Ex libris
Un día, mientras leía una antología de relatos de Stefan Zweig, encontró una pestaña suya entre las páginas, como un ex libris orgánico o un diminuto punto de lectura. Aquello tenía para él mucho más valor que una dedicatoria manuscrita o una flor prensada; era un milagro, una aparición, un yacimiento arqueológico, un copo de nieve en la seca garganta del desierto. Un impulso irracional y, a la par, supersticioso se apoderó de él, y sintió que la pestaña había estado allí esperándole durante todo ese tiempo, esperando su roce y sus caricias. La sostuvo en la yema del dedo índice, la examinó de cerca y, finalmente, volvió a depositarla donde estaba, delicadamente, como a una mariposa a la que no se le quiere hacer daño ni sacar de su hábitat, o a un volátil diente de león mecido por el beso del céfiro. Le gustó saber que sus manos habían recorrido antes aquellas páginas, impregnadas del recuerdo de su tacto, de su memoria dactilar, y que sus ojos se habían posado sobre las mismas letras que ahora él leía palpándolas como un ciego una cara conocida. Hay algo totémico en nuestros efectos personales, meditó. Y pensó también en que siempre dejamos un rastro de nuestra aura en los objetos que tocamos, tamo de algodón enganchado al pomo de una puerta o retales del espíritu, y a veces, al acariciar ese objeto inanimado, nos sobresaltamos como si hubiéramos oído la sutil vibración de un triángulo. Llevado por un delirio fetichista, deseó con todas sus esfuerzas que existiese una tecnología biogenética capaz de clonar aquel sucinto pelo para traerla de vuelta a la vida. Pero, suponiendo que ello fuera posible, ¿sería la misma mujer que él conoció? Con toda seguridad, no. Tendría su mismo aspecto físico, sí, pero un carácter impredecible. En lo más hondo, en el núcleo de su ser, no se parecería en nada a ella, y, lo que es peor, no le amaría; porque el amor no se puede clonar. Ni siquiera dos monedas que salen del mismo troquel son exactamente iguales. ¿O es que acaso pensaba que sería posible remedar el talento del escritor vienés desentrañando la caligrafía de un simple borrador?
Tras una larga ensoñación, cerró el libro, se retrepó en la butaca y cayó en una profunda somnolencia. El relato donde descansaba la pestaña se titulaba Angustia.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
5 comentarios:
Muy hermoso y sentido tu relato, como siempre de la mano dela melodía logran atrapar al corazón y los sentidos. Me gusta cómo suena la expresión "Ashes of us" así como su traducción la que no sólo es bella sino profunda aunada a tus letras.
Me enternece la imagen de la pestaña entre el libro, seguramente ese pelito seguía un comando infinito -como todo, como todos-, no fue coincidencia que apareciera en ese particular capítulo. Reencontrarse con algo que le pertenecía a esa persona luego de tanto tiempo, es una experiencia divina y dolorosa, bien lo apuntas. Me encantaron estas expresiones:
"un volátil diente de león mecido por el beso del céfiro"
"la sutil vibración de un triángulo"
los "retales del espíritu" y
"el amor no se puede clonar"
No se puede clonar el Amor porque la casa de este es el alma. Allí nace y no muere, se inmortaliza luego en nuestra esencia.
Un abrazo, Óscar.
Y no podía titularse de otra manera "Angustia", porque es justamente ese sentimiento el que oxigena el relato. Esa pesadumbre, esa nostalgia es la que vibra en aquella diminuta pestaña, que llegó a la yema de su dedo...Bello querido Óscar, sublime maestro.
Siempre deslumbrante tu narrativa, Óscar, en tus relatos también hay poesía, maestría y gran sensibilidad, un abrazo.
Puede ser, o puede no ser, pero me parece que sí, o me equivoque tal vez, al verte a ti, a tus pensamientos, en este relato, me refiero al lector de Angustia.
Tienes razón, solo se puede clonar el cuerpo, nunca el sentimiento, ni el amor.
Es precioso, Óscar, precioso de verdad; me encantó.
Abrazos
Ío
Añado a las expresiones que destacó Liz, ésta:
"un copo de nieve en la seca garganta del desierto". -Pude sentir cómo se derretía la nieve mientra leía-
También esa "memoria dactilar"
Y este fragmento me quitó el aire "al acariciar ese objeto inanimado, nos sobresaltamos como si hubiéramos oído la sutil vibración de un triángulo".
Eres tan bueno en poesía como en narrativa, es que tu narrativa es poética.
Un gran abrazo.
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