Blog poesía La luz de tu Faro

En memoria de Sara Álvarez, con Amor, devoción y ternura infinitas. Absorbí tu esencia, y ahora vives en mi poesía. Te devuelvo la vida con mis versos.

martes, 8 de junio de 2010

El silencio de la poesía





Porque fuiste mi fuente y me arrodillé a beber en el crepúsculo de tus pies.
Nada es olvido’, Sara Álvarez


Se cuenta que cuando ella murió, él maldijo la poesía. Aquella poesía que habían convertido en su credo les traicionó. Aquella poesía que habían abrazado con tierna nostalgia les apuñaló. Tiempo después de su partida, aún seguían manando borbotones de sangre caliente de su pecho, como una fuente de púrpura ausencia. Él siempre había creído que la poesía era un bálsamo para el alma, un ungüento mágico capaz de bizmar cualquier herida, por profundo que fuera el corte, contumaz el golpe o penetrante la incisión, pero la poesía se demostró un remedio ineficaz para curar la enfermedad de su espíritu.

Noche tras noche le cantó versos al pie del crepúsculo, mientras las olas silabeaban espuma en la boca de los acantilados, y aunque ella le sonreía, reconfortada, él lloraba al ver cómo su música no lograba agitar aquellas trémulas alas de libélula, que apenas sí titilaban al compás cadencioso de sus labios. Sin embargo, para no perturbar su sosiego, le ocultaba las lágrimas limpiándolas con el envés de la mano, y de aquellas lágrimas rodadas se engalanaba el cielo de estrellas, lívidas como un lecho de lirios.

Poco después, cuando a las pálidas mejillas de las nubes asomaba el rubor de la tarde y el cielo aún sorbía los postreros rayos de sol en un brindis de labios –la luna bailaba como una odalisca en el harén del ocaso–, el último pétalo de su flor de agua se desprendió del fino tallo que aún la asía a la vida, voló como una traslúcida gota de rocío por la cara empañada de la niebla y se fundió con el fondo marino, convertido en arrecife de coral.

Desde aquel momento él apostató de la poesía, y el silencio violó el cáliz de sus labios. La noche retumbó como una estrella muerta que se desploma en el espejo del agua, la luna rechinó amargas lágrimas, cortantes como el cristal, se oyó un terrible estruendo, como cuando una ráfaga de viento cierra de golpe la tapa de un piano, y el chirrido de una cuerda rota vibró durante segundos, o tal vez años, en la caja de resonancia de la soledad. Su voz se astilló en una sinfonía inacabada de sílabas mudas, para a continuación sumirse en la afonía de la noche como un pesado leviatán. El aire gimió asmático tras esnifar la tinta de sus poemas, y en aquel laberinto de vocales su lengua chasqueó sin pulso. Después de aquello, tan sólo un débil y ahogado suspiro, como el aleteo de una mariposa en el filo de una espada o el estertor de un verso declamado en la fría punta de un iceberg.

Por mucho tiempo –el tiempo que duró su largo cautiverio en la angosta celda del odio, donde fue atado a los grilletes de la soledad– fue rehén del silencio. El árbol de su ingenio se agostó en calinosas noches de insomnio. Lágrimas negras brotaron de sus ramas como vástagos de una primavera tardía, segada en el pináculo de la inocencia. Amordazada la palabra, la poesía enmudeció su canto tras los barrotes de aquella ominosa jaula de silencio. Sólo una letra emplumada traspasó, incólume, el umbral de la tristeza, como la página arrancada de una partitura que libera una música de viento.

Sin embargo, cada mañana al despuntar el alba, se acercaba a la orilla como cualquier otro animal del bosque sediento de luz, hacía un cuenco con sus manos de barca y se humedecía los labios en el feraz manantial de sus besos. En otras ocasiones paseaba descalzo por la playa, mientras el reflujo de la marea acariciaba sus pies cansados, y cuando avistaba una caracola en la arena, se la llevaba al corazón para oír el eco de su voz. Invariablemente, ella siempre le decía, con acento nacarado: "Te quiero. Busca en mí tu poesía". Y entonces un pájaro aleteaba, tembloroso e inexperto, en el nido de sus ojos, aferrándose a la lágrima por miedo a volar.

Años más tarde, cuando ya casi se había olvidado de ella, la poesía volvió a él como un perro abandonado que encuentra a su amo, y él no pudo evitar acariciarla y dejarse lamer por su áspera lengua de ternura.

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.

8 comentarios:

Patricia 333
8 de junio de 2010, 17:59

Sin embargo, cada mañana al despuntar el alba, se acercaba a la orilla como cualquier otro animal del bosque sediento de luz

La LUZ tiene que seguir la LUZ

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Isabel Moncayo Moreno
8 de junio de 2010, 18:15

Hoy no sólo me he emocionado, también conmocionado, sí, sabes? ese chico, el de tu relato, al que creo reconocer, fusiona la nostalgia de la ausencia de esa chica, Sara, la que dice: Porque fuiste mi fuente y me arrodillé a beber en el crepúsculo de tus pies(precioso)

Ella te dejó un hermoso legado, además de su amor, su poesía y ciertametne la encuentras para deleite de quien te lee, ya sea en verso en prosa, en relatos...

Ni que decir que la genialidad de Haendel acompaña en su belleza.

Yo, cuando sea mayor, quiero escribir relatos como tú, mientras tanto me conformo con leer los tuyos, que tanto me gustan.

Un abrazo, Óscar.

su
8 de junio de 2010, 18:59

Las cosas buenas nunca se olvidan ¿verdad?...no, jamás, siempre las llevaremos en nuestra memoria, en el corazón...
Un abrazo.

