Eterno naufragio
Todo yo te pertenezco como una adarga abandonada.
¿No es mi amor el que cruje
como un hueso descortezado
por el algente tajo de este vacío
que un día se hizo inconsolable
como un océano helado
en su eterno naufragio?
Tus pupilas juguetean
como un cielo orlado de nubes
en continuo cambio,
y no hay sombra bajo los árboles
ni meriendas campestres.
Y yo me pierdo detrás de cada galaxia
para emboscar la noche en un suspiro
que amortigua el sol sin tus palabras.
Qué sensación tan triste dejan las olas
que se alejan musitando atonías
entre abalorios y cenefas de espuma.
Podría alquitarar tus lágrimas en pétalos de rosa
y aun así drenarte hasta la última gota de sangre
para estallar el núcleo de tu estrella en una lluvia
de diamantes.
He orillado tu tristeza
en este rimero de versos
para escribirte un epitafio.
Ya nada es igual,
y sin embargo,
sigo recordándote
así como se suceden los veranos,
esplendentes en su rubor,
incólumes de vida,
aherrojados por un tibio párpado de luz,
como arena tamizada por los dedos.
Tu tristeza,
ese turbio remolino azul en la hojarasca,
¿por qué gime y susurra y crascita
como un báratro encarnado?
Todos los colores languidecen
en la furia de tu otoño inmarcesible.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
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