Un cadáver sobre el asfalto
Ayer vi un gato tendido sobre el asfalto; no estaba dormido, estaba muerto. Lo vi y pasé de largo; seguí caminando como si aquello no fuera conmigo, como si fuese basura o detrito, o quizá una mancha de aceite o alquitrán en la calzada; estampas cotidianas del paisaje urbano –una china en mi zapato–. Pero su sola imagen bastó para remover mi conciencia, y me persiguió toda la tarde amonestándome con esa voz sibilante, de avispero, que te recuerda los agravios y los crímenes infligidos y no resueltos; como Orestes y las Furias. ¿Por qué me sentí culpable? Estaba muerto. No podía hacer nada por él. ¿Es que pensaba que se merecía un entierro decoroso? Repasé en mi mente lo que había visto, cada pormenor, cada matiz, cada detalle –y es increíble la cantidad de detalles que se pueden percibir en una sola ojeada y que luego afloran en retrospectiva–. Era un gatito, pequeño, famélico, apenas una cría de gato, de pelaje gris ceniciento, con toda seguridad un gato callejero, y estaba echado del tal forma en el suelo, cerca de la acera, que parecía dormido al sol o aparcado en doble fila, sin miedo a que se lo llevara la grúa. No se le veían manchas de sangre. No estaba aplastado contra el pavimento como una argamasa de carne, sangre y pelo. Lo único que delataba su condición de muerto –y descartaba al mismo tiempo que fuese un muñeco de peluche– era esa horrible inmovilidad, y la morbidez hierática, y las fauces abiertas, crispadas en una mueca espeluznante, en un grito de profunda angustia que le nacía de dentro, donde ya no alentaba un corazón; la máscara del dolor. Qué fea es la muerte, y en qué espantoso rictus deforma nuestras facciones, recuerdo que pensé. Me quedé turbado en su contemplación, como aquella vez que vi una paloma ensangrentada, con las alas rotas y el cuello torcido, debatiéndose entre espasmos y estertores, irremisiblemente condenada, ya casi muerta, atrapada bajo las ruedas de un coche; del coche que momentos antes la había atropellado. Entonces tampoco hice nada. Aparté la mirada y me alejé de allí como si hubiera contemplado mi propia muerte –y es que no podemos soportar que nos recuerden que la muerte es un hecho seguro y consumado–. El gato probablemente no había sufrido tan larga agonía. Debió de morir mientras cruzaba la carretera, temerario como sólo lo son los de su especie, creyendo, quizá, que aún no había agotado su reserva de vidas. Recibió un brutal impacto y murió en el acto. Y allí se quedó, como un tapacubos sobre el asfalto, durmiendo al sol. El coche que lo atropelló no se paró, y yo tampoco lo hice. Seguramente nadie se paró a cubrir su maltrecho cuerpo o a darle un último adiós. O a dejarlo apartado sobre la acera, para evitar que algún vehículo pasara por encima y lo machacase aún más –los organismos, en cuanto se vacían de vida, se descomponen tan rápido…; son como globos sin helio, trajes sin percha o vainas sin semilla–. Por un instante dudé en volver, pero no volví. Dicen que la omisión de socorro es un delito. Si es así, lo confieso: yo delinquí.
La vida pasa por encima de todos nosotros, arrollándonos.
La vida no ofrece su mano al caído.
Todos somos animales muertos en la carretera,
una piedra al borde del camino.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
7 comentarios:
¿La vida pasa por nosotros o nosotros pasamos sobre ella?, no me queda claro Óscar, tal vez es asunto de temperamentos o destinos. Algunos nacimos para que nos sobrepasen las cosas y otros para beberse las horas al limite, para vivir sin cuidados ni omisiones...Me quedo con un pensamiento de Montaigné "No morimos porque estemos enfermos, sino porque estamos vivos".
Un abrazo poeta.
Nacimos para morir, ese es el ciclo de la vida. Y cierto es que andan muchos muertos de pie resumiéndose a ser "una piedra al borde del camino". Me queda claro que estamos muertos si dejamos de entregar el corazón y lo llenamos de desconfianzas; si se nos desgasta la sensibilidad y el sentido humano, moral y social; si dejamos de extasiarnos ante las maravillas de la Naturaleza. En una opinión muy personal creo que entregarse a la muerte del cuerpo es fácil si se piensa que estás a un paso fugaz de darle paz al alma. Lo difícil en sí, es vivir.
Conmovedora la imagen del gatito en la calzada. Seguramente por tratarse de una calle muy transitada de carros yo hubiera actuado igual.
Tu escrito me hizo recordar un video que, de morboso que me pareció al inicio, se convirtió en un impresionante ejemplo, digno de alabarse.
Este es el link:
http://www.youtube.com/watch?v=hLtto268fm0&feature=related
Que tengas un tranquilo fin de semana.
Besos.
Impresionante blog. Llegué a vos de casualidad, si es que la hubiese. Te sigo desde ahora.
Tu escritura es fuerte, atrevida, descarnada...¡tremenda!. No se puede pasar por aquí sin detenerse. Bueno, bueno!!!
Un abrazo desde Ciudad de Buenos Aires
Hacia mucho, mucho tiempo que no leía algo tan bueno y con tanto contenido, gracias por compartirlo y por resumirlo en tan significativos versos.
Saludo
la vida nos arrolla
La vida pasa por encima de todos nosotros, arrollándonos.
La vida no ofrece su mano al caído.
Todos somos animales muertos en la carretera,
una piedra al borde del camino.
No puedo comentar nada ,,,, en estas utlimas frases has puesto el que iba hacer mi comentario,,,,, vivamos pues ants de que nos llege la hora de ser gato o paloma.
saludos
Qué horrible escena la contemplación de aquel gatito, o de esa paloma, los vi morir, y mientras eso recordé escenas similares. Nos pasamos la vida inventando distracciones que nos aparten de la idea de la muerte, hasta que la tenemos en frente, y entonces tenemos que aceeptarla.
" Qué fea es la muerte, y en qué espantoso rictus deforma nuestras facciones"
"y es que no podemos soportar que nos recuerden que la muerte es un hecho seguro y consumado"
Al menos los animales no tienen conciencia de su finitud, aunque en esos últimos instantes, algo deben presentir.
Escalofriante.
Publicar un comentario