Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

jueves, 20 de noviembre de 2014














La ausencia ha establecido un vínculo
con la diurna claridad
y no es casualidad que todo muera.

No me escondo detrás de fútiles zarpazos
ni hago égida del viento encanallado
aunque mi sombra me delate en la distancia
y el agua que sacude, tierna, la hojarasca
te susurre al oído
que ése que allí muere soy yo.

Alcemos al cielo,
a ese dios que nunca escucha,
las cicatrices de nuestro abatimiento
y abrámosle el pecho
para que nos despoje de calor.

Para qué estrangular la soledad
si nunca amanece tan temprano
y el fuego es un dúctil artefacto
que liba, ahíto,
la flor de su inocencia.

Amor de rubor escarlata
que rehúyes mis caricias
con toda tu vesania
y que germinas y marchitas
una y otra vez
con la fuerza del martillo
y el reverbero del relámpago
mis inanes esperanzas:

¿qué oscuro consuelo hallas
en frustrar mis ilusiones
con viles tretas y añagazas?

Tres veces te he encontrado;
tres veces te he perdido
y otras tantas te he llorado;
y aunque tú tan mal me quieras
y me mires de soslayo,
yo aún te sigo buscando.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 12 de octubre de 2014











Yo subí a Montmartre con pies tumultuosos
y recorrí una mañana de domingo
el cementerio de Père-Lachaise.

Como una gárgola de Notre Dame
que otea el suelo adoquinado
o una noria en las Tullerías
que voltea el color del mismo cielo,
sentí su vértigo y su mareo
y ya nunca me bajé de aquel fragor.

París es un mausoleo de chicles
y barras de labios y besos de Doisneau.
París es una lápida invadida por el musgo,
una vidriera gótica, una cúpula dorada,
un mosaico de Space Invaders
o el sombrero rojo de To Loose Lautrec.
París es el mercado de las flores
en la Île de la Cité.

París es la ciudad de los puentes y los candados,
de los artistas callejeros,
de Pigalle y sus noches carmesí,
con el Moulin Rouge y esas aspas descaradas
que nunca dejan de danzar
partiendo el bullicio concupiscente
en lúbricas caricias e impúdicas miradas.

París es un trago insaciable de absenta,
desfallecer con el síndrome de Stendhal,
la bohemia del poeta y la paleta del pintor.

París es el puente Alejandro III
y el Sena con todos sus bateaux.

París es un cuarteto de cuerda en la Place des Vosges
o un músico ambulante en las escaleras del Sacré Coeur.
París es la historia esculpida en miríadas de gotas
por los dragones alados de la Fontaine Saint-Michel.
París es un día de lluvia que florece bajo la piel
como un aguacero que te moja las costuras del alma.
París es esa ciudad donde cualquier cosa puede ocurrir y ocurre.
París es la ciudad de los milagros,
y yo estuve allí.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 22 de junio de 2014

Atraviésame el corazón con una espada y verás
que de mi pecho abierto no brotan ríos escarlata.
Si algo has de saber, amada mía,
es que no hay muerte en el morir ni vida en el vivir, 
no hay nada, sino fatiga,
y que no puede morir lo que ya está muerto
ni vivir lo que murió en vida.

Yo no pretendo cambiarte
ni sacudir tus nidos de jilguero.
Tampoco pretendo abreviar del tiempo
la sustancia más opaca
ni dibujar a lápiz el contorno de tus labios
cuando amaneces.

         –y amaneces siempre por el este,
        como el sol, y como el sol,
        nunca te pones sin ponerte–

Sabes que moriría por ti
–hoy, mañana, siempre–
si tú me lo ordenaras,
pero eso nunca te hizo feliz.

        Eres tan difícil de complacer.

Apreciabas demasiado el sesgo de mi sangre
y su arduo batir de murciélago,
aunque jamás cabalgaste en mi latido
ni juntos formamos sincronía.

En algún lugar han madurado ya los frutos del olvido,
pero no hay boca que los coma
ni frutos que comer.

Todo es estéril,
como esa partícula jactanciosa de mi nombre
o la lluvia danzarina que se pierde en la bocana
y no fecunda mares ni horizontes ni galápagos.

           El miedo sólo existe para quien aduce vivir.

