Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

sábado, 31 de diciembre de 2016

Le di mi amor,
le di mi vida,
y al tercer día desperté.
Solo, como cuando fui traído, desnudo,
al mundo y ella aún no había interpretado
su triste memorial de pájaros suicidas.

La seda del frío
es un arpa demasiado cruel
para tañer el esperma de la noche
si los árboles cimbrean
a escondidas tu nombre
y no hay soledad
que en la memoria nieve.

Me acerco al calor espurio de tu lumbre
y el fuego resume mis manos
con su danza ceremoniosa
y ya no queda maldad en el rojo.

En el fin todo malvive
y es celeste.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 27 de diciembre de 2016

Como el instinto disecado del verso feroz
o la lengua austera del destierro,
yo te amo.

A veces tu duelo mece mi noche
como una oriflama lujuriosa
en un mar enjalbegado de nostalgia,
y entonces todas las estrellas son plausibles.

Así tu voz
de asiduas tristezas
voltea los letreros ampulosos
de mis tiendas diferidas.

Despellejas las luces opacas del camino
que desandamos a ciegas
sin termas o corolarios
y haces del amor un comercio justo.

Como Japón es a una esponja
son los naipes que peinas,
las nubes que suben
las olas a solas.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 6 de septiembre de 2016

Da igual que las arañas hurguen
en lo más absurdo de tus sueños,
o que el calor menudee
donde los títeres danzan
al caerse el telón.
Sin ti, la vida es un frasco
que destapó su esencia
en una atmósfera irreal
de lagartijas convulsas sin cola.
Y no habrá otro espectáculo
que levante más vítores y aplausos
que mis tripas
rugiéndose a solas.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 20 de julio de 2016

No sé si todo empezó contigo
o si tú fuiste la causa de todo,
pero antes de ti no había nada –(d)año cero–.
Tal vez por eso te llamé mi pequeño universo.
Tú diste significado a mis metáforas
con tu erótica polisemia
de faros, acantilados y mareas.
Fuiste tú el verde musgo de mis ojos
y la rodilla temblorosa de mi helecho–sin(an)estesia–.
Nunca hubo, me dijiste, amador más perfecto,
y yo me lo creí, siendo el aborigen de tu danza.
Así llegué a besar la orilla púrpura de tu estrella gemela,
y el ruido de la vida se volvió un oro de líquido silencio,
como cuando todos los presentes creen haber presenciado
un hecho insólito e irrepetible y sólo pueden callar
y mirarse asombrados los unos a los otros,
haciéndose mudos partícipes del acontecimiento
–el 10 de Comaneci–.

Y el amor, que se empotra
en mi locura
como en un perfecto alunizaje,
¿no podrá debelar los bastidores
tumefactos de este rayo estéril?

Y estas manos mías,
que profanan el velo núbil de tus ojos
con su fino tacto de lluvia,
serán tu casa austera
y el vergel donde se ocultan las mandrágoras.

Y fue entonces, extrañamente,
cuando comprendí que ya te habías ido,
que nunca jamás volverías,
cuando comencé a sentirme bien.

Si todo lo que amo muere,
mi amor murió contigo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 14 de julio de 2016

Me abrazas como una estrella muerta
que entrega su último residuo de luz
a la gravedad astringente del beso,
y yo te miro como un dios cansado de serlo,
nucleótido, colapsado
y sin la reciedumbre de aquel árbol
salutífero que un día fuera savia fértil
para tus labios entecos.

