Indivisable, indivisible, invisible
La verdad rara vez se muestra a los ojos del que mira;
nunca al oído, si no es con medias tintas;
la verdad es sorda belleza y ciego murmullo y sombra huidiza;
la verdad es aquello que ocurre sin ver ni ser vista.
Cuántos mundos invisibles
en regiones inauditas
discurren en paralelo a nuestras vidas
–tan cercanos a nosotros
y tan comunes y dispares
y acaso, bien mirados, hasta vulgares–,
que nunca para ellos fuimos
seres diminutos e intangibles,
moradores del reino de lo superfluo,
más que simples paseantes.
¿Alguna vez has observado
el cuadro detrás del cuadro,
la ciudad debajo de la ciudad,
el limo, los insectos, el tamo,
la oreja oculta entre la hierba
y la sangre que fluye piel adentro
sin que la veamos
con su canto de piedra rodada?
Nada nos es más desconocido
que aquello que siempre miramos,
y que de tanto mirar,
hemos aprendido a ignorarlo.
Y ahora dime,
¿no es verdad que nos hemos vuelto lerdos
de tanto nombrar en vano esta alegoría
indivisable, indivisible, invisible?
A veces la vida es un río subterráneo
que se ovilla y se recoge en las profundidades
para no ser descubierto, como ese polvo
que barremos debajo de la alfombra
creyendo, ingenuamente,
que por no verlo no está allí.
Pero aunque yo no pueda verte, sé que estás ahí,
como una presencia fiel que nunca me abandona.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
1 comentarios:
Hay siempre que se niegan a ser nuncas.
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