Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

domingo, 28 de noviembre de 2010




Hoy he aprendido que "te amo" en coreano
se pronuncia casi como tu nombre:
"Saranghae".
Qué sabios son los coreanos.
Algo tan precioso como el amor
sólo podía sonar a ti.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 26 de noviembre de 2010


Feliz cumpleaños, Sara.

Qué contradicción tan grande, ¿verdad? Desearte feliz cumpleaños cuando no puedes cumplir años, cuando el que no puedas cumplirlos es flébil (sí, como el derrame de la luna), no feliz. Pero para mí, en mi particular calendario, los sigues cumpliendo, porque habitas mi memoria y en mi memoria estás viva. Nunca dejaste de estarlo. Nunca dejarás de estarlo. Siempre te recuerdo, y te recuerdo como tú querías que te recordara, en los mejores momentos. Que hubo muchos.

La brecha en el tiempo se hace más grande. Mientras yo sumo años y envejezco, tú sigues teniendo la misma edad. Eres eternamente joven. El tiempo que nos separa es el mismo que nos acerca. El tiempo es un río profundo y negro que corre en dos direcciones. El río Leteo. Al final, todos desembocaremos en el mismo mar, un mar muerto. Allí nos encontraremos como dos veleros solitarios.

Cuántas veces me he sentido un dios atrapado en un cuerpo humano, con un espíritu demasiado elevado para esta cárcel de carne y huesos; y sin embargo, ¿qué dios no es capaz de sanar el ala herida de una alondra? Mi poesía no debe de ser tan bella cuando no te pudo curar. Quiero volar hacia ti, pero yo no tengo alas de libélula, y si las tengo, no sé usarlas. Las que yo te di eran tan frágiles que las rompió el viento.

Si al menos pudiera soñar contigo, mas tendré que resignarme con pensarte, el único consuelo que le queda a la mente lúcida y despierta, demasiado consciente de su propia existencia y de su tristeza de papel.

No te olvido. Te quiero.

P.D.: Raquel ya te habrá enseñado que algún día devolveremos la materia al otro lado del agua.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 22 de noviembre de 2010




Allí donde el lenguaje se revela insuficiente
y las palabras boquean como peces en un río seco,
estás tú para guiar mi mano e hilar los más finos versos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 19 de noviembre de 2010




¿Por qué las luciérnagas viven tan poco?,
le pregunta Setsuko a Seita en 'La tumba de las luciérnagas'

La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo. Y tú has brillado con mucha intensidad -
Tyrell a Roy Batty en 'Blade Runner'

Desde que eres cielo y mar
ondeas caricias en la piel cerúlea del tiempo
y oscilas espigas de trigo en campos dorados
con el suave murmullo de tus besos.

Eres el espíritu de la lluvia en primavera,
el vientre fértil de la tierra,
el eco de mi voz acompasada,
el agua que brota de la fuente
y la llama firme que se eleva.

Ahora descansas en mis brazos,
hermosa y pura, núbil y eterna,
descalza y presurosa como el sol en la mañana,
rutilante como un ángel en su tumba de luciérnagas.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 16 de noviembre de 2010




La luna se estira como un apósito de luz
por la piel afiebrada de la noche.
Parece una oblea flotando en un charco de brea
con ese borbolloneo de aspirina efervescente.
El silencio cauteriza las cicatrices del ocaso
en el cielo casquivano y ceniciento
como una densa y opaca nube de hollín
traspasada por un hilillo de sangre.
El lagrimeo de la lluvia en los escaparates
exuda letras de neón y un alfabeto de cenizas
se posa en los bolardos.
El brillo ambarino en los ojos de los gatos
no lame furtivas heridas,
ni la sal quema la carne.

Mi iris se expande como un mar de jade
por el proceloso curso de tu soledad.
Tiemblas con la abstinencia de aire de la mariposa
clavada a un alfiler. Un río carmesí desaparece en las riberas del otoño
y las hojas caducas se empapan con la menstruación de las amapolas.
Las flores enmudecen por el estupro de las vírgenes
en los claros de luna y esconden pudorosamente su perfume
y sus pétalos al doncel de la noche.

Y de pronto,
un pez alado bordea las pestañas del sol con rumor de agua y nieve,
salpicando de plata la húmeda hierba.
La alondra levanta el vuelo
y el día rompe su cáscara pruna,
exultante, renacido.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 11 de noviembre de 2010




En una fotografía hay una historia escrita y otras muchas por escribir.
O.B.P.


Miro tus fotografías y me pregunto
qué pensabas en aquel momento,
mientras la cámara inmortalizaba tu sonrisa, tu mirada, tus gestos,
si sonreías porque estabas contenta
o sólo por cortesía,
como quien claudica a la volubilidad de un deseo.

En una es una cinta en el pelo,
en otra son unas horquillas, un chal o un collar con piedras de colores;
cada detalle abre nuevos interrogantes.
¿Qué íntimos anhelos estremecían tu frágil corazón?,
¿qué pensamientos turbaban la paz de tu espíritu?
¿Qué ojos te veían a través de la lente cuando el flash disparaba su tinta blanca sobre la negra piel del tiempo?
¿Era melancolía lo que había en tu mirada cuando tenías la vista fija en el mar,
con la mano izquierda apoyada en la baranda y la derecha doblada en la cintura?
Y tu nariz graciosamente fruncida por el esfuerzo de abrir una tapa, ¿qué perfumes olía?
Y el viento que te despeinaba, la brisa que te mecía, ¿qué salinos rumores traía?
Nunca lo sabré, nunca podré escribir la historia de esa fotografía,
la verdadera historia, la que sólo tú conocías y te llevaste contigo,
–como la de todos esos momentos que viviste y naufragaron en un mar de silencio,
“como lágrimas en la lluvia”–
,
pero sí puedo reescribir muchas otras historias con tus imágenes,
tantas como interpretaciones se me ocurran.

