La ausencia ha establecido un vínculo
con la diurna claridad
y no es casualidad que todo muera.
No me escondo detrás de fútiles zarpazos
ni hago égida del viento encanallado
aunque mi sombra me delate en la distancia
y el agua que sacude, tierna, la hojarasca
te susurre al oído
que ése que allí muere soy yo.
Alcemos al cielo,
a ese dios que nunca escucha,
las cicatrices de nuestro abatimiento
y abrámosle el pecho
para que nos despoje de calor.
Para qué estrangular la soledad
si nunca amanece tan temprano
y el fuego es un dúctil artefacto
que liba, ahíto,
la flor de su inocencia.
Amor de rubor escarlata
que rehúyes mis caricias
con toda tu vesania
y que germinas y marchitas
una y otra vez
con la fuerza del martillo
y el reverbero del relámpago
mis inanes esperanzas:
¿qué oscuro consuelo hallas
en frustrar mis ilusiones
con viles tretas y añagazas?
Tres veces te he encontrado;
tres veces te he perdido
y otras tantas te he llorado;
y aunque tú tan mal me quieras
y me mires de soslayo,
yo aún te sigo buscando.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.