Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

lunes, 17 de diciembre de 2012












La mano temblaba en el río
y su cántico sangraba como un ciervo herido.
Y pensó que la muerte era una prolongación de su ceguera.
La hebilla que eriza la noche de alfileres inauditos.
El costal lacerado de todos los herejes.
Los labios penitentes.
Ulcerados.
Cosidos.

Miró sin sombra en los ojos
y contempló el preámbulo de una orilla.
La distancia entre aquellos dos puentes.
El brocal insalvable.
La niebla infinita.
La exánime bujía.
Y la luna que cabrillea en las aguas frías
como un delfín embreado de lujuria.
O una máscara mortuoria
que al dejar de mirarla sonríe lasciva.
Todo ocurre despacio a este lado del río.
Los dioses no pagan diezmos a los hombres
y los clérigos rezan bajo tierra.
Como gusanos.

Suspiró bajo el amplio techo
un proscenio de estrellas
y el cielo nocturno murió congelado.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 19 de noviembre de 2012












La dejé marchar
sin prisas en los labios.
Se fue encorsetada en la belleza
de un amanecer núbil y diáfano.
Temblorosa como una gota de rocío,
así se anunció la mañana;
más allá de toda sombra,
más allá de su agonía.
Llovía una música lenta
que acariciaba el corazón
y los árboles no temían a los rayos.
Las hojas febriles adobaban
un paisaje lunar
tamizado por la escarcha
y orzuelos de una luz glauca.
¿Y el cielo?
El cielo era de un vespertilio ocre
hilvanado en la hojarasca.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 14 de noviembre de 2012











Somos los únicos supervivientes del accidente.
Somos los últimos.
Y nunca habrá nadie.
Ella murió. Yo soy ella, le dijo.
Un cuerpo muerto en el espacio.
Lo más parecido a la nada.
El timbre que gotea.
La música congelada.
Pero dicen que hay otros universos,
que estamos duplicados como llaves
que abren puertas insospechadas
al otro lado del cielo.
Tal vez no seamos los únicos.
Tal vez haya más como nosotros ahí fuera,
más allá de la estrechez de esta realidad.
Eso significaría que en algún lugar estás viva;
quién sabe, quizá conmigo.

No, no sabes que moriste.
Y es mejor que no lo sepas.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 7 de noviembre de 2012








I
Al yo verte estabas mojada
como la quilla de un párpado
orillado por las lágrimas.

Y te dije: enséñame la cadencia exacta del beso
para que pueda pronunciarte sin palabras.
Y de pronto me callaste todos los miedos
con tu lluvia de octavillas.

II
Nunca aprendí el arte de la ausencia
ni la estética de los ojos cerrados.
El sueño para mí siempre fue una cinta métrica
devanada o una boquilla sin humo ni marfil.
Nunca supe de amables subterfugios en la carne
ni de las oscilaciones de los péndulos bajo la piel.
No hay gravedad entre tus piernas, ni nada
que me haga pensar en cerezas. Pero yo porfío
en horadar cada milímetro de tu cuerpo
con ráfagas de un metal incandescente.

III
Antes del comienzo hay un comienzo,
un búcaro de flores ya marchitas y un clavo oxidado,
y del final poco o nada sabemos.

El infinito son dos ojos achispados
en una nochedad sin frenillo,
la vagarosa intimidad de las armónicas
en la fluidez del equilibrio.

¿Y qué hay del alma
si el botón encasquilla las presillas
como nutrias relapsas
y la sangre brota sin cuartel?

Ayer dijimos adiós a los flecos descosidos del verano
y ya siento el frío acordonándome los pies
como una cinta de Moebius.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 31 de octubre de 2012














¿Qué es un billón de años para esta eternidad?

Siempre te amaré.
Y siempre significa siempre.
Desde la singularidad cósmica al Big Bang,
desde la cíclica colisión de los branas
a la cuarta dimensión,
de la materia oscura a la energía oscura,
del todo a la ubicuidad espacial de la nada,
siempre te amaré.
Y siempre significa siempre.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 29 de octubre de 2012


I
Ella le pidió la luna,
y él le cavó una trinchera
en las aurículas de la razón.

II
Ella le pidió la luna,
y él se arrancó una costilla
y la colgó del tablón oscuro de la noche.

III
Ella se hizo al aire,
y él la llamó rapsodia azul
y pájaro ebúrneo.

IV
Ella rompió a llorar,
y él le recompuso el gesto
con un beso salobre.

V
El amor es el planeta más distante,
una luz alucinada,
un cielo ambarino,
el invierno sin abarcas.

VI
Cuando yo me vaya,
la vida migrará a soles más cálidos
y las estrellas caerán al mar
como peces en el palangre.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 25 de octubre de 2012













Lo supo con la palma abierta de la mano.
Lo supo sin bocetos ni palabras ni nada que tachar en la libreta.
Lo supo, y cuando lo supo, se le rasgó la letra.

Y luego este abrazo de vasija rota,
y este sol sin filamentos,
y esta duna tan gibosa que hace pliegues en la sombra
como estrías en un hueso.

Secos están ya los aljibes del verano;
secos, también, los tendales del ayer;
no quedan estorninos en la retama
ni moras que coloreen los labios.

