Chatarra espacial
Yo sé del vacío musical que deja el beso
en la tibia comisura de una lágrima
y de esa luz que, indecisa, pestañea
en la plica afortunada de unos labios
sellados por el lacre más salino
y el más acre marchamo.
Yo sé de esa ortiga áspera que es tu voz
cuando restriega sarpullidos por mi torpe piel de hiedra,
y del pálpito otoñal que desbraza árboles y huertas
con un grito más audible que el color de los patios cordobeses
cuando en mayo se engalanan de festones y macetas.
Yo sé de las noches alófonas
que se retuercen en mudos escarceos
y de las estrellas híbridas de pencas
que giran sin contornos, precintos o vitelas
en una ingravidez tumultuosa,
como chatarra espacial.
Yo sé del grave acento de la lluvia
cuando destiñe los calcetines de los perros
y las patas numismáticas desparejan una a una sus pezuñas
en una tristeza reciclable
y los charcos vitorean su impoluta suciedad
en lunas acrescentes y en postales sin señas ni membrete
y la hierba simula un verde más austero.
Yo sé del sincretismo animal
de las lenguas que se retan y aparean
en una jerga de reptiles y equinoccios
y de las nubes que mudan su ebúrnea cabellera
por una mirilla más pluviosa,
y de la coda presumible,
y del rebalaje achampanado,
y de la crestomatía de corales
que trae aparejada consigo la marea cuando sube
y tu cintura evade y vadea con una verónica torera
el rojo taurino de la canícula.
Yo no sé nada,
pero sé cómo abrazarte
para que tengas menos frío,
y sé cómo besarte la boca
para decirte "te quiero,
no me olvides"
en tu mismo idioma,
que es también el mío.
¿Qué será de tu Faro y de mi estrella sigilosa?
¿Qué será de lo que somos y de lo que fuimos?
No lo sé.
Nunca lo he sabido.
Tal vez tu Faro y mi estrella nunca brillen juntos,
o tal vez por siempre juntos enmudezcan.
Nunca, siempre; luz, oscuridad; vida, muerte.
Quién sabe, si el ser es dicotómico
y el estar –aquí, ahora, ausente– es breve epifanía.
Si al final será lo que tenga que ser;
sea, pues, ahora, suerte mía.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
en la tibia comisura de una lágrima
y de esa luz que, indecisa, pestañea
en la plica afortunada de unos labios
sellados por el lacre más salino
y el más acre marchamo.
Yo sé de esa ortiga áspera que es tu voz
cuando restriega sarpullidos por mi torpe piel de hiedra,
y del pálpito otoñal que desbraza árboles y huertas
con un grito más audible que el color de los patios cordobeses
cuando en mayo se engalanan de festones y macetas.
Yo sé de las noches alófonas
que se retuercen en mudos escarceos
y de las estrellas híbridas de pencas
que giran sin contornos, precintos o vitelas
en una ingravidez tumultuosa,
como chatarra espacial.
Yo sé del grave acento de la lluvia
cuando destiñe los calcetines de los perros
y las patas numismáticas desparejan una a una sus pezuñas
en una tristeza reciclable
y los charcos vitorean su impoluta suciedad
en lunas acrescentes y en postales sin señas ni membrete
y la hierba simula un verde más austero.
Yo sé del sincretismo animal
de las lenguas que se retan y aparean
en una jerga de reptiles y equinoccios
y de las nubes que mudan su ebúrnea cabellera
por una mirilla más pluviosa,
y de la coda presumible,
y del rebalaje achampanado,
y de la crestomatía de corales
que trae aparejada consigo la marea cuando sube
y tu cintura evade y vadea con una verónica torera
el rojo taurino de la canícula.
Yo no sé nada,
pero sé cómo abrazarte
para que tengas menos frío,
y sé cómo besarte la boca
para decirte "te quiero,
no me olvides"
en tu mismo idioma,
que es también el mío.
¿Qué será de tu Faro y de mi estrella sigilosa?
¿Qué será de lo que somos y de lo que fuimos?
No lo sé.
Nunca lo he sabido.
Tal vez tu Faro y mi estrella nunca brillen juntos,
o tal vez por siempre juntos enmudezcan.
Nunca, siempre; luz, oscuridad; vida, muerte.
Quién sabe, si el ser es dicotómico
y el estar –aquí, ahora, ausente– es breve epifanía.
Si al final será lo que tenga que ser;
sea, pues, ahora, suerte mía.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
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