En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.
Hoy he aprendido que "te amo" en coreano se pronuncia casi como tu nombre: "Saranghae". Qué sabios son los coreanos. Algo tan precioso como el amor sólo podía sonar a ti.
Qué contradicción tan grande, ¿verdad? Desearte feliz cumpleaños cuando no puedes cumplir años, cuando el que no puedas cumplirlos es flébil (sí, como el derrame de la luna), no feliz. Pero para mí, en mi particular calendario, los sigues cumpliendo, porque habitas mi memoria y en mi memoria estás viva. Nunca dejaste de estarlo. Nunca dejarás de estarlo. Siempre te recuerdo, y te recuerdo como tú querías que te recordara, en los mejores momentos. Que hubo muchos.
La brecha en el tiempo se hace más grande. Mientras yo sumo años y envejezco, tú sigues teniendo la misma edad. Eres eternamente joven. El tiempo que nos separa es el mismo que nos acerca. El tiempo es un río profundo y negro que corre en dos direcciones. El río Leteo. Al final, todos desembocaremos en el mismo mar, un mar muerto. Allí nos encontraremos como dos veleros solitarios.
Cuántas veces me he sentido un dios atrapado en un cuerpo humano, con un espíritu demasiado elevado para esta cárcel de carne y huesos; y sin embargo, ¿qué dios no es capaz de sanar el ala herida de una alondra? Mi poesía no debe de ser tan bella cuando no te pudo curar. Quiero volar hacia ti, pero yo no tengo alas de libélula, y si las tengo, no sé usarlas. Las que yo te di eran tan frágiles que las rompió el viento.
Si al menos pudiera soñar contigo, mas tendré que resignarme con pensarte, el único consuelo que le queda a la mente lúcida y despierta, demasiado consciente de su propia existencia y de su tristeza de papel.
No te olvido. Te quiero.
P.D.: Raquel ya te habrá enseñado que algún día devolveremos la materia al otro lado del agua.
Allí donde el lenguaje se revela insuficiente y las palabras boquean como peces en un río seco, estás tú para guiar mi mano e hilar los más finos versos.
¿Por qué las luciérnagas viven tan poco?, le pregunta Setsuko a Seita en 'La tumba de las luciérnagas'
La luz que brilla con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo. Y tú has brillado con mucha intensidad -
Tyrell a Roy Batty en 'Blade Runner'
Desde que eres cielo y mar ondeas caricias en la piel cerúlea del tiempo y oscilas espigas de trigo en campos dorados con el suave murmullo de tus besos.
Eres el espíritu de la lluvia en primavera, el vientre fértil de la tierra, el eco de mi voz acompasada, el agua que brota de la fuente y la llama firme que se eleva.
Ahora descansas en mis brazos, hermosa y pura, núbil y eterna, descalza y presurosa como el sol en la mañana, rutilante como un ángel en su tumba de luciérnagas.
La luna se estira como un apósito de luz por la piel afiebrada de la noche. Parece una oblea flotando en un charco de brea con ese borbolloneo de aspirina efervescente. El silencio cauteriza las cicatrices del ocaso en el cielo casquivano y ceniciento como una densa y opaca nube de hollín traspasada por un hilillo de sangre. El lagrimeo de la lluvia en los escaparates exuda letras de neón y un alfabeto de cenizas se posa en los bolardos. El brillo ambarino en los ojos de los gatos no lame furtivas heridas, ni la sal quema la carne.
Mi iris se expande como un mar de jade por el proceloso curso de tu soledad. Tiemblas con la abstinencia de aire de la mariposa clavada a un alfiler. Un río carmesí desaparece en las riberas del otoño y las hojas caducas se empapan con la menstruación de las amapolas. Las flores enmudecen por el estupro de las vírgenes en los claros de luna y esconden pudorosamente su perfume y sus pétalos al doncel de la noche.
Y de pronto, un pez alado bordea las pestañas del sol con rumor de agua y nieve, salpicando de plata la húmeda hierba. La alondra levanta el vuelo y el día rompe su cáscara pruna, exultante, renacido.
En una fotografía hay una historia escrita y otras muchas por escribir. O.B.P.
Miro tus fotografías y me pregunto qué pensabas en aquel momento, mientras la cámara inmortalizaba tu sonrisa, tu mirada, tus gestos, si sonreías porque estabas contenta o sólo por cortesía, como quien claudica a la volubilidad de un deseo.