Se han perdido mis lamentos,
pero yo sigo trepando a tu palacio de nubes
sin mirar abajo.

Nadie puede salvarte de ti,
ni siquiera yo
con todos mis poemas malditos
y mis malditos poemas
que tan bien me enseñaste a escribir.
Qué me quieres. Así soy yo.
Me doy a quien menos me merece
y desmerezco de quien más me necesita.

      A veces,
      para recordar quiénes fuimos
      debo olvidarme de quién soy yo.
      Y así es todo más fácil,
      mucho más fácil,
      sin el aquí y el ahora.

El pasado es el presente
y el futuro ya ha pasado
mientras mi cuerpo aún era joven para amarte
y en esta soledad de bosque desbrozado
no había nadie más que tú y yo.
Enséñame a declinar este paradigma
o conjúgame las lágrimas de león.
Y si esto no es poesía,
enséñame otra manera de morir,
que yo solo no sé ya cómo matarme
para volverme a llenar de ti.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 18 de junio de 2014

Las almas se despiden con música. La música hace a las almas volar. Las almas con música nos dicen adiós, y nosotros les decimos: almas celestiales que con música celestial os despedís, ¿adónde voláis?

Qué triste acabar así. Qué triste acabar ahí. Enterrado. Emparedado. Qué suerte. Los muertos no necesitan respirar.

¿Qué consuelo queda cuando un alma joven se nos va? No hay explicación. Nos hiere de muerte.

El tiempo ya no cuenta para nosotros cuando nosotros hemos dejado de contar para los demás.

Es la liberación del deber y la responsabilidad. La extinción de la conciencia. Romper las cadenas, su última atadura. Doblegarse a su voluntad. La conciencia manumisa grita libertad.

¿Qué es la Nada para alguien que siempre ha sido algo? Puede que una liberación. Puede que una fatalidad. Imposible de concebir. Imposible de imaginar. Sobrepasa nuestros límites, nuestro humano entendimiento. Debe de ser como empezar a leer una pirámide de números y de pronto dejar de contar.

Nunca lo sabremos.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 13 de junio de 2014













Nuestro planeta es un solitario grano en la gran y envolvente penumbra cósmica.
Pale Blue Dot, Carl Sagan.

Las estrellas son sólo la espuma de las olas
de un océano sin bordes ni orillas.
Aquí la oscuridad es omnímoda:
materia oscura, fuerza oscura;
universo, en fin, oscuro
con ribetes de luz;
universo en inflación siempre creciente.

Somos tan pequeños,
tan nimios e insignificantes,
que un día nos creímos el centro del universo
–y al centro lo llamamos Ónfalo–
y veneramos al sol como a un dios
y le pusimos los nombres más diversos:
Ra, Helios, Inti, Hathor.

Somos ese ínfimo grano de arena
suspendido en el calostro
del brazo espiral de esta galaxia
apenas un poco más grande
que una estrella de mar.

Somos un punto azul pálido
en la infinita negrura del cosmos
y nadie nos conoce y a nadie le importamos.

¿Para qué luchar,
para qué morir o matar,
para qué verter tanta sangre
y ver imperios nacer y caer
si todo es efímero y vacuo
como una cáscara de nuez?

Y tú,
que estás más allá del horizonte cósmico,
donde nunca un ojo derramó una lágrima,
¿qué palíndromos o acertijos
me susurrarías quedo al oído
para vaticinar el oráculo de esta Esfinge?

La luna nos contempla como una efélide blancuzca
o una oblea cianótica, y se ríe de nuestras ínfulas,
de nuestros muchos males,
de todos nuestros delirios de grandeza
y del panteón de nuestras deidades.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 9 de mayo de 2014











Las estrellas son mares de tiempo enfermos de luz,
cadáveres que flotan en la oscuridad inconsútil
como una obra inacabada en busca de autor.

–las estrellas son osarios hostigados por el torpor
de tantas noches bohemias, túmulos sedientos
de una furia carmesí– 

¿Cómo puede una vida humana servir de medida de tiempo?
Si el pasado es una ínsula oteada en la distancia,
un piélago desmembrado de voces y péndulos;
el pasado es otro planeta.