Todo,
todo ha perecido bajo el viento lúgubre de la mañana:
las hojas, las cinchas, incluso las cadenas de la prosa.

Y tú sigues bailando como un dado en el cubilete del tahúr,
segura de tu apuesta,
sin miedo de los números marcados,
confiada a los ardides del azar.

El silencio es la más brutal de las palabras
que puede escupirme tu boca; tu silencio,
que me mata como un disparo a quemarropa.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 23 de octubre de 2012












Juntos abrazamos la fe del relámpago
y el sutil lamento de las algas.

Juntos comulgamos con la oblea del nostálgico
y la epístola de las armas.

Juntos violamos la incertidumbre del ocaso
con trazas de un azul desportillado.

Juntos postergamos la cita ineludible de la muerte
aun cuando a la misma muerte nos entregamos.

Juntos caminamos por la estafeta del olvido
con los ojos vendados por el sueño
y los labios lacrados de silencio.

Juntos explotamos el sol de los nenúfares
en pompas translúcidas de un metal celeste
y no quedó nada
                               más que ambrosía.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 21 de octubre de 2012














¿Quién devolverá la voz a los muertos?
¿Quién dará luz a las estrellas que han dejado de brillar?

Sus ojos brillaban como púlsares en la noche meridiana,
encurtida de estrellas, y yo era el músico ciego
que coagulaba su vientre de luciérnaga en torniquetes
de luz sin otro horizonte que sus besos teñidos de sangre
y un viento gemebundo que me empujaba más allá
de todo mundo conocido, más allá de todo miedo
por conocer.

Tú me enseñaste que el amor es la herida más honesta,
que la muerte amerita más versos que un poema
y que las estrellas sólo duermen cuando dejan de brillar;
así como duermes tú, mi nube estacionada en la lluvia
que llora, alegórica, al invierno en que nos conocimos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 17 de octubre de 2012












Quisiste escandir las sílabas de mi libídine
con tus manos lábiles, de arpista de sueños,
e izaste con la punta de tu lengua retráctil
mi numen enhiesto como una balada
que se expande sin fin por el universo.

¿Acaso viste en mí la semilla dehiscente
que lleva la vida a fósiles planetas?
¿Acaso tu cítara vibró con mi plectro?

Rimaremos los labios en un beso inmenso
y te encabalgaré
con la métrica del trueno
que rasga la noche de fuego
y me derramaré sobre ti como un aguacero
metafórico, y renacerás, amor mío,
de mi caldo primigenio.

¿Y después qué quedará de nosotros?
La enteca pavesa de un incendio.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 14 de octubre de 2012












Floto como un principio holográfico
en tu horizonte de sucesos.
Mi luz no puede escapar a la atracción
gravitatoria que ejerce tu vacío ineluctable.
¿Qué es más denso que la nada?
¿Qué magnitud se arremolinará en el disco de acrecimiento?
–el tiempo, ese epitelio verrugoso, esa rojez subcutánea–
Ejecutamos el baile partícula-antipartícula
y nos desintegramos (radiación de Hawking).
Evaporamos estrellas de neutrones.
La muerte, el principio de incertidumbre.
El amor es un punto de no retorno,
la entropía biyectiva del aquí y del ayer.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 11 de octubre de 2012














Tus ojos tienen el misterio de las catedrales
ungidas por el sol, la luz de los vitrales
que tamizan las bóvedas en una celosía de colores
y ese repiqueteo de lluvia y badajos, de arcana
fe sin sombras.

Tus manos esconden un silencio eviscerado
de caricias talladas en la oscuridad
cuando se tienden como puentes al ocaso
y los dedos patinan en la escarcha.

Tus besos aletean en profundidades abisales,
donde la noche es de un azur opalescente
y la respiración no es más que falta de aire.

Tus labios son un rimero de versos, un engranaje
poético, el último eslabón del empíreo;
y aunque pálidos y yertos, más rojos
que la sangre que corre por mis venas.

Tu lengua es el paisaje sentimental
donde brujuleo sin conciencia ni tiempo,
un ferrocarril volado por la pólvora, la luna
recitada por el fuego.

Tu voz es un vial sin lenitivo,
la extenuación del compás que gira ebrio,
el báculo que hiende mares muertos.

Quisiste bailar sola,
pero este tango es para dos.

Todo lo que escribo a ti te lo dedico,
porque sólo tú aportas una brizna de luz
a este mundo sordo y ciego.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 8 de octubre de 2012














Tú pusiste nombre a todas mis tristezas,
tú conciliaste el manantial con la doncella
y empuñaste la espada que cantaba al ruiseñor.

Mi soledad es una bendición de sangre y arena,
un circo abandonado a la falcata, la gloria
de cicatrices relentes, los pétalos que llueven
como en una boda, desde arriba, longitudinales
y pulidos por el sol.

Yo soy el musgo que amortigua tus pasos,
la garganta del acantilado donde se pierde tu eco,
la zona más umbría del añil.

Yo te quise así, azul marina, mientras tus manos
se abrían como paraguas a la lluvia
y arrancaban las varillas rotas de mi corazón.

¿Cuándo una caricia demoró la espera?
¿Cuándo destronó la causa al azar?
¿Qué clítoris o paráclito avino esta anunciación?