En una es una cinta en el pelo, en otra son unas horquillas, un chal o un collar con piedras de colores; cada detalle abre nuevos interrogantes. ¿Qué íntimos anhelos estremecían tu frágil corazón?, ¿qué pensamientos turbaban la paz de tu espíritu? ¿Qué ojos te veían a través de la lente cuando el flash disparaba su tinta blanca sobre la negra piel del tiempo? ¿Era melancolía lo que había en tu mirada cuando tenías la vista fija en el mar, con la mano izquierda apoyada en la baranda y la derecha doblada en la cintura? Y tu nariz graciosamente fruncida por el esfuerzo de abrir una tapa, ¿qué perfumes olía? Y el viento que te despeinaba, la brisa que te mecía, ¿qué salinos rumores traía? Nunca lo sabré, nunca podré escribir la historia de esa fotografía, la verdadera historia, la que sólo tú conocías y te llevaste contigo, –como la de todos esos momentos que viviste y naufragaron en un mar de silencio, “como lágrimas en la lluvia”–, pero sí puedo reescribir muchas otras historias con tus imágenes, tantas como interpretaciones se me ocurran.
A veces, sin darme cuenta, mi memoria viste la realidad de fantasía, y te adorno con prendas que nunca existieron más que en mi imaginación febril y desaforada como un jayán que deviene en molino de viento; y entonces comprendo la paramnesia de los replicantes, su desamparo, su mistificación, su atormentada vanidad de ángeles caídos en la orfandad del recuerdo.
Y no obstante, ¿acaso no eras tan fantástica que ninguna fantasía podrá jamás superarte?
Sí, ahora entiendo por qué algunas tribus africanas aún creen que las fotos les roban el alma.
Recuerdo el sincretismo de nuestras lenguas cuando nos azorábamos en el rizoma del beso. Las manos se nos enredaban, díscolas, por los arcanos de la piel como dendritas o hiedra sarmentosa, y se agavillaban en una urdimbre de lisonjas donde a cada dedo que se entronizaba en los vergeles de la carne le nacían nuevos brotes, como pétalos de una corona violácea. A nuestra espalda balbuceaba la cellisca en una lengua misteriosa, extraña, lejanamente ascética, y al apretar el paso nos crujían los corazones como ramas astilladas.
Y entonces se alzaba de la espesura del bosque el murmullo quejumbroso de un viento galopante que agitaba el follaje como un bandoneón de murciélagos, y entre las hojas de abedul asomaban unos ojillos vagarosos y centelleantes como bellotas de neón, luciérnagas o pequeñas máculas incandescentes que rasgaban con su prontuario de luz el denso plumaje de la oscuridad invernal.
La nieve amortiguaba nuestras fatigosas pisadas entre chasquidos de cáscaras y nueces y tus ajorcas bailaban y resplandecían con la mágica claridad de los glifos iluminados fugazmente por un rayo de luna. Los copos, como párpados pesados, caían parsimoniosamente arrastrados por el deliquio del sueño. Las azaleas, rasuradas de pétalos, lubricaban la helada campiña con su acre aroma a sexo. Al vapor delicuescente de un rayo de luna los matorrales reverberaban en un fiero lobo de hirsuto y grisáceo pelaje, erizado de zarpas. La luz macilenta apaisaba el tornadizo vientre del río en pliegues adiposos y mudaba los balaústres en fantasmagorías, de suerte que el muelle parecía, de pronto, un xilófono zarandeado por la baqueta de un niño pez. En el cielo enviscado de un endrino gelatinoso las estrellas tiritaban ebrias de éter, como azucarillos que se disuelven en una taza de café. A lo lejos, en el ribazo, el Faro orillaba una lágrima angosta como un esquife en los pontones claveteados sobre la bruma, a escasamente un palmo del agua. El frío era tan atroz que contristaba nuestros huesos, y nos estremecíamos como un sauce doblado y aterido que se sacude el abultado sayón de la nieve adventicia y busca el calor en lo más hondo de sus raíces. Sólo mi resuello zahería el silencio escarchado de la noche, y tu aliento, nube cálida, estallaba, al traspasar la boca, en sibilantes flechas de cristal, un enjambre de danzantes y puntiagudos alfileres que prendían el negro dedal del crepúsculo. En cada beso campanilleaban, como horas esquivas y lastimeras, tus pendientes de aguamarina, y a través de la hendidura del lóbulo podía columbrar el brillo lívido, tenue, casi espectral de la luna escarchada y ahora abierta como una raja de melón o la amoratada vulva de una amapola. Tus pupilas titilaban ingrávidas, flotantes, como abrasadas en un fuego divino, y despedían un resplandor rojizo y ondulante donde crepitaban los orgasmos del universo. La aurora rosicler hacía girar las aspas de su molinillo y una brisa helada y ruborosa fecundaba el valle de rocío hialino y dientes de león. El relente caía sobre nuestros pies adormecidos con un hormigueo de barro y lluvia. Rodeados por un talud de niebla, empapados en la mucilaginosa savia de la eternidad, nos atrincheramos en un nido de luz e hicimos fuego con el caudal infinito de nuestros besos.