Tu soledad se parece tanto a mi Tierra,
pero es un planeta hostil e inhabitable
que te mata al respirarlo, y yo no sé
cómo filtrar este aire tuyo envenenado
que sublima mis huesos en volutas
de humo negro.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 10 de julio de 2016

Como una nota manuscrita
metida entre las páginas de un libro
que declara su amor
a una mujer desconocida
o una carta perfumada
que alguien quemó antes de leer,
así te amé yo, con la azarosa esperanza
de un paraíso recobrado
en el interior de una botella de ginebra
tragada y escupida por el océano
en el blanco arenal de una playa desierta.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 8 de julio de 2016

Tus labios como una luz apócrifa
que veranea en los fundíbulos narcotizados
de la memoria; tu voz, el crujido ocre de una alcuza rota.
Tu sexo es como una flor espúmea que descorcha su aroma
en la noche estival, y yo la libo
hasta hacerme pájaro e insecto, estremecimiento
involuntario de dos élitros que se frotan
en la proximidad candente del aliento
vulnerando tacto y piel, piel y tacto.
Así mi corazón eyacula alondras
como partículas de agua en suspensión
–chorro diáfano de avispas carnívoras–,
circuito cerrado
donde la luz extorsiona
la naturaleza espuria del símbolo
con sus drones militares.
La lluvia es esa pequeña muerte
que a todos nos desnuda, no importa
lo abrigado que uno esté. Ya es tarde,
amor, para soñarnos con las manos,
ahora que el silencio invade mi carril.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 3 de julio de 2016

De Chardonnay a Epaminondas,
noche arriba, noche abajo,
todo silencio me habla de ti.
Alguna vez lo supe, pero tan pronto
como lo supe, lo olvidé.
Toda mi vida ha sido
una preparación para este instante.
La tristeza en sus múltiples ángulos,
el dolor que se anticipa a la derrota.
Aquel tiempo en que una iglesia
devenía cementerio.
Disculpa si te amé.
La lluvia caligrafía tu nombre
en la espalda del fauno
y el ánima del cañón escupe furiosa
su muerte. Desde aquí puedo oír
el silencio desabrigado
de los mármoles, la intrusa
voz de las pirámides
que se alzan a lo lejos
como veranos afónicos
o mariposas invidentes.
Y así, como una llama perezosa
que derrama su último credo
en un baile nocturno de cintura indescifrable
o una luz que quiere hacerse sombra
en lo más sombrío del ágora,
te apagaste. El mar se veía
como un reloj antiguo y ceremonioso
y los motores de las lanchas
rugían asmáticos. Tu beso flotaba
entre mis labios como un copo de nieve
flota en la noche elástica y fundida
y una gotita lúbrica resbalaba
por la comisura estornudando su polen.
De ahí en adelante todo fue capitular.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 29 de junio de 2016

Hoy tus ojos me dicen adiós sin decirlo,
y lloras como quien dice que llora
porque se le ha metido algo en el ojo
–pero tú y yo sabemos que es una mentira
que te dices para hacerte la valiente–.
Ya nada quiero saber de tus besos,
de esos besos que me saben a hiel y mercromina,
ni saber quiero más del mecanismo ausente de tu voz,
aquel chorro cálido en que con gusto me bañara.
Para mí es tarde incluso para llorarte
–ya ves, yo no necesito hacerme el valiente
para disimular el veredicto injusto que tus lágrimas
arrojan– ahora que sé que te has ido antes de irte
y que lo que tengo ante mí, entre mis brazos amputados,
es el fantasma de aquello que algún día fuiste.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 19 de junio de 2016

Y al dormir te apretarás contra mí como una perra enferma.
Jaime Gil de Biedma

Como un lobo solitario que se atrinchera
en la estepa o el maullido triste de un gato,
yo te amé. Como una luz que nunca cicatriza
o un relámpago al que arrancaran uno a uno
los pétalos o una astilla clavada en la córnea.
Yo te amé. Y no hubo oración más fervorosa
que mis manos a las tuyas sosteniendo
o el aliento usurpado a cualquier muerte.
Años después dejó de helar en mi país
de nieves perpetuas, y mis árboles,
aquellos árboles que tú plantaste
con uñas hábiles de tierra
en áridos umbrales, extrañaron
el frío calor de tus pájaros de invierno.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 16 de junio de 2016

Mira cómo arden sus barcos en mi pábilo.
La memoria es un tálamo cruel
que aplaca la ingravidez
de los horarios
y el ciclo amargo del agua.
¿Para qué alterar los vértices
inconcusos
si el ave ablanda las alturas
y el río no extirpa sus relieves ácidos?
Como un geómetra de espadas, yo te hiero
en la voz y en la palabra
y tú transmutas
el orden secuencial de las galaxias
en tejidos de un rojo caníbal
que luego redondeas con las aspas furiosas
del tiempo
para maniobrar un infinito más audible.

