La carne asustadiza del tiempo
Me asustó la noche con su oscuridad
patibularia, el crujido metálico del ocre
y su rumor putrescente de gusanos.
–la carne asustadiza del tiempo
y sus horas en eterna descomposición–
Aquél que tú adoraras en la distancia
era ahora un bosque exangüe de pájaros
sumido en su verde parlanchín,
más páramo que vergel,
más desierto que oasis,
fanal en riscos apagado.
Pero cuando aquello pasó, tú ya no estabas.
Te habías ido sin maletas ni equipaje,
sin besos soplados con el envés de la mano,
sin sombras delatoras en la soledad compartida del lecho
o pasos deletreados en el zócalo radiante del alba.
Ni siquiera una nota garabateada en la mesilla.
Total, ¿para qué?
¿Para qué explicar lo inexplicable,
si todos sabemos que la felicidad
es un puesto fronterizo en tierra de nadie,
la piel indemne y soñolienta del vigía
que olvidó la contraseña de su fiebre?
Hoy el sol es un líder sin carisma
y tú eres un sueño inverosímil
que el calor de la arena no arrebata.
Las flores evidencian sus colores
como un pelotón de fusilamiento
que acomoda el fusil a su disparo
con la mano firme en la contienda
y un adiós –triste, muy triste–
en la mirada.
Se rompieron los flejes del verano
y me estalló el cielo con su metralla
de pájaros y su mar de azules
decibelios en constante aleteo,
majestuoso y decadente coro
de bocas que extrañan el pecho
sonámbulo de la tormenta.
Busqué en mi corazón represaliado
la paloma ausente de tu abrazo
e hice del amor,
de este amor asintomático,
un paisaje desacostumbrado de paraguas
que retienen las lágrimas circenses
de todos los astros mutilados.
Te amé –ahora lo sabes–
como una religión sin troneras
o una matriz sin píldoras rojas
ni tacos de billar. Te amé
como la música volatinera
del recuerdo que abruma
y sesga las briznas ariscas
de las papeleras
con su turbina de colores.
Ahora, por fin, cuelgo mi voz de la percha
–mi voz, que tiene hechuras de plomo–
para descamisarme los olvidos
y los silencios, y las arrugas
del lienzo de pronto se desvanecen
con su dicción de arroyo devoto
y su bisagra desnutrida.
Y así nos vamos despidiendo,
con el tráfico nervioso de las miradas
que no saben qué más decirse
para no tener que decirse nada,
cuando el taxi baja la bandera
y el dolor desaparece con un
rasguño de papel en las lagunas
neblinosas de la piel, sin otra
secuela más dulce que el amor
que esculpen a diario las fuentes
en su intento por volar de música
los aires.
Deberías saberlo.
París está más triste sin ti.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
2 comentarios:
Ufff.. Qué mezcla de sentimientos me ha azotado al visitarte después de tanto tiempo y ver que sigues con tu singladura particular.
Un beso, Óscar.
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Ufff.. Qué mezcla de sentimientos me ha azotado al visitarte después de tanto tiempo y ver que sigues con tu singladura particular.
Un beso, Óscar.
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