Así espantamos al demonio de la noche.
Hoy somos dos hojas de una misma rama, dos ramas de un mismo árbol, dos árboles de un mismo bosque perdido en la bruma del tiempo.
Este blog está dedicado a la memoria de Sara Álvarez, quien lo ha sido Todo para mí y siempre lo será: la mujer a la que amo y la poeta a la que admiro. Mi poesía, tal como es, no existiría sin ella.
Sara dejó una huella imborrable en los foros de poesía en los que participó, foros donde se reconoció su enorme talento y calidad poética, y son muchos los que la recuerdan por alguno de sus pseudónimos más utilizados: Eterna Tristeza y SaraInés.
El nombre de este blog se corresponde con el título del libro de poemas que le dediqué: 'La luz de tu Faro'. No es posible pensar en Sara sin imaginarla subida al Faro, contemplando con nostalgia el vaivén de las olas de su querido mar Cantábrico.
Como diría Hölderlin, Sara es Uno fundido en el Todo viviente, ya ha emprendido el camino a la divinidad, y yo habré de seguirla, pero antes tengo una misión que cumplir: inmortalizarla en el arte, hacer que su nombre suene a poesía.
La fotografía
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Inédito fluir de los relojes que nombra...
"Trazos"
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en la verticalidad
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Voy bebiendo
sorbo a sorbo
en cada renglón de tu cuerpo
despoja...
DIA DE LA MUJER 8/03/ 2025
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Y Dios dijo: “haré a la mujer”.
Entonces,
juntó el vapor de un volcán
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HASTA SIEMPRE QUERIDA AMIGA...
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Algunas personas -o casi todas- se van de esta vida sin aviso, así como las
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El coleccionista
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Setiembre
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Tan ajena
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*Quienes quieran continuar cerca, allá nos ...
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*amarránd...
Saboreando
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se ...
Cunnilingus
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*Tus labios hacen un circuitomientras la piel se amotina erguida,la
declamación de los alientosarden y abaten como las pavesas.Fálica la lengu...
¿Acaso no me pertenecía, hermanas del destino, acaso no me pertenecía? Llamo como testigos a las puras fuentes y a los bosques exentos de culpa que nos escucharon, y a la luz del día y al éter. ¿Acaso no me pertenecía? ¿Cada nota que tañe la vida no la unía a mí?
'Hiperión o El eremita en Grecia', Hölderlin
¡Oh miserable hado! ¡Oh tela delicada, antes de tiempo dada a los agudos filos de la muerte! Más convenible fuera aquesta suerte a los cansados años de mi vida, que es más que el hierro fuerte, pues no la ha quebrantado tu partida.
'Égloga I - Nemoroso', Garcilaso de la Vega
A Dafne ya los brazos le crecían y en luengos ramos vueltos se mostraban; en verdes hojas vi que se tornaban los cabellos que el oro escurecían;
de áspera corteza se cubrían los tiernos miembros que aún bullendo estaban; los blancos pies en tierra se hincaban y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño, a fuerza de llorar, crecer hacía este árbol, que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño, que con llorarla crezca cada día la causa y la razón por que lloraba!
Garcilaso de la Vega
Pobre barquilla mía, entre peñascos rota, sin velas desvelada, y entre las olas sola;
...
Pasaron ya los tiempos, cuando lamiendo rosas el céfiro bullía y suspiraba aromas.
Ya fieros huracanes tan arrogantes soplan, que, salpicando estrellas, del Sol la frente mojan.
...
Esposo me llamaba, yo la llamaba esposa, parándose de envidia la celestial antorcha.
Sin pleito, sin disgusto, la muerte nos divorcia: ¡ay de la pobre barca que en lágrimas se ahoga!
...
Mi honesto amor te obligue; que no es digna vitoria para quejas humanas ser las deidades sordas.
Mas ¡ay, que no me escuchas! Pero la vida es corta; viviendo, todo falta; muriendo, todo sobra.
Con la belleza se sufre de placer. Intentar retenerla es como querer asir el tallo de una rosa con espinas; cuanto más la aprietas, más adentro se te clava.