Avista emplumados de flecha
y cauteriza con un latigazo de vírgulas
el azul incólume del cielo
la estela escarificada de un avión.
Nidales y atlas de nubes
más allá del canon alveolado,
infinitos penachos de espuma brumosos
como una diacronía atenuada
o una ménsula sin chapitel.

Los viernes se pierden en la voracidad de la orilla;
son un solsticio de labios, el laberinto equinoccial
donde se imbrican los ombligos al despuntar
las bardas, la vorágine del mundo toroidal
donde orbitan mis lúnulas.

La noche tiene cilicios demoníacos, alcantarillas
donde transcurre la vida sin prisas, ligamentos
destrozados; y de pronto te deslumbra el destello
de un colmillo biselado en la oscuridad y caes
fulminado de espanto.

Se desmaya una hoja lanceolada
por el lóbulo perforado de Altair
y muerde la ondina del labio
con su claxon metafórico.

Y transitas tu destino
como una nube desbastada
o una estrella sin zócalo:
alondra hebillada a la tormenta,
bonancible avioncito de papel.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 1 de octubre de 2012














Cimbrea el ríspido color por la vulva amoratada, tachas
de un carmín ajedrezado; la jugada tantas veces ensayada,
la carúncula en el anexo de la boca, postergando la falacia.

Yo no sé qué te hice para que te convirtieras en esta nada
que todo lo llena, en esta luna destetada. No sabía que el infinito
podía ser más largo que un silencio ni que el vacío podía colorear
las esquinas de las fotos con el sepia del pasado. Y este placer
de hurgarse la herida, y este buscarse la sangre tras las venas.
¿Qué decir, si todo lo que veo ya ha pasado, si la luz es un engaño
que oculta el sentimiento bajo la escarcha del tiempo? Décimas
de fiebre, fracciones de segundo, danza en la esfera el minutero.
¿Besé tu piel de estrella hasta el cálamo ardiente?                                                 Supernova.
¿Tembló tu luz guillotinada detrás de mis cendales?                                                Revelación.
¿Ungí con mi éter el grial de tu escafandra?                                                 Videterna.
Desapareciste en la miel que unta los dedos, en el fogonazo del queroseno.
Y han pasado tantas lunas que se ha deshecho la noche entera
con la madeja de todos nuestros huesos.

Estrangulé la poesía para que tu voz se callara en mi cabeza,
pero al final siempre sonaba la misma melodía. Y eras tú,
envuelta en música, la ofrenda que una vez tanto quisiera.

Sus ojos de luna falciforme
astillaban la matraz del universo
en esquirlas de una luz arlequinada,
cráteras de vino y sangre maridadas
en sazón, la noche informe,
para un hombre sin atmósfera.

El sueño pernocta en los labios de la lluvia
como un laberinto ambivalente, residual,
y los ojos son urbes recónditas, océanos
de un solo tallo, océanos sin vida.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 29 de septiembre de 2012











Ahora reconozco tu pulsación
y su timbre de amianto.
Llueve en canal por los vértices
de la mayéutica, y no hay ni un solo
ornato de fiebre en la carcasa.
El reposo es un son desaplicado,
un corolario funesto de pústulas
en retroceso, como la retícula
de un ciego o el erial del agrimensor.
Todo ocurre sin ambigüedades,
aunque la elección sea siempre impar
y al jinete le fusile la carlanca.
Mi amor rasura hasta lo más terco
del fraseo, nimiedades sin costra
ni plafón, ensalmos de arco oblongo.
Nadie verá crujir el mar en este orbe
sinuoso ni el estupro de las olas
en su blancura de esturión. El viento
guillotinará el pábilo de una vela
en la secuela sin tirador
como la estela rasgada de un bisturí.

¿qué cintura vadeó la alhóndiga?
¿quién desvirgó a la fusta temprana
si el aljaraz tenía un solo eje?

tu voz altera el equilibrio de los puentes
con la arquitectura de los pasos perdidos,
y la niebla hechiza el almirez.

¿cómo pudo el recuerdo hilar la anemia de una jamba?
¿en qué marisma sucumbió mi suerte?

los golpes del silencio son arcadas
sin esqueje, esquirlas de lento estío
y ablución dominical.

Y el dolor queda como la marca del bikini
o el cerco del vaso en el mantel; una lúbrica
gota de sudor entre dos piernas cruzadas.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 29 de agosto de 2012











Mi rostro sabrá escupir la lluvia como las piedras.
Suttree, Cormac McCarthy

Crece el musgo entre las sombras
y yo también.

Puedo ver el cielo corrugado de nubes,
nimbos orlados de hulla
que flotan en la diversidad de la noche
como un avispero titilante, siempre torvo;
el verdín de la lluvia sesgada de avaricia
y su pulcra letanía;
espolones de una luz desmenuzada
en un crepúsculo de similor
que desmiente el celaje de la bruma.

y la lluvia que te obliga a acorullar los párpados
como remos invidentes o un pez sin celosía,

y la luz cenicienta que se frota con las vetas del mármol,

y los faroles temulentos como colas de espermatozoide
o chicles pegados al asfalto,

y la voz que renuncia a la voz;
y la palabra que abroga la palabra;
y el silencio occipital como una ardilla en los labios
que salta de sílaba en sílaba blandiendo su añagaza.

Dios bosqueja mares asimétricos y fósiles de añil,
gametos de un solo tajo.