Así tu carne se abre, excéntrica tirita, a la fina lámina
del beso y el filo descalza su pura inocencia
en tajos de sal y limón que la terca luz no exilia
a su sangre indolora.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 13 de junio de 2016

Eran
sus lágrimas vivas
cenceñas palomas
y delicadas
que se resistían a morir
con el último naufragio.

Eran
de luz
sus labios silábicos,
y a oscuras
en mi espigón
encallaron.

Dicen que ya nadie muere de tristeza,
pero tú lo hiciste. Te moriste.
Y fue mi amor tu último hábito.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

viernes, 10 de junio de 2016

Arroja a lo innoble de este orgasmo
tu ahumada piel de salamandra
y escóndete detrás de mis latidos
como una luz preñada de esporas.
Aquí, en mi arbórea garganta,
la lejanía se comprime sola
en píldoras
de un azul indecoroso, y las batallas
libradas al silencio
se pierden donde la sangre circula su verdad
en pértigas doradas. Has donado
los tiempos impersonales del verbo
con todas sus capillas verdes
a una deidad más austera, más doliente,
y ahora no te quedan equinoccios
que restregarme ni picaduras de araña. La lengua
arde desbocada como un caballo blanco en llamas
que galopa directo hacia el infinito adiós
del marfil de su mirada
o tal vez hacia el mismo mar
donde descansan, inconclusas, tus cenizas.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 28 de mayo de 2016

Y morir hasta nacer,
y soñar con el placer
de no ser nadie
ni nada. Liberarse
hasta siempre del mañana,
¡qué vacío y qué fetén!

Como el baile de la muerte
de dos estrellas muy próximas
en un sistema binario,
desde el principio nuestro amor fue
una huida hacia la luz
y un colapso gravitatorio
que sólo puede acabar
con dos galaxias
fundiéndose en una.
Es el ciclo de la vida –ouroboros–,
cataclismos, reacciones nucleares,
nubes de polvo y gas, supernovas,
y el nacimiento de una nueva estrella
allí donde murió otra.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

martes, 24 de mayo de 2016

En esta tarde
de amarillos recovecos
el sol me mira
con la luz inhóspita de un muerto
y el mar afila sus aristas blancas
incrustándose en las rocas
como un parásito de sal.

Las nubes de tu frente
son peces y uñas de azúcar que la tarde parcela,
y en su mecánica de fluidos
los amantes se lamen los poliedros
con el envés de las lenguas. Soy el arañazo
feroz en la carrera delictiva de una media
que la prisa no repara si el calor fuerte no aprieta.
Aquí, en el bulevar de los mártires apuestos,
yo me arrimo a la imposible geodesia de tus vértebras
para flotar como un flagelo azul
en la cadencia exacta de su rala melodía
y tiemblo como un mar de jade en tu orilla afrutada
y blanquísima y tu boca
hiere mi piel como una espada silenciosa
y nuestros gemidos se los lleva lejos –a otro universo,
a otra isla, a alguna remota piel broncínea–
la marea que ya sube.

Tu nombre será el último sabor que mi lengua guarde
cuando la memoria sea ya un pecio en el océano
y el olvido libere su nepente.

Nunca nada fue ni será
donde el viento aúlla su locura
a los cachorros.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 22 de mayo de 2016

Siempre, detrás de mí, unos pasos.
A veces son rápidos,
como los menudos pies de una muchacha
que llega tarde a su cita
y el maquillaje se le corre
por la lluvia y el sofoco.
Otras veces, en cambio,
son profundos y graves y amenazadores,
como el asesino que esconde
su rumor tumultuoso
tras la pacífica protesta del gentío
o el zapato que apaga, mezquino,
la colilla.

