La luz deshabitada
He llegado tarde
al fin de la promesa
que yo mismo me hice
tiempo, mucho tiempo atrás,
cuando el azar conculcaba
el principio que separa
las yemas de nuestros dedos
en una lemniscata absidal
y la soledad era un número primo,
impar,
impar imparable y soledad solitaria,
más solitaria, acaso, que aquella flor
que velaba el cadáver insepulto de Robert Walser
en la nieve de Herisau, y el destino
aguardaba, resfriado
e impaciente, en mi zaguán,
enmohecido por la lluvia
de mil noches sin sus lunas.
Y yo
que te amaba como quien dice más mejor
sin pensarlo mejor más, ¿cómo haré
para resucitar el rojo impronunciable de tus labios
malheridos por tantas palabras
que nunca fueron dichas
o escuchadas?
Así contemplo ahora
la luz deshabitada
de esos ojos tuyos
sin aleros ni escarcha ni armiño invernal,
de esos ojos que perdieron
la sed de su floresta
para hacerse cruel basalto.
Dime,
¿por qué te empeñas
en morarme los párpados silentes
con estrellas bondadosas y jilgueros,
si yo, en tu nombre, rasgo y pliego
las hojas al viento abriendo, al sesgo,
el capítulo inmediato de la voz
en bancadas de fútiles pájaros?
Dime,
lo que nunca ocurrió, ¿ocurrirá?
Hagámonos los muertos
ahora que nadie nos ve, que la noche aún
es prematura y ligero el sueño
y los muertos no saben que lo están.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
al fin de la promesa
que yo mismo me hice
tiempo, mucho tiempo atrás,
cuando el azar conculcaba
el principio que separa
las yemas de nuestros dedos
en una lemniscata absidal
y la soledad era un número primo,
impar,
impar imparable y soledad solitaria,
más solitaria, acaso, que aquella flor
que velaba el cadáver insepulto de Robert Walser
en la nieve de Herisau, y el destino
aguardaba, resfriado
e impaciente, en mi zaguán,
enmohecido por la lluvia
de mil noches sin sus lunas.
Y yo
que te amaba como quien dice más mejor
sin pensarlo mejor más, ¿cómo haré
para resucitar el rojo impronunciable de tus labios
malheridos por tantas palabras
que nunca fueron dichas
o escuchadas?
Así contemplo ahora
la luz deshabitada
de esos ojos tuyos
sin aleros ni escarcha ni armiño invernal,
de esos ojos que perdieron
la sed de su floresta
para hacerse cruel basalto.
Dime,
¿por qué te empeñas
en morarme los párpados silentes
con estrellas bondadosas y jilgueros,
si yo, en tu nombre, rasgo y pliego
las hojas al viento abriendo, al sesgo,
el capítulo inmediato de la voz
en bancadas de fútiles pájaros?
Dime,
lo que nunca ocurrió, ¿ocurrirá?
Hagámonos los muertos
ahora que nadie nos ve, que la noche aún
es prematura y ligero el sueño
y los muertos no saben que lo están.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
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