Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

jueves, 28 de octubre de 2010



En el estanque
las hojas lanceoladas
bruman la niebla;
la suave brisa anuncia
el preludio de un beso.

El sol asoma
en lontananza con un
brillo cegador
que espejea las fuentes
y reverbera en el mar.

El viento silba
en el bosque umbrío con
murmullo de hojas
secas y un remolino
riza la lluvia fina.

Las manos en la
hoguera buscan calor
y atizan brasas,
que el frío y la nieve son
lebreles de la muerte.

Ya la nieve con
su capa de armiño y sus
mitones blancos
abandona el roquedal
y brota verde el musgo.

*El tanka (poema corto) o waka (nombre con el que se conoce la poesía japonesa desde el Kokinwakashu) es una composición de 31 sílabas divididas en 5 medidas (ku) de 5-7-5-7-7, sin rima. Estas medidas no se corresponden con lo que en español llamamos verso, pues la prosodia del waka es puramente cuantitativa. Al no coincidir la pausa versal con la pausa morfosintáctica, el encabalgamiento es la regla, y no la excepción, en la poesía japonesa, donde no existe la sinalefa.

La temática del waka es, invariablemente, el carácter transitorio y cíclico de las estaciones, y, en este sentido, hay varios tópicos estacionales: la flor del cerezo y el ruiseñor (primavera), el pájaro cuco y la flor del naranjo (verano), la hoja carmesí y el ciervo (otoño), y la nieve (invierno).

Los más popularizados haikai, o haiku, son una variante de los waka (comparten las tres primeras medidas), e inicialmente recibían este nombre los poemas considerados excéntricos.

El título del poema, así como la imagen, están tomadas de la película homónima de Kim Ki-duk. La música pertenece a la banda sonora de 'Oldboy', de Park Chan-wook ('The Last Waltz').

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 26 de octubre de 2010


Nuestros dedos se buscan a través del cristal de la ventana
guiados por un mismo impulso, alentados por un solo corazón,
ávidos de caricias, trémulos de emoción,
con la fiebre que muerde las esquinas de los labios,
y atraídos por las yemas, como imán, se rozan sin pendiente ni estuario
mientras afuera la lluvia tañe lágrimas de amor en fuga
hasta que una mariposa otoñal se yuxtapone, finalmente,
en la coordenada del beso, allí donde el cielo se hace espuma, ola y mar
y los días caen al desgaire como ampos copos de nieve.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 24 de octubre de 2010


Era 2009.
Aquel año febrero tenía 28 días,
y tú, 27 años.

Esta mañana he estado empaquetando el material de la oficina.
Como bien sabes, estoy de mudanza.
Junto a la peana del ordenador encontré aquel calendario de 2009
que recibí de la imprenta. Goya, sí, como el pintor aragonés.
He soplado la capa de polvo que lo cubría y me he quedado contemplándolo fijamente, pensativo.
En este calendario, ¿recuerdas?, marcamos el itinerario de nuestros sueños.
Tiene el año impreso en bajorrelieve y los meses en mayúscula, centrados dentro
de rectángulos negros. Los días festivos están resaltados en un rojo cálido –PANTONE WARM RED, apostaría mi tristeza, lo único que me queda–
y los números están demasiado apretados. No respiran. Les falta sangría.
Quizá, también, aumentar un poco el cuerpo de letra. No es bonito –te lo digo yo,
que algo sé de esto–, pero no lo he tirado porque me recuerda de ti.
Mirarlo es como mirarse en un espejo roto: se me clavan cristales en la piel.
Pero cada vez que lo miro veo una parte de nosotros en él.
Es esa parte que el tiempo nunca podrá arrebatarnos, porque nos pertenece.
Lo bueno de no poder volver atrás es que nada ni nadie podrá cambiar
jamás lo que vivimos. Ni alterarlo un ápice. Y vivimos momentos muy felices.
Tú lo sabes. Yo lo sé.