El sol es un pájaro enteco de escápulas doradas
que se explaya en la prolijidad del horizonte
como un ojo errático y deiforme.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 21 de agosto de 2012












dime hoy que no habrá más mañanas silentes,
que las horas morirán como náufragos sedientos
de un océano axial

aquí hace frío y
el cielo regurgita relámpagos como jinetes apocalípticos
y los árboles se doblan a mi voz

sombras oblongas

el mar no hace cábalas
si el viento es una herida circular

tu silencio es extraño como una voz oída desde otra piel,
desde otros labios,
o una caracola sin eco ni mar

cavidad auditiva
bombear de la sangre
fractales de silencio

el desierto es un ojo disecado,
un palimpsesto absorto
o la palabra quemada por el sol

la carne figura en la razón de lo simple,
en la superficie del instante,
en el surco taimado del reloj

–y cada rumor es una blasfemia,
y la lluvia que cae como una brisa inacabada–

quiero ser inmortal como la lluvia
para soñar desde lo alto
y morir a ras de suelo

el tiempo es una percepción
donde el amor no tiene hechos

nuestro amor es
un cielo intonso,
un mar inconsútil,
un sol onírico y enajenado;
la intrusión de lo irreal.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 1 de agosto de 2012











El universo es una superposición de capas,
una chincheta que ata dos pliegos,
el resultado de una pequeña asimetría,
la torsión centrípeta de un agujero negro.

Mi amor se expande como el universo
o una herida sucia y gangrenada
–la metástasis del tiempo–
y se contrae en iones de versos.

¿No eras tú el sol nesciente de un mundo desahuciado?

suspensión de la incredulidad

Si fuiste estrella y supernova,
¿no serás ahora un agujero negro
que absorbe mi luz, mi radiación,
y me atrae con toda su fuerza gravitatoria
hacia su campo magnético?
Me desintegras en billones de bariones.
–como aerolito en la atmósfera terrestre,
2ª ley de Newton,
la fuerza es igual a la masa por la aceleración–
Me colapsas.
Me transformas en materia oscura.

¿Y si fuera el sueño de un alter ego en otro universo paralelo?
Nunca despertaría de este sueño.
Nunca despertaría.
Y tú estarías allí, despierta,
esperando a que abriera los ojos
para verte reflejada en mis pupilas.

–tu planeta azul flotando en mi pupila
como un huevo sin yema–

El amor siempre nace de la antimateria.
Es corrosivo.
Es cáustico.
Tiene carga negativa.
Destruye lo que crea.

¿Que por qué sé que existes?
Porque te observo.
Y nunca has dejado de mirarme.
Desde tu Faro me miras,
y yo te sonrío.

Estiraré el brazo izquierdo en tu lado de la cama
y estarás allí, donde el calor hace su nido,
con tu cuello de garza y tu núbil aleteo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 24 de julio de 2012












Hace un año estuve en esta misma playa y escribí tu nombre con mi dedo sobre la arena; ya sabes, eso que hacemos los enamorados cuando sentimos nostalgia. Tu nombre ya no está aquí, como tampoco estás tú. Nada perdura; es una lección que aprendes muy joven. Miro al cielo y veo el mismo sol, ese sol que parece infinito pero que algún día dejará de brillar, y  no calienta lo mismo –not even stars shine forever, como dejé escrito en algún lugar–. Ni siquiera está en las mismas coordenadas donde lo vi por última vez. Sus rayos casi no tocan mi piel. Está frío, agostado, seco. Es la misma playa, pero no es la misma arena. Es el mismo mar, pero no es la misma agua. Todo está en continuo cambio. Se renueva. Perpetuum mobile.

Tu ausencia está poblada de recuerdos. Ya no estás –no imagino más triste certeza–, pero sigues estando. Incluso la ausencia ocupa un espacio, un lugar, ese mismo lugar que deja. Somos partículas elementales. Partículas de Dios. Interactuamos. Y luego queda un remanente. Un vacío inalienable. Como la humedad que deja un beso en los párpados. Nadie desaparece del todo, y menos tú, que eres inmensa, porque el vacío no es la nada.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 13 de julio de 2012















Pájaros, ilustración de Rubén Martínez

Cuando muriese, no sería su fin. Sería el fin del mundo.
Cosmópolis, Don DeLillo


¿Sabías que un lápiz puede dibujar una línea recta de hasta 56 km?
Imagínate un poema que enfile desde mi puerta a tu casa,
como esas líneas que muestran el camino de salida del laberinto
–el ovillo de Ariadna–
o la llave que abre las siete puertas de Tebas.
Asfaltaría una nube con tu nombre y te cobraría una sonrisa
por todo peaje. No me digas, no, que soy tan avaro como Caronte.

Para cada persona hay una canción.
La tuya es una lluvia invertebrada,
el rímel de pétalos que descorren mil lágrimas,
la levadura inmarcesible del sol; la mía,
la mía es una flora antojadiza,
una lluvia estacionaria, la anatomía
del poliedro, la coda disoluta del caimán.

Nunca estuviste aquí,
pero yo te veo en todas partes:
en cada brizna de sol,
en cada pliegue del agua,
en cada cenefa de espuma,
en la brisa salobre que rocía mi cara,
en las rocas salientes,
en las islas brumosas,
en las hojas marchitas,
en las barcas varadas,
en los dedos del viento
que con tanta prestancia
rastrillan mis cabellos.

