Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

martes, 28 de abril de 2015

Azulocéano










En el amor no existen las segundas oportunidades ni los primeros auxilios.

Tu amor es azulocéano,
tu voz es azulocéano,
tu aliento es azulocéano.
Toda tú. Azul.
Todo yo. Océano.
Azulocéano,
el calor de nuestro abrazo,
el color de nuestros besos.
Amor azulino.
Amar oceánico,
traslúcido, cromático, volcánico.
Amar allende el azul,
amor de ultramar
y lágrimas aguamarina.


Este amor es como tirarse de un tren en movimiento,
una carrera imposible en cuadriga contra la luz,
la eterna caída de Humpty Dumpty,
la fe del que se sabe perdedor.

Has aprendido a ribetear el silencio en cárcavas de miel,
a reconducir las olas a la orilla más cercana
y a devanar madejas de humo con tu lengua solariega.

Hoy me compensas el silencio con un canope de lágrimas,
me dices que me quieres, a contrapelo,
y sé que me reconoces más en lo que me callo
que en lo que te digo.

–mientras vas pisando los agujeros del parqué
y se te hunden los tacones–

Estas manos son los montículos de arena
que un día se atrevieron a desorbitar los lunares
de tu cintura y apresaron la luciérnaga
en su ráfaga dehiscente.

Me acechan los estigmas del verano
y los garzos de vuelo bajo.
Hay un prurito de silencio
en la piel atópica del verso.
Y lo rasco para volverme a rascar.
¡Ah, qué sequía pertinaz la de la lengua
que arremete en circunloquios!

Ahora cierra los ojos.
Sabrás que llueve porque las gotas
repiquetean su canción
–su monótona canción de lluvia–
en los charcos. Y hay burbujas.
Y croan las ranas.

Te pinté cubista en mi costa azul
para colorear los arlequines
de tu infancia robada.

Celebro todos tus no cumpleaños con un poema
para que no se nos muera de olvido este amor.
El tiempo no es más real que mi locura
y a la muerte le puse un nombre y una cura:
poesía.

–pero no nos salvará la poesía
de estos laberintos inconclusos–

El maquillaje era su filosofía del tocador
para noches clarividentes;
una sombra de ojos y un lápiz de labios,
todo su arsenal.

Déjame tentar tus labios con albricias
y promesas, con este susurro alípede
que clama a la salinidad de la boca
y su música de crustáceos, al retín
del champán y los labios descorchados
en un brindis oceánico.

Te beso,
y la gravedad colapsa el núcleo de mi estrella.

Te beso,
y me contraigo y me expando
y ardo y estallo y muero en supernovas,
y soy el rayo más brillante que a tus ojos cautivó.

–la sístole de un Multiverso,
la diástole de un mar inmarcesible–

Floto como una medusa azul en el azul meduseo
de los mares cálidos y me dejo vencer
por la lasitud de la nada y el vacío.

Este amor –siempre lo he sabido–
es la corriente oceánica
que zarandea nuestros continentes
hasta la inevitable colisión.
Pangea.

Amor tectónico.
Amar de placas, sismológico.
Amor marea.

–este amor dibuja añiles en la tormenta
y eviscera tus ojos de luna pulida–

Déjame encontrarte en el faro
en esta tarde de gaviotas
que los dedos han dejado de contar.

–lo sé, a nuestras manos ya no les quedan mapas
ni cartas celestes, pero aún hay estrellas
que conquistar–

Soy el auriga de la luz que circunvala tu núcleo
en órbitas terrestres, el viento
que emancipa las crines y las clámides
en la fanfarria otoñal.

Oscuro fuselaje el de las bestias
que se alimentan de carroña.

Nada me impide besarte las serpientes del tobillo
y las ajorcas de tantas corazonadas
como hicieron en ti su albero.

¿Qué horizontes espejean en tus muslos vandálicos?
¿Qué inteligencia late tras tus ojos moteados de café?
¿Qué otras manos, si no las tuyas, sabrían
destramar los glifos de mi piel cuando el trémulo
aliento elucubre tempestades?

Podríamos encerrar el universo en la cabeza de un alfiler
         –no me creo que nunca se te haya ocurrido esa locura–
para pespuntear halos de luz en los ángulos muertos
de todas nuestras galaxias.

Me confío a lo imposible de tu ausencia
y me cultivo en las calendas griegas
porque sé que después de ti no habrá nada
ni nadie que se atreva a desafiar este silencio
con pico de cigüeña.

Van pasando las horas y los días
y ya nada me sorprende. Y me digo:
nadie más puede morir porque todos han muerto.
En mi cabeza se han suspendido el tiempo y la materia,
pero el sol amanece desustanciado de verdad,
bosquimano, entre pinceladas de colores.

–y se desenredan los calificativos en la carúncula del sexo–

El agua es undosa aquí,
en mi dorsal oceánica
           –puedes tocarla, sin miedo–,
tan abisal como el ámbar gris
de las fosas aleutianas
o el fitoplancton.

Y ese azulocéano tan tuyo,
tan nuestro,
que parece que siempre estuvo ahí,
oceándonos los mares,
azulándonos los cielos.

Y mientras te distraes mirando por la ventanilla
cómo llueve, yo guardo en mis bolsillos
los acasos de tantas dudas.

El amor es una ilusión en movimiento,
la radiación más fina del espectro,
como las nubes que sestean cielo arriba
o las cometas que se baten los rojos y los ocres.
Soy un náufrago en tu piel insolada,
un Tántalo sediento, la última estirpe del hielo
o Saturno devorando sus anillos.
Mire donde mire, siempre hay agua.
Agua y sed. Sed de agua. Asediado
por el azulocéano del mar. Inmenso azul.
Azul incólume. Musical. Vivo.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

1 comentarios:

Tatiana Aguilera
30 de abril de 2015, 0:06

¡Qué decirte poeta!....que me has dejado sin palabras.

Abrazos siempre.

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