Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

domingo, 22 de junio de 2014

Atraviésame el corazón con una espada y verás
que de mi pecho abierto no brotan ríos escarlata.
Si algo has de saber, amada mía,
es que no hay muerte en el morir ni vida en el vivir, 
no hay nada, sino fatiga,
y que no puede morir lo que ya está muerto
ni vivir lo que murió en vida.

Yo no pretendo cambiarte
ni sacudir tus nidos de jilguero.
Tampoco pretendo abreviar del tiempo
la sustancia más opaca
ni dibujar a lápiz el contorno de tus labios
cuando amaneces.

         –y amaneces siempre por el este,
        como el sol, y como el sol,
        nunca te pones sin ponerte–

Sabes que moriría por ti
–hoy, mañana, siempre–
si tú me lo ordenaras,
pero eso nunca te hizo feliz.

        Eres tan difícil de complacer.

Apreciabas demasiado el sesgo de mi sangre
y su arduo batir de murciélago,
aunque jamás cabalgaste en mi latido
ni juntos formamos sincronía.

En algún lugar han madurado ya los frutos del olvido,
pero no hay boca que los coma
ni frutos que comer.

Todo es estéril,
como esa partícula jactanciosa de mi nombre
o la lluvia danzarina que se pierde en la bocana
y no fecunda mares ni horizontes ni galápagos.

           El miedo sólo existe para quien aduce vivir.

Se han perdido mis lamentos,
pero yo sigo trepando a tu palacio de nubes
sin mirar abajo.

Nadie puede salvarte de ti,
ni siquiera yo
con todos mis poemas malditos
y mis malditos poemas
que tan bien me enseñaste a escribir.
Qué me quieres. Así soy yo.
Me doy a quien menos me merece
y desmerezco de quien más me necesita.

      A veces,
      para recordar quiénes fuimos
      debo olvidarme de quién soy yo.
      Y así es todo más fácil,
      mucho más fácil,
      sin el aquí y el ahora.

El pasado es el presente
y el futuro ya ha pasado
mientras mi cuerpo aún era joven para amarte
y en esta soledad de bosque desbrozado
no había nadie más que tú y yo.
Enséñame a declinar este paradigma
o conjúgame las lágrimas de león.
Y si esto no es poesía,
enséñame otra manera de morir,
que yo solo no sé ya cómo matarme
para volverme a llenar de ti.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 18 de junio de 2014

Las almas se despiden con música. La música hace a las almas volar. Las almas con música nos dicen adiós, y nosotros les decimos: almas celestiales que con música celestial os despedís, ¿adónde voláis?

Qué triste acabar así. Qué triste acabar ahí. Enterrado. Emparedado. Qué suerte. Los muertos no necesitan respirar.

¿Qué consuelo queda cuando un alma joven se nos va? No hay explicación. Nos hiere de muerte.

El tiempo ya no cuenta para nosotros cuando nosotros hemos dejado de contar para los demás.

Es la liberación del deber y la responsabilidad. La extinción de la conciencia. Romper las cadenas, su última atadura. Doblegarse a su voluntad. La conciencia manumisa grita libertad.

¿Qué es la Nada para alguien que siempre ha sido algo? Puede que una liberación. Puede que una fatalidad. Imposible de concebir. Imposible de imaginar. Sobrepasa nuestros límites, nuestro humano entendimiento. Debe de ser como empezar a leer una pirámide de números y de pronto dejar de contar.

Nunca lo sabremos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 13 de junio de 2014













Nuestro planeta es un solitario grano en la gran y envolvente penumbra cósmica.
Pale Blue Dot, Carl Sagan.

Las estrellas son sólo la espuma de las olas
de un océano sin bordes ni orillas.
Aquí la oscuridad es omnímoda:
materia oscura, fuerza oscura;
universo, en fin, oscuro
con ribetes de luz;
universo en inflación siempre creciente.

Somos tan pequeños,
tan nimios e insignificantes,
que un día nos creímos el centro del universo
–y al centro lo llamamos Ónfalo–
y veneramos al sol como a un dios
y le pusimos los nombres más diversos:
Ra, Helios, Inti, Hathor.

Somos ese ínfimo grano de arena
suspendido en el calostro
del brazo espiral de esta galaxia
apenas un poco más grande
que una estrella de mar.

Somos un punto azul pálido
en la infinita negrura del cosmos
y nadie nos conoce y a nadie le importamos.

¿Para qué luchar,
para qué morir o matar,
para qué verter tanta sangre
y ver imperios nacer y caer
si todo es efímero y vacuo
como una cáscara de nuez?

Y tú,
que estás más allá del horizonte cósmico,
donde nunca un ojo derramó una lágrima,
¿qué palíndromos o acertijos
me susurrarías quedo al oído
para vaticinar el oráculo de esta Esfinge?

La luna nos contempla como una efélide blancuzca
o una oblea cianótica, y se ríe de nuestras ínfulas,
de nuestros muchos males,
de todos nuestros delirios de grandeza
y del panteón de nuestras deidades.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.