Apuntes para la lluvia
–I–
Y los ahora vivos serán los futuros muertos,
y no habrá más tiempo
que el tiempo detenido de las estatuas,
y no habrá más lluvia
que la lluvia pétrea de las gárgolas.
–II–
Hágase la voz.
Muéranse los muertos.
Venga a mí esta locura
de las noches sin trasiego.
Que no me oprima el apremio
ni me apremie la albura de este sueño.
Y que nieve,
que la nieve sea selva negra
y muda afasia.
Y que caiga,
que caiga hasta la última luz derretida
de esta estrella congelada.
–III–
Su ahora es otra herida,
otra insistencia,
un refugio hostil
donde muerden las lanzas.
–a la nuca, acúnala,
a la luna, anúlala–
Bum, bum.
Late el agua.
Bum, bum.
Tela al agua elata.
(El agua infalible que permea la
sal en las líneas eneasílabas
de mi mano
con su pulsación serpentina
de polluelo hambriento
y ávido de dogmas.)
–la sal
desala la sed
y
apoca la copa,
la mina roba su sabor animal
–robaba a babor–,
la cal
ateza la zeta,
la col adoba la boda local,
y el rey ayer, ley,
y ahora caro hay
zócalo o la coz–
–IV–
Somos el último mar visible,
las olas a solas,
el valle que todo lo lleva,
el morar –enamorado– de la moda.
–somos
amar a la rama,
aroma a mora–
Ya sólo nos queda:
de la tormenta, el tormento;
del cayado, la callada;
de la vela, el velo;
del cosaco, la casaca.
–acaso cosaca,
a casa casaca–
Y el beso torrefacto,
y el ósculo y su ajuar,
y la reciedumbre de la anilla
que perdió su mano
y explotó de granos rojos la granada.
Algún día aluzaremos el azul
y azularemos la luz
de todos los anzuelos
que ondean su oriflama de peces
bajo el agua, y así podremos
pintar un color primario
que restañe la utopía de este verso
con alas fatigadas
y un capuz de sombra medio vuelto.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
Y los ahora vivos serán los futuros muertos,
y no habrá más tiempo
que el tiempo detenido de las estatuas,
y no habrá más lluvia
que la lluvia pétrea de las gárgolas.
–II–
Hágase la voz.
Muéranse los muertos.
Venga a mí esta locura
de las noches sin trasiego.
Que no me oprima el apremio
ni me apremie la albura de este sueño.
Y que nieve,
que la nieve sea selva negra
y muda afasia.
Y que caiga,
que caiga hasta la última luz derretida
de esta estrella congelada.
–III–
Su ahora es otra herida,
otra insistencia,
un refugio hostil
donde muerden las lanzas.
–a la nuca, acúnala,
a la luna, anúlala–
Bum, bum.
Late el agua.
Bum, bum.
Tela al agua elata.
(El agua infalible que permea la
sal en las líneas eneasílabas
de mi mano
con su pulsación serpentina
de polluelo hambriento
y ávido de dogmas.)
–la sal
desala la sed
y
apoca la copa,
la mina roba su sabor animal
–robaba a babor–,
la cal
ateza la zeta,
la col adoba la boda local,
y el rey ayer, ley,
y ahora caro hay
zócalo o la coz–
–IV–
Somos el último mar visible,
las olas a solas,
el valle que todo lo lleva,
el morar –enamorado– de la moda.
–somos
amar a la rama,
aroma a mora–
Ya sólo nos queda:
de la tormenta, el tormento;
del cayado, la callada;
de la vela, el velo;
del cosaco, la casaca.
–acaso cosaca,
a casa casaca–
Y el beso torrefacto,
y el ósculo y su ajuar,
y la reciedumbre de la anilla
que perdió su mano
y explotó de granos rojos la granada.
Algún día aluzaremos el azul
y azularemos la luz
de todos los anzuelos
que ondean su oriflama de peces
bajo el agua, y así podremos
pintar un color primario
que restañe la utopía de este verso
con alas fatigadas
y un capuz de sombra medio vuelto.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
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