El tiempo que nos tocó vivir
Era agosto aquella tarde solitaria de orugas en la hierba
y calor pegajoso en los soportales, y nos besábamos
con el arrebol paralizante de un pararrayos, fúlgidos
de amores y esplendentes en nuestra carnosa tozudez,
tan frágiles y vergonzosos como cuando éramos niños
y cerrábamos los ojos –¿recuerdas los dos rombos?–
al ver una escena de sexo –y apenas se veía nada, un pezón
vislumbrado al trasluz o una teta hábilmente tapada
por una púdica mano y unos dedos crispados sobre las sábanas
túrgidas, y luego, ya en el clímax, un muy oportuno fundido a negro–
en aquellas películas de romance y de acción de los ochenta,
tan ingenuas como el tiempo que nos tocó vivir.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
y calor pegajoso en los soportales, y nos besábamos
con el arrebol paralizante de un pararrayos, fúlgidos
de amores y esplendentes en nuestra carnosa tozudez,
tan frágiles y vergonzosos como cuando éramos niños
y cerrábamos los ojos –¿recuerdas los dos rombos?–
al ver una escena de sexo –y apenas se veía nada, un pezón
vislumbrado al trasluz o una teta hábilmente tapada
por una púdica mano y unos dedos crispados sobre las sábanas
túrgidas, y luego, ya en el clímax, un muy oportuno fundido a negro–
en aquellas películas de romance y de acción de los ochenta,
tan ingenuas como el tiempo que nos tocó vivir.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.
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