Le di mi amor,
le di mi vida,
y al tercer día desperté.
Solo, como cuando fui traído, desnudo,
al mundo y ella aún no había interpretado
su triste memorial de pájaros suicidas.
La seda del frío
es un arpa demasiado cruel
para tañer el esperma de la noche
si los árboles cimbrean
a escondidas tu nombre
y no hay soledad
que en la memoria nieve.
Me acerco al calor espurio de tu lumbre
y el fuego resume mis manos
con su danza ceremoniosa
y ya no queda maldad en el rojo.
En el fin todo malvive
y es celeste.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.