Siempre, detrás de mí, una sombra.
Podría ser mi sombra
o tu sombra, pero es algo más líquido,
más agraz, como una araña viscosa
que arrastrara su vientre disforme
por un universo mínimo.

Todos tenemos un doble
que nos afrenta la mirada
como un buitre jactancioso.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 19 de mayo de 2016

Y su piel palideció bajo la roja certidumbre del beso.

Parece que te fuiste,
y sin embargo, nunca estuviste más cerca.
Como esa luz fósil
del astro que perdió su llamarada
en la aventura del tiempo y la materia,
el eco de tu piel, su arrullo místico
y su mística pavesa, aún inflama mi piel
arañando nebulosas de estrellas muertas
con la nostalgia de la luz.

Cómo puede ser, a menudo me pregunto,
que lo que ya no esté
siga siendo, que la luz que se extinguió
en otro espacio, en otro tiempo,
brille nueva en mundos nuevos,
o cómo de la más fría oscuridad
puede surgir una bola de fuego.
En este universo nuestro tan desconocido aún,
tan por explorar, tan antiquísimo e inmenso,
hay fenómenos difíciles de explicar –los colores,
la luz, el océano, la vida con sus muchos reinos–,
antes magia que ciencia para los legos,
pero que sabemos que existen con certeza.

Y ahora yo te pregunto:
el ciego que nunca vio,
¿cree acaso en lo que a oscuras palpa
y despierto sueña con los ojos abiertos?
¿No reside su fe en aquello mismo que ve sin verlo?

Pasa un cometa,
y el astrónomo duerme.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 16 de mayo de 2016

Como un mar insólito
que naciera del cráter
de unos ojos lluvianos
o una boca embaucada
por su húmedo oficio
o un novísimo altar
en la lengua derrelicta.

A veces tu tristeza se me muestra
y me señala y pisotea
como un perro caminando bajo la lluvia,
tristeza húmeda y resbaladiza
en una mañana de un domingo cualquiera,
por siempre jamás olvidada.

Mírame ahora.
Soy la persona que nunca quisiste que fuera;
soy el poeta que nunca quiso ser.
Y sin embargo, soy.

Desde la sórdida cucaña de la memoria
me hablas con tu espada seductora
y yo me callo para no oírte más,
pues muchas veces nuestra voz
es el silencio de los otros.
Entiéndeme, mi amor:
hablarte así es un rayo
que no cesa de electrocutarme
hasta la última ceniza,
hasta el último y fatal estertor.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Desperté y estaba solo
–enésimo arrebato místico–.
Esta noche no es una noche cualquiera,
susurraste, enigmática,
mientras la luna ungía de besos tus luengos cabellos
con su luz cenicienta. Hoy morirás
como un ciervo arrodillado frente a los faros de un coche.
Yo dibujaba ciervos en las voces altas de los árboles
y al volver la espalda las sombras me gritaban.
Es muy tarde y el futuro canta
en otros labios.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 7 de mayo de 2016

Y él habla así, callando, a las estrellas.
Vicente Aleixandre

Hoy tu tristeza eterna me sonríe
como un sol extinto y sin encías
o una espiral silenciosa
que ilumina los bisontes dibujados
de la infancia. Deambulo
descalzo por tu orilla proscrita
como el mar que entierra
el último presagio de humanidad
en su innúmera voz de adormidera,
en sus azules atalajes,
en su ríspida idiosincrasia
que todos los faros en escorzo
veneran, y cielo arriba, como ocelos
o girándulas o granos de café,
lueñes estrellas me prometen
un nuevo amanecer
lejos de ti.