El mundo no acabó contigo,
pero mi mundo acaba en ti.
Finisterre.

Lo sé.
Siempre lo supe.
Tú eres el cielo enjalbegado de nubes,
el mar estarcido de estrellas,
la punta del iceberg donde naufragan todos mis versos.

–y mis palabras caen a chorro
como aldabas afónicas
o rayos inertes de un sol cianótico,
y mis pies se mueven
y la Tierra se mueve con mis pies
cada vez que tus hombros pestañean–

Te amaré en los raigones de la carne,
en los médanos del sexo,
en el bisbiseo disoluto de los labios
y en el mar coagulado de esperma.

Te amaré allí donde rechina el silencio
y crascita el orgasmo como la sombra
de un pájaro ciego.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 24 de junio de 2012












Hoy es 23 de junio. Noche de San Juan. Tu última noche. Te quemaste como una hoguera en la playa y el aire escupió tus cenizas al mar. Fue en Tapia de Casariego. Lo recuerdo. Ya han pasado tres años. Tres largos años. ¿Quién lo diría, eh? Ahora eres parte del agua. El líquido elemento. Nadas con los delfines y todo eso. Yo también ardí, pero de un modo muy distinto. Hacia dentro. Explosión e implosión. Al final todo se reduce a lo mismo: fuego. El fuego mata y el fuego crea. La vida brota donde el fuego quema.

Puede que te cueste creerlo, pero no me he movido de aquí en todo este tiempo. Sigo sentado en la playa esperando a que arda el último rescoldo de la hoguera. Aunque llueva, aunque diluvie (qué bonito es pasear por la playa bajo una fina capa de lluvia), aquí estaré. Esperándote. Esperando a que el mar me devuelva tus cenizas. Quién sabe si convertida en un delfín (aunque creo que en el Cantábrico no abundan los delfines). Y sin embargo, tú tenías un delfín en el ombligo. Lo recuerdo porque yo nadé con él. En él. Y eso que apenas sé nadar. El mar siempre me dio miedo. Su vastedad azul. Su calma tensa y policromada. El pecio de tantos naufragios.

Hasta que te conocí.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 22 de junio de 2012











Mi infierno es un cielo violáceo de nubes
desgreñadas, unas nubes de hirsutos vellones,
juguetonas y volubles, como niñas que aprenden
a pintarse los labios delante del espejo, de mujeres
con corazón de taxímetro y parking subterráneo
y medias de rejilla y lengua procaz que zigzaguean
la calle como sombras astilladas, sombras soñolientas,
ateridas de frío, de vértebras flotantes y uñas mordidas,
sombras perfiladas en una noche recortada del asfalto,
apaisada, nictálope, febril, reptil, rapaz, sombras chinescas,
huesudas, de una muerte sin contornos, difusa y amanerada,
que retrocede prematura, como un percebe renegrido
en el cielo de la boca.

Tu cielo es un eufemismo de mi infierno,
sólo que más tierno y lacustre, un cementerio
de neón, una luna flébil y oblonga, como ese
rayo daltónico que columbra el espacio entre
dos cejas o una crespa de luz que alborea el ojo
cuneiforme de la noche y remeje la cometa
siempre tersa del estanque.

Mi amor es una brújula hemofílica,
un pie insinuado a la lluvia,
una entropía de colores,
una estrella sin aristas,
la aféresis del tiempo,
una pústula de luz en la piel brumosa de la luna,
una grieta en el espacio,
el canto rosicler de la aurora,
el ajimez del crepúsculo,
unos dedos andariegos,
una jerga amotinada,
un orgasmo de pétalos junto al oído,
el alcorque de los árboles que esputan hojas al otoño,
las muescas de la peonza que nunca deja de bailar.

Tu amor es un paisaje de casas encaladas
y puertas de añil, la piedra achicharrada
donde el sol se ovilla como un esqueleto
refractario o una lagartija borracha.

Nos besábamos en fase lunar, y el beso
decrecía como un sol amniótico
en la danza de las lenguas o una oblea
elástica en la depresión del ombligo.

Te alejas poco a poco, como un beso rojo
en el ángulo muerto del retrovisor. Somos
volutas de humo y nos deshacemos en el aire.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 10 de junio de 2012












Observo triste cómo cristaliza el perfil
de las olas contra el bajel del ocaso.

Y me doy cuenta de que ya no quedan faros
en las cuencas de la piel ni arena
en los poros del agua.

Cuántas danzas perdieron su virtud.
Cuántas uñas se doblaron a la música
sin un solo bocado.

Amanece una noche en la plástica del fuego.
Qué lenta discurre la hojarasca
cuando no hay recuerdos que zurcir
a un ojo desportillado.

Tu grito es más largo que una membrana
de murciélago y retumba en la tormenta.
Así me atemoriza.

La luz me mira de soslayo
con su silbido de franela
y un furor desatinado.
A veces imagino que esa luz
tan persistente
es un diente de leche
clavado en la encía del sol.

Todas las aves
saben que la felicidad es siempre
una estación de paso
o un vado entre dos ríos.