Y el cielo abovedado recapacita en su grisura
mucilaginosa que no hay árboles que aplomen
tanto desdén ni pilastras que sostengan
esta angosta mocedad donde bulle la carcoma
con todos sus huéspedes.

¿Qué fue de los cometas y sus profecías,
de esas luengas colas refulgentes
donde solíamos atisbar una catástrofe
o un mal inminente?

Tus dedos arrullan mi boca
apenas pronunciada en baja voz
con el silencio ungular de las lúnulas mordientes;
y un labio andariego de pronto dice basta,
no a este almirez de besos molidos
por la fascinación de lo prohibido.

Fetal y ovillado,
como estrella sin puntas o flecos,
quise cerrar los ojos
para adentrarme en la noche inmanente
de tu vientre sahumado
y allí donde estaba tu corazón
sólo escuché el débil eco de una gaviota
en alguna lejana playa
de un más lejano continente.

Busqué la degradación más abyecta
en las fauces de la soledad
y me volví sombra esquiva y astillada.

El amor es un clamor que hace estallar la cabeza.

Te amo con la usura de los días venideros,
con los ojos hinchados y el labio partido
de tanto pelearme contra el destino,
con la necedad del que ama
sin saber que el amor es un engaño,
un subterfugio bien urdido,
o el traidor arrojado a la Tarpeya.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 29 de abril de 2014










El que rápido se entrega, rápido se evade y nunca se completa.

Hoy ha amanecido turbio el aire.
El sol se escondía en algún abecedario nocturno
o frágil cenotafio.
Tu mirada no se posaba ya sobre mi alféizar,
nuca o epitelio, como cada mañana al despertar.
No había luz ni escarcha tras la ventana,
pero tiritaban los pájaros sobre las ramas
enjalbegadas de nieve
con el frío aleteado en un costado
y el viento espolvoreando copos y gemidos por igual.
El amor era una palabra escrita en otro idioma,
un barbarismo,
un ideograma que nadie me enseñó a leer.
Incólume te abrías las venas
y yo suspiraba de placer
mientras te veía morir
desangrada
a mis pies.

No hice nada por evitarlo;
al contrario, en tu agonía me regocijé.

Hoy ha amanecido turbio el aire,
turbio y comatoso, avergonzado
de su propia desnudez.
El sol se escondía de mí
para no mirarme a los ojos –de asesino–
ni darme la espalda –a la traición–.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 18 de abril de 2014













Tú me enseñaste que hay muchos más tipos de luz
de los que el ojo humano puede ver, como ese reflejo
mortecino que, incipiente, se subleva al lamento de tu
ausencia cuando la oscuridad es ser vil y los labios
son fanales.

Hubo un tiempo en que fuimos rehenes de la luz,
fotones de un prófugo sol en un océano de sombras
quiescentes, luciérnagas solitarias que cintilaban
en la noche como un rayo abuhardillado en el epitafio
de una lápida que sólo ha conocido el polvo
del olvido y el sordo clamor del silencio.
¿Recuerdas cómo nos amábamos bajo los árboles
sin miedo a la tormenta? La epifanía del beso
en la nuca, el restallar del mar en los oídos,
esa espiral de caracola en las caricias conturbadas
y su eco, ¡oh, su eco!, de tronco partido por el rayo,
ese amarse en cavidades horadadas, entre médulas
y médanos, ser de la luna sonajeros,
como el resplandor que precede al trueno, aquél
que iluminaba fugazmente nuestras caras lívidas
de sexo en dendritas y ramajes eléctricos, cuando
el suelo retumbaba bajo nuestros pies y podíamos
sentir el peso de cada gota de lluvia al evaporarse
y enredarnos en su eterno rizoma y el cielo
tremolaba y sucumbía bajo su palio dorado
y se desgarraba como un odre de vino
sin techumbre. Entonces éramos ciegos,
dos perros lazarillos que lamen la mano
de su amo, y aun así, nos amábamos.
Amábamos con tacto el contacto
de los párpados silentes, el vendaje
empapado en su negra alquimia, la ceguera
desbrozada, y era el palpar de la noche
nuestro sol más cercano.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 4 de abril de 2014











El tiempo es un río que nunca supe remontar.