Son tus ojos lentos y sinceros,
oblongos como un cálamo,
los que, con su escaramuza
de peces y colores, me incitan
pronto al beso. Es el silencio
desarmado de tus labios
el que apresa mi sangre
en cárcavas rosas y cientos
de esquejes y resuelve el amor
en una flor tibia.

A esa hora exacta del conticinio
en que caminan desleídos los fantasmas
del recuerdo arrastrando falsos grilletes
y conchas también falsas, el sueño se apodera
del coral de mis lágrimas con un chapoteo germinal
como de limo, alga o renacuajo, y el canto sonámbulo
del grillo tu locura suicida recrudece.

Aquí, en mi país postrero, ya es
ávida la noche, y yo rápido me hurto
al fuego en la magia bebediza de tu piel
como una caricia extravagante
que no paga aranceles a la osadía
ni recita contraseñas en aduanas fronterizas.
Porque tu piel es esa ínsula prodigiosa
sin bordes ni franjas ni aristas
donde mis esquifes hacen amor de cabotaje
y mis vilanos forrajean en pastos intonsos
y musgos de alcor forastero, oh infinito
desembarco de prístina luz, oh rayo indemne o simiente
dadora de vida que fecundas de kril los anchos piélagos,
como el universo que se expande sin límites abrasando
el vacío de la existencia en un calor feraz y galopante
–universo cada vez más frío a medida que crezco y me alejo de tu ombligo–
o el horizonte que emancipa las crines otoñales
con las más vivas vestes.

Debes saberlo:
serás el último amor que arda en mí
cuando ya no me quede nada más que amar-te-amo
y la vida huya de mis pies como un océano blanco
de espuma, océano espumoso y
blanco, blanquísimo, blanco.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 25 de abril de 2016

Te amo
con la violencia escueta del relámpago
que devora la noche toda
con su carne de arándanos
y la sombra azul del cólera,
como la mano que dibuja epístolas
sangrientas
en la flexión de una estrofa
o la torsión violenta
de una mesa de Matisse.

Ayer me fusilaron
los colores inocentes
del verano
con una tristeza sumaria
y un oído alrededor.
Yo me dejaba seducir
por el capricho arlequinado
de la espuma
–lábil ola–
y tú cabalgabas
la luz esterilizada
del crepúsculo
como un surfista solitario
en la liturgia verde del mar.
Y así, tan blancos
que al desnudo día
desnudábamos,
los dos hemisferios
del sol al unísono
con avaricia
circunnavegamos,
hasta donde van a morir
los reptiles
con su lluvia invertebrada
de secuoyas
y sus uñas mordidas
de un llanto más feliz
que el meconio.

Tanto preguntarme qué era la tristeza
y la tristeza eras tú.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 18 de abril de 2016

Vino a mí
con las manos vacías
de besos
y el carmín apelmazado
de los ángeles.
Me tendió su risa
cabalística, siempre
amable, y yo no supe cómo
doblarle las corazonadas.
Luego nos alejamos, cada pie
con su pisada, y ya no
volvimos a encontrarnos
hasta que la voz, su
voz amarillo de cadmio,
se hizo tarde
a mi torpe caminar,
caminar torpe, lento
y despeinado.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