–un puente de vocales,
una primavera de pavesas–

La nieve se derrite bajo mis pies
como ese sol que muere entre tus manos.
Un bebé ahogado,
una sinfonía del dolor,
un lamento prolongado.
La honestidad de la herida.

¿Qué sombra despedazó mi nuez?
¿Qué sombrero atenuó la espera de una hoja
desgajada de su tallo?

De tu boca de aljibe
mana un ciclamen de besos
y caricias sin remiendo,
miríadas de estrellas disecadas,
el jinete clandestino de la muerte
y el susurro del juncal.

–la fertilidad de los ojos que arrinconan el miedo
en un pliegue de sueño–

Si todo fue ya escrito,
dime ¿cómo acuden a mí nuevas palabras?
Te he puesto tantos nombres
que me he olvidado de llamarte
–pero yo sé que te llamas Amor–

Dibujaba en un banco junto al mar
mares de otros mundos
de un azul celeste, impecable,
y cielos dragados sin nubes
esperando quién sabe qué corsario.
Luego arrancaba las hojas del cuaderno
y las hacía girar en el viento,
como peonzas.

Sus dedos olían a mañana
y a mandarina y me acariciaban el lóbulo
de la oreja como si quisieran pedirme un deseo
o regalarme una moneda.

Y mi boca era para ella una fuente mágica.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 7 de junio de 2012












el dolor es un viaje en solitario
al corazón de las tinieblas


el rocío tiembla en tus pestañas como un pájaro de nieve
al amanecer

¿dices lágrimas?
       ventisqueros son los ojos

imagina la soledad de un verso sin contexto
                                                       desubicado
         perdido en un suburbio de chinchetas
luna oculta
         embreada de aceite y sal

las ciudades de las letras
égloga    ágape
        onzas de neón y leotardos

mi corazón      emparedado
           jaula vacía       ergástulo y celda abarrotada
el silencio de los pájaros
            que han dejado de cantar

y tú
       la carrera de una media
uña postiza            manicura exonerada
     lluvia que siempre cae de lado
             la huella esponjosa del carmín

duele percutir en la piel y no hallar eco

la piel es la certeza de dos cuerpos
unidos por un mismo azar

el surco del instante que siempre otorga

la quise más que a nadie y nunca la toqué

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.



lunes, 4 de junio de 2012











Muchas veces, cuando miro a una persona, me pregunto qué clase de niño fue o qué infancia tuvo, si fue querido o si, por el contrario, sufrió algún trauma (del griego τραῦμα, herida), si creció feliz o si tuvo que enfrentarse demasiado pronto a las adversidades. Lo que fuimos es lo que somos, y también lo que seremos. Para lo bueno, pero sobre todo para lo malo, el pasado determina lo que está por venir, y marca a fuego nuestro carácter. El niño tímido e introvertido que se quedaba a solas dibujando en su pupitre mientras los demás niños jugaban a la pelota en el recreo, será, con toda probabilidad, un adulto creativo y solitario, con aptitudes artísticas y escasas habilidades sociales. Es difícil, por no decir imposible, sobresalir en todo, y nuestras fortalezas son también nuestras debilidades –y nada debilita más que el halago de nuestras debilidades–. El pasado es pesado, tan pesado como el yugo que unce los bueyes, y no hay hecho que no depare consecuencias. Algunas tienen un efecto inmediato, pero la gran mayoría aflora a la superficie mucho tiempo después de haberse producido, como pequeños seísmos u ondas que se arremolinan en el agua acompañando a los saltos de un canto rodado –epostracismo–. Somos bolas de un péndulo que chocan entre sí, de la primera a la última, haciendo oscilar la inmovilidad del universo, su estática y fría melodía. En no pocas ocasiones, estas consecuencias se manifiestan de la forma más insospechada, y es por ello que a menudo se confunden las causas y las consecuencias, como si no quedara nítida la línea temporal ni las coordenadas espacio tiempo. Y sin embargo, un mínimo cambio, como desplazar una letra de lugar, altera el significado completo de la oración –la vida es una oración intransitiva–. No hay casualidad, sino causalidad. Estímulo, respuesta. Bofetada en la cara, mejilla dolorida. Todo tiene un porqué, todo ocurre por una razón, por fútil y banal que ésta sea –¿y qué razón tiene más de vana que la misma vida, a la que sólo la muerte otorga sentido?–. Soy porque estoy. Muero porque vivo. Sólo la maldad es tan banal como la vida, pero incluso ésta tiene un fin práctico, una teleología de la inmoralidad o una ontología inmoral presente ya en los niños, pues el impulso natural del niño es la destrucción egoísta de los bienes ajenos –si yo no puedo disfrutar de ellos, que nadie los disfrute–, un narcisismo exacerbado y un acusado sentido de la propiedad. Desde que despertó a la inteligencia, el hombre se ha afanado por ordenar la aleatoriedad del caos con meticulosidad matemática, de escanciador de estrellas. Pero la realidad, como el universo, aunque dúctil, también es opaca.

