Un punto azul pálido
Nuestro planeta es un solitario grano en la gran y envolvente penumbra cósmica.
Pale Blue Dot, Carl Sagan.
Las estrellas son sólo la espuma de las olas
de un océano sin bordes ni orillas.
Aquí la oscuridad es omnímoda:
materia oscura, fuerza oscura;
universo, en fin, oscuro
con ribetes de luz;
universo en inflación siempre creciente.
Somos tan pequeños,
tan nimios e insignificantes,
que un día nos creímos el centro del universo
–y al centro lo llamamos Ónfalo–
y veneramos al sol como a un dios
y le pusimos los nombres más diversos:
Ra, Helios, Inti, Hathor.
Somos ese ínfimo grano de arena
suspendido en el calostro
del brazo espiral de esta galaxia
apenas un poco más grande
que una estrella de mar.
Somos un punto azul pálido
en la infinita negrura del cosmos
y nadie nos conoce y a nadie le importamos.
¿Para qué luchar,
para qué morir o matar,
para qué verter tanta sangre
y ver imperios nacer y caer
si todo es efímero y vacuo
como una cáscara de nuez?
Y tú,
que estás más allá del horizonte cósmico,
donde nunca un ojo derramó una lágrima,
¿qué palíndromos o acertijos
me susurrarías quedo al oído
para vaticinar el oráculo de esta Esfinge?
La luna nos contempla como una efélide blancuzca
o una oblea cianótica, y se ríe de nuestras ínfulas,
de nuestros muchos males,
de todos nuestros delirios de grandeza
y del panteón de nuestras deidades.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
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