
Año tras año, al llegar estas fechas, se repite el mismo ritual:
las luces navideñas
–de bajo consumo, que corren tiempos de crisis y no estamos para dispendios en electricidad–,
el frío y la nieve,
las castañas asadas
–que calientan las manos como brasas–,
los petardos
–en sus tres primeras acepciones–,
el turrón Antiú Xixona y El Lobo
–qué gran turrón–,
los mazapanes y los polvorones, que se hacen una bola en la garganta
–ahora ríe, y con la boca llena di: “Pamplona”–,
el anuncio de la Lotería
–ya sin el carismático calvo–,
el de Freixenet y sus burbujas,
el sorteo del Gordo
–con los niños de San Ildefonso y su galería de personajes estrambóticos, Doña Manolita y La Bruixa d'Or–,
y el del Niño
–para los que tienen más pedradas que pedreas–,
el show de Cruz y Raya
–¿o eran Martes y Trece?–,
el marisco en la mesa
–¿a cuánto está el kilo de percebes?–,
las cenas pantagruélicas,
el muñeco de Santa Claus escalando por una ventana con el saco cargado de regalos,
los regalos y juguetes,
el barco pirata de Playmobil,
los villancicos y la zambomba,
los árboles con sus adornos,
las muñecas de Famosa y el portal de Belén,
el Belén,
los Reyes Magos
–que lo dejan todo para el último día, los muy puñeteros, y por eso los niños cada vez más se van con la competencia: Olentzero y Papá Noel–,
la ilusión de los niños, que no duermen pensando en los regalos
–lo único realmente sincero y espontáneo–,
las promesas de Año Nuevo
–promesas que no valen nada–,
la alegría fingida y la máscara de hipocresía que nos (im)ponemos
–una de tantas tradiciones sin sentido– para hacer de estos días un remanso de paz, aunque nos odiemos a muerte,
y el alcohol, para regar bien el gaznate
–eso que no falte–.
Todos los años es lo mismo,
Navidad tras Navidad,
y sin embargo,
estas Navidades falta algo, algo que no debería faltar:
faltas tú, Sara.
¿Cómo se orientarán los Reyes Magos si les falta su estrella fugaz?
¿Cómo habrá calor en los corazones si ya no arde el fuego en el hogar?
De ahora en adelante ya no habrá más Nochebuenas,
sólo malas noches.
© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.