Los cantos de Maldoror
Te hablaré hasta que te quedes dormida. Te hablaré en susurros, muy quedito, como a ti te gusta, sé cuánto te gusta que te hable al oído, te encanta que te hable al oído, y te cantaré, te lo prometo, una nana, hasta que mi voz se te haga sueño. Mi voz te acompañará en este viaje. Será tu cicerone en este campo de trigo; la travesía de un ciempiés. Es prometido. No sueltes el teléfono. Mantenlo bien pegado a la oreja. Así, tal como estás, tumbadita. Y no se te ocurra levantarte. Por nada del mundo te levantes. ¿No ves que estás muy bien así? Muy a gusto. Tapadita. Hecha un ovillo. Pareces una niña. Te siento tan cercana, piel con piel, respiración con respiración, y tan relajada, que yo también podría quedarme dormido; pero no temas, que no me dormiré, porque tengo que hablarte hasta que te quedes dormida. Ahora lo importante es que tú duermas, y que no pienses en nada más que en dormirte. Nada de preocupaciones, ¿entendido? Escúchame. Te contaré un cuento para que tengas dulces sueños, para que sueñes con los ángeles, como suele decirse. Te contaré cómo se conocieron Amor y Poesía en un espacio de letras llamado Mundo Poesía, donde había muchos poetas y poetisas y versos por doquier; unos bailaban apretados, otros más sueltos, cantarines, algunos libérrimos, versos en verdad bohemios, incluso disolutos, podríamos decir, y algunos también mohínos, pero todos bien rimados. Prístinos. Te contaré cómo se enamoraron Amor y Poesía en ese espacio de letras y cómo la envidiosa Muerte, al verles tan felices, les separó. Pero no, no te pongas triste. No llores, por favor, que la tierra no merece tus lágrimas, aunque luego le broten flores donde ahora crecen malas hierbas. Es un cuento bonito, ya lo verás. Sólo déjame terminar. Tiene un final feliz, de ésos en que los protagonistas acaban besándose en una puesta de sol. Y comen perdices. Aunque te confesaré que yo nunca he probado una perdiz, ni creo que me gustaran. El amor siempre vence a la muerte. Eso debes saberlo. Es muy importante que lo sepas. En este cuento, que es el tuyo y es el mío y es el de todos los que alguna vez han sentido un brinco en el pecho, una punzada aguda de dolor y de placer, la picadura de una avispa de mar, el amor también venció a la muerte y a todo su séquito de diablillos. Por eso estoy yo aquí, hablándote. Piensa en ello. Antes de dormir, cada noche, piensa en ello, como si recitaras una oración. De niño siempre recitábamos el Padre Nuestro y el Ave María al acostarnos, ¿recuerdas? Nos decían que no hacerlo era pecado, y que Dios lo veía todo, que estaba en todas partes y en todos los corazones, incluso en los que no creen, incluso en los impíos. Ubicuo y omnisciente, eso es. Pues esto es lo mismo. Cuando los ojos se te empiecen a cerrar vencidos por el sueño, piensa que antes teníamos dos corazones que latían cada uno por separado, y ahora tenemos uno solo que late al unísono, y late por los dos, con un latido tan fuerte parte montañas. Es como en aquella fábula de Aristófanes que te conté. Seguro que no la has olvidado. Cómo podrías olvidarla, con lo que te gustó. Si me hiciste contártela dos veces, y yo, encantado de ofrecerte mis modestos conocimientos. Pues bien, ahora somos uno donde antes éramos dos. ¿Aún estás ahí? Oh, vaya. Ya veo que te has quedado dormida. Puedo escuchar tu respiración. Tan suave, tan tibia. Es un lindo susurro. Una pluma que acaricia. Terciopelo. Duerme, mi vida, duerme, y cuando despiertes, yo estaré allí. Contigo. Y sonreirás, te juro que sonreirás. Y volverás a vivir. En mí. Siempre en mí. Como el primer día.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
3 comentarios:
Dulce y con el candor de los sueños, esos que siempre viven. Y vuelven. Muy adentro.
Cuanta terneza en tus palabras, y dulzura, y por debajo, muy tenue, encendida la pasión, el latido.
Que preciosidad, Óscar, vuelvo a leerlo.
Gracias.
Ío
¿Alguien escribirá algo así para mi?, lo dudo. Esto que has escrito es único.
Opino como Ío, es necesario volver a leerlo.
Un abrazo poeta.
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