No es tarea fácil, pues, indagar en el origen de un trastorno o de una perturbación –la locura es una vibración sutil en el aire, un molinete o ruido blanco–, como tampoco lo es detectar una enfermedad en sus primeros síntomas. Somos tan inconscientes de los sentimientos que bullen en el estrato más profundo de nuestro Yo que es casi un milagro encontrar a alguien que sepa lo que quiere y que sea consecuente con sus actos y pensamientos. Nos creemos seres racionales, cuando en realidad casi todo lo que hacemos es irreflexivo, cuando no cabalmente ilógico; y no es infrecuente que en alguno de estos movimientos impetuosos, espasmódicos, de cola de reptil, atentemos contra nuestros propios intereses, como un barbero que se rebana el gaznate tras un mal afeitado y, sin quererlo, a ojos de los demás pasa por suicida. Cuántas veces la torpeza fue tenida por maldad. Así pues, las más de las veces actuamos por instinto, inconscientemente, a la manera de autómatas, pero si al menos ese instinto fuese bueno…

En verdad, las leyes del pasado son inexorables. Tanto como la genética. De hecho, hay una genética del tiempo que escribe, con mejor caligrafía que la sangre, nuestro ADN. Las cicatrices del tiempo son más evidentes si cabe que las de la piel, aunque no estén a simple vista, y es que las heridas internas nunca curan y nunca dejan de sangrar. ¿Cómo restañar o cauterizar una herida si no sabes o no puedes localizar el dolor –la etimología del dolor–? Visto así, la cara es un mapa de nuestra buena o mala estrella. Cada arruga, cada impureza representa una vicisitud o una preocupación de la que no nos hemos librado y de la que jamás nos libraremos. La tacha está ahí para recordárnoslo, como las manos ensangrentadas de lady Macbeth.

Empero, no importa el tiempo transcurrido ni los avatares padecidos que siempre reconoceremos un rostro de nuestra niñez como si fuera nuestro propio rostro, o quizá mejor, porque mirarse al espejo deforma la realidad, la cubre de una pátina brillante que difumina los trazos originales hasta hacerlos casi irreconocibles.

La infancia debería ser inviolable, el reino de lo efímero hecho eterno, pero lo cierto es que la infancia es cada vez más breve y más adulta, y tiene más de siniestra que de inocente. Como todo lo que madura antes de tiempo, está podrida.

El tiempo es ese bufón al que nadie ha logrado todavía hacer reír, la carta marcada que siempre nos llevamos a la mano cuando queremos hacer trampas.

La vida es un deseo insatisfecho, una larga erección que nunca llega al orgasmo. Y como el priapismo, duele, así que a veces se hace necesario amputar el miembro tumefacto, castrar la raíz de todo deseo.

Eso pensé cuando la conocí. Traté de imaginarme cómo había sido su niñez –sabía de buena tinta que no había sido feliz, que sintió desde su más tierna infancia el rechazo, y que a pesar del amor abnegado de sus abuelos siempre se vio a sí misma como una huérfana–, y deseé con toda mi alma haber estado a su lado para acompañarla, para mitigar en lo posible esa soledad y esa tristeza que, tiempo después, y ya convertida en mujer y poeta –aunque poeta lo fue siempre, aun antes de escribir poesía–, haría de ella su voz y su emblema. Fatídico emblema.

La poesía encuentra su refugio natural en la melancolía –humor negro–. Es musgo que se adhiere a la roca y crece en zonas húmedas y umbrías, pobladas de sombras, y gotea sangre como el colmillo insaciable de un vampiro. La poesía aún no ha salvado ninguna vida, pero ha condenado muchas almas.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 31 de mayo de 2012












Me gusta la memoria, por cuanto tiene las imperfecciones de la piel,
y a pesar de las arrugas, siempre luce bella, como el día que nunca fue
y siempre será.

Desde la lividez del último vestigio de luz
del crepúsculo rojo
al índigo amanecer de la conciencia
escribía versos de amor,
porque siempre supo que el amor era una carta de suicidio
escrita en el lomo de las olas.

y le llegó su voz como una llaga de luz en el umbral cristalino del océano,
y se le caían las estrellas como teselas que se despegan de la noche,
astiles de un cielo esquisto clavado en la orilla del labio

como el sexo, tu sexo es anfibio,
pues el placer es atávico y líquido
y arde en el aire, marea oleaginosa
que unge los cuerpos y los inflama
de resina, brea y alquitrán

cuando el sol se ponga en tus ojos de palisandro
y el ocaso florezca como un pétalo de fuego,
las nubes arrullarán tormentas sulfurosas
y un dragón alado saldrá envuelto en un negro vapor

el sol que vimos nacer arderá bajo un mar inconsútil,
tenue llama que vaga sin rumbo ni horizonte ni dios ni cielo,
y su voz tañerá el agua de esquirlas de fuego
como un pesado leviatán reventado por la metralla

luego no habrá nada;
gemidos, jadeos, y por fin,
el último y largo suspiro del silencio

un silencio innombrable, pulposo, táctil,
con tentáculos y ventosas que succionan el vacío

Sólo el viento borrará las huellas.
Sólo el viento soplará las velas
y las cenizas de los muertos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 25 de mayo de 2012












