–Papá, ¿por qué el universo, nuestro universo, está gobernado por leyes?
–Hijo, no conozco la respuesta a esa pregunta, y mucho me temo que nadie la conoce. Podría ser que hubiera un Hacedor que creara en su momento, ya sabes, en la gran explosión, en el Big Bang, hace unos 14.000 millones de años, la materia, la energía y todas las leyes físicas, la gravedad, la fuerza electromagnética, la energía nuclear fuerte y débil; en definitiva, eso que algunas religiones llaman Dios.
–¿Y dónde está ese Dios?
–En ninguna parte. Nadie lo ha visto ni lo puede ver ni ha oído nunca su voz, aunque algunos teólogos y farsantes afirman que pueden comunicarse con él. No hay pruebas o evidencias de que exista. Es un fantasma o una elucubración, un delirio febril o, en el mejor de los casos, un apotegma vanidoso. Para creer en él hay que tener fe, una fe ciega e irreductible, una fe rayana en el fanatismo o en la estulticia. O quizás baste con ser muy estúpido y vivir la vida sin hacerse muchas preguntas, confiándolo todo a la intuición. Como ese Dios no está en ninguna parte, algunos postulan que está en todas. Es una ingeniosa vuelta de tuerca, ¿no crees? Cómo la inteligencia retuerce el significado de las palabras y el engaño, bien dosificado, nos brinda la autocomplacencia y la tranquilidad de espíritu.
–Qué raro, ¿no? ¿Acaso no será Dios una creación del hombre para justificar las limitaciones de su intelecto y sojuzgar mediante el miedo a otros hombres más crédulos o temerosos de un castigo ultramundano?
–Podría ser. Así lo creo yo muchas veces, porque ningún látigo subyuga más que el miedo a lo desconocido, pero entonces me pregunto: ¿cómo surgió este delicado, este falso equilibrio que permite la existencia de las estrellas y nuestra propia existencia? ¿Surgió espontáneamente? ¿Fue resultado del azar? ¿O es que éste es uno de los muchos universos posibles y el único, tal vez, en el que se dieron las condiciones necesarias para el desarrollo de la vida?
–No parece el resultado de una tirada de dados. Las probabilidades juegan en su contra. Aunque, después de todo, la vida podría ser un accidente feliz. Tiene que haber una explicación, pero esa explicación escapa a nuestra comprensión. Y volviendo al Big Bang, o, mejor dicho, al instante previo al Big Bang, a eso que los cosmólogos llaman Singularidad, ¿cómo pudo algo –y con algo me refiero a este Todo, la Tierra, la Vía Láctea, el universo– surgir de la Nada?
–No lo sé. Tal vez porque la Nada no está vacía. Nunca lo estuvo. Es el vacío de algo que existió. Su remanente. Energía oscura, la llaman ahora. La partícula de Dios o el bosón de Higgs.
–Pues yo no puedo pensar en ser nada, porque siempre he sido algo.
–Ni tú ni nadie, hijo mío. Y sin embargo, estás compuesto por átomos cuyos núcleos están unidos por la fuerza nuclear fuerte, que es la que hace que protones con la misma carga no se repelan; y, al mismo tiempo, los electrones permanecen ligados a éste mediante la fuerza electromagnética. Por separado no son nada; pero juntos forman un ser irrepetible: tú. Moléculas. El genoma humano. La doble hélice. Cadenas de aminoácidos. Si entiendes la mecánica del átomo, del mundo más diminuto, entenderás la mecánica de todo el universo, su funcionamiento. Y quizás un día descubras el porqué de sus leyes.
–Aún tengo una duda, papá: ¿qué nombre tenían las cosas antes de que les pusiéramos un nombre?
–No tenían nombre.
–Pero existían.
–Existían, sí, porque para existir no nos necesitan. O sí. Nosotros sólo somos observadores. “Somos el universo contemplándose a sí mismo”, como dijo Carl Sagan. Y el hecho de que lo observemos de algún modo hace que sea real, que esté ahí, para nosotros. Es lo que se llama principio antrópico. La mirada crea el significado, y sin alguien que mirara es como si no hubiera nada, como si nada hubiera pasado. Ya sabes, Heisenberg, el principio de incertidumbre y el gato de Schrödinger. El hombre es un taxónomo. Todo hombre lleva dentro un Linneo. Pone nombres a las cosas, las etiqueta, y las etiqueta para ordenar su mundo, para desenvolverse mejor en él y facilitar así el traspaso de conocimientos a futuras generaciones.
–Según ese razonamiento, ¿Sara o Raquel existieron sólo porque tú existes?
–No es tan sencillo como eso, pero que yo recuerde su tránsito –tránsito fugaz, como el de todos– por la vida hace que aún sigan atadas a ella, un poco borrosas, tal vez, porque la memoria no puede reproducir fielmente y con precisión forma alguna, y menos una forma tan compleja como la humana, pero en esencia yo hago que sigan aquí. Vivas.
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