Clara Schoenborn
8 de junio de 2010, 20:13

Óscar: como yo amo tanto, tanto, a la poesía, me hizo lagrimear ese retorno tan inmaculadamente descrito en el último párrafo. La poesía es un caldo de cultivo maravilloso en el cual podemos sembrar inclusive el silencio más acérrimo, cuando el dolor nos cierra las puertas del alma, y no obstante, aún así, ese silencio sigue siendo poesía. Este escrito me ha parecido excepcional. Abrazos fuertes.

Liz Flores
9 de junio de 2010, 4:31

¡Qué bárbaro! Tu destreza poética no tiene límite. Este trabajo es maravilloso, y puesto que nace de lo más hondo y puro del sentimiento, es celestial. Hay tantas imágenes tan perfectamente trabajadas que me es imposible separar algún fragmento.

La primera estrofa es fuerte, me supo a reproche desolador.
La segunda es preciosa, con esos versos recitados al pié del crepúsculo y todas las escenas que le suceden hasta acabar en la ternura de esas lágrimas.
Perfilando el cierre de la tercera estrofa es como si el aliento se fuera consumiendo y todo quedara en silencio al ver volar ese último pétalo de su flor de agua, y esa aparente quietud de versos da paso al vendaval lacerante de letras de la cuarta y quinta estrofas. Mucho dolor.
El siguiente párrafo es precioso, el alma vuelve a la calma resignada de la vida, por impulso natural supongo, pero ese nuevo día ofrece una oportunidad de evocar y revivir momentos maravillosos que se compartieron otrora. Lo de la caracola en el corazón y el ave que se aferra a la lágrima ha sido hermosamente enternecedor y el acabose del llanto contenido. Imposible no emocionarse con tanto sentimiento.
El final en conmovedor, triste. Vi a un hombre canoso, sentado frente al mar con su libreta en mano, escribiendo poemas, y me hizo pensar en una mujer canosa, sola, sentada frente a una ventana, leyendo poemas. ¡Ah! la jodida vida…
Sin embargo, espero que la vida le retribuya (y con creces) a ese buen poeta, lo que un día le arrebató.

Espectacular escrito.
Un fuerte abrazo Óscar.

Yoko-Tomoto
9 de junio de 2010, 12:16

Cuando os leo, recuerdo por qué me apasiona tanto el Español. No importan las particularidades de otros idiomas, ninguno me gusta tanto. Vos hace uso del lenguaje de forma precisa, dedicada... me agrada mucho. Siempre le aprendo.

Cuando apenas le conocía no sabía mucho de vuestra tristeza, solo la percibía. Hoy que la conozco me duele porque os hace sufrir, porque clama como la música de vuestra lacerada respiración. Una que da vida a la Luz de este Faro (el blog), donde vive ella, la musa más amada jamás leída por mis ojos.

La literatura y la música debieran ser amantes y como amalgama se representa perfecta en vuestra narración. Mismo donde se pueden percibir una sincronización de sentidos al momento de escribir los sentimientos atrapados en el recuerdo de un amor y su despedida en los tonos de Haendel.

Mi memoria aun reconoce un escrito compartido hace tiempo, uno guardado en mis aprecios artísticos más bellos por ser una ventana a vuestro corazón en el recuerdo. Hoy le lloro porque al leerle fue vivirlo, ver a ambos en el deseo de un encuentro y éste siendo el desenlace.

Puedo resaltaros detalles en vuestra narración que me brillen a la pupila pero no sería propio porque terminaría cintándolo todo.
Solo me queda agradecer por la existencia de vuestra pluma que vive en vuestra dama Sara y por supuesto al destino por haberos encontrado en el espacio cibernético. Sonrío, he encontrado el anillo del Rey en un pantano.

Con mi aprecio y admiración
Vuestra Alejandra

MPADN
9 de junio de 2010, 20:02

Hola, Óscar.
Debo confesarte que he leído varias veces esta entrada, sin saber que escribirte, no me salían las palabras que ponerte. Hoy, al fin, me decidí, porque comprendí que nada de lo que te diga servirá de mucho, o tal vez sí, quién sabe.
Es un relato muy triste y hermoso, muy bueno y conmovedor, intuyo que parece tan real, porque lo es, está basado en hechos reales, muy reales. Las palabras que dejaste al final de tu relato, son bellísimas, preciosas. Todo él, está escrito con gran sentimiento, un sentimiento sincero que se puede notar en cada una de sus lineas.

Sólo me resta mandarte un fuerte abrazo y un beso, con cariño.

Marisol
11 de junio de 2010, 19:21

Alguna vez me preguntaste qué relato me gustó más, y yo no supe por cuál decidirme, hoy no me queda duda.
La cita de Sara es preciosa, y el relato, pues me ha dejado sin palabras.
Ciertamente la poesía vuelve siempre, porque nunca se va.
El primer párrafo es incisivo, y nos muestra mucho de ti, de lo que es natural sentir en las circunstancias que te han tocado.
El segundo párrafo es más generoso, aunque no menos doloroso, y la música de fondo obedece al impulso de querer inventarle una melodía a este párrafo en especial.
En el tercer párrafo reconozco a Sara por doquier, y sobre todo en ese 'brindis de labios' que tanto me gusta. Tampoco se pasan de largo tus descripciones hacia el final, hermosas 'voló como una traslúcida gota de rocío por la cara empañada de la niebla y se fundió con el fondo marino, convertido en arrecife de coral.'
O las imágenes de la cuarta estrofa, donde me quedé pensando en 'el aleteo de una mariposa en el filo de una espada o el estertor de un verso declamado en la fría punta de un iceberg.'
Bueno, si sigo voy a destacarlo todo, pero es que todo es una obra maestra.
Me sumo a lo que dijo Isabel, yo también quiero escribir como tú cuando sea grande.
Un abrazo grandote, grandote.

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