Okapi
Vienes
con la fiebre digital
de los unos y los ceros
pegada
al sueño torvo de la boca,
y yo recito los números ordinales
de tu espalda vagamente cuneiforme,
jeroglífica,
con la aritmética inequívoca del beso.
Vengo
como el sol que se persigna
los algoritmos
a intervalos de agua y ceros,
como la sombra que eviscera
su último espasmo de realidad
en la esquina más trampera.
Hay un animal binario
acechándonos
en cada lámina de piel
que nos monda la risa,
y un termómetro asustado
de su anfibia desnudez
que nos raspa los cráneos
sin didascalias ni ansiolíticos.
Nuestras manos, cuando
se cierran en una celosía
de dos, son como un caleidoscopio
que la luz dintela de prismas
acentuando
la rojez prolija de la lumbre.
Es trémulo el aliento de los cíclopes
cuando los ojos se besan tan impares
y tan de cerca que en nada pueden verse
ni distinguirse del blanco más ufano,
y tus dientes de acetona me chirrían
como escafandras al hielo
en la noche descuidada de los Vosgos,
allí donde el silencio es somnílocuo.
¿Para qué seguir con este juego metafísico?
¿Por qué no atajar por la galaxia más lejana?
Yo te encuentro las cosquillas
y tú me buscas el más difícil todavía.
Es inútil levantarse los ríos de la espalda
si luego los bandidos nos roban las valijas diplomáticas
en su idioma filibustero.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
con la fiebre digital
de los unos y los ceros
pegada
al sueño torvo de la boca,
y yo recito los números ordinales
de tu espalda vagamente cuneiforme,
jeroglífica,
con la aritmética inequívoca del beso.
Vengo
como el sol que se persigna
los algoritmos
a intervalos de agua y ceros,
como la sombra que eviscera
su último espasmo de realidad
en la esquina más trampera.
Hay un animal binario
acechándonos
en cada lámina de piel
que nos monda la risa,
y un termómetro asustado
de su anfibia desnudez
que nos raspa los cráneos
sin didascalias ni ansiolíticos.
Nuestras manos, cuando
se cierran en una celosía
de dos, son como un caleidoscopio
que la luz dintela de prismas
acentuando
la rojez prolija de la lumbre.
Es trémulo el aliento de los cíclopes
cuando los ojos se besan tan impares
y tan de cerca que en nada pueden verse
ni distinguirse del blanco más ufano,
y tus dientes de acetona me chirrían
como escafandras al hielo
en la noche descuidada de los Vosgos,
allí donde el silencio es somnílocuo.
¿Para qué seguir con este juego metafísico?
¿Por qué no atajar por la galaxia más lejana?
Yo te encuentro las cosquillas
y tú me buscas el más difícil todavía.
Es inútil levantarse los ríos de la espalda
si luego los bandidos nos roban las valijas diplomáticas
en su idioma filibustero.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
1 comentarios:
Es necesario continuar escribiendo, aún, estando presos de las más variadas conjeturas.
Abrazos Óscar. Sea para ti poeta, días de paz y sabiduría, que sea como sea es tiempo de Navidad.
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