jueves, 31 de marzo de 2016













La primera y única vez que la vi fue en el aeropuerto de Zaventem. Tenía la mirada ausente y el rostro descompuesto de todo aquel que, habiendo llevado una vida pacífica, de pronto, sin esperarlo, recibe en sus carnes una descarga de genuina violencia. Había algo indecoroso, de una morbidez malsana, en su maltrecha figura, algo que te llevaba a preguntarte quién habría podido sacarle una foto en semejante estado de postración y abatimiento, una foto que, sin duda, ella no habría consentido que le tomaran –ni ella ni nadie, quiero suponer–. Pero debía de estar tan aturdida por el horror que con tanta fuerza le había golpeado, tan desorientada y fuera de sí, que con toda probabilidad no era consciente de lo que sucedía a su alrededor. Aquella mirada extraviada, de incredulidad, pánico y desconcierto, daba fe de ello. El caso es que llevaba una chaqueta amarilla rasgada, o, para ser más precisos, totalmente rota, desgarrada del cuello hasta el ombligo, con una escueta sujeción que le pendía de la espalda a guisa de torera, y así dejaba a la vista la impudicia de su vientre desnudo, donde sobresalían unos pliegues adiposos, junto con el sujetador. Estaba recostada entre dos sillas metálicas de ésas que uno espera encontrar en los aeropuertos y que parecen diseñadas para que nadie se acomode demasiado tiempo en ellas, y tenía un pie descalzo y el otro a medio calzar, ambos inertes como remos. Un hilo de sangre le cruzaba la cara todo a lo vertical, y tenía el pelo revuelto y espolvoreado por una nube blanca y granulada como harina. A su derecha, una chica joven, mucho más entera de cuerpo y de ánimo, pero con la mano y el puño del suéter ensangrentados, hablaba por el móvil, seguramente para tranquilizar a su familia. No parecía preocuparse de la mujer que tenía justo al lado en tan lastimoso estado, ni siquiera ser consciente de su existencia, aun cuando casi podían tocarse, y de hecho daba la sensación de que las dos estaban en planos distintos de la realidad, cada una encerrada en su burbuja, en el reducto más inaccesible de su individualidad.

Aquella mujer desconocida, la de la chaqueta amarilla, copó todas las portadas de los noticieros y de los tabloides –también de los sensacionalistas– y fue, sin quererlo, la viva imagen del terror y de la barbarie terrorista, la protagonista involuntaria de los atentados de Bruselas. Días más tarde, como por casualidad, supe que se llamaba Nidhi y que era azafata y de nacionalidad india y, lo que es más importante, que estaba bien.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 27 de marzo de 2016

y me sé tan distinto como se puede ser siendo uno mismo
Pere Gimferrer

A veces me adentro en la bruma misteriosa
de tu bosque encantado
tomando lo irreal por lo fantástico
para hacerme con tu lengua muerta
un nido donde en silencio reposar.
Y en la espesura visceral de este silencio,
retorcido el espinazo como un cáñamo,
mientras se levantan, insurrectos,
los pájaros protervos del acero,
aguardo mutilado por la espera
–una señal, un augurio, un rayo calafateado–,
como el cuerpo que se apresta a la batalla.
Así me dejo intrigar por el esplín de las libélulas
y su mayéutica de lanza en astillero, y el crepúsculo
silba como en una balada del Oeste, y el horizonte
se abre al rojo telar de la carne como un índice onomástico.
Contigo o sin ti, la persona que fui ya dejó de serlo.
Exiliado estoy en la soledad de tu tierra baldía
con la algente caricia del pasado, a solas
meditando, cual estrella transida por el líquido metal.
Quién pudiera solazarse en el musgo
de tu roca.
Quién pudiera en su sombra eviscerada
una astilla de luz tallar.
Mientras la luna iniciática se apodera poco a poco de mi piel
ambarina con su frío instinto de reciario, tus árboles
me van hablando muy quedo y amorosamente
al oído bajo sus guedejas marfileñas
que el viento a ráfagas sin piedad remeje
y cimbrea, y es su voz espuela a mi oquedad,
una galería de silfos y un pasadizo de tórtolas
donde sé que algún día yo habré de perderme.
Entonces un águila cae rodando a mis pies
alanceada del mismo cielo prodigioso
que antes a mí me diera enquista vida
con acólita presteza. El rapaz
cae desmayado con sus lacias y ocres plumillas
en mortal caída cual áspid que atrofia, colmillo
centelleante, la sombra del cuévano
y el pecho lactante; y al de esta suerte perecer,
en un último y fatal resuello –el pico cóncavo
del miedo–, con tan gemebundo lamento
que sacude las hojas indoloras
de mi querer insatisfecho, se le cierra
lenta y armoniosamente el torvisco ojo de pecio,
y así se nos alumbra la mística del sueño
con todas las preseas de un amor dilecto.
Uncido, pues, a este yugo celestial
por una crestería de luces famélicas
yo te impreco y yo te imploro, a ti que nunca
mis oraciones quisiste escuchar, ni aun de niño:
Dame algo que pueda abrazar la magnitud física de este sueño.
Dame algo que pueda rastrear en la virtud enmarañada de tu dédalo.
Dame paz o dame muerte.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

