pies,
te busco como el delfín varado busca hacerse a la mar con la marea,
como el cangrejo ermitaño busca el abrazo de la anémona.

Ahora que sé que el deshielo de la primavera sólo traía pinturas de guerra,
me he tiznado las mejillas con las cenizas de tu soledad.

Eres lágrima
de mi gorja cautiva
que ocluye un suspiro
en la laringe del miedo,
hipido voltaico
de una Esfinge de hielo.

Desde que te fuiste
no ha dejado de sonar Bach en mi cabeza,
y tu tristeza me persigue como un clavicordio
afinando notas agudas de melancolía.

El silencio no me ha sido concedido;
la tristeza no es sorda,
aunque se tape los oídos.

Triste y solo me he quedado,
pero habré de hacerte eterna en eterna compañía
que mengüe un poco esta ausencia abrasiva
que dejas en mi piel.

En cada ola que rompa contra el acantilado
estallará un pedazo de tu ser,
y las gotas salpicarán mi frente
secando los sudores de la fiebre.

Tu Eterna Tristeza ahora es Mía,
mi siempre primavera.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

No has desaparecido,
porque absorbí tu esencia
para en mi pluma hacerte poesía
y pulverizar en versos
la belleza incólume de nuestro Amor.

Y vivirás
en cada letra que yo escriba,
porque no es una sola mano la que toca el piano
en esta melodía;
son dos:
es tu mano y es la mía
interpretando un concierto a dos manos
en si bemol mayor.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Tu recuerdo será eterno,
dulce y aromático,
sin alergia que hinche los párpados
ni espinas que rasguñen la piel.

Vivirás eternamente en mi recuerdo
como una rosa liofilizada
prendida a mi pecho por un alfiler.

El rojo de tus pétalos
será mi sangre
que venera de sándalo tus riberas;
y en mi piel
tu aroma de flor inmarcesible
me embriagará
de eternas primaveras.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Esta mañana,
cuando salí a pasear,
caía una fina lluvia
que refrescaba el ambiente
después de varios días de calor.

Miré a lo alto y te pensé.

Allá arriba
flameabas como un relámpago
rasgando las vestiduras del cielo.

Desobedeciendo mi natural impulso a la cautela,
dejé olvidado el paraguas en un rincón oscuro y apartado.

Ya en la calle,
no sabía si las gotas que hisopaba la brisa matutina
en el sesgo de mi cara
eran tus lágrimas o tus besos,
pero dejé que me mojaran
hasta empaparme de tu amor.

Ahora el fuego de tu ausencia ya no abrasa tanto mi piel,
y puedo sentir la próvida caricia de tu mano
ungiendo mi pecho quemado con emplastos y bálsamos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Te quedaste dormida en la palma de mi mano
como una mariposa que después de un largo y fatigoso vuelo
se posa y reposa sobre la corola de una flor,
pero al notar que cerraba el puño
te escapaste de entre mis dedos
en pos de un rayo de sol.

No supiste que al hacerte sombra
tan sólo quería darte mi calor,
porque vi cómo temblaban tus alas
y quise calmar tu agitación.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

Un día me dijiste:
"Si tú eres mi Faro,
yo seré tu Alejandría".


Y aunque los terremotos abatieran el Faro
y las guerras incendiaran Alejandría
–reduciendo los papiros de su Biblioteca a cenizas–,
el recuerdo de su antiguo esplendor aún pervive
como una de las Siete Maravillas.

Así también será recordado nuestro Amor
con el paso de los siglos
en virtud de la poesía.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.


"Al fin, un día, cansado de sufrir los desdenes de Sara y sospechando que su eterna tristeza era indicio cierto de que su corazón abrigaba algún secreto importante..."
La rosa de pasión’, Gustavo Adolfo Bécquer



Sin ti
me siento como un perro abandonado
que busca la muerte
en la cuneta
de una carretera secundaria cualquiera.

Tengo los párpados pegados
a la tristeza que han dejado tus lágrimas
en estos ojos míos
que no pueden abrirse
porque están cosidos al llanto.

A mi espíritu ya no le queda piel
para guarecerse del frío de la soledad;
se la arrancó a dentelladas la rabia
de esta enfermedad llamada vida
que bajo su dulce apariencia
esconde un sórdido apetito
de sueños e inocencia.

Y el silencio se ha hecho eterno,
como eterna es la tristeza
de esta rosa de pasión
que abre sus pétalos
para bendecirse
con la torrencial marea de tu sangre
que llueve a borbotones
de las profundidades de la tierra.

Es la luz de tu Faro
la que ilumina mis pasos temblorosos
por este pasadizo angosto y lóbrego
de sombras y guijarros
en que se ha convertido mi vida
al faltarme la caricia torcaz de tu aliento
sobre mi nuca aterida,
y donde sin la brújula de tu recuerdo,
acaso ahora estaría más perdido y desnortado.

Porque eres el fanal que desde lo alto de la torre
alumbra las regiones umbrías de mis acantilados
evitando que me despeñe por el mismo barranco
que te engulló con tus temores.

No zozobraré
si entonas la balada trémula
que nace de tus muslos
para llevarme al Olimpo,
donde tú ya me esperas
con la certeza de una cereza
en la redondez del ombligo.

En tu temblor de onda marina que estremece un beso,
te sentías abrigada por la Naturaleza,
y ahora que eres parte de ella
vuelas en libertad
con tus alas de libélula,
rasando el horizonte de mis sueños.

Ahora eres aire y eres mar,
eres brisa y eres sal,
y en las aguas donde naciste,
entre riscos y playas,
descansas en paz.

Soplaré para mantener viva la llama de tu Faro,
aunque a mí me trague la oscuridad.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.