Siempre ella
Ella. Siempre ella.
Ella con la guitarra.
Ella en la ventana.
Ella bostezando.
Ella.
A veces se aleja de mí
para volverme rápido hacia ella.
Y la miro. Y me mira.
Y al mirarnos, un vuelo
de palomas blancas nos sobrevuela
los ojos agavillados
y un zureo candeal
remanga la sed nuestros párpados
como una voz que no se detiene
en el umbral del vacío
a esperar su eco, y así porfía
tu amor con el mío, con la dialéctica
exigua del trapecio, como la luz
enjaulada de una estrella decumbente.
Yggdrasil.
Juraría que alguna vez estuve aquí.
Juraría que juntos estuvimos.
Gravitando.
Yo te besaba muy despacio
y a ti nada te importaba.
El tiempo, sin ti, parecía
un árbol sin sombra
ni raíces.
Axis mundi.
Luego se fue.
Luego te fuiste.
Sin mí te fuiste,
soltándote de mi mano órfica.
Y el amor expiró
como expira un pájaro exótico
encerrado en una caja de zapatos
o el reflejo de las luces en el agua
con su tierna displicencia de nube desbastada.
Te alimento de gusanos, larvas y poemas,
pero ya no oigo tu canto de mimbre
enredándome los pálpitos.
Mas algo –un océano audaz,
una mácula en la retina nigromante–
quedó impregnado en mí de ella,
en cada uno de mis alvéolos,
como una mancha en el cristal
que no sale
por más que la frotes
de dentro hacia fuera,
de fuera hacia dentro.
Y me mira. Y la miro.
Ella con la guitarra.
Ella en la ventana.
Ella bostezando.
Y yo junto a ella.
Ella. Siempre ella.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
Ella con la guitarra.
Ella en la ventana.
Ella bostezando.
Ella.
A veces se aleja de mí
para volverme rápido hacia ella.
Y la miro. Y me mira.
Y al mirarnos, un vuelo
de palomas blancas nos sobrevuela
los ojos agavillados
y un zureo candeal
remanga la sed nuestros párpados
como una voz que no se detiene
en el umbral del vacío
a esperar su eco, y así porfía
tu amor con el mío, con la dialéctica
exigua del trapecio, como la luz
enjaulada de una estrella decumbente.
Yggdrasil.
Juraría que alguna vez estuve aquí.
Juraría que juntos estuvimos.
Gravitando.
Yo te besaba muy despacio
y a ti nada te importaba.
El tiempo, sin ti, parecía
un árbol sin sombra
ni raíces.
Axis mundi.
Luego se fue.
Luego te fuiste.
Sin mí te fuiste,
soltándote de mi mano órfica.
Y el amor expiró
como expira un pájaro exótico
encerrado en una caja de zapatos
o el reflejo de las luces en el agua
con su tierna displicencia de nube desbastada.
Te alimento de gusanos, larvas y poemas,
pero ya no oigo tu canto de mimbre
enredándome los pálpitos.
Mas algo –un océano audaz,
una mácula en la retina nigromante–
quedó impregnado en mí de ella,
en cada uno de mis alvéolos,
como una mancha en el cristal
que no sale
por más que la frotes
de dentro hacia fuera,
de fuera hacia dentro.
Y me mira. Y la miro.
Ella con la guitarra.
Ella en la ventana.
Ella bostezando.
Y yo junto a ella.
Ella. Siempre ella.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
0 comentarios:
Publicar un comentario