Fascinación. La pulsera en el tobillo de Barbra Stanwick. Mortal de necesidad. Necesidad de muerte. Cáustica aflicción. El eterno retorno de lo idéntico. El eco angosto del cincel. Un túnel oculto y clandestino. Diástole de hierro. Chirría. Aquí, en mi mano, una gacela dormida. Mi alma en el silencio azul de un claro de luna. Danza como el diablo. Tu alma ensombrecida de eco y distancia. Se arrebuja plácidamente en la lluvia. Repiqueteo de tacones sobre el pavimento. Rumor de faldas. Pasos que se alejan. Frío y lluvia y granizo. Uñas que arañan el enjuto silencio de un reloj sin maquinaria. Una lágrima estilita mantiene el equilibrio –equilibro de pez fuera del agua– en el vergel del ojo. Su ojo, luna esclerótica moteada de café. La óptica del beso. Gárgola de piedra labrada. Duda si suicidarse. El agua duda en su infinita caída al infinito. Caminos de sirga. Luz blanca y estriada. Una nube calcárea calcina el cielo diletante. Pelos que se retuercen en una espiral agónica en el cuarto de baño, como muñones escamados que piden auxilio. Pelos que se mesan y se arrancan. Sin clemencia. Sin reflujo ni marea. Una araña aplastada. Sangre que se arremolina en el desagüe. Embudo bermellón. Rubor escarlata. El amor. Tu amor era una cometa abandonada en la playa, o el niño que la abandonó; mi amor, copa ofrecida a tus labios secos de arena, grial jaspeado de voz. Cutícula membranosa. La memoria es un fractal o un caleidoscopio. O un traje parcheado de vísceras.

He sobrevivido a la soledad –quimérico
inquilino, jayán aspado y miserable–.
He caminado por la superficie del sol
en una clámide de fuego
y mis pies cosquilleaban en el agua
como alas amputadas.
He atravesado con esta mano
las lentes deformadas
de la nostalgia.

Soy un esquimal de la entropía,
un desierto inoxidable; la ceniza
del ateo. Me poso en ceniceros
porque aprendí que sólo vuela
el que nunca va a quedarse.

–me sobrevienes inerme y fugitiva,
como un olor de la infancia, a lápiz
y goma de borrar, y te digo: que
el corazón se agrande–

Tus ojos de noche cautiva
iluminan el rincón solitario
de mi desnudez, donde
susurran los álamos,
y la luna esculpe las olas
de estirpe maldita y cuello
protuberante con ese brillo
nacarado tan parecido al orgasmo
o a la baba de un caracol.

Eran éstas las manos
que orillaban tu vientre de pérgola
en jinetes proscritos,
cotejando el lieder y el redil.

El sol es una profecía distante
en el glifo de tus labios,
un botín apenas satisfecho,
la sonrisa del tahúr.

Siento el aliento del lobo en la nuca.
Nunca una esquina dobló a la tristeza en un triste papel.
Hace frío allí donde el amor es un ángulo muerto.
Ahora sé que amarte fue la forma más segura de perderte,
como cuando dices adiós y sabes que no habrá una segunda vez,
y te despides con lágrimas en los ojos
y te engañas con promesas baladíes,
y los labios se despegan lentamente
dejando un vacío infranqueable,
como la cometa y el cordel.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 3 de marzo de 2012



Izó la lluvia con su estandarte de estrellas. En lo alto, la luna rielaba como un paraguas tachonado de perlas o un azucarero manirroto, y las gotas de un azul celeste, translúcido, casi hialino, pendían en meridianos de seda. El Céfiro despeinaba los árboles, y Calíope abanderaba ráfagas de té. ¡Qué inmenso era el oleaje del cielo visto a través del ojo de un alfiler! ¡Cuántas galaxias derramadas sobre el hombro saledizo de la noche! Se hubiera dicho que una araña hiperbólica tejía redes de lluvia sobre aquella ciudad lampiña, volteada de sombras. Y sin embargo, no había paz en la tormenta ni magia en el sombrero; tan sólo un agujero que daba la vuelta al bolsillo desprovisto de cuña y troquel. ¿Cómo, pues, tintineaban los besos allá en la acera y los semáforos bizqueaban ahítos de limón? ¿Qué fue de aquel sol de la infancia, pájaro de miel que anida en la tormenta, tronera donde aúlla el viento?

Para aquella chica de tez de calostro, el tiempo transcurría silente, ampuloso, ligeramente amanerado. Un mohín biselaba el relieve de sus labios dándoles un aire satisfecho; y sus ojos, de tan risueños, parecían dos rayas negras peinadas al albur. Liviana como un pálpito –y acaso igual de incierta–, tenía la expresión lisonjera del ciempiés y la apostura de una cariátide tamizada por la arena. Sus manos apenas sostenían la balanza del viento, y en los dedos de los pies le cosquilleaba una canción. El cabello, húmedo y fosco, ondeaba sin compás, como el dragón que serpentea albores en una hélice de fuego. Sólo un ganso o un faisán habría adivinado el caudal de su simiente.

Ninguna voz rugió como la escarcha ni hubo corrillo en el soportal; tan sólo silencio, un silencio terco y pertinaz, como el que precede al trueno que lagrimea relámpagos, a intervalos de cebra. Porque siempre supo que soñar era como contar estrellas en la noche. Indescriptible. Interminable. Un universo aleatorio. Una moneda lanzada al aire.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

*Este relato es fruto de la colaboración con la ilustradora Clara Varela, y se enmarca dentro del proyecto coral Escríbeme una ilustraciónhttp://escribemeunailustracion.blogspot.com/.