lunes, 21 de marzo de 2016

Háblame del amor en invierno,
de los fríos mares sin océanos,
de cómo sin alas aprendiste a volar.
Háblame del espacio en movimiento,
de los lejanos astros que titilan a lo lejos,
háblame temprano en esta noche de sueños tardíos
que los barcos ya comienzan a embarcar.
Háblame en susurros y en secretos,
háblame sin pausas, sin rimas, sin acentos,
a través de esta galaxia formidable
donde algún día esparciremos al azar
nuestros fósiles arpegios, háblame
como si la luna escarchada
pudiera oír desde su inmenso bastidor,
desde su ebúrnea atalaya,
el cabrilleo argentino del agua
donde lavamos tantas llagas
como el silencio impune de tus ojos
hizo a mi púnica deidad sangrar.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Tu cuerpo era el único país donde me derrotaban.
Juan Gelman

Todos los poetas viven
en el sueño alborotado de unos ojos
que se arriman
al marfil de su filmar.

Como un aleteo de ronca espuma
emerges
del párpado danzante
                                  de la lluvia
que dibuja círculos
en la niebla pitañosa, y desnuda
te sacudes el élitro furioso
de la tempestad que rezonga
como un polluelo hambriento
y ciego
que acabara de romper
el cascarón.

                       Así te quiero yo,
con la lenta ablución del beso
    que retiene, mudo, su solfa
–aflora el falo a su floresta–
                   y el calor inguinal
que adjetiva nuestros sexos
y separa a pares los océanos
cuando devienen bocana
y crisol, con el labio invertido
de los astros que se anexan
a una luz más temprana que el tiempo
en su botánica de esqueje.

                         ¿Puedes verlo?
Sus raíces, sus ropajes, su rupestre alacridad.
El amor se nos ofrece ahora
como una eucaristía procariota
o un canto melanesio, divino
farallón que el cielo estampa
con el corazón dislocado
                      por las ánimas
y un reflujo de sirenas.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 27 de febrero de 2016

Hoy he venido a verte
aunque tú ya no estés aquí
para decirte
que el tiempo que ya no pasa por ti
a mí me ha hecho viejo
y melancólico, como aquel árbol
solitario
que no pudiendo hallar sombra
en su sombra, hízose
raíz en su raíz.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

domingo, 21 de febrero de 2016

Ocurres como quien no tiene conciencia de serlo.
Cayendo y cayendo
te ausentas de mi realidad
con la mirada vuelta
hacia el océano. Te abrazas
a lo fugaz del mudo instante,
a lo inane de la vida,
y reduces los colores a su física
intangible. Y entretanto,
danzan las peonzas. Seduces
los templetes de los bosques
con tu canto palíndromo, y reviertes
los túneles de música baldía
en su más prolija sombra. Masticas, crudos,
los apéndices violáceos del relámpago, y haces
de la nieve frío acopio. No hay matiz
que escape a tu avaricia de soles. Y entretanto,
danzan los peones y las torres se vigilan
mientras tú y yo nos chupamos
y escupimos el veneno de nuestras heridas
–infligidas mutuamente y con alevosía–
y las nubes que te gobiernan van reposando
su lluvia cotidiana sobre el carrusel
tornadizo de lo venidero, sin el subterfugio
de aquella cometa que aprendiste a hacer volar
siendo una niña.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

miércoles, 27 de enero de 2016

Me pides lo imposible,
y aunque yo nada más quisiera,
no sé cómo dártelo
sin quebrarme antes los nombres de los huesos
que el miedo me juró que roería
al faltarme tú.