Era 2009.
Aquel año febrero sólo tenía 28 días,
y tú no cumpliste 28 años.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 21 de octubre de 2010


La sangre florece espuria en los burdeles de la carne,
en la genealogía de las metáforas
que cuelgan, podridas, del membrillero.

La noche es un remanso de anatemas,
un lóbrego jardín de langostas,
una constelación de fementidas luciérnagas.

No urde el sol tu palabra de hielo
ni el viernes mitiga la luz de las ausencias.

Siempre vienes tarde a nuestro encuentro,
cuando las noches sufragan estrellas
y mis esquejes se estiran por el litoral de tu sueño.

¡Cuán disímil es el giro de la peonza
sobre mi mano,
y estos ojos que danzan sin órbita ni compás
en la elipsis del verbo!

Me miras sediciosa,
con la mirada atrapada en la telaraña del tiempo,
tejiendo versos y lágrimas,
ausente e impenetrable en tu mismidad.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 19 de octubre de 2010



¿He visto el amor o una película?

Este film, que tiene uno de los inicios más bellos y románticos que yo recuerde, se titula 'A Moment to Remember', y está dirigido por el cineasta surcoreano John H. Lee. Los intérpretes son Woo-sung Jung y Ye-jin Son. El bolero que se escucha -y que causa un efecto embriagador en el marco de la historia- es 'La Paloma', en la voz de Shin Yona.

Para amantes del cine y de la poesía. ¡Qué diablos! Para cualquiera que ame.

domingo, 17 de octubre de 2010


Hay una tristeza apátrida incrustada en el óbito de tu silencio,
un relente de amapolas,
el granizo de una tormenta.

Tus dedos juegan en mi boca
a la rayuela, saltando de beso en beso
como abejas en el escote de una colmena.

Te soplo con voz de adormidera
porque eres el aire donde hago girar mis molinillos de viento,
el mar donde se corta la lluvia
en finas capas de niebla.

El humo asciende al dintel de los ojos
mientras los sueños traquetean, sonámbulos,
por los rieles de la noche.

De día giramos como aspas de una cometa
y de noche dormimos con los meñiques abrazados
para encadenarnos a un mismo sueño: tu vida.

Me callo
porque mis labios ya no conocen la nomenclatura del beso
y la vida se me escapó por la boca
con el último metro.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 14 de octubre de 2010




Él se llamaba Amor, y Ella, Poesía. Poesía escribía poemas a Amor cuando Amor aún no había llegado a su vida. Amor escribía poesía sin saber que Poesía existía.

Por creer en Amor, a Poesía la tildaban de soñadora, loca, ilusa, alma perdida… pero Ella sabía que, en algún lugar, más cerca de su corazón de lo que su razón le decía, Él existía. Y confiaba en que, antes o después, le encontraría.

Amor nunca pensó que la poesía pudiera transformarse en materia viva. Siempre la había imaginado abstracta, etérea, incorpórea, como un mágico destello que obnubila la mirada del artista.

Poesía tenía una amiga inseparable llamada Eterna Tristeza. A Amor aquella Tristeza no le era del todo desconocida. A menudo le abría su pecho y disfrutaba en soledad de su compañía. Tristeza era temida por muchos y repudiada por todos, pero ellos la aceptaban sin reservas y la trataban con regalo y cortesía.

Agradecida por su dadivosidad, Tristeza creó para ellos Mundo Poesía, y allí se conocieron, entre ripios y rimas. Poesía reconoció a Amor como el Árbol de la Vida. Amor vio en Poesía la metáfora espontánea y creativa. Al principio chocaron como dos átomos cargados de energía positiva y negativa, pero entre ellos no tardó en surgir la chispa.

Y así, un cálido día de invierno se enamoraron Amor y Poesía, y les nacieron cientos de poemas, que eran de muchos la envidia. Fue el comienzo de la Alegría.

Durante meses Poesía escribió versos a Amor y Amor a Poesía, pero Tristeza, aquella misma Tristeza que les había unido, se sintió abandonada y llamó a la Muerte para que acabara con su antagonista, la Alegría. Amor sobrevivió a aquel duro golpe, que no resistió, empero, la más frágil e inocente Poesía.