Contemplo el universo y es una ciudad fantasma,
un cementerio, una avenida sin recodos, glorietas o tilos,
un álbum de fotos ajadas bordeado de nostalgia. El pasado
escrito en relieve. Voces lejanas que siguen hablándonos
en susurros a través del tiempo y el espacio. Rescoldos
de un fuego que nunca se apaga. Luces distantes que
vemos mucho tiempo después de morir, cuando no existía
nada más real que tu ausencia. Recortes de un periódico
doblado en dos. Todo es una ilusión, una falacia.
Como el sol que sale por el horizonte –¿y acaso existe
ese horizonte?, ¿y el sol acaso sale?– que nunca está
ni estuvo ahí. ¿Por qué se curva la luz del sol cuando
está tan cerca de mi esfera que casi puedo tocarla?
Ocho minutos me separan de ti. Sé que te parecerá
poco, más o menos lo que me ha llevado escribirte
este poema, pero es el tiempo que tarda en llegarme
tu luz. Y yo adoro tu luz. Crezco en tu luz. Lo sabes.

Y en el centro de mi galaxia estás tú, como un agujero
negro supermasivo o un púlsar coruscante. Todo gira
alrededor de ti. Lo que hago, lo que pienso, mis recuerdos.
Todo. Nada escapa a tu gravedad. Todo es atraído
a tu bocana como una nave sin timón ni remos.

Dicen que el fin del espacio es el principio del tiempo.
Allí estás tú, más allá de todo rastro visible, onda
anfractuosa que brilla desde el origen de los tiempos
como una nebulosa que a la oscuridad no teme
o un faro envuelto en llamas.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 13 de marzo de 2014











qué delicado es
el espectro de la lluvia
y qué frugal su ascensión,
como una pisada en la nieve
que el frío no sospecha
o la ramita que carga el gorrión
en el pico
para construir un nido a su calor.

qué delicado es
el esqueje que en tus manos crece
recto y bondadoso,
así como la noche
cuando armoniza con su canto de sirena
el filo inerme
de mi desazón.

te llamaría nube
si no hubiera pinceladas tan blancas
en el terso azul del cielo
que un día quise pintar y nunca pinté
para ti
de sol a sol.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 9 de marzo de 2014

Ahora te siento como un corte delicado y silencioso
en el delta de mis cedros, pero ¿llegará el día
en que te sienta como un rasguño inocuo
que puedes mirar sin que te duela?

El amor es una mentira
tantas veces repetida
que nos la hemos llegado a creer,
y cómo bramamos y blasfemamos
y nos mesamos los cabellos
cuando nos la afea la verdad
con su insolente descaro.

Ella vivía en el eco de una aguja
y no le asustaban las arañas
de largas patas y alegre caminar.

Tu cabello trae el aroma de la tempestad
impelido por un resorte de niebla
sin la afectación de los cíngulos
o el agudo crepitar de la borrasca.

Y yo te miro con los ojos lluvianos de lágrimas
y el frío acristalándome los huesos,
tan entibiado de nostalgia y desvaído
que me tiritan las líneas fugitivas de las manos.

¿Cómo podrás escribir tan largos inviernos en el capitel
mi galaxia? Contemplo el índigo promiscuo del horizonte
que orla nimbos como una paloma cenceña
y sofocada, así como tú me enseñaste a amar,
con la desambiguación de los sentidos
y los labios desprovistos de semántica.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 18 de enero de 2014

Acaricias los sarcófagos de mi piel
como el párpado abocado a la tormenta,
sin razones que alberguen otra duda
más renuente que el ocaso cincelado
sin buril ni piedra viva.

Qué fue de las garzas engarzadas a la égida
y de los mapas oscurecidos por esta noche
intangible que se ampolla en nuestras pleuras.

Qué hay de mí si no hay calor
en el fuego trasudado
de tus estivales, o en ese cordón
de lengua atado a la insuficiencia
del no ser.

No hay más saludo que el adiós
cuando ya no queda nada que decirse
y al bajar se nos caen las escaleras
peldaño a peldaño, y la caída
es inevitable, como el mar
en su incesante desamparo.

La tristeza gime piel adentro,
sin cristales, celos o celosías,
y la lluvia sólo moja a quien la mira,
da igual lo lejos que ella esté.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.