Un dios muy humano
Te toco, y tienes la temperatura azul
de todos los espejos
que perdieron el rubor de su escarcha
e hicieron del efluvio tempestad.
Ven a mí descalza de paraguas y procelosa en tu marea,
siempre alta, siempre viva, que mis puertas se abren
hacia dentro y no es momento de esperar.
En esta noche prematura
de terrores innombrables
podría decirte dos verdades:
una, que no es lo mismo la lluvia
en manga corta que la lluvia con abrigo;
y dos, que los huracanes siempre
tienen nombre de mujer.
Pero ya no me pregunto nada,
porque sé que para cada respuesta
hay dos nuevas preguntas
y por el camino se nos va extraviando la verdad.
Objetos luminosos en el cielo.
Radiación solar.
Tormentas de arena.
¿Observas el doblarse del viento en mi costado,
su cuchillo perentorio que nos hace temblar
como álamos en bandolera?
El cuadro detrás del cuadro,
la ciudad debajo de la ciudad,
el alcantarillado de todas nuestras pulsiones
con sus cañerías herrumbrosas y sus torres fabriles,
su calor insalubre y ese gemido ninfomaníaco
que recorre mis dedos como una nota musical.
Soy un dios muy humano, y por eso vivo y muero
para ti –vivo y muero para ti, y cada vez que vivo,
muero; y cada vez que muero, empiezo a vivir. Para ti.
Siempre para ti–. ¿Qué quieres? Tú me has hecho así.
Silenciemos el pálpito azulado de nuestros océanos.
¿Puedes oír ese silencio germinal de pájaros en fuga?
El dolor es un grito bajo el agua. Aquí no suena, no se
escucha mi eterno decir de ti. Es tan profundo el hastío.
Tú, que me has enseñado a apresarme la lengua
en aforismos, ¿qué dirías del declinar de mis pestañas?
¿Y de este párpado somnoliento que sólo hace que
usurpar suspiros de libélula?
El silencio es más sencillo cuando tú no estás.
Ahora lo sé. Tu dolor es un castillo inexpugnable,
un naipe levadizo, el cocodrilo más voraz.
¿Qué más da?
Rindamos culto a la desesperanza
para que nos broten grillos en los ojos
y rezonguen todo lo que nos callamos.
Pero bésame. Tus labios son el poema
existencial donde encuentro las respuestas
a todos mis interrogantes, y ahora sólo necesito
saber qué me quieres, qué esperas de mí
para poder enrocarme en tu casilla.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
de todos los espejos
que perdieron el rubor de su escarcha
e hicieron del efluvio tempestad.
Ven a mí descalza de paraguas y procelosa en tu marea,
siempre alta, siempre viva, que mis puertas se abren
hacia dentro y no es momento de esperar.
En esta noche prematura
de terrores innombrables
podría decirte dos verdades:
una, que no es lo mismo la lluvia
en manga corta que la lluvia con abrigo;
y dos, que los huracanes siempre
tienen nombre de mujer.
Pero ya no me pregunto nada,
porque sé que para cada respuesta
hay dos nuevas preguntas
y por el camino se nos va extraviando la verdad.
Objetos luminosos en el cielo.
Radiación solar.
Tormentas de arena.
¿Observas el doblarse del viento en mi costado,
su cuchillo perentorio que nos hace temblar
como álamos en bandolera?
El cuadro detrás del cuadro,
la ciudad debajo de la ciudad,
el alcantarillado de todas nuestras pulsiones
con sus cañerías herrumbrosas y sus torres fabriles,
su calor insalubre y ese gemido ninfomaníaco
que recorre mis dedos como una nota musical.
Soy un dios muy humano, y por eso vivo y muero
para ti –vivo y muero para ti, y cada vez que vivo,
muero; y cada vez que muero, empiezo a vivir. Para ti.
Siempre para ti–. ¿Qué quieres? Tú me has hecho así.
Silenciemos el pálpito azulado de nuestros océanos.
¿Puedes oír ese silencio germinal de pájaros en fuga?
El dolor es un grito bajo el agua. Aquí no suena, no se
escucha mi eterno decir de ti. Es tan profundo el hastío.
Tú, que me has enseñado a apresarme la lengua
en aforismos, ¿qué dirías del declinar de mis pestañas?
¿Y de este párpado somnoliento que sólo hace que
usurpar suspiros de libélula?
El silencio es más sencillo cuando tú no estás.
Ahora lo sé. Tu dolor es un castillo inexpugnable,
un naipe levadizo, el cocodrilo más voraz.
¿Qué más da?
Rindamos culto a la desesperanza
para que nos broten grillos en los ojos
y rezonguen todo lo que nos callamos.
Pero bésame. Tus labios son el poema
existencial donde encuentro las respuestas
a todos mis interrogantes, y ahora sólo necesito
saber qué me quieres, qué esperas de mí
para poder enrocarme en tu casilla.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
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