A veces, sin darme cuenta, mi memoria viste la realidad de fantasía,
y te adorno con prendas que nunca existieron
más que en mi imaginación febril y desaforada
como un jayán que deviene en molino de viento;
y entonces comprendo la paramnesia de los replicantes,
su desamparo, su mistificación, su atormentada vanidad de ángeles caídos
en la orfandad del recuerdo.

Y no obstante, ¿acaso no eras tan fantástica que ninguna fantasía podrá jamás superarte?

Sí, ahora entiendo por qué algunas tribus africanas aún creen que las fotos les roban el alma.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 6 de noviembre de 2010




Recuerdo el sincretismo de nuestras lenguas cuando nos azorábamos en el rizoma del beso. Las manos se nos enredaban, díscolas, por los arcanos de la piel como dendritas o hiedra sarmentosa, y se agavillaban en una urdimbre de lisonjas donde a cada dedo que se entronizaba en los vergeles de la carne le nacían nuevos brotes, como pétalos de una corona violácea. A nuestra espalda balbuceaba la cellisca en una lengua misteriosa, extraña, lejanamente ascética, y al apretar el paso nos crujían los corazones como ramas astilladas.

Y entonces se alzaba de la espesura del bosque el murmullo quejumbroso de un viento galopante que agitaba el follaje como un bandoneón de murciélagos, y entre las hojas de abedul asomaban unos ojillos vagarosos y centelleantes como bellotas de neón, luciérnagas o pequeñas máculas incandescentes que rasgaban con su prontuario de luz el denso plumaje de la oscuridad invernal.

La nieve amortiguaba nuestras fatigosas pisadas entre chasquidos de cáscaras y nueces y tus ajorcas bailaban y resplandecían con la mágica claridad de los glifos iluminados fugazmente por un rayo de luna. Los copos, como párpados pesados, caían parsimoniosamente arrastrados por el deliquio del sueño. Las azaleas, rasuradas de pétalos, lubricaban la helada campiña con su acre aroma a sexo. Al vapor delicuescente de un rayo de luna los matorrales reverberaban en un fiero lobo de hirsuto y grisáceo pelaje, erizado de zarpas. La luz macilenta apaisaba el tornadizo vientre del río en pliegues adiposos y mudaba los balaústres en fantasmagorías, de suerte que el muelle parecía, de pronto, un xilófono zarandeado por la baqueta de un niño pez. En el cielo enviscado de un endrino gelatinoso las estrellas tiritaban ebrias de éter, como azucarillos que se disuelven en una taza de café. A lo lejos, en el ribazo, el Faro orillaba una lágrima angosta como un esquife en los pontones claveteados sobre la bruma, a escasamente un palmo del agua. El frío era tan atroz que contristaba nuestros huesos, y nos estremecíamos como un sauce doblado y aterido que se sacude el abultado sayón de la nieve adventicia y busca el calor en lo más hondo de sus raíces. Sólo mi resuello zahería el silencio escarchado de la noche, y tu aliento, nube cálida, estallaba, al traspasar la boca, en sibilantes flechas de cristal, un enjambre de danzantes y puntiagudos alfileres que prendían el negro dedal del crepúsculo. En cada beso campanilleaban, como horas esquivas y lastimeras, tus pendientes de aguamarina, y a través de la hendidura del lóbulo podía columbrar el brillo lívido, tenue, casi espectral de la luna escarchada y ahora abierta como una raja de melón o la amoratada vulva de una amapola. Tus pupilas titilaban ingrávidas, flotantes, como abrasadas en un fuego divino, y despedían un resplandor rojizo y ondulante donde crepitaban los orgasmos del universo. La aurora rosicler hacía girar las aspas de su molinillo y una brisa helada y ruborosa fecundaba el valle de rocío hialino y dientes de león. El relente caía sobre nuestros pies adormecidos con un hormigueo de barro y lluvia. Rodeados por un talud de niebla, empapados en la mucilaginosa savia de la eternidad, nos atrincheramos en un nido de luz e hicimos fuego con el caudal infinito de nuestros besos.

Así espantamos al demonio de la noche.

Hoy somos dos hojas de una misma rama, dos ramas de un mismo árbol, dos árboles de un mismo bosque perdido en la bruma del tiempo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 1 de noviembre de 2010




arden y abaten como las pavesas...
Cunnilingus’, Sara Álvarez

...creando compases de arroyos cálidos
Tu voz’, Sara Álvarez

I
Tu piel es una
con la luna que arrulla
el agua fresca
de la alfaguara asaz
que brota de mi pecho.

II
¡Oh, luna amada
que acunas los deseos
de los juglares!
¿Por qué menguas así cual
una alcancía rota?

III
Sólo la noche
y el rocío humedecen
mis ojos secos
cuando el llanto enmudece
la escarcha del silencio.

IV
El mar bravío
brama su incontinencia
contra las rocas
del acantilado que,
firme, escupe las olas.

V
Con los primeros
rayos de sol, la luna
guarda el violín
en su estuche de plata
y abate las pavesas.

VI
Late en su boca
un pálpito de grullas,
un batir de alas
quebradas y hojas mustias
y una voz membranosa.

VII
Un rosáceo
arrebol colorea
el óvalo de
tu cara, como una flor
prensada en alquitara.

VIII
La luna cose
con hilo plateado el
dobladillo del
agua, y los peces saltan
como estrellas fugaces.

IX
Un tapiz de hojas
bordado con más lágrimas
que cicatrices;
ése es el paisaje de
este adusto noviembre.

X
La noche cabe
en esta partitura
de arroyos cálidos;
ondea el crepúsculo en
un alfiler de luz.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.