A veces se me pegan las tristezas
como un caramelo en el cielo de la boca,
y la añoranza, esa añoranza pingüe
que embrea los barcos de tierras avistadas
y gaviotas, se abate sobre nuestros hombros
con su instinto polinizador, fecundándonos
los mares de los ojos con un azul intenso
parecido al adiós.

Oteo entonces un beso
en tu islote de silencio,
sin claros ni videncias,
que despierta a la voz intrusa
de su lengua vernácula,
y es tu luz un bastón temulento,
y es mi oscuridad un batallón de castigo
o un bolsillo dado la vuelta.

Tu llanto me taladra los ojos
y me ciega los oídos
con la negligencia de las guerras modernas,
luces sobre un fondo verde,
relámpagos sin trueno
o truenos sin relámpago, tanto da,
un sordo resplandor en lontananza,
una esquirla de negra sangre coagulada,
metralla de pájaros muertos,
girasol despeinado en la noche beligerante
que me colorea los agudos
con los más graves silencios.

Así mis ojos, cuando te en-sueñan,
se mueven a uno y otro lado
bajo los párpados sedeños
como dos pies rápidos e inquietos
que, seducidos por la música,
o su himeneo, buscan hacerse camino
entre partos de lunas cadavéricas
sin saber que su claridad
es el epílogo cruel de la memoria
(me-moría).

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

sábado, 23 de enero de 2016

Esta noche he soñado contigo, pero tú no querías verme. ¿Cómo puede un sueño mío invocarte y tu rostro, tu amado rostro, no aparecérseme? Todos a mi alrededor te veían, todos excepto yo. Y yo, qué remedio, a solas con mi desazón, tan triste que no sé cómo la tristeza del encantamiento no me despertaba, les preguntaba a ellos por ti, que qué hacías, que cómo estabas, si pensabas alguna vez en mí. Estaba desesperado por verte, por un gesto tuyo, una palabra, una efímera visión. Estaba, en verdad, tan ansioso y desesperado, que cualquier cosa, incluso el más impersonal de los abrazos, me habría hecho feliz. Mas nunca llegaba ese momento, y yo, claro, seguía desesperando. Creo que al final, para ganarme tu atención, te compuse una sinfonía, y en mi sueño, tan vago y nebuloso como todos los sueños, aquella música de cámara sonaba a Schubert, 'La muerte y la doncella'.

sábado, 2 de enero de 2016

He llegado tarde
al fin de la promesa
que yo mismo me hice
tiempo, mucho tiempo atrás,
cuando el azar conculcaba
el principio que separa
las yemas de nuestros dedos
en una lemniscata absidal
y la soledad era un número primo,
impar,
impar imparable y soledad solitaria,
más solitaria, acaso, que aquella flor
que velaba el cadáver insepulto de Robert Walser
en la nieve de Herisau, y el destino
aguardaba, resfriado
e impaciente, en mi zaguán,
enmohecido por la lluvia
de mil noches sin sus lunas.

Y yo
que te amaba como quien dice más mejor
sin pensarlo mejor más, ¿cómo haré
para resucitar el rojo impronunciable de tus labios
malheridos por tantas palabras
que nunca fueron dichas
o escuchadas?

Así contemplo ahora
la luz deshabitada
de esos ojos tuyos
sin aleros ni escarcha ni armiño invernal,
de esos ojos que perdieron
la sed de su floresta
para hacerse cruel basalto.

Dime,
¿por qué te empeñas
en morarme los párpados silentes
con estrellas bondadosas y jilgueros,
si yo, en tu nombre, rasgo y pliego
las hojas al viento abriendo, al sesgo,
el capítulo inmediato de la voz
en bancadas de fútiles pájaros?

Dime,
lo que nunca ocurrió, ¿ocurrirá?

Hagámonos los muertos
ahora que nadie nos ve, que la noche aún
es prematura y ligero el sueño
y los muertos no saben que lo están.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.