Un frío día de verano Poesía murió de Tristeza, pero Amor siguió escribiendo poesía como si Poesía siguiera viva. Aunque sabía que era inútil, quería resucitar a Poesía con su poesía.

Y se sucedieron las estaciones, y llegaron las nieves, y pasó la canícula, pero Amor vivió con Poesía en el reino de Mi Siempre Primavera, donde envejecieron juntos cuidando del árbol de sus promesas.

No tuvieron hijos, pero tuvieron poemas, y los poemas fueron sus hijos.

Su familia aumenta de día en día.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 11 de octubre de 2010


¿Recuerdas cuando cerrábamos los ojos muy fuerte
y al abrirlos veíamos puntitos blancos agitarse
como estrellas titilantes sobre un lienzo negro?
La noche era un avestruz sin cabeza
cuando me vendabas los ojos con tus labios
y yo sólo oía tu silencio
a través de la respiración contenida.

A veces –lo confieso–, mientras nos besábamos
abría los ojos sólo para ver cómo tú los cerrabas,
y entonces escondía mi rubor de amante sorprendido
en tu labio inferior, mordiéndolo suavemente.
Tu aliento encrespaba los estandartes de mi pecho,
y mis dedos desataban tempestades en la abra de tus muslos.

En aquel tiempo de sílabas menguantes
nuestras bocas se encauzaban en todas las lenguas,
sin meandros ni circunloquios,
y el amor era blanco y puro y le poníamos tantos nombres
como los esquimales a la nieve.
Inventamos un lenguaje de libélulas y acantilados
para que el musgo coloreara nuestros ojos.

Luego llegó la ablación de las palabras tardías
y una afasia pertinaz.

Poco a poco se nos mueren los abriles en las manos
y se nos van los días como pestañas al borde del párpado.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 9 de octubre de 2010


Llovía a plomo en la ventana,
y cada gota de agua retumbaba en la falleba de los labios
con un silencio de algodón.
Una luz macilenta resbalaba en la comisura de las puertas
entornando la pereza de las horas vespertinas.
Naufragios de sombras haraganeaban en el zaguán
con su indolencia lasciva,
mientras nuestro regazo olía a sexo y tierra mojada.
Sólo se oía el canto anfractuoso de los grillos
en la noche oscura y soterrada.

Cuando el viento empezó a silbar
tañendo las úvulas de las campanas,
la luna aún titilaba en mi garganta
con su timbre de badajo.

Un rubor carmesí irisaba el hemistiquio de tus ojos
con el baldón de una lágrima.
Los gatos negros disertaban con las pléyades
sobre albores y albricias.

Pronto aprendí que la vida trataba sobre cómo decir adiós
sin conciliar el mañana.

Ni siquiera las estrellas brillan para siempre
–te susurré, sin voz, al cuello–,
pero eres lo más cerca que he estado de Dios,
y si hay una luz que pueda quemar mi piel y arder mi alma,
esa luz –ese fuego perpetuo en el que con gusto me arrojo y me quemo–,
eres Tú.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 7 de octubre de 2010



Puedo ver matices opalinos en el reflejo del agua
cuando los rayos de luna bordean el espectro glamuroso de tus ojos.
La luz trémula incide tangencialmente sobre el estanque de musgo
como una balada glauca, y el relente de la noche perfuma nuestros labios.
La luna nos espía desde su coso de plata,
las azaleas exhalan su veneno en el cáliz de las bocas,
y rodamos como lágrimas de lluvia en un turbión de besos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 4 de octubre de 2010


Sentado en el pantalán de la aurora,
con los pies chapoteando en el agua,
me detuve a contar cada grano de arena de la playa,
cada lágrima salada del mar,
y cuando me cansé,
tumbado entre el ocho y el infinito,
el tiempo me parecía tan irreal como las estrellas.
Sólo existías tú, tan clara y cierta como el cielo
bajo el que luchamos y morimos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.